Años encantados

La peripecia porteña de Felisberto Hernández

por Jorge B. Rivera

Como muchos artistas e intelectuales uruguayos, Felisberto Hernández(1902-1964) exploró el mercado literario de Buenos Aires y logró imponerla autenticidad de su producción renovadora, hasta el punto de convertirse para muchos distraídos -como ocurrió con Florencio Sánchez, Horacio Quiroga, Juan Carlos Onetti y algunos otros- en un escritor "argentino" más, nacido curiosamente en el barrio Atahualpa.

1. El escenario como un incendio

Felisberto Hernández intentó la "conquista" de una plaza culturalmente significativa, como la de Buenos Aires de los años '40, desde dos líneas de ataque que tuvieron disímil fortuna. La primera, obviamente, tuvo que ver con su condición inicial de pianista, aunque sus réditos no parecen haber sido especialmente notables, y se diluyeron en realidad en un laberíntico trayecto de frustraciones y éxitos modestos por el sur y el oeste de la provincia de Buenos Aires.

Hacia fines de 1939 Felisberto decidió reiterar en la Argentina la vieja experiencia de concertista itinerante que entre 1933 y 1934 lo había llevado a recorrer las ciudades del interior uruguayo, en compañía del poeta Yamandú Rodríguez y de su amigo y representante Venus González Olaza, "el hombre de la barba metafísica". El nuevo periplo tuvo un arranque aparentemente auspicioso. El primer punto de la gira, que se prolongaría hasta agosto de 1940, fue la presentación de Petrushka, de Igor Stravinsky, en una de las funciones musicales que ofrecía el Teatro del Pueblo de Buenos Aires los días lunes y jueves.

El concierto -del que queda algún testimonio fotográfico que muestra a Felisberto frente a uno de los affiches, confeccionado con la gruesa tipografía de la época- se realizó en la vieja sala de la calle Corrientes 1530 (ubicación del actual complejo teatral San Martín), que la Municipalidad había cedido en uso al escritor y director Leónidas Barletta, un intelectual vinculado con el grupo izquierdista de Boedo que se había propuesto brindar espectáculos artísticos de jerarquía a bajo precio, mezclando en su plan difusionista representaciones teatrales (Arlt dramaturgo había sido uno de sus descubrimientos), con debates, conciertos, exposiciones de artes plásticas, etc.

Para muchos oyentes porteños de 1939 la partitura elegida debe haber sonado como el colmo de la irreverencia "vanguardista", aunque Petrushka fue estrenada en 1911 para los famosos ballets rusos de Diaghilev, y ya distaba mucho de integrar esa provocativa categoría. Alguien como el músico y critico Juan Carlos Paz -en plena asimilación del impacto atonal de Schoenberg- consideraba holgadamente superado el diatonismo de Falla, Hoenegger, Hindemith y, naturalmente, Stravinsky. Para él, como anota en sus Memorias, sólo el "provincianismo" de Buenos Aires podía admirarse a fines de los '30 ante Ravel, Stravinsky o Falla, que constituían precisamente algunos de los conejos de la galera musical de Felisberto Hernández.

Tras la experiencia porteña, el pianista eligió el conocido rumbo de las presentaciones musicales en ciudades de provincia, y para el caso se impuso -o quizá debió adoptarlo un poco azarosamente- un itinerario que lo llevó a recorrer ciudades como Chivilcoy, Bahía Blanca, General Villegas, Trenque Lauquen, Pehuajó, Bolívar, Bragado, General Paz, etc. Más allá de los resultados inciertos y muchas veces frustrantes -como se advierte en su correspondencia al pintor Lorenzo Destoc, uno de sus providenciales benefactores en los abundantes momentos de apremio económico- puede decirse que Felisberto eligió o por lo menos recaló en cinco de las ciudades más importantes y prósperas de la provincia de Buenos Aires.

La experiencia, de todas maneras, no fue especialmente exitosa, y es posible que haya tenido influencia en el abandono definitivo de la carrera de pianista y en la irreversible elección del nuevo rumbo literario, en el que la Argentina parece haberte resultado más propicia. 

2. Supervielle, el lector providencial

La publicación de Por los tiempos de Clemente Colling y El caballo perdido comienza a hacerlo conocido en Buenos Aires, por lo menos entre escritores y críticos como León Benarós y Carlos Mastronardi, quienes comentan su producción en El Plata de Montevideo entre mediados y fines de 1943.

Parece indudable, de todas maneras, que el introductor de Felisberto Hernández en los grandes medios culturales de Buenos Aires fue el poeta Jules Supervielle, quien lo había descubierto en 1942 a raíz de la publicación de Por los tiempos de Clemente Colling, como lo testimonia la célebre y elogiosa carta del poeta aparecida en El País en enero de 1943. Por esos días Felisberto le escribe a su amigo argentino Lorenzo Destoc que "el viejo" (se refiere a Supervielle, quien a la sazón contaba unos 58 años) le ha recomendado "le mande los libros que contengan relatos fantásticos o fuera de lo real, a un señor Borjes (sic), casado con una hermana de Victoria Ocampo". En esa carta el narrador comete dos errores que muestran su escasa familiaridad con el ambiente intelectual porteño: la grafía del apellido Borges (Felisberto seguramente no lo había leído hasta entonces), y la atribución de un supuesto matrimonio con Silvina Ocampo, en realidad esposa de Adolfo Bioy Casares y con quien -con la suma de Bioy- Borges había compilado en 1940 la primera serie de Antología de la literatura fantástica. Supervielle intentaba tender un puente estratégico a partir de lo "fantástico", que parece no haber prosperado retrospectivamente en la reedición ampliada de la famosa selección.

En esa carta agrega: "Bueno, si a Vaz Ferreira y a Torres no le hacían caso -en lo que respecta a mí- porque eran de aquí, ahora a Supervielle le harán; máxime porque además de ser lo que es, está de moda".

El deseado contacto con Borges tampoco parece haberse concretado, lo que no impidió que más tarde éste acogiese uno de sus textos en Los Anales de Buenos Aires.

Supervielle, miembro del "consejo extranjero" de la revista Sur, junto con Ortega y Gasset, Leo Ferrero, Alfonso Reyes, Waldo Frank y Ernest Ansermet, es seguramente quien le abre las puertas de la influyente revista de Victoria Ocampo, en cuyo número de abril de 1943 se publica el texto de "Las dos historias". Tres años más tarde la revista volverá a publicar a Felisberto, esta vez con la inclusión de "Menos Julia" en el número de setiembre de 1946.

Quizá por consejo de Supervielle, Hernández le remite Por los tiempos de Clemente Colling y El caballo perdido a Eduardo Mallea, novelista fecundo pero sobre todo estratégico responsable del suplemento literario de La Nación, que en diciembre de 1945 publicara en primera página "El balcón", otro de los textos notables de Nadie encendía las lámparas. Mallea, protocolarmente minucioso en el ejercicio de sus funciones, le escribirá el 16/12/1945: "Ha sido para mí muy grato ofrecer a los lectores argentinos un relato de esa calidad, tan densa de sentido y poesía. Desde que recibí hace años sus dos libros me sentí solidario de un tipo de arte tan poco común".

La aparición de "El acomodador" en Los Anales de Buenos Aires, dirigidos por Borges, parece haberse debido, en cambio, a la influencia crítica de Roger Caillois, cercano al grupo de la revista Sur y a los hombres de La Nación.

Tras la apertura consagratoria de Sur, Felisberto vuelve a estar presente en las páginas de un medio cultural argentino en junio de 1945. Se trata, en este caso, de la aparición de "Historia de un cigarrillo" (uno de los textos más sugestivos de su Libro sin tapas de 1929), en las páginas de la revista Contrapunto, una publicación ubicada a mitad de camino entre la vanguardia y la estética post-romántica de la "generación del '40", en la que colaboraban asiduamente Héctor Rene Lafleur, León Benarós, César Fernández Moreno, Arturo Cerretani, Roger Pla, Daniel Devoto, etc., y en la que él desempeñó una suerte de corresponsalía uruguaya más o menos indefinida. En la lista de colaboradores de los seis números publicados entre 1944 y 1945, sólo se advierte la presencia de tres uruguayos: el propio Felisberto, el poeta Juan Cunha y Jules Supervielle, su probable mentor en la aventura de Contrapunto.

3. Las lámparas que iluminaron bien

Pero la cima de la carrera porteña de Felisberto -quien por otra parte no residió de manera continuada en la ciudad, ni cumplió, y desde luego, el noviciado de las redacciones, los cenáculos y las editoriales porteñas, y de ahí tal vez algunos de sus "despistes" informativos-, fue indudablemente la publicación en 1947 de Nadie encendía las lámparas, con el sello de Editorial Sudamericana.

Como en el caso de Sur y La Nación, Felisberto contó en este caso (al margen de los valores genuinos e intrínsecos de su libro) con influencias culturales decisivas. Terciaron en esa oportunidad Roger Caillois, a quien el autor había frecuentado, por mediación de Supervielle, durante su residencia en París entre 1946 y 1948, y de manera decisiva el poeta argentino Oliverio Girondo, a quien Felisberto identifica curiosamente en cartas familiares como "el amigo que influyó para que me editaran el libro en la Sudamericana" (julio de 1947) y "el millonario argentino que me hizo imprimir el libro" (agosto de 1947). Resulta llamativo -y sólo se puede encontrar una explicación en la identidad de los destinatarios de las cartas -que Felisberto nombrase a Girondo como "millonario" (alusión un tanto sobredimensionada a su condición de hombre con fortuna personal) y no como "poeta", a pesar de que para entonces Oliverio era generalmente notorio por su participación en la revista Martín Fierro y por libros como Veinte poemas para ser leídos en el tranvía y Persuasión de los días.

Nadie encendía las lámparas tuvo en líneas generales una acogida favorable y decisiva para la carrera literaria del autor. Lo comentó Arturo Sánchez Riva en Sur (noviembre de 1947), fue promocionado por la Guía Quincenal entre las novedades editoriales, y recibió por añadidura un premio de la Cámara Argentina del Libro, más el galardón adicional del "Libro del Mes", por entonces muy prestigioso en el mundo del libro rioplatense. Sudamericana, por otra parte, le aseguró extensa difusión en el mercado hispanoparlante, y fue precisamente a través de esa edición que lo conocieron Cortázar, García Márquez, Cepeda Samudio, Julio Garmendia, etc.

La publicación de Nadie encendía las lámparas fue un logro indudable, pero también un límite, que en cierto modo coincidió con el gradual entumecimiento de las relaciones literarias argentino-uruguayas. Felisberto permanecerá, desde luego, como un punto de referencia significativo y renovador (y no es casual que alguien como Julio Cortázar lo considerase como uno de sus "cronopios" favoritos), pero el fugaz instante de gloria literaria que le habían conferido nada menos que Sur, La Nación y Sudamericana en los cruciales años '40 no volvería a repetirse hasta muy tarde, y acaso en el marco de una revalorización cultural -el famoso boom de la literatura latinoamericana- que lo excedía como caso particular.

Mientras que en el Uruguay y en Europa crecía el interés por su obra, como lo prueban los aportes críticos de Ángel Rama, José Pedro Díaz, Italo Calvino y los textos del Seminario de Poitiers, los acercamientos argentinos son relativamente escasos aunque tienen cierta relevancia académica, como el texto de Ana María Barrenechea en Modern Language Notes (1976).

El hiato porteño se rompe, en cierta forma, con la reedición montevideana de sus obras y con la aparición de los póstumos, entre ellos el culminante Tierras de la memoria. La reinstalación de Felisberto en el mercado porteño, a mediados de los '60, tiene que ver con el sesgo intelectual de nuevos medios periodísticos como el semanario Primera Plana, en el que colaboran escritores y periodistas como Tomás Eloy Martínez, Ernesto Schoo, Alberto Cousté, Julio Ardiles Gray, Edgardo Cozarinsky, Ramiro de Casasbellas, etc. Primera Plana se ocupará del tema en dos notas sin firma sobre Tierras de la memoria y Las Hortensias, aparecidas en setiembre de 1966 y febrero de 1969.

En marzo de 1974 el suplemento cultural del diario La Opinión le dedica nueve páginas, con un extenso trabajo biográfico de Tomás Eloy Martínez ("Para que nadie olvide a Felisberto"), tal vez uno de los impulsores de la exhumación concretada por Primera Plana hacia 1966-69. En 1974, por su parte, la revista Crisis destina una buena parte de su número 18 a la memoria del añejo pianista que se metía en los escenarios como en el fuego de un incendio.

4. El perfume de los años encantados

Puede decirse que Felisberto Hernández eligió una combinación excelente, o que en todo caso fue el usufructuario de una de esas rotundas vetas de buena suerte que se dieron pocas veces en su vida, porque Sur, La Nación y Sudamericana, ligada en sus orígenes con el proyecto cultural de Victoria Ocampo, eran indudablemente tres escenarios decisivos en el campo intelectual porteño de la década del '40, e inclusive, como más tarde se vio, en un espacio más amplio que el del Río de la Plata.

Es probable que la atención que por entonces le brindaron las figuras de ese grupo tuviese, en definitiva, el inconfundible sello de la tolerancia condescendiente y un poco distraída que las caracterizaba (sobre todo cuando se trataba de autores rioplatenses y por añadidura "extravagantes" y "periféricos"), aunque entre esos lectores snobs y cautelosamente deferentes por lo menos uno -el joven Julio Cortázar- parece haber sentido el temprano impacto de los textos incatalogables que fabricaba el uruguayo con la magra materia de su lenguaje y sus obsesiones. No es aleatorio, en consecuencia, que el nombre de Cortázar retomase insistentemente, asociado al de Felisberto, en el prefacio a la edición Denoel de Les Hortenses (1975), en la edición de La casa inundada que preparó Cristina Peri Rossi para Lumen (1975), y en la edición de Cinco cuentos magistrales seleccionadas por Walter Rela para Ciencias en 1979, sin contar alusiones dispersas.

Por los mismos años en que Felisberto exploraba el tentador mercado porteño, Juan Carlos Onetti realizaba a su vez una experiencia más directa y personal. En 1941 se instala por segunda vez en Buenos Aires, en la que reside hasta fines de 1955, para trabajar en la agencia Reuter y más tarde en las revistas Vea y Lea e Impetu. Durante esa etapa aparecen con distintos sellos argentinos Tierra de nadie (1941), Para esta noche (1943), La vida breve (1950) y Los adioses (1953). Como Felisberto, Onetti edita en Sudamericana y publica cuentos en La Nación y Sur, y como en el caso de su compatriota su peripecia porteña aparece asociada con los nombres de Borges, jurado del premio "Ricardo Güiraldes", que posibilitó la publicación de Tierra de nadie, Eduardo Mallea, a quien dedica Para esta noche, Girondo, destinatario (junto con Norah Lange) de La vida breve, y Victoria Ocampo, la editora de Los adioses, su cuarto libro del período argentino.

A diferencia de Felisberto, el mítico huraño logró dialogar con el "señor Borjes", en una velada de la que Emir Rodríguez Monegal fue alarmado testigo. Se trataba, indudablemente, de dos fieles con distinta percepción de la divinidad.

Una carta

La siguiente carta fue enviada por Julio Supervielle a Felisberto Hernández, con motivo de la publicación de Por los tiempos de Clemente Colling (1942), primera novela editada por un grupo de amigos en reconocimiento a "la obra fecunda y de calidad como compositor, concertista y escritor".

Entre esos amigos estaban los pintores Joaquín Torres García y Carmelo Arzadum, los médicos y filósofos Carlos Benvenuto, Alfredo Cáceres, Spencer Díaz y Luis E. Gil Salguero.

Querido Señor

Qué placer he tenido al leerlo, al poder conocer a un escritor realmente nuevo que alcanza la belleza y aún la grandeza, a fuerza de "humildad ante el asunto".

Ud. alcanza la originalidad sin buscarla para nada, por una inclinación espontánea hacia lo profundo. Tiene Ud. un sentido innato de lo que un día será considerado clásico. Sus imágenes son siempre significativas y, como responden a una necesidad, están siempre dispuestas a grabarse en el espíritu. .

Su narración contiene páginas dignas de figurar en rigurosas antologías -las hay absolutamente admirables- y lo felicito de todo corazón por habernos proporcionado este libro.

Gracias también a sus amigos que han tenido el honor de editar esas páginas.

Su Julio Supervielle.

por Jorge B. Rivera
El País Cultural Nº 281
24 de marzo de 1995

Fue digitalizado y editado, a principios del año 2003. Este es uno de los textos con los que comenzó Letras Uruguay.

Ver, además:

                      Felisberto Hernández en Letras Uruguay

                                                                  Jorge B. Rivera en Letras Uruguay

Editado por el editor de Letras Uruguay

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