“Efectos de una teatralidad manifiesta”
por Diego Mileo

Entrar en el mundo de claves del teatro de Revagliatti es acceder a una posibilidad que no se agota en la lectura de estos textos multiplicados en su textualidad, donde lo escénico se convierte en un desafío. ¿De dónde surgen esos seres mitad espejismo mitad cotidianeidad que pueblan estas historias de locura, furia, comicidad y muerte? Los territorios de lo imaginario tienen su propia aceleración, su propio entramado desdoblándose en juegos que no ceden su enclave ni su identidad. ¿Qué es entonces “Travesía” sino una forma de farsa imposible? Mujer “servidora de escena” aclara Revagliatti, como si pudiera ser otra cosa en la esclavitud de la palabra dicha. O “Comida” donde el hombre es rey, indicaciones del autor que remiten al verdadero argumento (porque la verdadera historia está en la indicación y no en lo indicado). Mezcla de espectros que unen a “monja”, “hijo”, “mozo” o “caballero español” (así sin el artículo para que la precipitación sea mayor) en la extraña maquinaria que se titula “Chiste Triste”. 

Denominaciones que no cesan: “sencilla”, “literata”, “adolescente voluptuosa”, “vendedor de espirales”. De ahí, que el secreto está a la vista (más exactamente en los bordes del afuera) y no vale ninguna interpretación del texto, esto sería lo fácil, lo inútil, lo previsible. Conviene buscar las raíces de lo imaginario en la corteza misma para así poder sacar el diseño desde dentro del paisaje.

El “espectador-lector” no debe caer en sus propias trampas que asolan los recorridos de la obra revagliatense.

Se suceden entonces, en este libro de unidad minada, todas las escenas que el autor no desecha en la estructura final.

¿Por qué decir que esto que Revagliatti escribe es sólo teatro? ¿No sería más justo llamarlas “visualizaciones” del lenguaje? ¿Entrejuegos? ¿Sueños? ¿Vacilaciones del alma? ¿Fábulas perversas?

Especulaciones de este escrito que “se pega” al libro como una falsa pista, último espasmo artificioso de la mente. Palabras que quieren cerrar algo pero terminan por reiniciar el texto. ¿Influencias? Las mejores: el síndrome beckettiano mina las palabras de R.R. como una siembra imposible. Ahora sólo queda volver a leer, o participar de la noche polar de la lectura de lo evanescente, la pesadilla del más despierto, la última “finta” al borde del infierno.

Diego Mileo

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