Recuerdo de Marco Denevi

por Antonio Requeni

Hace algunos años, en el prólogo que escribí para un libro sobre Marco Denevi, afirmé que los mejores cuentistas argentinos del siglo XX fueron Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Marco Denevi, pero mientras los dos primeros habían alcanzado fama internacional, Denevi no disfrutaba de parejo reconocimiento. Todavía hoy su nombre suena menos que el de otros narradores contemporáneos de menor envergadura literaria. Claro que a Denevi no le interesaba demasiado la promoción y jamás hizo nada para ser reconocido como escritor, salvo escribir. Y escribir muy bien, que es lo que vale. Su aversión al alpinismo literario, su renuncia a competir (después de los premios Kraft y Life por sus dos primeros libros, nunca se presentó a un certamen literario), así como su predilección por las pequeñas editoriales, lo llevaron a una suerte de aislamiento que, en realidad, lo enaltecía. La honestidad, que para Flaubert era la primera condición de la estética, fue la marca de calidad que caracterizó su escritura y su vida. Hombre celoso de su intimidad pero expansivamente generoso con sus amigos, enamorado de la noche, frecuentador de boliches secretos, melómano y pianista de oído, lector sibarítico, ser insobornablemente ético al que lastimaba la injusticia y preocupaban los problemas sociales, Denevi volvió en una veintena de libros de ficción su deslumbrante imaginación y su talento, su capacidad para explorar las claves y reacciones de la condición humana.

Desde Rosaura a las diez, novela que en 1955 reveló su singular personalidad como narrador, hasta Cuentos selectos y Nuestra Señora de la Noche, dos libros que aparecieron en 1998, poco antes de su muerte, Marco Denevi escribió libros notables como Ceremonia secreta, Un pequeño café, Los asesinos de los días de fiesta, Hierba del Cielo (para mí, uno de los mejores libros de cuentos de la literatura argentina), Parque de diversiones, Falsificaciones, Manual de historia, La República de Trapalanda, Música de amor perdido y El amor es un pájaro rebelde, así como las piezas de teatro Los expedientes, Orfeo y El emperador de la China, entre otras obras en las que cualquier lector normalmente culto y sensible puede experimentar el íntimo y maravillosos goce de la literatura.

Nuestro escritor nació el 12 de mayo de 1922 en la localidad bonaerense de Sáenz Peña, donde vivió la mayor parte de su vida, hasta que en los últimos años se mudó al barrio porteño de Belgrano. Cursó estudios de Derecho y trabajó en la asesoría legal de la Caja Nacional de Ahorro Postal, donde fue compañero del poeta Raúl Gustavo Aguirre. No publicó libro alguno hasta los 33 años, pero hubo anteriormente una rica etapa de formación cultural. Nadie sabía qué escribía. Cuando Mujica Láinez, miembro del jurado que otorgó el premio Kraft a Rosaura a las diez, lo llamó por teléfono para anunciarle que había obtenido dicho galardón, atendió una de las hermanas de Marco y, sorprendida, exclamó: «¿Cómo, mi hermano escribió una novela?»

Una vez editada, Rosaura a las diez tuvo un éxito inusitado. En el primer año de su publicación vendió casi cien mil ejemplares y poco tiempo después Mario Soffici recreó su historia en una película con Juan Verdaguer como protagonista. A este premio siguió el de la revista Life por su novela breve Ceremonia secreta, recompensa dotada con una cantidad de dólares que Denevi acrecentó abundantemente con los derechos por la filmación de la obra dirigida por Joseph Losey. Sus protagonistas fueron Elizabeth Taylor, Mía Farrow y Robert Mitchum. Marco dejó su empleo en la Caja del Ahorro Postal y se dedicó exclusivamente a escribir.

A Rosaura a las diez y Ceremonia secreta sucedió otra breve novela, Un pequeño café (Denevi sentía aversión por los libros voluminosos y una vez declaró: «Estoy condenado a escribir cuentos»). En este último libro está presente su predilección por los personajes tímidos, oscuros, marginales. En Rosaura había sido Camilo Canegato; en Un pequeño café es Adalberto Pascumo. En una ocasión el escritor dijo: «No lo puedo evitar. En una fiesta mis ojos se apartan de quienes se divierten y van hacia el rincón donde alguien sufre».

Denevi cultivó, asimismo, el microrrelato, las fábulas, parábolas, aforismos, variaciones de mitos y textos célebres, con un sesgo a menudo irónico, humorístico. Logrados testimonios son la serie de Parque de diversiones, Falsificaciones, Los locos y los cuerdos y Salón de lectura, libros que no se pueden dejar de leer sino con una sonrisa, con el placer que provoca hallarse ante una brillante imaginación.

Robert Louis Stevenson decía que «cuando un libro tiene encanto lo tiene todo». Las ficciones de Marco Denevi tienen encanto, atrapan al lector desde la primera línea y no lo sueltan hasta la última. El escritor no necesitó posar de transgresor o irreverente; su lenguaje es siempre inteligible, elegante, de gran riqueza expresiva, pródigo en sutilezas, en naturalidad y originalidad; a un tiempo sus relatos avanzan generando una creciente expectativa, resuman ingenio y poseen, por otra parte, una visión humana, comprensiva y piadosa, así como una fascinación que se apodera del lector para llevarlo a desenlaces inesperados, impregnada de horror o de ternura. Y tengo para mí, sin miedo a caer en excesos interpretativos, que en sus libros se encuentra la insoslayable presencia del genio literario. Denevi incursionó, como ya he dicho, en el teatro y redactó guiones para la televisión. También escribió poemas que publicó en algunos de sus libros misceláneos y, esporádicamente, en suplementos literarios. Los llamaba «ejercicios de escritura vertical», pero hay en ellos más narración y reflexión que lirismo. Y la poesía, como señaló Borges —y yo, también, modestamente, creo— está menos ligada al pensamiento que a la intuición.

En 1973 fundó con otros doce escritores, entre los que yo me contaba, el Club de los XIII, que durante más de diez años otorgó anualmente un premio para libros de narrativa.

En los volúmenes de su último período, Manuel de historia, La República de Trapalanda y Enciclopedia secreta de una familia argentina, mostró su preocupación por el país, por las anomalías y las esquizofrenias de su evolución histórica.

Quiso entonces llevar a la práctica sus ideas; primero soñó y luego intentó fundar un partido político que estuviese integrado prioritariamente por intelectuales, pero todos hemos visto que cuando un gran escritor se propone saltar de la literatura a la política, como Rómulo Gallegos, como Mario Vargas Llosa, el político fracasa y siempre termina ganando la literatura.

Yo tuve el privilegio de ser su amigo, de haberle hecho más de un reportaje y haber sido invitado varias veces, junto con mi esposa, a comer en su casa. Marco tenía hábitos refinados, le gustaba recibir a sus amigos y lucirse con una mesa repleta de manjares y decorada exquisitamente. En el comedor estaba también el piano que alguna vez tocó para nosotros. Era un erudito en música clásica, sin embargo, únicamente tocaba tangos. En los últimos años, los de su vejez, se volvió retraído y melancólico. Ya no salía por las noches. En una oportunidad, en su casa de Belgrano, nos comentó que no conocía Puerto Madero. Eran finales de los ochenta o principios de los noventa. Mi esposa le propuso: «Marco, venimos un día a buscarte y te llevamos en el auto». La respuesta fue: «Acepto, pero tiene que ser después de la medianoche». Fue así como lo llevamos, junto con un amigo común, a conocer la nueva fisonomía de la antigua zona portuaria. Y Marco, que había sido un empedernido noctámbulo, conocedor de los más importantes boliches de Buenos Aires, estaba feliz contenido como un chico contento.

En 1984 Marco Denevi fue elegido miembro de número de esta Academia Argentina de Letras, pero vino a pocas reuniones. Una tarde tuvo un cruce de palabras con otro académico y no volvió más. Era una persona extremadamente sensible e intransigente cuando disentía de alguien por un juicio o una actitud que le desagradaba.

Antes de aquel episodio se realizó la ceremonia de su incorporación académica. Fue, en realidad, una «ceremonia secreta», como el título de su libro, porque Denevi se negó a que tuviera lugar en el suntuoso salón Renacimiento, como hasta hace poco era habitual en esos casos. Pidió, además, que no se invitara a muchas personas.

El acto se realizó en la más reducida sala Luis XIV, entre los mármoles, muebles, cuadros, jarrones y el precioso biombo chino, de laca negra, que es uno de los lujos de ese recinto. Los asistentes fuimos no más de cuarenta y Marco habló sobre «El creador y su noche». Raúl H. Castagnino, presidente de la Academia, le entregó diploma y medalla, y lo presentó Ángel J. Batistessa, su antiguo profesor de literatura en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Luego, en su discurso, Denevi se refirió a la incomprensión del artista por parte de sus contemporáneos, «lo que no lo hará renunciar —dijo— si es un artista verdadero, a su vocación, aunque se sienta solo en su noche, porque sabe en lo más hondo, que su obra tiene o tendrá un destinatario». Y continuó:

Como un Don Juan obseso, indiferente a las traiciones, el artista volverá una y otra vez a sus noches y encontrará en ese juego inocente de epifanías y crucifixiones la percepción de su destino, y no pedirá para sí otro reconocimiento que una oración de nuestros labios a la hora de los naufragios y los incendios. Una oración que diga: «Sólo nos quedan, por fin, estos libros, estas pinturas, esta música».

Cuando en 1998 fui designado miembro de esta corporación hablé con Denevi para invitarlo a volver. Respondió que lo pensaría, pero le faltó tiempo. La enfermedad ya se había adueñado de su cuerpo y la aprensión por los médicos hizo que no se tratara como debía; la metástasis avanzó rápidamente y Marco murió en los primeros días de 1999, a los 76 años, en una cama del Policlínico Bancario, donde lo vi por última vez. La Academia me encomendó despedir sus restos en el crematorio de la Chacarita. En esa ocasión dije:

Vengo a despedir lo que queda de tu cuerpo con la convicción de que lo más importante de tu ser: tu sensibilidad, tu inteligencia, tu sabiduría tu calidez y tu gracia, nos sobrevivirán a todos nosotros y seguirán deleitando a futuros lectores, siempre que la sociedad de los próximos siglos no sea «la sociedad de los lectores muertos».

Esta tarde reitero aquellas palabras.

IIH Conversatorio Marco Denevi, el primer escritor posmoderno argentino por Cristina Piña

Instituto de Investigación en Humanidades IIH CNBA

La profesora y crítica literaria Cristina Piña (Premio Konex) abordará la obra del gran escritor Marco Denevi, que alumno del Colegio Nacional de Buenos Aires, analizando su condición de antecesor de la escritura posmoderna en la literatura argentina: se hará especial hincapié en sus novelas Rosaura a las diez y Ceremonia secreta, así como en varios cuentos de su autoría.- Premio Konex de Platino 2014. Premio Konex 2006. Jurado Premios Konex 2016. Poeta, traductora, Magister en Pensamiento Contemporáneo (Universidad CAECE) y Licenciada en Letras, (Universidad del Salvador). Profesora de Teoría y Crítica Literarias I, de la Universidad Nacional de Mar del Plata y Directora del Grupo de Investigación, Escritura y Productividad. Ha traducido más de 150 libros y piezas teatrales, entre ellos: Shakespeare (ocho piezas), Tennesse Williams (nueve); novelas y cuentos de Madame de Lafayette, Balzac, Villiers de l’Isle Adam, Leroux, Schwob, Barbey d’Aurevilly, De Quincey, Le Fanu, Conan Doyle, Wilde, James, Woolf, Darrieussecq. Publicó numerosos artículos en volúmenes colectivos y en revistas especializadas nacionales y del exterior. Algunos de sus libros son: Poesía y experiencia del límite: Leer a Alejandra Pizarnik; Mujeres que escriben sobre mujeres (que escriben) volumen I y II; Poéticas de lo incesante; Literatura y (pos)modernidad. Teorías y lecturas críticas. Dictó cursos y seminarios sobre teoría literaria feminista, postestructuralismo francés, posmodernidad y teoría del lenguaje poético. Ganó la Beca Fulbright, para formar parte del International Writing Program (Universidad de Iowa) y la de Traducción del Ministerio de Cultura de Francia. Recibió el Primer Premio Teatro del Mundo en 2005, siete diplomas por Trabajo Destacado, y un premio de ALIJA (2004) por El fantasma de Canterville (Wilde). Ganó la Beca de Traducción del Ministerio de Cultura de Francia (1998) y el Diploma Domingo Faustino Sarmiento del Senado de la Nación por su trayectoria (2011).

 

por Antonio Requeni

Comunicación leída en la sesión 1459 del 9 de mayo de 2019.

 

Publicado, originalmente, en: Boletín de la Academia Argentina de Letras. Tomo LXXXI, enero-junio DE 2019, Nos 349-350

Boletín de la Academia Argentina de Letras es una publicación editada por la Biblioteca Jorge Luis Borges de la Academia Argentina de Letras

Link del texto: http://www.catalogoweb.com.ar/biblioteca-digital/b20172019.html

 

Ver, además:

 

                      Marco Denevi, en Letras Uruguay

 

                                                    Antonio Requeni en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce

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