Mi utopía


por Nuria Rodríguez Gonzalo
lisistrata01@gmail.com

 

“Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos más. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine nunca la voy a alcanzar. ¿Para qué sirve la utopía? Sirve para eso: para caminar.” Fernando Birri citado por Eduardo Galeano. 

Encontré en Internet el texto de Pier Paolo Pasolini que se titula Il vuoto del potere (El vacío del poder), también conocido como ‘el artículo de las luciérnagas’, el cual fue publicado en el Corriere della Sera, el primero de febrero de 1975 (en el siguiente enlace:  http://www.corriere.it/speciali/pasolini/potere.html). Me impresionó la definición de carácter poético-literario con la que el artista explica el tema del poder real, en comparación con el formal (que es sólo una máscara, pura apariencia de poder; o, como él lo llama: ‘flatus vocis’), y también me impactó su forma de explicar el trauma que se da por el contacto entre ‘la ‘arcaicidad’ pluralista y la nivelación industrial’, donde “los valores de las diversas culturas particulares han sido destruidos por la violenta homogenización de la industrialización: con la consiguiente formación de aquellas enormes masas, que ya no son antiguas (campesinas, artesanas) y aún no son modernas (urbanas), que han constituido el salvaje, aberrante, imponderable cuerpo de las tropas nazistas”. Y una de las razones por las que me impacta ese artículo es porque Pasolini resume, en poquísimas páginas, lo que Erich Fromm cuenta sobre el fascismo en general y el nazismo en particular, en uno de mis libros preferidos: El miedo a la libertad (Paidós, Barcelona, 1989).

Fromm define a esas masas fácilmente influenciables por el autoritarismo fascista diciendo: “En realidad, hay ciertos rasgos que pueden considerarse característicos de esa clase a lo largo de toda su historia: su amor al fuerte, su odio al débil, su mezquindad, su hostilidad, su avaricia, no sólo con respecto al dinero, sino también a los sentimientos, y, sobre todo, su ascetismo. Su concepción de la vida era estrecha, sospechaban del extranjero y lo odiaban; llenos de curiosidad acerca de sus amistades, sentían envidia hacia ellas y racionalizaban su sentimiento bajo la forma de indignación moral; toda su vida estaba fundada en el principio de escasez, tanto desde el punto de vista económico como del psicológico”. Y en el artículo de Pasolini, refiriéndose a esas masas antiguas o arcaicas, se lee: “En tal universo los ‘valores’ que contaban eran los mismos que para el fascismo: la Iglesia, la Patria, la familia, la obediencia, la disciplina, el orden, el ahorro, la moralidad”.

De hecho, Pasolini experimentó en carne propia el ataque de esas masas que conforman la llamada tiranía de la mayoría,  o del  ‘ser humano medio’ descrito por Fromm y por él mismo. Esto lo explica el jurista Stefano Rodotà en el  apéndice de su libro La vida y las reglas: entre el derecho y el no derecho (Trotta, Madrid, 2010), bajo el título: El proceso, Pier Paolo Pasolini, in memoriam. En dicho  ensayo Rodotà nos cuenta que más que muchos procedimientos judiciales, contra el artista y su obra, se siguió en el fondo un único proceso que se prolongó durante más de veinte años, pues en cada uno de los procesos existió siempre el mismo objeto y finalidad: poner en duda la legitimidad de la existencia de alguien como Pasolini en la sociedad y la cultura italianas.

Aunque esta impresión de continuidad y coherencia que observa Rodotà en lo que él llama ‘un único proceso contra Pasolini no responde  a la imputación de un solo  delito: “Al contrario, Pasolini es acusado de todo un rosario de transgresiones: es obsceno y causa de obscenidades, pornógrafo, corrupto y difamador, ladrón y fabulador, instigador de delitos, hombre de injurias a la religión y a la nación. No hay ningún rincón de su vida pública y privada que pueda ser aceptado. Se elaboran exhaustivos informes policiales sobre sus obras de carácter artístico y sus costumbres privadas, que pasan de proceso en proceso ‘para ilustrar la personalidad del acusado’. Denuncias y juicios que se convierten en ocasión para el linchamiento, el desahogo, el exhibicionismo. Fiscales y abogados pierden los estribos y el sentido de la medida, se realizan informes psiquiátricos sobre un sujeto que ni siquiera se ha llegado a encontrar, el ataque a Pasolini es ocasión de notoriedad pública para diputados cesantes, fascistas violentos, abogados y médicos iluminados, periodistas. Hay casi un sentimiento de liberación en las manifestaciones que se producen tras cada libro, película, excursión nocturna: Pasolini es la síntesis de todos los vicios, encarna el sueño de quienes desearían encontrar el Mal con una única cabeza para decapitarla de una vez por todas”.

Y más adelante en ese apasionante relato In memoriam, el mismo Rodotà hace notar que los comportamientos del gran artista que fue Pasolini, medidos tanto con los viejos como con los nuevos criterios, muestran una desviación respecto del ser humano medio y es por eso por lo que no son aceptados: “La verdadera y constante imputación contra Pasolini, más allá de las muchas variantes reflejadas en la casuística penal, es haberse movido por líneas que no coinciden con el sentir de la mayoría. Él no tiene cabida en el modelo del hombre medio, rompe el común sentido del pudor. Se niega a ser valorado con ese metro. ¿Por qué? Porque sabe lo que hay detrás del hombre medio y lo había dejado escrito ya en los años de La ricotta: ‘un monstruo, un peligroso delincuente, racista, conformista, esclavista, colonialista, qualunquista’ . Devuelve así la calificación de ‘criminales’ a quienes le perseguían: en el proceso al que es sometido por las instituciones, Pasolini introduce un proceso distinto contra las instituciones mismas y contra los instrumentos conceptuales de los que éstas se sirven”.

Rodotà pregunta: ¿y en nombre de qué hace todo esto Pasolini? Y nos cuenta que el mismo artista dio su respuesta de manera sencilla cuando declaró ante un tribunal en Venecia, durante el proceso judicial que se le siguió por la película Teorema, donde rechazó la tesis que obliga al autor de una película a tener una obligación de recato que, por cierto, no se le exige al autor de un libro ‘por dirigirse a un público más restringido y selecto’. Ante semejante restricción dirigida a quien hace películas Pasolini respondió: “No puedo tener en cuenta la menor preparación o capacidad del hombre medio para entender el significado de una proyección porque en ese caso estaría violando la libertad de expresión, no sólo la mía, sino también la del espectador”.

Pues bien, me parece que no hay que ser Sherlock Holmes para deducir que, allá en el fondo, tanto Fromm como Pasolini hablan de la misma clase de personas y su crítica es dirigida también al mismo tipo de instituciones. Pero es que además, como explica Rodotà, en el caso de Pasolini, el artista llegó a sufrir ataques violentos por dos medios: por un lado fue víctima de violencia física, llevada a cabo incluso descaradamente por los grupos fascistas; y por el otro “el de la violencia judicial, que no en vano tuvo como protagonistas a las dos instituciones representativas de la cara más autoritaria del Estado: la magistratura y la policía”.

Llegados a este punto, no se te ocurra pensar que soy tan ilusa para creerme diferente de esos seres humanos medios a los que aluden Fromm y Pasolini. No voy a negar que me estoy esforzando por adquirir una visión del Mundo menos estrecha (con la invaluable ayuda de excelentes maestras y maestros, la verdad sea dicha), pero tengo clarísimo que provengo y soy parte de esas masas formadas dentro del autoritarismo imperante en la gran mayoría de países con  democracias jóvenes, que  deben luchar contra las prácticas autoritarias  tan arraigadas y  vigentes en sociedades patriarcales, donde el diálogo y la discusión abierta y tolerante no son la norma sino la excepción; y más aún en nuestras latitudes, aunque queramos hacernos la ilusión de que vivimos en una democracia madura…¡el camino por andar es largo a este respecto!. Y bien sé que en el teatro público mundial represento a una más de esas personas que apenas está aprendiendo a solventar los conflictos a través de las vías democráticas.

No hace falta ser muy inteligente para darse cuenta de que el autoritarismo fascista que se dio en la Europa del siglo XX (del que nos hablan Fromm y Pasolini), ahora, con la globalización, se da a nivel mundial. Por tanto, sé perfectamente que las personas tercermundistas representamos para los países del Primer Mundo parte de esas “enormes masas, que ya no son antiguas (campesinas, artesanas) y aún no son modernas (urbanas)”…¡por falta de educación y conciencia democrática, claro está!; ¿o acaso la niñez primermundista nace culta y conocedora de todo lo que hay que saber para vivir y resolver conflictos de manera pacífica y democrática o para ser tolerante con la diversidad?…¡por supuesto que no!, basta pensar en lo que ya dejaron dicho los investigadores Talcott Parsons y Robert F. Bales: “cada recién nacido es un ‘bárbaro’ que viene lentamente asimilado a la cultura de la sociedad. Se llama socialización, precisamente, y comienza desde la relación madre-niño para no interrumpirse jamás” (citados por Eligio Resta en L’ infanzia ferita; editorial Laterza, Bari, 1998).

Por eso me gustaría que tengas claro que, en el fondo, cuando hablo de esas ‘típicas personas medias que terminan constituyendo las masas bárbaras, hablo de la infancia en cualquier país del mundo; y también de las personas que ya no somos tan jóvenes pero que estamos igualmente necesitadas de adquirir una auténtica cultura democrática; o lo que Walter Antillón llama “la racionalidad como principio de convivencia”. Y espero que ahora comprenderás por qué estimo importantísimo el nuevo pacto entre generaciones del que habla Eligio Resta en: L’ infanzia ferita, y por qué deseo que quienes tengan mayor experiencia en el tema  nos eduquen, produciendo lo que  Stefano Rodotà considera como  “una pacífica exportación de democracia”.

Me parece que Pasolini tenía clara esta necesidad de educarnos en temas como la democracia, la no violencia y la tolerancia de la diversidad, porque además de esa espléndida obra cinematográfica y literaria que nos legó el artista, resulta que también apoyó la llamada Marcha por la paz y la fraternidad de los pueblos Perugia-Asis,  una hermosa iniciativa promovida en Setiembre de 1961 por el filósofo, poeta, educador y político antifascista Aldo Capitini. Esa fue la primera marcha de este tipo que se dio en Italia y su ‘microhistoria’ ha sido rescatada con detalle en el libro escrito por Alarico Mariani Marini y Eligio Resta: Marciare per la pace: Il mondo non violento di Aldo Capitini (Plus Pisa University Press, Pisa, 2007), donde es posible leer detalles sobre quién fue Aldo Capitini, cuáles fueron sus luchas y las razones por las que decide promover esta marcha, apoyada por artistas, intelectuales y gran diversidad de participantes de todas las edades, de distintos estratos sociales y, por supuesto, también por  Pasolini, quien, a propósito escribió:

“La no violencia me parece una noción estupenda. Es extremadamente aristocrática (Gandhi, Russell, Dostoievski), de origen pre evangélica (oriental) como gran parte de las grandes nociones evangélicas, se cristianizó sobre todo con el romanticismo en el Siglo Diecinueve, y ahora se descristianizó, haciéndose fieramente laica…”. Pasolini consideró este movimiento como “aristocrático y a la vez popular”; y para aclarar el significado que la palabra ‘aristocrática’ tiene en este contexto Eligio Resta nos dice: “la aristocracia no es arrogancia, su decisión de no adaptarse a las insignificantes prácticas de los conformismos tiene una raíz sólida. Viene de la total libertad de quien se ha emancipado a través de los instrumentos de la razón y de la cultura: estamos fuera del conformismo porque somos libres, y a la libertad se llega a través de la razón y la cultura”. Y en otro punto de este fascinante libro, el mismo Resta nos deja clarísimo que para Capitini la no violencia  es un “choque doloroso”, y un complicado camino donde es preciso estar “preparados para ver el caos circundante, el desorden social, la prepotencia de los malvados”, y así lo dejó escrito en uno de sus libros.

Pues bien, me gusta pensar que Pasolini apoyó la no violencia por su gran amor a la vida y a la libertad, al mejor estilo de Baruch Spinoza. Para éste: “el hombre libre (no el esclavo) no piensa en la muerte; y su sabiduría es una meditación sobre la vida, no sobre la muerte” (citado por Eligio Resta). Desgraciadamente la no violencia es una solución generalmente descartada por las grandes mayorías; o sea, por esas masas sin educación y sin cultura democrática. Enormes masas conformadas por la ‘típica persona media’ fácilmente influenciable por el autoritarismo fascista.

E igual a como sucedió en las peores y más autoritarias épocas del siglo XX en Europa y el resto del Mundo,  resulta que hoy día no pensar ni actuar como lo impone la dictadura de esa mayoría, de típicas personas medias, es bastante duro para una minoría de personas sensibles e imaginativas que, gracias a la educación, la razón y la cultura, han encontrado su lugar en la lucha por un cosmopolitismo sin fronteras.  Me atrevo a apostar que esas minorías, independientemente del lugar del mundo en el que viven y de la distancia que las separa, se sienten parte de una “sorofraternidad” que trabaja a favor de la convivencia auténticamente democrática; o sea, de esa convivencia que se ejerce  a través de la ‘democracia de las diferencias’ de la que tanto te hablé en la segunda parte de: Cosmopolitismo y Democracia de las Diferencias (Publicada en Elpais.cr; en Internet).

Esas personas, que se sienten parte de la ‘sorofraternidad mundial’, al igual que sucede con las y los autores citados en este y otros collages, han utilizado los instrumentos que les dan la razón y la cultura para liberarse de la esclavitud del ‘ser humano medio’, y tienen claro que: “Sólo pueden, sin peligro, darse por entero aquellas personas que no pueden darse por entero, porque la riqueza de su alma radica en la renovación constante, de suerte que tras cada entrega les nacen nuevos tesoros, porque tienen un patrimonio espiritual latente inagotable y no pueden revelarlo o regalarlo de una vez; como el árbol que, al dar un año todos sus frutos, no compromete los del año siguiente” tal y como explica Georg Simmel en: El secreto y las sociedades secretas (Sequitur, Madrid, 2010).

Según escribió ese filósofo y sociólogo, cuyo pensamiento y análisis pioneros tuvieron gran influencia en la cultura científica y filosofía alemanas del siglo XX; las sociedades secretas son una excelente escuela de solidaridad moral que surge donde hay despotismo y control policial, porque su función básica es dar protección tanto a los poderes ascendentes como a los descendentes. Dice, por ejemplo, que el secreto sirvió para proteger el incipiente movimiento cristiano monoteísta que, una vez llegado al poder, persiguió con intolerancia a las personas politeístas; y entonces fueron éstas últimas quienes empezaron a asociarse clandestinamente. Para Simmel: “El secreto significa una enorme ampliación de la vida, porque en plena publicidad muchas manifestaciones de la existencia no podrían producirse. El secreto ofrece, por así decir, la posibilidad de que surja, junto al mundo aparente, un segundo mundo”.

De mi parte, quiero creer que la “sorofraternidad” cosmopolita, democrática, respetuosa de las diferencias y de las minorías, es el nuevo movimiento ascendente… ¿te parezco utópica? ¡¿y qué tiene de malo ser utópica?!. Ya que estamos en esto, te voy a contar un secreto: Simone de Beavoir en ese libro imprescindible titulado: Para qué la acción (La Pleyade, Buenos Aires, 1972), dice: “La belleza de la tierra prometida consiste en que promete nuevas promesas. Los paraísos inmóviles no prometen sino un eterno aburrimiento…La literatura ha descrito frecuentemente la decepción de la persona que acaba de alcanzar el fin ardientemente deseado ¿y después? No se puede colmar a una persona, no es un vaso que se deja llenar con docilidad; su condición es superar todo lo dado; no bien alcanzada su plenitud cae en el pasado, dejando abierto ‘ese hueco siempre futuro’ del que habla Valéry. Puesto que la persona es proyecto, su felicidad como sus placeres no pueden ser sino proyectos…el fin no es fin sino al término del camino, desde que es logrado, se vuelve un nuevo punto de partida; el socialista desea el advenimiento del Estado Socialista; pero si ese Estado es dado, será otra cosa la que deseará: en el seno de ése Estado, inventará otros fines”. A lo anterior agrego: todo parece indicar que la búsqueda de la utopía es inherente a la Humanidad (algo “humano, demasiado humano” diría mi querido Nietzsche). Así que, puestos a escoger, ¿por qué no habría yo de luchar por la mía?

Pero, volviendo a Pasolini, en ‘el artículo de las luciérnagas’ explica que con la modernidad el poder real se vació de los partidos políticos fascistas para llenarse en otra parte, convirtiéndose en un poder transnacional “peor que totalitario porque es violentamente totalizante”, así que antes de resignarme y aceptar ese poder violentamente totalizante, prefiero actuar a favor del movimiento ‘sorofraterno’, cosmopolita, pluriversalista y democrático que considero secretamente en ascenso. Y por eso proyecto seguir aprendiendo “con los instrumentos que dan la razón y la cultura” ya que sueño con el día en que las minorías (por más aristocráticas o populares que sean), no tengan que decir: “vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos”.

Si te interesa saberlo, me gusta pensar que ese día llegará cuando cada persona se convierta en soberana democrática de su propio cuerpo y respete la dignidad de las otras personas tanto como la propia; o bien, para ponerlo en palabras de Karl Marx: “cuando el ser humano sea el ser supremo para el ser humano”. Idea desarrollada siglos antes por Thomas Hobbes, quien concibió el contrato social como el paso del estado de naturaleza, donde el humano es el lobo del humano, al estado político en el cual el humano es para el humano un dios.

Termino prometiendo que navegaré por otros mares, descubriré lejanas tierras, encontraré nuevos tesoros ¿y después?… ¡voy a compartirlos con vos!. Mientras tanto te propongo un brindis por la ‘sorofraternidad’ cosmopolita, pluriversalista, por  esa ‘democracia de las diferencias’… secretamente en ascenso.

 

Nuria Rodríguez Gonzalo
lisistrata01@gmail.com

 

Publicado, originalmente, en "El País (Costa Rica):  http://www.elpais.cr/

 

Link: http://www.elpais.cr/2017/05/20/mi-utopia/

 

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