Justo Sierra: un pensador ilustre
Germán Rodas Chaves
grodas@uasb.edu.ec 

Justo Sierra Méndez, posiblemente el pensador mexicano más controversial de finales del siglo 19 e inicios del 20, nació en México, en la ciudad de San Francisco de Campeche, el 26 de enero de 1848.  Sesenta y cuatro años después, el 13 de septiembre de 1912, falleció en Madrid, en donde cumplía misión diplomática en representación del gobierno de Francisco Madero, el mismo que, un año atrás, había sustituido a la dictadura de Porfirio Díaz.

 

Sierra perdió a su padre cuando alcanzó los trece años de edad y, entonces, se trasladó, junto a su madre y a sus hermanos, a la ciudad de México para culminar sus estudios secundarios.  En aquel período fue ya un activista en contra de la intervención francesa en México.  Su formación académica la inició en  las aulas del colegio San Idelfonso, el mismo que por ley de la República se convirtió, gracias a la iniciativa de Gabino Barreda, en Escuela Nacional Preparatoria, primer centro difusor del pensamiento positivista en México.

 

Justo Sierra en 1871 se recibió de licenciado en Derecho y ya por aquel entonces su nombre tenía prestigio en los principales círculos culturales mexicanos, desde los cuales desplegó su enorme tarea como pintor, poeta, escritor, orador y periodista.  Por aquellos años, asimismo, Sierra inició una fecunda amistad con el cubano José Marti con quién se identificó no solamente en el plano de la relación académica, sino que compartió con aquel los ideales independentistas de la Isla mayor de Las Antillas que para entonces ocupaban el trajín cotidiano del insigne cubano.

 

En el transcurso de la década de los años 70 del siglo 19, -década llena de convulsiones políticas y sociales en México-, Sierra fue definiendo su perfil político en medio de sus confrontaciones ideológicas con los grupos conservadores y con ciertos sectores del llamado liberalismo.

 

Con el advenimiento de Porfirio Díaz al poder, en quien Sierra confió en un primer momento, el mexicano mentor de estas líneas volvió explícita su condición de ideólogo de los grupos burgueses mexicanos interesados en un desarrollo auténtico de la riqueza nacional, para cuyo efecto consideraron que era menester dar fin a toda anarquía y facilitar una paz férrea, como condiciones inaplazables para poner en marcha las reformas que demandaba la sociedad de aquel entonces. 

 

Dichos objetivos, -divulgados por la pluma de Sierra en las páginas del periódico "La Libertad" desde 1878 hasta 1885-, solamente serían posibles si se fortalecía al Estado, conforme la visión del positivismo de orientación medularmente spenceriana, y por ello Sierra se esforzó en demostrar que la historia de México había sido un caos, frente a cuya circunstancia era impostergable actuar en la búsqueda de un orden social que permitiera, también, el progreso, asunto que no sería posible si no se construía un gobierno fuerte y, de otro lado, capaz de evitar cualquier amago expansionista proveniente desde los Estados Unidos de Norteamérica, expansionismo que, a criterio de Sierra, impediría que su propuesta de "nacionalizar la ciencia" y mexicanizar el saber" fuesen una realidad.

 

En efecto, Sierra estuvo formado filosóficamente en el positivismo comtiano que fuera introducido en México por Barreda y posteriormente en el pensamiento, también positivista, de Spencer y Mill, de cuyas influencias nacieron sus concepciones sobre la sociedad y la historia mexicanas, así como su visión respecto del rol de la pedagogía y de la educación que intentó impulsar en su país.  Empero, más allá de la formación filosófica a la que hago mención, Justo Sierra logró imprimir un sello personal a la interpretación del positivismo, debido a lo cual sus reflexiones acerca del papel del Estado y su relación con la libertad y autogestión de los individuos tuvieron enorme trascendencia, así como su percepción de que no era posible transitar "por el exclusivismo postivista" le permitieron incidir para que otras escuelas filosóficas no quedasen marginadas, especialmente, en la educación superior de aquel periodo histórico mexicano.

 

Esta conducta asumida en el entorno de su formación académica, le permitieron a Sierra en un momento determinado el que pusiese distancias con el régimen de Porfirio Díaz, al punto que no se arredró en señalar a dicha dictadura la necesidad de fortalecer la gestión del poder legislativo y la necesidad de dotarle a la función judicial de la autonomía suficiente para su cabal funcionamiento, asuntos estos que habiendo contrariado las apetencias de poder de Díaz, alejaron a Sierra del gobernante mexicano, lo cual se tradujo, en el campo de las ideas de Sierra Méndez, en una defensa expresa del método científico del positivismo y en una condena al contenido doctrinario de dicho sistema filosófico.

 

La evolución del pensamiento de Sierra lo llevó, posteriormente, a aceptar, en una especie de fundición ecléctica, las ideas de Husserl, Scheler, Bergson, entre otros, y le permitió, en lo político, afianzar la lucha por una sociedad más democrática y plural, lo cual se tradujo en su apoyo a Francisco Madero.

 

El legado de Sierra, a los 92 años de su muerte, está en haber dejado una huella importante después de que asumiera, -en la teoría y en la práctica-, una actitud crítica al doctrinarismo, así como en su reclamo patriótico, -cuando concibió la necesidad de "nacionalizar la ciencia y mexicanizar el saber"-, al haber propuesto una confrontación esencialmente antimperialista en la perspectiva de favorecer lo que este talentoso mexicano llamaría "la búsqueda del alma nacional", aquella que hoy debe ser entendida en "nuestra América" como la construcción del Estado Nacional a partir de comprender que es inaceptable la sumisión a cualquier interés que rasga la conciencia, anula la dignidad, lacera la soberanía y ofende a la Patria.  

Germán Rodas Chaves
Tomado de la Sección Artes del diario La Hora, Quito, Ecuador (2007)

Autorizado por el autor
La Hora

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