–¿Cree que este libro es la mejor venganza contra los que mataron a su padre?
–Este libro es una venganza hecha de palabras. Tuve muchos bloqueos para escribirlo. Siempre que decidía contar el momento del asesinato, aceptaba un trabajo o un viaje y dilataba el momento. Mi resistencia era inmensa. Cuando pude hacerlo fue menos duro.
–¿Aquel hecho le ayudó a convertirse en el escritor que es?
–Creo que si mi padre no hubiera sido asesinado, yo hubiera sido un escritor más humorístico y frívolo. De todos modos, con el humor y con cierta frivolidad era como "quien canta, su mal espanta". Esta historia era una nube negra de la que tenía que llover. Sin este libro no hubiera recuperado mi dignidad como persona.
–¿Llegó a odiar Medellín?
–Sí. Y llegué a odiar Colombia. Me fui a Italia en 1987, después de recibir amenazas. Yo era un exiliado que no se lo merecía; lo fui por llamarme como mi padre y por protestar contra su muerte. Colombia era para mí un país de mierda, sin redención. Pero ese odio –tan propio de Fernando Vallejo- era meter en un mismo saco lo que más quería. Traicionaba el optimismo romántico de mi padre. Volver era retomar su esperanza. En Europa yo me sabía mi destino de memoria, pero volviendo a Colombia, toda mi vida está abierta. Soy irremediablemente colombiano.
–¿Quién ordenó la muerte de su padre?
–No lo sé. El sicario fue el brazo ejecutor que recibió la orden de Castaño, pero no sé quién le dio la orden a Castaño. Sólo sé que es un círculo en el que hay políticos, terratenientes y militares. Puedo imaginar los nombres pero no tengo pruebas. En el actual proceso de paz con los paramilitares, lo único que nos interesa es que cuenten la verdad.
–¿Sin el apoyo de la clase alta y los partidos, la violencia política hubiera tenido lugar?
–Creo que muchos de ellos financiaron a los paramilitares, les dieron instrucciones más o menos explícitas y voltearon la cara. Nunca quisieron enterarse de lo que realmente hacían, de sus masacres, sus métodos. Nadie en el establishment quiso ver el tamaño de aquellos crímenes, aunque los de la guerrilla sí se reconocían.
–¿Cómo es que alguien puede convertirse en sicario?
–No sé explicarlo. Incluso sospecho que ese exceso de cortesía colombiana es como si se escondiera algo. Detrás de esa cortesía hay una incapacidad de revelarnos tal como somos. La única posibilidad de salir delante de Colombia es rechazar hasta el fondo a todos los bandos. Una despenalización de la droga ayudaría mucho, porque el dinero del narcotráfico financia la corrupción del Estado, del Ejercito, a los paramilitares y la guerrilla.
–Su padre advertía que la violencia mata más que los virus en Colombia.
–Mi padre cayó luchando contra la peste de la violencia. Intentó que, desde la medicina social, se estudiara la violencia como se estudiaba otras enfermedades. A principios de los años 80 el peor virus para la gente eran los otros.
–¿Tiene miedo?
–No, porque mis hijos ya son grandes. No tengo vocación de héroe ni de mártir como mi papá. Me voy a cuidar más, pero no me voy a ir. Aunque me mataran, la cadena seguirá. Espero que la maldad no llegue a tanto.