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La oropéndola
Germán Rodas Chaves
grodas@uasb.edu.ec 

En el año 2.009 obtuvo el premio Nóbel de Literatura Herta Muller, poetisa, ensayista novelista de nacionalidad Rumana. La extraordinaria escritora había abandonado su Patria a consecuencia de la persecución política desatada en su contra por el régimen estalinista de Ceausescu, régimen que la hizo huir hacia a Alemania, sin nada más que unos cuantos libros.

 

Recién llegada a Berlín, mucho antes de ser galardonada con el mayor premio de la literatura universal, la escritora Muller fue abordada por la prensa que la inquirió sobre varios temas; entre tantas averiguaciones hubo dos preguntas que, por sus respuestas, permitió a sus lectores adentrarse de mejor manera en su personalidad  y en su profunda sensibilidad.

 

Cuando le averiguaron ¿qué espera de su país? Ella afirmó “que encuentre la democracia” y cuando le interrogaron ¿y que espera para usted? la escritora, sin titubeos, dijo “la felicidad, nada más que eso…la felicidad, la misma que tiene la oropéndola”.

 

Parecería que las dos afirmaciones de Herta no tienen relación entre sí. Suenan asimétricas, distintas. Nada más falso. Son complementarias. Son una misma cosa y constituyen, en la vida, una absoluta complementariedad.

 

El profundo anhelo de esta notable intelectual para que su país, entonces gobernado por un modelo autoritario, alcanzará la democracia -que no es lo mismo que encolumnar varias veces y cada cierto tiempo a los ciudadanos para que sufraguen a favor de una u otra candidatura-  constituía para ella la búsqueda de un bien preciado que, una vez logrado, debía contribuir al bienestar de los individuos.

 

Desde su propia experiencia se refirió a la búsqueda de una aspiración de profunda significación; de una necesidad urgente para sí y para su pueblo.  Felicidad, insistió la talentosa escritora, como la que posee la oropéndola, el ave de las regiones templadas del hemisferio norte que a pesar de su pequeño tamaño alcanza, en las migraciones, alturas impensable para su frágil cuerpo, y en cuya circunstancia teje sus movimientos de libertad para cruzar los cielos.

 

No hay duda que pensar y escribir constituyeron parte de la felicidad de la escritora rumana; como es obvio que, una mujer tan sensitiva como ella, aún la circunstancia de mirar la caída del sol que de a poco quitaba la luminosidad a los edificios prusianos de esa Berlín llena de avenidas largas y anchas, también debió haber favorecido para que se abrevara de nuevas sensaciones que le purificaron, a manera de bálsamo, su interioridad.

 

Y todo aquello porque la felicidad es a veces tan poco…y es al mismo tiempo tanto… al extremo que la buscamos por diversas aristas y cuando creemos que la tenemos, se nos esfuma….o nos la arrebatan… o no la apreciamos en el punto equidistante que se halla…

 

Pero no es menos verdad que gozar de un mundo sin injusticias, de libertades absolutas, constituye la misma sensación de plenitud que debe experimentar la oropéndola al cruzar en vuelo raudo y gozoso de un punto geográfico a otro.  Tenía, entonces, tanta razón Herta Muller cuyas frases siguen dando vueltas acrobáticas en la conciencia del género humano.

 

Germán Rodas Chaves
grodas@uasb.edu.ec  / grodasch@yahoo.com
Docente de la Universidad Andina Simón Bolívar. (UASB)
Coordinador Académico del Taller de Historia de la Salud en el Ecuador de la UASB
Responsable de las Mesas de Dialogo Salud-Colectividad.
www.uasb.edu.ec


Tomado de la Sección Artes del diario La Hora, Quito, Ecuador

Autorizado por el autor
La Hora

 

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