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La maldición de Eva
por Nuria Rodríguez Gonzalo
lisistrata01@gmail.com

 

“Pero no se puede privar de ningún matiz de humanidad a la definición de ‘humano’ sin poner en peligro la propia alma. Y para las mujeres, definirse a sí mismas como indefensas y a los hombres como todopoderosos supone caer en una vieja trampa, evadir la responsabilidad y deformar la realidad. Lo contrario también es cierto; describir un mundo en el cual las mujeres ya son iguales a los hombres en poder, oportunidades y libertad de movimientos, es una abdicación similar”

Margarte Atwood. La maldición de Eva.

 

 

Elias Canetti,  en su obra: Masa y Poder (Alianza Muchnik, 1983), explica  la diferencia que existe entre la ejercitación que recibe un niño y una niña a quien sus padres pretenden convertir en una persona libre, y el sometimiento al que se acostumbra a quien alguien pretende convertir en esclavo. Para Canetti  un esclavo es animal y propiedad, al punto de que podría comparársele no tanto con una cosa sino con un perro, que se halla bajo las órdenes de su amo y espera de ese amo tanto alimentos como órdenes. Según Canetti, lo que diferencia a un esclavo de un niño tiene que ver con la economía de las metamorfosis, ya que el niño, educado para la libertad “se ejercita en todas las metamorfosis que podría necesitar más tarde. Durante sus ejercicios los padres le ayudan y con nuevos requerimientos le incitan a renovar sus juegos. El niño crece en múltiples direcciones; y cuando ha dominado sus metamorfosis, en recompensa se le recibe en un nivel superior. Entre los esclavos sucede lo contrario. Así como el amo no le permite a su perro cazar lo que quiere, sino que estrecha el ámbito de esta caza según su utilidad superior, así también priva al esclavo de una metamorfosis tras otra. El esclavo no debe hacer esto y no debe hacer aquello; muy determinadas ocupaciones, sin embargo, debe repetirlas, y cuanto más monótonas son, tanto más se complace el amo en asignárselas. La división del trabajo no es peligrosa para la economía de metamorfosis del hombre mientras pueda ejecutar diversas ocupaciones. Pero no bien se le asigne a una sola y en ésta ha de lograr lo máximo en el menor tiempo posible, es decir, ha de ser productivo, se convierte en aquello que propiamente debería definirse por esclavo”.

Pues bien, es la capacidad de metamorfosis la que deseo rescatar como posibilidad de ruptura de los viejos roles de sometimiento para el aprendizaje y logro de la libertad, pues cada día me resulta más claro que es a través de lo que Nietzsche llama: “el juego de la creación y de la santa afirmación” como un ser humano puede aprender a ser libre y liberarse de la opresión que lo circunscribe. Y para muestra un botón en forma de digresión: En el ensayo de Simone de Beavoir titulado, El Marqués de Sade (Siglo Veinte, 1969) nos cuenta la autora que, con el cautiverio de Sade: “agoniza un hombre y nace un escritor. Al hombre se lo quiebra rápidamente; reducido a la impotencia, ignorante en cuanto al tiempo que va a durar su prisión, …A partir de 1782 solamente a la literatura pedirá lo que la vida ya no le acuerda: es decir, el frenesí, el desafío, la sinceridad y todas las alegrías de la imaginación”. Y ¿qué es escribir  sino convertirse en una especie de chamán de las metamorfosis?  Porque cada personaje primero tiene que ser  ‘vivido’ y sentido a fondo por quien lo describe para poder darle forma y contenido;  lo que, a mi modo de ver, aumenta la sensibilidad e imaginación de la persona que escribe y de sus lectores.

Claro está que no sólo las personas dedicadas al arte en general y a la literatura en particular tienen la facultad de ‘metamorfosearse’. De hecho, creo que negar las posibilidades de juego y  transmigración, imaginando otras vidas y  mundos posibles, es reducir nuestra personalidad  y

correr el riesgo de terminar esclavizados por un sistema rígido, intolerante y autoritario. ¿Pero cómo recuperar esa capacidad infantil de jugar a las metamorfosis que nos ejercita para la libertad?, se me ocurren muchas maneras de jugar  e inventar, de ponernos en el papel de otras personas y hasta de crear un personaje para imaginarnos dentro de su piel: tanto en el bien como en el mal; lo que, por cierto, nos permitiría  crecer en tolerancia y sensibilidad.

De hecho, como es bien conocido, todas las manifestaciones artísticas y de juego son formas de salirnos de los rígidos roles a los que nos somete la realidad; pero es hablando de literatura  como me siento más cómoda, y por eso buscaré en obras literarias los ejemplos de este ejercicio para la libertad  que se da cuando somos capaces de metamorfosearnos en ‘múltiples direcciones’ en lugar de asumir el rol único y típico de la esclavitud.  Y para ello empiezo por lo negativo, o sea, por mostrar un ejemplo de reducción o de  domesticación para la esclavitud, que se encuentra muy bien planteado en ‘La fierecilla domada’[1] de William Shakespeare (Porrúa, 1990). En esa obra de teatro Petruccio logra convertir a Catalina  en su esclava privándola una y otra vez de sus posibilidades de metamorfosis. A través de un sofocante entrenamiento Catalina va perdiendo sus capacidades de metamorfosis así como su habilidad  crítica y sus posibilidades de oponerse a lo que, a veces por simple lógica y otras por intuición, ella siente que no es lo que desea; e incluso se ve obligada a tergiversar la verdad en aras de no crear conflicto con su amo,  como sucede en aquel pasaje en el que, ya resignada  (por no decir: esclavizada) responde a Petruccio: “¡El bendito sol es! Y dejará de serlo si decís que no lo es. Como  la luna cambiará a medida que se os antoje. Nombre que deis a las cosas, tal será siempre. Al menos para Catalina”.

Pero, ¿cómo logra Petruccio ese entrenamiento para anular toda posibilidad de metamorfosis en Catalina?. He aquí un buen resumen dado por él mismo: “Creo que he comenzado mi reinado como hábil político y espero llevar mi empresa a buen fin. Por lo pronto mi halcón está hambriento y con el estómago como una patena. Hasta que esté bien amaestrada será preciso que no se vea harta; de otro modo, no habría medio de que acudiese a mi señuelo. Y aún conozco otro medio de domar a mi ave de presa; de hacerla que aprenda a conocer mi voz y acuda a mi mano que es impedirla que duerma como se hace con los milanos que agitan las alas y no quieren obedecer. Nada ha comido hoy y  nada comerá mañana aún. La noche última no durmió y esta no dormirá tampoco. Del mismo modo que con la cena, ya encontraré una estratagema cualquiera, por ejemplo, sobre el modo como han hecho la cama, y hallada, todo irá por los aires; aquí la almohada; allá, el almohadón; las mantas, por un lado; las sábanas, por otro. Y, naturalmente, en medio del escándalo no dejaré de jurar y de repetir que cuanto hago es por ella; en atención y solicitud a ella. En una palabra, velará toda la noche…¡He aquí cómo se agobia a una mujer a fuerza de bondad!. Si alguien conoce un medio mejor de domar a una fiera, que hable; haría una verdadera caridad indicándomelo”….y ese es el punto más importante para mí: una cosa es ejercitarnos para la libertad y otra muy diferente que se nos entrene para la esclavitud, pero eso ya lo explicó Canetti así que sobran los comentarios.

En la fierecilla domada observamos el proceso por medio del cual Catalina va perdiendo poco a poco -y por su bien, según Petruccio- toda posibilidad  de libre acción. Con golpes certeros su esposo va anulando su facultad de expresar  los diferentes estados de ánimo a través de las deseadas metamorfosis, adquiriendo eso que en teoría penitenciaria se conoce como ‘la cara única’: el comportamiento del prisionero –y del esclavo- que ya no tiene más roles que jugar salvo el que le imponen  sus carceleros: cumplir órdenes por miedo al castigo.  A tal punto llega la doma de Catalina que a una simple solicitud de Petruccio les dice a las otras mujeres cuál es su deber respecto a sus señores y esposos: “Tu marido es tu señor, tu vida, tu guardián, tu jefe, tu soberano. El que cuida de ti y quien, porque nada te falte, somete su cuerpo a penosos trabajos en tierra y mar…Por todo ello cuanto te pide como tributo de amor es una cara alegre y sincera obediencia. Lo que es pagar levemente deuda tan grande… El homenaje que el súbdito debe a su príncipe es la sumisión que la mujer debe a su marido”.

Lo peor de todo es que aún hoy para muchos hombres y mujeres este comportamiento unidimensional de Catalina –quien aprendió a responder y actuar con obediencia ciega- será el ideal de perfección, a pesar de sus nefastas consecuencias, pues,  como dice Margaret Atwood en su libro La maldición de Eva (Lumen, 2006): “La presión que se ejerce sobre la mujer para que sea perfecta es todavía muy fuerte, y la forma como debería alcanzar ese objetivo, de acuerdo con las convenciones más rígidas, provoca aún mucho resentimiento”. ¿Cómo evitar caer en la domesticación que esclaviza y en el consecuente resentimiento que esto implica? me parece que la mejor manera de hacerlo es liberándonos  de la presión de los papeles rígidos, evitando a toda costa la ‘economía de las metamorfosis’,  y en su lugar, derrochándolas para crecer en múltiples direcciones, en fin, ejerciendo nuestra libertad de expresión a través del “juego de la creación y de la santa afirmación”, para ponerlo en palabras de Nietzsche.

Si este crecimiento en las múltiples direcciones es importante para los hombres, ni qué decir para las mujeres quienes, como explica Atwood, en muchos casos hemos venido cumpliendo el rol único de la plañidera solitaria “esa figura femenina pasiva a quien le pasa de todo y cuya única actividad es huir”. Para esa autora, en la

literatura (y en la vida real, habría que agregar), se encuentran también algunos personajes masculinos similares a la plañidera solitaria,  pero suelen ser hombres-niños, ya que: “Para  los hombres adultos  mostrar esas características –temor, incapacidad de actuar, sentimientos de indefensión absoluta, llanto, sensación de estar atrapado y desamparado—supone estar loco o ser miembro de una minoría….En los hombres la pasividad frente al desamparo es una aberración; las mujeres pasivas están dentro de la norma”;  y luego de analizar a fondo el problema que encara ella misma como escritora cuando desea crear un personaje femenino que se salga de ese estereotipo, termina haciendo una petición: “a las mujeres, tanto a los personajes como a las personas, debería permitírseles sus defectos. Si invento un personaje femenino, me gustaría poder describirlo como alguien capaz de sentir todas las emociones del ser humano –odio, envidia, rencor, codicia, ira y miedo, y también amor, piedad, tolerancia y alegría—sin tener que presentarla como un monstruo, una rareza o un mal ejemplo. Me gustaría también que fuera ingeniosa, inteligente y traviesa si la trama lo requiere, sin tener que presentarla como una divinidad maligna o un ejemplo evidente de la maldad de las mujeres”.

Esa cita me parece una buena síntesis para ilustrar la recuperación de la capacidad de metamorfosis en ‘múltiples direcciones’ lo que implica que nos ejercitemos como seres humanos completos, y que nos asumamos con todas nuestras posibilidades, sin sentirnos por ello imperfectas y mucho menos monstruosas.  Sólo así podremos aceptar que los hombres sean tan libres e imperfectos como nosotras mismas; pues, como dice Rosario Castellanos, en su obra: Mujer que sabe latín… (Fondo de Cultura Económica, 2004) los varones “…no son ni el milagro de san Antonio ni el monstruo de la laguna negra. Son seres humanos, lo cual es mucho más difícil de admitir, de reconocer y de soportar que esos otros fantasmas que nos hacen caer de rodillas por la gratitud o que nos echan a temblar por el miedo. Seres humanos a quienes nuestra inferioridad los perjudica tanto o más que a nosotras, para quienes nuestra ignorancia o irresponsabilidad es un lastre que los hunde. Y para escapar de una condición que no aguantan y que no modifican porque no la entienden se dan, como lo proclaman nuestras más populares canciones, a la bebida y a la perdición…cuando no desaparecen del mapa”.

Pero volviendo a los ejemplos literarios que ponen en evidencia el tema de la ‘economía de las metamorfosis’, para Margaret Atwood, después del movimiento feminista la literatura recibió algunas ventajas: “Pero igual que en cualquier movimiento político que sale de una opresión real,

según Atwood,  nos llevan a la falsa idea de que los defectos de las mujeres eran atribuibles al sistema patriarcal y desaparecerían por sí mismos en cuanto se aboliera dicho sistema;  y es a raíz de éste análisis que Atwood se pregunta: “¿Estaban las mujeres condenadas de nuevo a ese pedestal de alabastro tan familiar en la época victoriana, cuando las mujeres en tanto mejores que los hombres, daban a los hombres la licencia de ser alegre y despreocupadamente peores que las mujeres, mientras ellos defendían que no podían evitarlo porque estaba en su naturaleza? ¿Estaban las mujeres condenadas a ser virtuosas de por vida, atadas a las minas de sal de la bondad?”.

Para Atwood esta es una situación intolerable;  y si quienes escriben se limitan a presentar a estos dechados de virtud femenina perderíamos  esa posibilidad de comprender que tanto hombres como mujeres somos “seres humanos  con toda la individualidad y variedad que el término implica”. Para esta escritora,  la exploración de la maldad llevada a cabo  no sólo por personajes masculinos sino también femeninos:  “Puede ser como incursiones en el territorio de la libertad moral, porque la posibilidad de escoger de todo el mundo es limitada y las alternativas de las mujeres han sido más limitadas que las de los hombres, pero eso no significa que las mujeres no puedan escoger. Estos personajes pueden plantear la cuestión de la responsabilidad, porque si se quiere el poder hay que aceptar la responsabilidad, y los actos tienen consecuencias”.

Claro que hay maneras de explorar, incluso la maldad, y de ejercitarnos en todo tipo de metamorfosis,  sin sufrir  consecuencias negativas en la vida real y sin dejar por ello de crecer en humanidad;  eso  es precisamente lo que se logra a través de algunos tipos de transmutaciones, por ejemplo, a través de las manifestaciones artísticas: imaginamos otras vidas posibles, cultivamos diferentes alternativas, etcétera.

Porque  metamorfosis no es sólo recuperar nuestra posibilidad de sentir y aceptar como propios muchos estados de ánimo en la vida real, es también nuestra posibilidad de explorar otras formas de ser… ¡aunque sean virtuales!, y en ese sentido, la literatura es una fuente inagotable de posibilidades. Pues, como dice Atwood: “Si escribir novelas, y leerlas, tiene algún valor de redención social, tal vez es porque obliga a imaginar cómo es ser otra persona” …a lo que habría que agregar que, gracias a nuestra capacidad de juego y de metamorfosis podemos crecer en tantas direcciones que bien podríamos imaginar que nos transformamos no sólo en otras personas sino también en animales… ¡y cosas!, como nos lo demuestra Oliverio Girondo en su bellísimo poema ‘Transmigraciones’, del que transcribo sólo una parte (la versión completa se encuentra fácilmente en Internet):

“A unos les gusta el alpinismo. A otros les entretiene el dominó. A mi me encanta la transmigración.

Mientras aquéllos se pasan la vida colgados de una soga o pegando puñetazos a una mesa, yo no me canso nunca de transmigrar. Desde el amanecer, me instalo en algún eucalipto a respirar la brisa de la mañana. Duermo una siesta mineral, dentro de la primera piedra que hallo en mi camino, y antes del anochecer ya estoy pensando la noche y las chimeneas con un espíritu de gato.

¡Qué delicia la de metamorfosearse en abejorro, la de sorber el polen de las rosas! ¡Qué voluptuosidad la de ser tierra, la de sentirse penetrado de tubérculos, de raíces, de una vida latente que nos fecunda…y nos hace cosquillas!….Por eso a mi me gusta meterme en las vidas ajenas, vivir todas sus secreciones, todas sus esperanzas, sus buenos y malos humores. ¡Ah!, el encanto de haber sido camello, zanahoria, manzana, y la satisfacción de comprender, a fondo, la pereza de los remansos…y de los camaleones!…¡Pensar que durante toda su existencia, la mayoría de los hombres no han sido ni siquiera mujer!…¿Cómo es posible que no se aburran de sus apetitos, de sus espasmos y que no necesiten experimentar, de vez en cuando, los de las cucarachas…los de las madreselvas?. Aunque me he puesto muchas veces un cerebro de imbécil, jamás he comprendido que se pueda vivir, eternamente, con un mismo esqueleto,  y un mismo sexo. Cuando la vida es demasiado humana –¡únicamente humana!– el mecanismo de pensar ¿no resulta una enfermedad más larga y más aburrida que cualquier otra?. Yo, al menos, tengo la certidumbre que no hubiera podido soportarla sin esa aptitud de evasión, que me permite trasladarme adonde yo no estoy: ser hormiga, jirafa, poner un huevo, y lo que es más importante aún, encontrarme conmigo mismo en el momento en que me había olvidado, casi completamente, de mi propia existencia”.

Así, recuperar nuestra capacidad de metamorfosis es recuperar la libertad de entrar  en “ese espacio imaginario en el que nadie es dueño de la verdad y todo el mundo tiene derecho a ser comprendido”, tal y como nos recuerda Milán Kundera en El arte de la novela (Tusquets, Editores 2004). Inicié este collage con ejemplos literarios de metamorfosis, y deseo terminar con un libro que nos interroga sobre el porvenir de la literatura y su valor para la Humanidad. En ‘Seis propuestas para un nuevo milenio’ (Siruela 2001), Italo Calvino nos muestra la   ‘función existencial’ de la literatura y a su manera nos habla de las metamorfosis cuando hace referencia a   “la búsqueda de levedad como reacción al peso de vivir”, tema en el que profundiza diciendo:

“Acostumbrado a considerar la literatura como búsqueda de conocimiento, para moverme en el terreno existencial necesito considerarlo extensivo a la antropología, a la etnología, a la mitología. A la precariedad de la existencia de la tribu –sequías, enfermedades, influjos malignos—el chamán respondía anulando el peso de su cuerpo, transportándose en vuelo a otro mundo, a otro nivel de percepción donde podía encontrar fuerzas para modificar la realidad. En siglos y civilizaciones más cercanas a nosotros, en las aldeas donde la mujer soportaba el peso mayor de una vida de constricciones, las brujas volaban de noche en el palo de la escoba o en vehículos más livianos, como espigas o briznas de paja. Antes de ser codificadas por los inquisidores, estas visiones formaban parte de lo imaginario popular o, digamos, también de lo vivido. Creo que este nexo entre levitación deseada y privación padecida es una constante antropológica. Este dispositivo antropológico es lo que la literatura perpetúa”.

Si, como dice Margaret Atwood, describir un mundo en el que las mujeres ya son iguales a los hombres en poder, en oportunidades y en libertad de movimientos, es una abdicación similar a la de definir a las mujeres como indefensas y a los hombres como todopoderosos, tal vez podamos salirnos de ambas abdicaciones a través del diálogo, de la mutua observación, del debate de ideas y deseos, fantaseando y conversando sobre lo que nos gustaría,  empezando  por salirnos de nuestros  rígidos roles a través de los juegos y ejercitando esa capacidad de  metamorfosis  que nos permite crecer en ‘múltiples direcciones’. En resumen, soñando otras vidas posibles, dejando por  momentos  la pesadez del mundo real para re-crearnos como hombres y mujeres en busca de otras posibilidades de convivencia creadas a través de las palabras, la sensibilidad  y la  imaginación. Esa, querido Adán, es mi propuesta para vos en este nuevo  milenio ¿la aceptás?

 

Estudio 1 - La fierecilla domada[1]
21 mar 1979

Un rico paduano, Bautista, tiene dos hijas de carácter muy diferente. En el reparto, entre otros, Teresa Rabal, Carlos Ballesteros, Agustín González, Manuel Alexandre y Verónica Forqué.

Nuria Rodríguez Gonzalo
lisistrata01@gmail.com

 

Publicado, originalmente, , el texto, en "El País (Costa Rica):  http://www.elpais.cr/  el 8 de octubre de 2015

 

Link: http://www.elpais.cr/2015/10/08/la-maldicion-de-eva/

 

Imágenes y video disponibles en la red agregados por el editor de Letras Uruguay- Twitter: @echinope
 

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