Originalidad de Macedonio Fernández Humorista y filósofo a contramano
por
Jorge
B.
Rivera
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COMO SÓCRATES.
FUE ante todo un filósofo oral y un
estímulo constante para quienes lo
escuchaban. También como el pensador griego, conservó siempre una parsimoniosa
excentricidad tan ignorada como legendaria.
Así Macedonio Fernández (1874-1952)
humorista sutil y filósofo complejo,
pertenece a la leyenda de la literatura bonaerense,
y su aporte explica en parte la obra de grandes como Jorge Luis Borges
o Julio Cortázar.
En la Argentina
cultural de la primera mitad del siglo XX, la que cubre la mayoría de la
vida intelectual de Macedonio Fernández,
la turbia fatalidad de "haber podido ser alguien" en el mundo de
las artes y las letras prendió con cierta fuerza, como uno de los últimos
ramalazos del patetismo romántico. Era más sencillo pensar que se
trataba de un rasgo común a otras sociedades con estructuras e industrias
culturales incipientes, pero, a favor
de la pomposidad de los que efectivamente "llegaron",
terminó por identificarse con las
ideas de marginalidad, tragedia o
heterodoxia bohemia, casi un destino
decretado por dioses poco favorables.
Macedonio se jugó, "macedoniosamente". a no ser una pura apariencia intelectual en un escenario impostado; a trocar por la austeridad, el aislamiento y el desdén de lo mundano, su acceso a los escalafones, los premios, los homenajes y las cátedras que otros cortejaban a veces con obscenidad. Muy tempranamente, a fines del siglo XIX, José Ingenieros se lamentó de su alejamiento, y otros se le plegarán en diferentes momentos.
Borges fomentará en su
tiempo el mito del "socratismo" macedoniano, la leyenda compensatoria
de una riqueza oral que se habría perdido irremediablemente al
convertirse en las espesuras y oscuridades de su prosa. Habría,
entonces, un Macedonio privado e
insustituible, que se manejaba
cautelosamente por medio de interrogaciones y perplejidades,
que enunciaban o encubrían cuestiones fundamentales,
y un Macedonio público de quien se nos advierte
que se resistió siempre a asignarle el menor valor a la palabra escrita.
En el fondo era una forma sutil de diluirlo intelectualmente,
que mostró su verdadero rostro cuando
muchos de sus usuarios "privados" concluyeron por tildarlo de
viejo excéntrico y estrafalario.
El tema de la escritura
macedoniana le complicó siempre las
cosas a quienes hubiesen deseado leer textos suyos de una tersura ensayística
indeleble, y se encontraban por el contrario con construcciones laberínticas
y a veces desmañadas o sólo provisionales. Manuel Mujica Láinez lo trató de "loco y
mamarracho sólo digno de ser escuchado",
y Adolfo Bioy Casares confesó hacia
1976 su perplejidad ante los escritos de Macedonio, cuya fama, al igual
que la de Xul Solar, consideraba en
cierto modo un invento de Borges.
Macedonio pudo ser o
parecer algo atípico en un ambiente formalista y ceremonioso como
el de Buenos Aires de fines y comienzos
de siglo. En definitiva los testimonios
de época lo presentan sin embargo como un hombre de vida austera y de
maneras corteses y reservadas, muy cultor,
al estilo de los viejos porteños, del
mate, el tabaco, el localismo y la
amistad. Lo adornaron, por cierto,
algunas anécdotas tramadas por sus amigos y por su deliberado gusto por
las paradojas y el misterio, aunque no más sospechosas que las que se
suelen atribuir a los personajes más solemnes del campo intelectual
argentino. Por ejemplo Macedonio jamás se permitió las descomunales
flores que Estanislao Zeballos lucía
en sus solapas, ni los sombreros que gastaba Ricardo Rojas. Los propios
responsables de admitir y difundir esas anécdotas, como Borges o Scalabrini Ortiz, alertaron sobre su frágil
consistencia para describir al personaje, del que sólo revelaban una
juguetona vocación por lo insólito y un estilo social poco convencional.
Fue, en lo esencial,
una figura extemporánea o periférica
porque cultivó un "pensar" y una "escritura" que
anticipaban la irrupción de modos nuevos o por lo menos no usuales por
aquellos años, en los que comenzaban a replantearse
cuestiones más cruciales sobre la naturaleza del lenguaje, la escritura,
el conocimiento, la representación. EL RARO
EN SU CONTEXTO. Macedonio no fue exactamente un marginal o un
marginado del campo intelectual. Su "excentricidad" se debe en
todo caso a razones conceptuales más profundas que las del mero repliegue
de ciertas habilidades y solemnidades sociales, a las que él renunció en
forma bastante temprana,
o a las que sólo se acercó para ejercitar su sentido del humor y del
absurdo.
En el primer tramo de
su vida intelectual, entre 1892 y 1904, Macedonio
alternó —como prueba de su inserción
en un contexto cultural bien definido—
con figuras como Leopoldo Lugones,
Juan B. Justo (uno de los fundadores del socialismo argentino), Enrique Larreta,
Jorge Borges (padre de Jorge Luis), Carlos Vega Belgrano,
José Ingenieros, Alberto Ghiraldo. Con
muchos de ellos compartió el difuso ideario utopista y libertario que lo
llevará a intentar la fundación de una colonia de artistas en las selvas
del Paraguay.
Tras una pausa de casi dos décadas, que se cierra
con la muerte de su esposa Elena de Obieta
y con el abandono de la profesión de abogado, Macedonio vuelve a ocupar
un espacio en el campo intelectual rioplatense.
en este caso junto a jóvenes figuras
de la vanguardia de los '20,
como Jorge Luis Borges, Alberto Hidalgo, Raúl Scalabrini
Ortiz, Leopoldo Marechal,
Francisco L.
Bernárdez y Eduardo González Lanuza.
Estos son quienes reconocen la seducción de sus ideas y contribuyen en
gran medida a construir el mito "socrático" del escritor.
Durante esa etapa de revalorización y madurez,
que culmina con la edición de las primeras versiones de No toda es
vigilia
la de los ojos abiertos (1928)
y Papeles de Recienvenido
(1929),
Macedonio publica con cierta asiduidad en las revistas paradigmáticas de
la renovación artística y literaria: La Proa (9 textos) y Martín
Fierro
(8 textos),
más colaboraciones
aisladas
en Pulso, Carátula y Libra.
Si este contacto con la
vanguardia ultraísta y creacionista
es productivo para Macedonio, no lo será menos —en el marco
de los años '40— la lectura
que realizan de su obra los jóvenes poetas neo-románticos de la revista
Huella. O figuras como César Fernández Moreno,
quien le dedica una Introducción a Macedonio
Fernández aparecida tardíamente
en 1960, pero expresión, en definitiva,
de su presencia para los integrantes de la llamada "Generación del
"40".
Macedonio parece haber
tenido mayor eco, sin embargo, en las
promociones intelectuales que se sucedieron a partir de los años '50,
como lo demuestra la presencia evocativa
del escritor en revistas como Letra y línea, Fichero, Zona, El
lagrimal trifurca, Literal o Crisis,
y los numerosos ensayos y estudios firmados
por figuras generacionales de disímil
procedencia como Alberto Vanasco, Mario
Trejo, Rodolfo Alonso, Ramiro de Casasbellas,
Miguel Brascó, Noé Jitrik,
Horacio Salas, Eduardo Romano, Germán L.
García. Juan Carlos Martini Real, Elvio
E. Gandolfo, Ricardo Piglia, etc. A su tumo Piglia
integrará la imagen y el legado estético
de Macedonio a su novela La ciudad ausente
(1992), en la que aparece una "máquina" que no es otra que
la teoría novelística del viejo urdidor de perplejidades. ESCRITURA Y GARABATO.
El tenor de Scalabrini Ortíz
y las reiteradas evocaciones de Borges
a propósito de su riqueza oral, alimentaron amistosamente la confusión
de verlo como un "pensador" algo heterodoxo, y no como un
escritor inscripto con complejidad, en nuevas líneas del hecho literario.
A lo sumo se lo vio como emergente extemporáneo
de una corriente de la que el "martinfierrismo"
vanguardista de los años '20 era sólo
expresión fragmentaria y en cierto modo cautelosa.
En textos
dispersos como Novela de la Eterna (1929),
Sobre "belarte",
poesía o prosa (1933), Doctrina
estética de la novela (1940), Poema
de Poesía del Pensar (1943)
o Para una teoría de la humorística (1944), Macedonio planteó de
modo anticipatorio la cuestión de los
géneros, junto con otros puntos teóricos
y técnicos como los conceptos de obra abierta, intertextualidad, escritura. Estos
temas reaparecerían, con mayor
decantación o prestigio internacional,
en la producción crítica de Eco, Kristeva, Sollers, Barthes, Genette,
Derrida y otros.
La vinculación del
escritor —ya un hombre sazonado que orillaba los 50 años— con los jóvenes
vanguardistas de Proa y Martín Fierro no es un hecho
aleatorio. Tampoco se vincula exclusivamente con su rechazo antilugoneano
de la poesía sujeta a metro y rima. Habría que pensar más bien en el
conjunto de su extemporánea y revulsiva actitud teórica frente al carácter
"sensorial" del arte, o su negación del carácter "informacional"
del mismo. Habría que agregar su reivindicación de la pura neutralidad
de lo escrito (condenada en su idea de la escritura como "garabato
insulso y uniforme"), que
conduciría a la práctica de una prosa despojada de sonoridades, ideas,
narración, descripción, información,
etc. Esa prosa debía ser en todo caso mostración
de sí misma, aunque con suficiente
capacidad técnica para producir una emoción
en el lector.
Tanto la humorística
como la novelística macedonianas
procuran crear un estado de conmoción emocional que podría
describirse como la súbita irrupción
de un “mareo de su certidumbre de
ser” . El lo ilustraba con la ambivalente reacción del lector
frente al pasaje en que don Quijote se queja de que Avellaneda
hubiese publicado una historia inexacta
de su vida.
Si la ficción
argentina de su tiempo eran las novelas
de Eduardo Gutiérrez, Cambaceres, Martel,
Ocantos, Payró,
Larreta o Gálvez, su actitud
enderezará hacia un vaciamiento
de los pactos realistas y naturalistas de esa genealogía. La suplanta
intempestivamente —a través de las variantes del absurdo, la dislocación, la comicidad,
la superchería, etc.— por la narración de una escena y una peripecia
vacías de andamiaje anecdótico, puro
campo de experimentación de una nueva manera de abordaje de la nada
(que en todos los terrenos parece ser la cuestión central del pensamiento
macedoniano).
Macedonio propone la
construcción de un universo novelístico (el de Una novela que
comienza, junto con los papeles póstumos
del Museo de la novela de la Eterna), aunque finaliza
legando una deliberada e insólita operación de escamoteo de esa
posibilidad. Algo que tal vez no resulte tan inusual
si la consideramos a la luz de los linajes de la novela moderna. En cierto
modo Lawrence Sterne
ya anticipó el esbozo de algo similar, hacia 1767, con el final
de Tristán Shandy
y con el sistema de aplazamientos y derivaciones que
constituyen la novela, hasta transformarla en una paradójica epopeya de
la acción que se convierte, como dice Shklovski,
en un reiterativo mecanismo de "esperas de acontecimientos"
que no se producen. Un poco a la manera de lo que ocurrirá más de un
siglo y medio después con los textos "novelísticos
de Macedonio.
Pero la deriva macedoniana abarca círculos más amplios y problematizadores para su época. Macedonio trabaja, efectivamente, en la dirección de un logro que parecía inalcanzable para la novela realista burguesa del siglo XIX y para sus derivaciones. Se trata de provocar la existencia de un lector activo y liberado de las constricciones culturales del autor y del narrador omnisciente. Tan activo, en definitiva, que llega a desplazar al propio escritor y se convierte —en el caso emblemático de los "colectores" u "ordenadores" póstumos de los papeles de Macedonio— en una suerte de múltiple y genuino productor de sentidos.
Una novela que comienza
aparece en 1941, pero el esfuerzo por definir
una "novelística" de nuevo cuño se completa (en tanto dossier
de la "primera novela buena")
con el póstumo
Museo de la novela de la Eterna,
organizado por Adolfo de Obieta
y editado en 1967. En cierta forma es el eslabón final
de una cadena que debe ser completada con Papeles de Recienvenido
y Adriana Buenos Aires, la "última novela mala", escrita
probablemente hacia 1922, revisada por el autor
en 1938 y editada
finalmente
en 1974.
Conjunto
sin duda heterogéneo y deliberadamente
conjetural,
contiene sin embargo las pistas de una estética y es la muestra palmaria
del cumplimiento de la decisiva inducción formulada por Macedonio en el
"Prólogo final" del
Museo. Allí invita "al
que quiera escribir
esta novela",
encarnado precisamente en la figura del
recopilador textual que
advertimos en la segunda edición de No toda es vigilia
y en el propio Museo, sin
descontar a los multifacéticos autores,
recopiladores y anotadores del proyecto
de las Obras Completas.
La poesía de
Macedonio, recogida en Elena Bellamuerte
(1940), Muerte es beldad (1942)
y Poemas (1953), constituye tal
vez la zona en la que se advierte, con mayor transparencia, su percepción
crítica de lo "real" (tal como lo pensaba el realismo ingenuo
de la época). También su intuición del carácter meramente transitorio
de la muerte, que sólo obstaculiza el
contacto material con la persona amada pero no la fluencia constante del
diálogo psíquico, intentado en estos
textos con una intensidad lírica en la que no se deslizan ni los típicos
desplazamientos macedonianos de género,
ni las mordeduras dislocantes del humor. EL MATERO FILOSÓFICO.
Humorista sutil y complejo, Macedonio construyó textos y supercherías que
balancearon la melancólica imagen de su ascetismo y su deliberado
alejamiento del mundo de las convenciones sociales e intelectuales.
Tal vez el momento más
"solemne" de Macedonio Fernández haya sido, hacia 1897, la
decisión voluntariosa, patética y
algo prematura de fundar una colonia utópica en el Paraguay,
que concluyó, muy macedonianamente,
casi sin comenzar, aunque no sin dejar secuelas quizá profundas.
Para esa época el joven escritor admitía, en un texto aparecido en La
Montaña ("La desherencia"),
la viabilidad del socialismo para responder "muy
satisfactoriamente a la pregunta económica
del problema
social", aunque advertía también que el "drama del mundo"
contiene "muchas otras interrogaciones".
Es probable que esta
intuición de matero filosófico y criollo, origen de la actitud
existencia! de Macedonio, haya
encontrado en su interior sólo dos caminos posibles, que él se lanzó a
indagar con pertinacia. Uno fue el del Misterio metafísico,
materia de libros como No toda es vigilia la de los ojos
abiertos; otro el del Humor,
convertido casi en una estética excluyente.
Para explorar la vía
del humor, Macedonio apeló indistintamente al género epistolar, los
esquicios autobiográficos, los
discursos apócrifos y sus parodias,
su propio anecdotario, real
o ficticio,
el cuento y algunas burlerías destinadas
a ironizar, no muy caritativamente,
sobre el universo político criollo,
como su famosa postulación presidencial de 1927.
Un modelo casi canónico
de humor epistolar es la carta a Jorge Luis Borges
en la que Macedonio se explaya sobre
el comportamiento irregular de las calles (cfr.
Epistolario, en Obras Completas), y otras cartas también
prototípicas de esta línea son las
del Bobo de Buenos Aires, incluidas en Papeles de Recienvenido, a
partir de la edición Losada de
1944.
En todas ellas el
mecanismo detonado se basa en la aplicación de recursos corrientes de la
retórica humorística, utilizados para que la sensación de absurdo
irrumpa con toda su potencialidad y provoque,
siquiera por un instante, la sensación de libertad frente a la
inexorabilidad y las constricciones de la razón universal. MACEDONIO
AL PODER.
En 1927, en tiempos en que se estaba gestando la segunda elección presidencial
de Hipólito Yrigoyen para suceder a su
correligionario Marcelo T.
de Alvear, Macedonio tramó una de las
mayores supercherías humorísticas de
su carrera: su seudo postulación
como candidato a la presidencia de la República.
El momento político
era en realidad crítico, y en el propio campo de la vanguardia "martinfierrista"
culminaría con el cese de la revista Martín Fierro, resuelto
unilateralmente por su director Evar Méndez
cuando un grupo muy selecto de colaboradores —entre quienes figuraba
Borges en lugar destacado—resolvió
apoyar la reelección de Yrigoyen
y embanderar electoralmente a la
revista.
Macedonio optó frente
a la coyuntura por la variante lúdica, y
para muchos opinable, de terciar paródicamente
en la contienda con su propia e insólita candidatura, como un modo de
desnudamiento de las falacias y debilidades
del escenario político argentino. Lo hizo, desde luego, desde la óptica
del absurdo y el contrasentido casi ontológico.
Tal como refiere César Fernández
Moreno en su esbozo de la vida de Macedonio. "lo más
importante y original de su
plan publicitario consistía
en crear un verdadero
malestar
general, para
suscitar la necesaria
venida de un gran caudillo que lo
conjurara, o sea
el propio Macedonio. Medidas
concretas propuestas por él en ese sentido eran: repartir
peines de doble
filo, que lastimaran
el cuero cabelludo
de quienes los usaran; instalar
salivaderas oscilantes, que imposibilitaran
acertarles; solapas desmontables,
que se quedaran en las manos del contendor cuando,
en el calor de la discusión, se tomara de ellas
para convencer al contrario...".
Como una proyección de ese episodio, Macedonio tabuló la redacción de una novela colectiva y escrita en diferentes estilos —El hombre que sería presidente— , en la que se entrecruzarían la campaña electoral y una conspiración de millonarios que ponen en práctica las invenciones referidas.
La cueva del filósofo
EL INTERES
DE Macedonio por la cuestión metafísica
no deja de ser llamativo en un contexto histórico-cultural que no parece
especialmente sensible a este tipo de encarrilamientos
del pensamiento. El escritor se inició en un clima marcado con fuerza por
la corriente positivista, con su adhesión irrestricta a los fenómenos y
a las proposiciones empíricas, y su
desdén un tanto soberbio por las escencias
subyacentes de los fenómenos. Macedonio sabía, y lo dice a propósito de
su amigo Juan B. Justo en No toda es vigilia la de los ojos
abiertos, que los partidarios del
positivismo "sonreirían"
al leer su libro, "con escepticismo
y caridad".
En ese contexto la
elección de la vía metafísica era casi una opción por la marginalidad,
y justificaría que hacia 1928 Raúl Scalabrini Ortíz lo saludase como "nuestro
primer metafísico", porque
inclusive notorios y tempranos impugnadores del positivismo criollo,
como Korn, Alberini
y más tarde Rougés, tuvieron una relación compleja y ambivalente con el
tema.
Pero la excepcionalidad
filosófica de Macedonio no se debió sólo al largo y difuso reinado
intelectual del positivismo, infiltrado
en la mayoría de los campos de la vida cultural argentina. Más tarde
—a partir sobre todo de los años "20— el auge renovador del
positivismo lógico y de las corrientes
existencialistas tampoco contribuirían
a una cómoda revalorización de sus viajes filosóficos
al Misterio y lo Inefable.
En un sentido técnico
la perspectiva neopositivista agudizará
la brecha con su manifiesto desdén por
las inconsistencias de las postulaciones metafísicas. Esta
corriente considera a tales proposiciones como simples falseamientos del
lenguaje y "música vana". Desde
esas perspectivas la persistencia metafísica del autor,
su búsqueda de "las claves del
misterio del mundo", sólo podían ser una humorada paródica o
duplicar la calificación de "divagador
paradójico" que alguna vez le atribuyó Roberto E. Giusti.
La tercera
brecha contextual quedó instalada,
también desde los '20, con la gradual
irrupción del existencialismo
Consagrado a la reflexión
filosófica, desde las precursoras
cartas de 1905-1911 con William James,
y consagrado periféricamente por Scalabrini Ortíz
como "primer metafísico de Buenos Aires y único filósofo auténtico",
tal como lo define en 1931 en El
hombre que está solo y espera, Macedonio no fue considerado como tal
por la filosofía universitaria,
orientada hacia líneas técnicas y analíticas muy diversas. Son relativamente escasos los textos de filósofos profesionales que le fueron dedicados: Virasoro reseñó su libro de 1928 en la revista Síntesis; a comienzos de los '70 Alberto Caturelli, docente de filosofía en la Universidad de Córdoba, presentó en el II Congreso Nacional de Filosofía una ponencia sobre "El mundo como sueño en Macedonio Fernández", incluida en La filosofía en la Argentina actual (1971), y sobre diversos aspectos de la relación filosófica de Macedonio con William James y Nietzsche han escrito Luis Jalfen y Hugo E. Biagini, entre otros autores vinculados con el campo. A diferencia de lo que ocurría en etapas anteriores. Macedonio parece ganar terreno entre los filósofos jóvenes como tema de ponencias, sin que pueda hablarse todavía de la instalación de sus especulaciones como objeto académico insospechable. No se sabe si Macedonio lo consideraría como un fracaso o un homenaje.
Cronología
1874 - Nace en Buenos
Aires el 1° de Junio, hijo del
estanciero y militar Macedonio Fernández
y de Rosa del Mazo. 1897 - Publica en La
Montaña, revista de Leopoldo Lugones, Contactos
con grupos socialistas y libertarios. 1898 - Se recibe de
abogado, profesión que ejercerá hasta 1920. 1901 - Casamiento con
Elena Obieta. 1905 - Inicia su
correspondencia con William James,
que se mantendrá hasta 1911. 1920 - Muere su esposa. 1922 - Colabora en
Proa y comienza su vinculación con los jóvenes poetas ultraístas.
Entre 1924 y 1927 colabora con el grupo de la revista Martín Fierro. 1927 - Propone paródicamente
su candidatura a presidente de la República. 1928 - A instancias de
Raúl Scalabrini Ortiz,
Francisco Luis Bernárdez y Leopoldo Marechal
publica No todo es vigilia la de los ojos abiertos. 1929 - Primera edición
de Papeles de Recienvenido en
una colección dirigida por Alfonso Reyes. 1941 - En Santiago de
Chile se publica Una novela que
comienza, con prólogo de Luis Alberto Sánchez. 1943 - Comienza a
colaborar con asiduidad en la revista Papeles de Buenos Aires. 1944 - Aparece la edición
Losada de Papeles de Recienvenido y
Continuación de la Nada, con un extenso prólogo de Ramón Gómez de
la Sema. 1952 - Fallece en Buenos Aires el 10 de febrero.
Guía de lectura
MACEDONIO publicó en vida sólo cuatro libros y dos cuadernos de poesía, cuyo hallazgo ya es tarea de bibliófilos afortunados. La mayor parte de su producción fue recogida con posterioridad a su muerte por su hijo Adolfo de Obieta y es accesible en el mercado.
Editorial Corregidor de
Buenos Aires inició en la década del '70
la edición de sus Obras Completas, prevista en diez tomos que
contienen papeles antiguos,
epistolarios, misceláneas, ensayos sobre su trayectoria y bibliografías,
además de sus tres textos centrales:
No toda es vigilia la de los ojos abiertos, Museo de la novela de la
Eterna y Papeles de Recienvenido.
De los dos primeros hay ediciones en Centro Editor de América Latina (1967), y de Museo de la novela de la Eterna se pueden consultar las más recientes de la Biblioteca Ayacucho y de los Archivos de Literatura latinoamericana y del Caribe, coordinadas respectivamente por César Fernández Moreno y por Adolfo de Obieta y Ana Camblong. Las rarezas
Mosca prematura En el
verano de 1952, mientras Macedonio
agonizaba, alguien advirtió con alarma
que una mosca había ingresado en la habitación,
y pidió un diario para espantarla de la cabecera del enfermo. —Que
sea de la oposición—, se le oyó decir débil y claramente al
agonizante. Pastelería barométrica Por
razones no muy claras, Macedonio tenía la costumbre de comprar
bandejas de masas de confitería y guardarlas,
sin consumir, en los roperos de las modestas pensiones en las que solía
vivir. Se fabula que cuando el ropero se llenaba de paquetes sonaba para
Macedonio la hora de emigrar hacia otra pensión, de modo que la capacidad
del ropero era el barómetro de su sedentarismo
transitorio. Trampas pacientes En una
de esas pensiones existía una sala de recibo que la dueña mantenía
cerrada y en penumbras la mayor parte del tiempo. Todas las tardes,
a una hora invariable, Macedonio se colaba en la sala y permanecía
sentado en la oscuridad durante largo rato. Intrigada por la conducta del
escritor, la dueña ingresó una tarde
en la habitación para averiguar los motivos de ese extraño y reiterado
aislamiento. —Trampa
para rubias—, le oyó decir a Macedonio, advertido de su presencia. Cementerios colmados Tenía
debajo de la cama, según cuenta Gómez de la Serna, una maleta llena de
alfajores que ofrecía a sus visitantes. Un día notó que éstos abusaban
de su invitación, y comentó sentenciosamente: —Dicen
por ahí que se han colmado cementerios con comedores de alfajores. Guitarras silenciosas La gran
cantidad de provincianos que asistían a la Escuela Naval de Río Santiago
le hizo pensar a Macedonio que allí se ejecutaría
abundantemente la guitarra, una de sus
misteriosas pasiones. Un primo de Borges,
alumno de la Escuela, le aseguró en cambio que durante los meses que había
pasado en ella jamás oyó hablar de alguien que la tocara. Como si
redondeara lo que se acaba de afirmar,
Macedonio le dijo entonces a Borges: —Ya
ves, un centro de guitarra notable.
Lugones ágrafo
Amigo y gran admirador de Leopoldo Lugones, pensó escribir un artículo sobre él, en el que se preguntaría por qué, a pesar de sus notables cualidades intelectuales, no se había dedicado a escribir. |
por
Jorge
B.
Rivera
El País Cultural Nº
388
11 de abril 1997
Texto digitalizado y editado, a principios del año 2003, mucho después se agregó el video. Este es uno de los textos con los que comenzó Letras Uruguay.
Ver, además:
Macedonio
Fernández
Jorge B. Rivera en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
Email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
instagram: https://www.instagram.com/cechinope/
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/
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