América Latina luego de la “Guerra Fría”
Germán Rodas Chaves
grodas@uasb.edu.ec 

El fin de la Guerra Fría significó un cambio en el marco universal de la bipolaridad existente entre los bloques capitalista y comunista, pues en el orden internacional, para los países que estuvieron fuera del campo del “socialismo real”, la importancia del bloque soviético residió en la calidad del contrapeso que este bloque generó contra el poder de los EE.UU. al cual, entonces, se le opuso una alternativa de comercio, de inversiones, de créditos y de armamentismo.  La asimetría frente a los Estados Unidos de Norte América fue, en este panorama, un espacio de alianza autónomo respecto al mercado capitalista internacional.

 

Después de la posguerra han surgido escenarios distintos tanto más que somos testigos de los límites a los que ha llegado el combate por la independencia nacional, asunto que fue un factor constitutivo importante del periodo anterior.  Este hecho sustantivo exige pensar nuevas bases de las relaciones entre las luchas sociales en los países capitalistas avanzados y los países con economía capitalista dependiente.  En efecto, el nuevo telón de fondo inicialmente propuso el reino de los Estados Unidos como única  superpotencia en el mundo. Pero la realidad es más compleja pues cuando se analiza el conjunto de factores que configuran el “poder real” de Estados Unidos para modelar el sistema internacional, se constata que aunque “quisieran” ya no disponen del conjunto de capacidades necesarias para retomar su papel hegemónico mundial.

 

Se supone que una potencia para ser hegemónica debe tener la capacidad de integrar al conjunto del mercado mundial. Esto requiere que sus empresas sean mejores, más eficientes y competitivas en el plano de la producción, el comercio y las finanzas. Sin embargo, en el nivel económico (comercio internacional, sistema financiero, sistema monetario), Estados Unidos requiere cada vez más el alcanzar acuerdos con los otros miembros de la tríada metropolitana, esto es con la Unión Europea y el Japón.

 

En el plano político, aunque es evidente que EE.UU. es el único actor con un juego político global, éste, para ser efectivo, demanda de la colaboración de otras potencias y de países de peso regional para el procesamiento de conflictos internacionales.  Es entonces la abrumadora superioridad militar estadounidense la que le permite frenar su pérdida de peso político en el sistema internacional.  Por ello más que hablar de "hegemonía" se debe hablar de "dominación" estadounidense, entendiendo por ésta la capacidad de aplicar la fuerza, asunto que desencadena, -como en efecto ha ocurrido-,  una situación internacional crecientemente inestable y potencialmente explosiva.

 

Precisamente por lo expuesto, es decir a pesar del ritmo conservador impuesto en el plano mundial, en América Latina y el Caribe (ALC) nos encontramos en una nueva fase política. Si bien ALC es la única área del mundo con una historia continua de transformaciones y luchas políticas radicales desde hace un siglo, es ahora cuando se presenta una gran oportunidad de transformación.

                                    

En efecto, es en este escenario, - el de la América Latina-, donde se observan, con notoriedad plena, los efectos nocivos por la aplicación de las políticas neoliberales y, a contrapelo, se constata el lugar de respuesta político-social más avanzado. Movilizaciones de resistencia han acompañado todo el ciclo, organizaciones populares se han fortalecido en esa lucha y partidos de izquierda han avanzado en un proceso de acumulación de fuerzas que incluso les ha permitido canalizar esa energía social en los primeros intentos de conducción estatal alternativa. A más de aquello tenemos en la región irrupciones de protesta de gran envergadura y las redes internacionales más importantes del momento.

 

La movilización social referida se inscribe en el objetivo de la construcción y profundización de la democracia política, asociada a una verdadera democracia económica y social, que, al mismo tiempo, constituya nuevos espacios para revitalizar la democracia republicana clásica, pues de las experiencias populares mundiales debemos recuperar el hecho de que no se produce el cambio democrático sin la inclusión de las estructuras formales del Estado.

 

Por todo lo afirmado es hora de dotar de cuerpo al gran sueño de la Patria Grande. Y esto comienza, a lo inmediato, con la creación/consolidación de una institucionalidad latinoamericana y la conformación de un actor político continental.  Por ello es necesario impulsar, rediseñar y articular los incipientes procesos de integración subregionales, dotándoles de un mayor sentido social, político y económico integral y propiciando entre ellos un esquema de interrelación permanente.

Al calor de estas expectativas, entre otras cosas, veo con esperanza, dado el peso de Brasil y las características del PT, la apuesta del gobierno de Lula por la integración regional, la misma que generó en Sudamérica un bloque geopolítico, de importante peso, -aunque heterogéneo y de cohesión-consolidación inciertas-, y con una agenda propia y una dinámica que busca todo tipo de independencia, lo cual puede abrirle a la región un margen de maniobra internacional importante.

 

En este sentido, ahora más que nunca, el proyecto político y económico de nuestra región, -América Latina-, juega su futuro en la integración regional.  La reestructuración de los estados-nación, en medio de su debilitamiento por la políticas neoliberales, requiere de respuestas políticas que apuesten por integraciones regionales que, a su vez, permitan una reinserción soberana para una mayor libertad de movimientos respecto de las grandes unidades económicas existentes en el planeta.  El reto está planteado y nuestro País ya no puede mantenerse distante a toda estas circunstancias.

Germán Rodas Chaves
Tomado de la Sección Artes del diario La Hora, Quito, Ecuador

Autorizado por el autor
La Hora

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