Sólo cuando comienza a hablar con ese timbre claro pero suave, típica voz masculina del país de las arpas, uno descubre que es un caracol: es consigo que lleva su casa y sus frondosas vivencias. Porque vivió fuera de su país, condenado por condenar sus dictaduras militares desde 1947 a 1983. Regresó para asumir desde allí, como antes lo hiciera desde Buenos Aires y París (sus patrias adoptivas), el maridaje de la literatura y el presente histórico, llamando a los trabajadores de la cultura a "transformar el soplo siniestro de la pesadilla en el aire vital de la sobrevivencia posible".
FICCIONES Y DOCUMENTOS
-Los historiadores paraguayos están enojados porque fuera de Paraguay se conoce más su versión del Supremo que los análisis de ellos. ¿Lo absolvieron?
-No, creo que no. Comprensible, además, porque yo me jacto mucho de burlarme de la historia. Pero esto también es un elemento de titiritero, confieso que yo mismo no creo eso. Es que es una manera de burlarme de mi propia debilidad, que es la de no saber imaginarme la Historia como hecho real.
-La historia está necesariamente atravesada por la imaginación, inherente a la reconstrucción.
-Y de dudas, sobre todo. Ese margen de incertidumbres que reina en ese juego de diversas versiones y formas, porque una manera de contar puede transformar radicalmente una historia.
Esto se ve en Gibbon o en cualquiera de los grandes historiadores. Una manera de contar es una manera de falsear la historia. Y hay muchísimos métodos para hacerlo. Todos los que leemos los libros de historia, no profesionalmente sino por la necesidad de saber los hechos, nos encontramos con la variabilidad de los elementos que confluyen para producir un hecho histórico. Y a veces las verdaderas causas quedan como enigmas. Porque la historia es un género de ficción, pero ficciones de otra especie.
Hay muchas cosas que no dan los documentos y que hay que imaginar. Incluso la interpretación de un documento puede ser variada indefinidamente. Yo he leído siempre buscando la naturaleza de la condición humana, cuya base es, justamente, la contradicción. Estudié mucho tiempo, por afición personal, el psicoanálisis. Leía historias clínicas, leía Freud, Jung, y encontré que eran historias como las que uno escribe, solamente que sobre la base de seres con fallas en su integridad mental.
-¿Como fue el proceso de elaboración de Yo, el Supremo? Porque figuran decenas de documentos y libros de época.
-Ah! Yo leí muy poco. Si hubiera leído mucho no hubiera podido escribir. Yo tomo dos o tres líneas centrales de la personalidad, la trayectoria o de la historia humana o política del personaje y después sobre eso invento. Porque yo no hago historia. La historia es un modo de ficción aún más falso que la ficción verdadera, porque con los mismos documentos que se escribe un hecho histórico determinado se pueden describir acontecimientos totalmente opuestos. Para mí la historia no es una ciencia. Es un juego de azar, encontrar documentos pertinentes para sustentar cualquier clase de teoría.
-¿Usted suscribiría, entonces, esa definición que dice que son ficciones verosímiles?
-Sí, me gusta mucho, confirma lo que yo pienso: la historia es un género de ficción, sólo que con el elemento novelesco de que utiliza documentos para fundamentar sus afirmaciones.
-Pero la sensación que da su libro es que usted utilizó cantidad de documentos.
-Eso es fingido.
-Pero hay datos reales.
-Es que para justificar la mentira hay que decir de vez en cuando una verdad, si no nadie la cree.
-Usted escribe que el dictador Francia "provocaba espejismos, dejaba falsos jinetes en las puertas de ingreso al Paraguay".
¿De qué se alimenta esa elaboración suya de los espejismos?
-En el hecho de creer que gran parte de la famosa realidad concreta son fenómenos de espejismo, de refracción. La mayor parte de las creencias, incluso de las religiones, brotan de aspiraciones que han sido truncadas o negadas por la historia misma y se han bifurcado, roto en varios fragmentos. Esa especie de reverbero de los cristales rotos, un gran espejo cósmico que no se llegó nunca a unificar. Usted no debe olvidar que está hablando con un inventor de ficciones. Yo supe enseguida que no podía ser historiador, porque me encanta modificar las situaciones, de acuerdo al momento en que yo estoy tomando contacto con ese hecho histórico o con las opiniones de un autor determinado. Me cuesta mucho leer una historia. En el momento de hacerlo yo ya estoy transformándola, en varias versiones simultáneas, que compiten y que incluso se niegan entre sí.
-Usted hizo una versión teatral de Yo el Supremo.
-Sí, y tuvo mucho éxito. Yo creí que no lo tendría, porque era un texto difícil como novela. En la versión teatral traté de superar esa dificultad de lectura que tenía la novela. Desaparece la voz en off y los personajes se presentan a sí mismos.
-Es siempre el escritor, pero de otra manera.
-Sí, porque el lector no se esconde pero se desdobla en los personajes. Por ahí es que siempre me impresionó esa frase de Bernard Shaw que dice que el escritor, si es auténtico, debe ser el más noble de sus personajes. Y claro, ese arco que va de la infamia a la honorabilidad, o del bien al mal, no aparece en una narración pura, en la que sólo predomine la belleza absoluta o el bien absoluto, o la justicia plena. La realidad está hecha de contradicciones, es dialéctica.
EL JUEGO DEL AZAR
-Observo que recurre frecuentemente a la dialéctica.
-Es que no desde Marx, sino desde mucho antes, desde los griegos, rige ese principio. La realidad toda se compone de fases, de momentos, de contradicciones.
-Usted hace ahora una lectura muy crítica del marxismo, pero tuvo una aproximación a él en algún momento.
-Como teoría y filosofía política siempre me interesó mucho el marxismo. Y el argumento que yo tenía contra los comunistas, sobre todo los de mi país, era que ellos no eran marxistas. "Ustedes son stalinistas, son partidarios del que vino a destruir todas las teorías de Marx, yo no puedo tener respeto por ustedes, pues son falsificadores". Claro, eso les dolía mucho, pero no tenían argumentos para rebatirme, tampoco. Siempre me atraían al Partido Comunista, y yo les decía que no podía estar con ellos, "salvo que puedan ustedes registrarme, ya de entrada, como traidor, porque si entro al Partido Comunista, entro como traidor potencial".
-Lo calificaron en algún momento como "humanista de izquierda". ¿Qué le parece hoy esa etiqueta?
-Habría que situar, porque izquierda y derecha hoy ya no significan nada. Y depende un poco de lo que se quiera entender por izquierda y por humanista. Yo volvería a los viejos términos "progresista" o "reaccionario". Porque yo de izquierda no sé si soy, pero quiero ser progresista. Quiero que la historia avance y no retroceda.
-¿Confía en esa lógica de la historia como un proceso de avance y con una dirección precisa?
-Deseo el avance, pero en la historia hay un juego inevitable de contradicciones y no se puede saber cuál de los elementos tendrá primacía.
-¿Se siente moderno o posmoderno?
-Un poquito más allá y un poquito más acá de las dos cosas. No creo mucho en las definiciones, me evado siempre de ellas, porque aceptar una definición es someterse a una presión, a una determinada imagen o filosofía, y a mí me gusta lo que fluye. Nunca se puede saber qué roca, qué pedregullo puede desviar el avance del agua. Para mí la imagen de la vida es la afluencia del agua. y la fuerza del fuego. Son claves de mi cosmovisión.
-¿Y de la posmodernidad qué le parece positivo?
-Me cuesta mucho hacer ese salto de la modernidad a la posmodernidad. No creo que haya rupturas ni fronteras entre ambas, creo que se continúan y a veces se contradicen, de manera que algunos elementos de la modernidad están todavía más claramente definidos en la posmodernidad. Y que la posmodernidad no es más que una cobertura óptica para disfrazar esa presencia.
ELLAS AL PODER
-¿Qué rescataría del proyecto moderno como lo aún defendible?
-La democracia, el sentido de igualdad de posibilidades para todos. Posibilidades: no creo mucho en lo que establezcan desde los principios las diferentes cuotas del poder. Yo defiendo siempre a la mujer. Yo soy partidario de la mujer como el ser por antonomasia superior en la creación humana. Por el simple hecho de su superioridad biológica: la mujer es dadora de vida. El hombre es un polinizador: el insecto que se posa, deja polen y se va. La mujer es la que queda y da vida. La defiendo además, porque la mujer es la protagonista absoluta de la historia del Paraguay. He visto en las sencillas mujeres de pueblo, en mi propia madre (para mí el ejemplo mayor), el poder espiritual y físico, la resistencia, la tenacidad, la paciencia, la capacidad de esperar y de esperanza que tiene como superior la mujer frente al hombre. El hombre me parece por definición el ser dubitativo, débil, que depende de la mujer. Uno de los grandes sofismas de la historia es haber creído en la superioridad del hombre, simplemente por su mayor poder físico y el avance histórico derivado de su inventiva de máquinas y elementos técnicos. Sin la mujer esos avances no hubieran podido realizarse. Si entro en política en Paraguay voy a defender la candidatura de la mujer como gobernante.
-¿Está considerando esa posibilidad?
-Tengo muchas ofertas, pero... la experiencia me ha hecho tener los ojos muy escrutadores, ya nadie puede engañarme con respecto a lo que me interesa. Respecto a lo demás yo me dejo engañar, un poco por deporte. Me encanta que me engañen. El día que yo vea sentada a una mujer en el sillón de López, ese día yo voy a creer que ha empezado la democracia en el Paraguay. Porque hasta ahora de democracia no veo ni siquiera el trapo.
-¿Ingresaría en algún partido ya establecido o buscaría que esa transformación partiera de algo completamente distinto?
-¡Distinto! Yo no me siento tampoco inventor de un partido, pero creo que no podría funcionar en un partido tradicional o tendría que formar mi propio partido, o hacer que se incorpore a un nuevo movimiento ya en marcha. La política en sí mucho no me interesa, porque concurren en ella tantos factores de incertidumbre y de negación en la política cimarrona que practicamos todavía aquí en América. Aunque no es privativo de América. En Francia, donde he estado mucho tiempo, he visto cómo la política sigue siendo una ficción, valiosa, porque de todas maneras es un camino, pero que no aporta ningún sentido.
-¿Hay pensamiento crítico auténtico en Paraguay?
-Carecemos totalmente de pensamiento crítico en Paraguay, esto es una rémora terrible que nos ha impedido progresar. No sabemos distinguir. Para mí esto se ve a través de nuestro destino: Paraguay es un país condenado a la extinción. Algunos han interpretado esto muy mal, como si yo predicara el fin del Paraguay. Es un país que ha venido desmoronándose, un pedazo de la provincia gigante de las Indias, hasta llegar a lo que es hoy. Lo que queda es apenas la choza de los primitivos moradores. La extinción no supone la desaparición, supone la transformación en otra cosa. Ya quisiera yo que Paraguay se convirtiera en un estado brasileño, para desde ahí ser paraguayo.
-El Mercosur, la globalizacton... son desafíos muy grandes.
-Las noblezas auténticas de nuestros países se han descuidado en esa especie de escala de eficiencias y deficiencias de las actividades humanas que nos rige. Esa es nuestra fuerza, nuestro poder. Yo creo que un proceso que carezca de fuerza espiritual está condenado al fracaso. Y acá se ha tendido a reforzar los elementos no espirituales sino pragmáticos y utilitarios y esos son justamente los que están condenados siempre a
perimir. |