El duende filarmónico

por Enrique Restrepo

 

En el centro del valle del Cauca, en la banda oriental, está situada la hacienda de Quebradaseca, propiedad de la familia Iragorri.

Las antiguas y espaciosas casas, las amplias corralejas cercadas de piedra que las rodean, las grandes ramadas apenas hoy en parte por un trapiche de sistema primitivo, las huertas provistas de numerosas y exquisitas variedades de árboles frutales, en la actualidad un tanto descuidadas, todo deja comprender que esta hacienda cuenta con un pasado honroso, del cual, como de ordinario acontece a algunas familias, sólo queda un recuerdo que el tiempo va haciendo cada día más borroso y descolorido.

Las casas de Quebradaseca, siguiendo el plan casi invariable de todas las del valle del Cauca, son de una sola planta y constan de varios cuerpos de edificio. El principal está compuesto de una sala grande y de dos antesalas, una a cada lado; al frente de ellas hay un ancho corredor en cuyo centro se abre la puerta de la sala equidistante de dos grandes ventanas con reja de hierro que pertenecen a las piezas laterales. En cada uno de los extremos del corredor hay una pieza pequeña.

Una de las mencionadas ventanas, la de la pieza izquierda, fue el sitio escogido para dar lugar a los singulares sucesos que vamos a referir.

Cierta noche del año de 1855, y sin antecedente alguno conocido, los habitantes de Quebradaseca principiaron a oír en la ventana un ruido particular, como si alguien con una varilla metálica, volteando sobre la reja de hierro quisiera producir el ritmo propio de un bambuco y esto por casi toda la noche. Tal cosa pasó poco menos que desapercibida por los moradores de la casa y durante el día poco hablaron de lo ocurrido. Pero como a la noche siguiente y a la misma hora de la anterior se dejara oír el mismo ruido, pero con mayor intensidad, se propusieron investigar quién era el autor, pero todas sus pesquisas fueron inútiles, porque aun cuando se apostaron en la sala, en la antesala y en el corredor, sin ver a nadie, seguían percibiendo sobre la reja el conocido ritmo llevado con la mayor perfección.

Esto mismo siguió sucediendo por varias noches, pero como los dueños de Quebradaseca han sido siempre personas muy alegres y obsequiosas y al mismo tiempo muy relacionadas en las principales ciudades del valle y en el mismo Popayán, lo que acontecía en la hacienda principió a divulgarse, y como consecuencia inmediata comenzaron a llegar a Quebradeseca visitas de todas partes, primero hombres que, más o menos atemorizados, presenciaban la infalible sonata de todas las noches. Como las cosas no pasaban de ahí, tras los hombres comenzaban a llegar familias de diversos puntos y pasado el susto de la primera noche, a la siguiente, como buenos caucanos, esto es gente alegre y pronta a divertirse con todo aunque muy dada a duendes, aparecidos y todo lo sobrenatural, el ritmo de la ventana que era incansable, les sirvió de pretexto para bailar un bambuco en medio del aplauso general de todos los asistentes. De repente uno de los bailarines, fatigado de los pasos del bambuco, gritó: ¡“toquen ahora un valse!” ¡ Cuál sería la sorpresa de todos cuando el invisible músico cambió en el acto su eterno son y comenzó con el mayor entusiasmo a marcar el compás del alegre valse!

En vista de tal condescendencia tras el valse se pidió una polca y tras de la polca un pasillo, en todo lo cual obedecía el invisible con verdadera sumisión. Los concurrentes habían encontrado un excelente pretexto para divertirse, y lo ocurrido traía cada día mayor número de curiosos y de curiosas de Buga, de Cali y del mismo Popayán, de suerte que Quebradaseca se convirtió por mucho tiempo en permanente sala de baile, sin que por una sola noche faltara la singular música, y siempre con la misma complacencia para cambiar de compás, sólo que en ocasiones el músico invisible, puesto de mal humor por las innumerables exigencias que le hacían, tocaba valse cuando le pedían bambuco, o pasillo cuando le gritaban que tocara polca.

Esto duró por cerca de seis meses, sin que se pudiera averiguar la causa y eso a pesar de la mucha gente que todas las noches acudía a presenciar y a averiguar tan singular fenómeno. Al cabo de ese tiempo la música principió a faltar una que otra noche, cada día era más corta y menos intensa hasta una noche en que habiendo solicitado los danzantes al espíritu que ejecutara algo, una voz que no procedía de garganta alguna les replicó:

—-Nó, mis amigos, compren tiple, que yo no le jalo más.

Y se dejó de oír para siempre sin que hasta el día haya vuelto a alegrar las vetustas casas de Quebradaseca.

Nota del editor de Letras Uruguay:

tiple nombre masculino

1. Instrumento musical de viento parecido a la chirimía, de forma cónica y sonido muy agudo, fuerte y penetrante, que se usa en los conjuntos musicales de Cataluña (España) que interpretan sardanas.
2. Guitarra pequeña, con diferentes encordaduras, propia de algunas zonas de España y América.
sinónimos: guitarrillo, timple

 

Enrique Restrepo
Historia natural de los fantasmas

Crónicas y supersticiones de Santa Fe de Bogotá

Ediciones Colombia

Bogotá, 1926

 

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