Localismo v. Universalidad


por Augusto Roa Bastos

 

La oposición llana y simple de estos conceptos sólo en apariencia antinómicos ha dejado de tener sentido en la narrativa hispanoamericana actual. En todo caso, no describe su trayectoria en toda su complejidad. Plantea en cambio diversos malentendidos o seudoproblemas, como ocurre siempre con las reducciones simplistas de las fórmulas estereotipadas. ¿Qué. es lo local o regional y qué es lo que debe entenderse por una búsqueda de universalidad en culturas, en literaturas sincréticas por naturaleza como las de Hispanoamérica? No se trata de que buena parte de la producción narrativa de carácter regional esté cerrada sobre sí misma y privada de acceso, por lo tanto, a la universalidad. Tampoco se trata de que esta apertura hacia la universalidad sólo pueda manifestarse en la narrativa urbana. Ni cosmopolitismo es universalismo, ni localismo su negación.

Hacia los años treinta esta confusión podía en cierto modo justificarse. El apogeo de la novela regional (denominada por algún crítico como el tramo de las “novelas ejemplares”) frente al surgimiento de la narrativa urbana pareció convalidar esta tesis. Pero el malentendido se prolongó por varias décadas. Para algunos historiadores de la literatura, “las grandes novelas de América han rectificado el concepto tradicional del género: sus grandes personajes son vitalizaciones de la Naturaleza, la geografía espiritual de los ingentes hechos naturales”. Como se ve, durante mucho tiempo el criterio localista, regionalista, naturalista, predominó como caracterización del género narrativo.

La importancia desmesurada de la geografía frente al hombre, a la sociedad, a la historia, contribuyó a la confusión. En su Meditación del pueblo joven Ortega vio el problema: “Mientras hay tierra de sobra la historia no podía empezar. Cuando el espacio sobra ante el hombre reina aun la geografía que es prehistoria”. Y es evidente que el proceso de avance y madurez de la narrativa (de la literatura en general) se fue dando en la medida en que a la “geografía espiritual de los ingentes hechos naturales” se sobrepuso la geografía humana; es decir cuando las luchas del hombre, los grandes conflictos de la historia y de la sociedad fueron prevaleciendo sobre los “ingentes hechos naturales”.

Si en el comienzo todas las literaturas nacionales hispanoamericanas constituyeron la expresión de esos conflictos locales en los espacios que la fragmentación colonial produjo, su madurez actual ha logrado la fusión de lo regional y lo urbano, en una síntesis que concilia los valores de universalidad como dimensión de la imaginación mítica.

Jorge Luis Borges es el más importante narrador urbano de América hispana: Juan Rulfo, el más importante narrador regional. ¿En qué medida estas categorías diferenciadoras de lo urbano y lo regional influyen en la importancia de sus obras? Desde el punto de vista de la calidad estética, en ninguna; la proyección universalista (como dimensión de lo humano universal) se da tanto en las obras del narrador de Jalisco como en las del de Buenos Aires. Los escenarios importan poco, o importan sólo en la medida en que la cosmovisión personal, las esencias culturales de cada uno, contribuyen a condensar sus experiencias simbólicas, los mundos de su imaginación mítica: la cordillera jalisciense, los páramos de polvo y viento de Comala o la atmósfera abrasada del “llano en llamas”, en el uno; la pampa bonaerense, ese “vértigo horizontal” de la llanura sin límites, húmeda y reverberante como un espejismo, los barrios suburbanos —no la urbe cosmopolita armada de cemento y ruido -, algún pueblo olvidado de la Banda Oriental, el paisaje convertido en una abstracción fantasmagórica, el lugar sin lugar en el que pueden coexistir la vigilia y el sueño, el durmiente y su doble, en el otro. Los rasgos caracterizados surgen desde adentro, desde lo hondo de estos mundos de las utopías y pesadillas de la especie. Surgen como una radiación, no como la representación de los estereotipos tradicionales. Y sin embargo, mirando por lo bajo e insustancial, ¿no es Borges por momentos —casi siempre— tan localista y regionalista como Rulfo? ¿No proyecta éste sus mitos locales y sociales hacia la universalidad de los mitos culturales, los que trae Borges en su viaje desde las viejas culturas centrales de Occidente al arcaico y plano vacío rioplatense? ¿Y no es acaso este necesario topismo localista (como el lugar sin lugar de la imaginación mítica) el que permite a Rulfo y a Borges instalar sus ficciones, cada uno con sus esencias de origen, en el centro de las viejas verdades de la mente y del corazón humanos? Las viejas verdades que sólo pueden vislumbrarse a través de formas siempre nuevas, de excavaciones y revelaciones inéditas: ese rayo de luz, del que hablaba Kafka, que alguien consigue mostrar en el lugar donde siempre estuvo pero donde nadie pudo contemplarlo hasta ese momento.

Los ejemplos de Borges y de Rulfo muestran no una asimilación de tipo comparatista sino dos de los núcleos principales en torno a los cuales se organiza y articula la nebulosa de la expresión hispanoamericana en esto de contar historias imaginarias. Por supuesto se dejan de lado otros problemas —no es éste el lugar para dilucidarlos- como el de las ideologías, las distintas maneras en que actúan sobre el conjunto de las relaciones sociales y culturales las presiones de la dominación y de la dependencia. Esta es otra historia que tiene que ver con la historia real en cuyo ámbito se generan las ficciones.

Lo cierto es que, regional o urbana, localista o universalista, la narrativa hispanoamericana actual busca a través de sus mejores escritores la plenitud de sus experiencias simbólicas en medio de la conmoción y del caos de un continente en ebullición. A veces la imaginación mítica crea su topos que le sirve de refugio y bastión: esa profunda e inagotable nostalgia del lar: la Biblioteca infinita y al mismo tiempo críptica (de cripta) en Borges; el trasmundo de Cómala, esa especie de osario de almas, en Rulfo; ciertas torres o el subterráneo fantasmalizados de Buenos Aires, en Cortázar; o como en las aldeas míticas de Santa María, en Onetti, de Macondo, en García Márquez y muchas otras construidas sobre el limo latinoamericano con los remiscentes vestigios de la Yoknapatawpha sureña de Faulkner.

No es ésta una manera de vendarse los ojos ni de volver la espalda a la historia. Hay en ello tal vez el designio inconsciente de erigir en el espacio de la palabra portadora de mitos el hogar atávico donde ardía el fuego de ja tribu antes de la dispersión. Si en estas “zonas sagradas” de las culturas periféricas sometidas a dominación y a toda clase de exacciones y usurpaciones se congregan los mitos universales confundiéndose con los locales, ofendidos y humillados como éstos, habría que verlos como aliados en la empresa de una reconquista cultural: ésa que vio Martí como la práctica de “un arte de fragua y de caverna que hace un triunfador de cada víctima”.
 

Augusto Roa Bastos

"Jaque" Revista Semanario - Año I Nº 22

Montevideo, viernes 11 al 18 de mayo de 1984

Digitalizado y editado por el editor de Letras Uruguay el día 9 de mayo de 2017, hasta el día de la fecha inédito en la web mundial

 

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