Una nueva versión del integrismo
Germán Rodas Chaves
grodas@uasb.edu.ec 

Vivimos un mundo en el cual quienes ejercen, en todos los ámbitos, el poder real han configurado sociedades a cuyo interior el debate de las ideas ha sido sustituido por la farándula política y cultural, mientras un arquetipo de ficciones, que el "establishment" ha fabricado, se constituye en eje ideológico de referencia de la vida cotidiana de los ciudadanos.  En este orden de cosas, el diálogo civilizado se descarta, la búsqueda de los consensos no existe y el respeto de la diversidad se transforma en ilusión constante.

 

De esta forma la nueva versión del integrismo, -entendido como una conducta hegemónica y sectaria que una vez que ha construido su andamiaje de sometimiento a los demás se vuelve contrario a cualquier cambio-,  se constituye hoy en el mayor peligro para el porvenir de los pueblos, pues aquello de suponer, -o de hacernos creer-, que se posee una verdad absoluta (por ejemplo en el manejo de la economía)  y que por ello debe ser impuesta sobre los conglomerados sociales, no solo que se constituye en una aberración, sino que, fundamentalmente, impide el desarrollo adecuado de las sociedades.

 

Por lo afirmado, el integrismo no solamente debe ser entendido como una fe religiosa o política que pretende identificarse con la forma cultural o institucional de un conglomerado, sino que debe ser mirado, además, como un instrumento que supone tener respuesta para todo, -especialmente en el mundo de la economía y de la política-, como en su momento lo hace cualquier tipo de fundamentalismo en el mundo de las ideas religiosas a nombre de una concepción arcaica y positivista de la ciencia.

 

Así, la nueva versión del integrismo plantea un problema que tiene sus raíces en la economía y en la política, pero que también afecta al mundo de la subjetividad humana, amenazando, por ello, al género humano al cual se lo pretende despojar de toda capacidad de respuesta, de acción recurrente y contestataria al sistema impuesto, vulnerando, de esta manera, sus derechos individuales y colectivos, y, además, enredándolo en un  entretenimiento perverso al que suelen llamar democracia.

 

De esta forma, el modelo social y económico vigentes, han adoptado los mismos componentes del integrismo clásico: niega toda posibilidad al desarrollo real de los pueblos a nombre de ser el dueño de la verdad, -aquella verdad que enriquece a unos cuantos y que explota a los demás-; apela a toda forma de inmovilismo una vez que sus puntos de vista son hegemónicos, por lo tanto es intolerante, dogmático y, finalmente, se caracteriza por su intransigencia.

 

Para enfrentar esta realidad, -y los peligros que devienen de ella-,  no es posible hacer concesiones.  Las concesiones nacen del error de creer que al tomar prestadas algunas de las tesis que defiende el actual integrismo, será posible reducirle la clientela.  Tampoco se puede articular un mundo de distracciones o de desviaciones de los problemas reales a fin de posponer la confrontación con las nuevas versiones del integrismo.  Menos aún debe optarse por la represión o la atemorización para aniquilar a los sustentadores del integrismo.  A contrapelo, el camino que se debe recorrer debe propiciar que se pueda evidenciar las limitaciones de los fundamentalistas económicos y sociales de esta época a más de desarrollar la capacidad de proponer soluciones a los conflictos que ellos han generado y que pretenden esconderlos o dejarlos sin tratamiento alguno.  En suma, junto al debate de las ideas, debe acompañarse las propuestas y las soluciones a los conflictos vigentes.  Se trata no solo de responder, sino de proponer.  Lo demás llegará luego, tanto más cuando las falsas respuestas de los integristas, despierten a los sujetos sociales ante el sentido de las verdadera preguntas.

 

Como ningún problema se puede resolver en el marco de una comunidad parcial, en razón de una interdependencia universal, el integrismo religioso, político o económico se ha transformado en un enemigo peligroso.  En este panorama es menester descubrir todos los caminos que nos permitan abandonar la jungla suicida de los individualismos, los fanatismos de creencias, el absolutismo de las ideas, la práctica que tan solo da cuenta de posturas pragmáticas y no mira el bienestar o el daño que a los demás se infringe.  Es imperativo, incluso, cuestionar nuestras propias certidumbres a fin  de no excluir todo aquello que no sea "nuestra verdad".

 

La victoria del futuro sobre el pasado será una victoria de la razón, y las armas de esa misma victoria constituirán la defensa de lo plural, el respeto a los demás, la confrontación civilizada del mundo de las ideas, la ruptura con las hegemonías y la búsqueda de la justicia y la equidad.  El pertrecho en la construcción de un mundo mejor, entonces, no está favorecido por las irreductibles posiciones conceptuales, menos aún cuando estas olvidan los intereses de las grandes colectividades.

 

La propuesta de todo integrismo, -que reduce un método, una fé, una política económica o social a la simplicidad de la imposición-, va acompañada de prácticas inquisitorias, consecuencia ineludible de todo dogmatismo.  Frente a esta realidad estructural del integrismo debe proclamarse la vigencia plena de las libertades, de tal manera que el literalismo, el formalismo y la pretensión exclusiva de ser dueños de las verdades, no constituyan la antesala de muchas otras decadencias.

 

Toda educación, todo arte, toda política, toda técnica, toda comunicación que no contribuya a esta toma de conciencia sobre lo que es propiamente indispensable para la humanidad, -y no solo de beneficio para una élite-, nos conducirá a un suicidio planetario.  Salvemos la aldea global, pero sobre todo dignifiquemos y protejamos al género humano, en donde cada ser sólo existe en relación con todos los demás. 

Germán Rodas Chaves
Tomado de la Sección Artes del diario La Hora, Quito, Ecuador

Autorizado por el autor
La Hora

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