Intelectuales y revolución en Argentina: Walsh, Conti, Urondo
Nilda Susana Redondo (UNLPam)

Resumen:

El artículo examina la trayectoria político- intelectual tres escritores militantes durante la década de 1970: Rodolfo Walsh, Haroldo Conti y Francisco Urondo. Se analizan sus opciones políticas, sus producciones literarias y su relación con las organizaciones en las que militaron. El trabajo concluye con una evaluación de la relación entre políticas culturales, los contenidos de las producciones y el compromiso militante de los escritores en cuestión.

Palabras claves:
organizaciones revolucionarias — literatura - intelectuales

Abstract:

This paper examines the political and intellectual course of three militant writers in the seventies: Rodolfo Walsh, Haroldo Conti y Francisco Urondo. Their political options and literary productions as well as their connections with the organizations in which they participated are thoroughly analyzed. The article concludes with a deep evaluation about cultural politics, production contents and militant commitment of these writers.

Key Words:
Revolutionary Organisations - Literature - Intellectuals.

Rodolfo Walsh, Haroldo Conti y Francisco Urondo pertenecen a la misma generación. El primero nace en 1927 en Choele Choel, Río Negro. El segundo, en 1925, en Chacabuco, provincia de Buenos Aires. El tercero, en 1930, en la capital de Santa Fe. Juan Gelman, en su artículo "Urondo, Walsh, Conti: la clara dignidad", expresa el tipo de opción revolucionaria de los tres cuando dice que pasados los cuarenta optaron por la lucha armada, cuando ya tenían una vida hecha y una fama como intelectuales. Afirma:

"No lo hicieron atacados por alguna erisipela 'revolucionaria'; sabían perfectamente lo que arriesgaban, la vida y, lo peor, todos los alrededores amados de esa vida. Los empujaba el ansia de poner fin a la indignidad de la Argentina. Porque esa indignidad impuesta ensuciaba su clara dignidad."[1]

Sus muertes son también semejantes: Walsh es secuestrado el 25 de marzo de 1977, al día siguiente de haber distribuido la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. Conti es secuestrado en mayo de 1976. Había escrito en latín frente a su escritorio: "Este es mi lugar de combate y de aquí no me voy". Urondo muere en combate, en Mendoza en mayo de 1976. En esos momentos Walsh y Urondo eran militantes de la organización Montoneros y Conti del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). Sus recorridos ideológicos son diversos y, a la vez, elocuentes de las variadas opciones político-revolucionarias que se van construyendo en el proceso histórico, desde la década de 1950 hasta el despliegue del terrorismo de Estado, sistematizado a partir del 24 de marzo de 1976.

Rodolfo Walsh

Su primera militancia había sido en la Alianza Libertadora Nacionalista y desde allí había apoyado el ascenso del peronismo, hasta que esta organización se aleja del movimiento, indignada por la firma de las actas de Chapultepec (1947), que interpretaban como una claudicación ante el imperialismo norteamericano2. Luego, se mantiene al margen de la política. No obstante, como intelectual va a alimentar el canon literario de la  revista Sur al cultivar el género policial y a expresar su alegría por la caída del segundo gobierno del General Perón a manos del golpe de 1955, llevado adelante por la llamada "Revolución Libertadora". Sin embargo, cuando comienza a trabajar con Operación Masacre, por 1956, sobre los fusilamientos de militantes obreros peronistas en los basurales de José León Suárez (luego del levantamiento de los generales Valle y Tanco), toma contacto con la resistencia peronista, conoce un peronismo de base y asiste a su radicalización a partir de la segunda mitad de la década del 1950. Mientras tanto, escribe Caso Satanowsky (1959), en donde denuncia los vínculos de la prensa con el poder estatal e involucra, específicamente, a la gestión de Arturo Frondizi, con la que, a diferencia de otros intelectuales, nunca tuvo simpatía.

Rodolfo Walsh

Walsh, casi como paradigma del proceso vivido por amplios sectores de clase media, comienza a ver la posibilidad de la revolución y a acercarse al pensamiento marxista, bajo la influencia de la revolución cubana. Como intelectual, participa en Prensa Latina con Jorge Masetti y en Casa de las Américas. Durante la década de 1960, alterna su vida entre Argentina y Cuba. Trabaja como periodista en la revista Panorama y publica los libros Los Oficios Terrestres (1965) y Un Kilo de oro (1967). Ese año, escribe, también, dos obras de teatro: La Granada y La Batalla. En 1968, va a dirigir el Semanario de la CGT de los Argentinos, la central obrera antiburocrática cuyo Secretario General es Raimundo Ongaro, que se enfrentaba con la CGT de Augusto Timoteo Vandor. Precisamente, en ¿Quién mató a Rosendo? (1968-1969), Walsh denuncia las relaciones de la burocracia sindical con el resto del aparato del Estado: la justicia, el Ministerio de Trabajo, la prensa y las patronales. El trabajo se publicó por entregas en el Semanario CGT, en 1968 y, en 1969, como libro. El fracaso de la CGT alternativa -perseguida e ¿legalizada por la dictadura de Onganía y traicionada por el propio Perón, quién la había alentado- radicaliza las posiciones de sus militantes más activos. Estos tenían vinculaciones con las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas), creadas en 1968, por lo que se suman a ellas y fundan además un partido: el Peronismo de Base, al que se integra Walsh. Consideran que ya no es posible la lucha revolucionaria en el marco de las instituciones existentes y que la vía armada es una necesidad, entendida como una actitud defensiva y vinculada al trabajo en los frentes de masas, en particular barriales y obreros.

En 1973, Walsh asume la responsabilidad de incorporarse a Montoneros, aunque no se trata de una resolución mayoritaria en las FAP Una vez incorporado, asume las tareas de inteligencia y tendrá activa participación en Noticias, órgano de la organización. Desde allí, comienza sus disidencias con la cúpula, que se expresarán en escritos que eleva entre 1976 y 1977 y que nunca tienen respuesta. Hasta 1976, que vuelve a ser él, como dice en la Carta abierta a la Junta. Había dejado de serlo desde 1973. Sus trabajos no tenían su firma, por la necesidad marcada por la clandestinidad y por concepción acerca de qué perfil debía tener un intelectual revolucionario. Durante el primer año de la dictadura organiza dos tipos de prensa clandestina: ANCLA y Cadena Informativa. Las consideraba instrumentos fundamentales para llevar adelante la tarea de resistencia. Montoneros, por el contrario, sostenía que estaban dadas las condiciones para acelerar el proceso revolucionario y avanzar en una contraofensiva, como lo intentarán llevar a cabo en 1978.

Haroldo Conti

Haroldo Conti

Se forma en un seminario de salesianos, pero lo abandona. Nunca pierde su condición de cristiano pero expresa diferencias con el poder terrenal de la Iglesia. Seguramente, esta posición ideológica se profundizará con la emergencia del cristianismo liberacionista (Teología de la Liberación) que se desarrolla en Argentina durante la década de 1960. Su producción novelística, en este período, expresa una presencia marcada del existencialismo: así puede verse en Sudeste (1962), en Alrededor de la jaula (1966) y en En Vida (1971). Se trata de un existencialismo del hastío de la vida cotidiana y la búsqueda de la libertad. Su concepción filosófica está marcada por el idealismo y la ética kantiana. El cuento La Causa (1960) había puesto en evidencia su desencanto hacia los partidos del poder (conservadores, radicales y peronistas), que se habían alternado en el gobierno. Asimismo, trata con sorna a la izquierda clásica, expresada en los partidos socialista y comunista. Descree, también, de las instituciones -tales como los sindicatos- y en todo tipo de mesianismo que sustituya al pueblo. Por esta razón, es que no podría haberse incorporado al peronismo revolucionario, que centraba sus expectativas (o las alienaba) en el General Perón. Conti sostendrá la existencia de muchos mundos y considerará que la percepción subjetiva tiene la capacidad de para crear realidad. El guevarismo tiene un peso importante en su concepción: ve a un Guevara Cristo que muere por los pobres y cuya voz resuena y renace más allá de los tiempos. Un Guevara sacrificado por los representantes del imperio y seguido desde lejos por algunos pobres. Así aparece en el cuento Con Gringo (1972). Esta imagen del Che no es ajena al proceso de sincretismo religioso y revolucionario, entre cristianismo y marxismo, que se está viviendo en América Latina.

En 1971, viaja a Cuba y, con posterioridad, se incorpora al PRT. Reivindica su participación en el FAS (Frente Antiimperialista por el Socialismo) junto a Roberto Santoro y Humberto Constantini, en su artículo "Compartir las luchas del pueblo" (1974), en la revista Crisis. Cuando Conti recibe el premio Casa de las Américas, por su novela Mascará, en 1975, es un militante del PRT marxista guevarista cristiano y existencialista. No obstante, considera su compromiso con la revolución como un imperativo categórico que debe ser asumido por todos los intelectuales en América Latina. Sostiene que ha llegado la hora de dejar de hablar de gusto. Asimismo, en el terreno estético, se define por la más absoluta libertad para la creación. Dice que no aceptará ninguna "consigna de partido". Seguramente, se refería a la práctica de los partidos comunistas de orientar hacia una determinada concepción estética: el realismo socialista, con todas sus variantes.

Así es como Mascará no responde al realismo. Sin embargo, es una metáfora de la lucha armada, sobre todo si tenemos en cuenta las tesis desarrolladas por Mario Roberto Santucho en Poder Burgués, Poder Revolucionario (1974). También se expresa, en la novela, un concepto de vanguardia que no condice con el leninista del PRT, porque la vanguardia, el Circo del Arca, a medida que pasa por los pueblos, hace resurgir en ellos un sentir ancestral de rebelión, que es deseo de aprender a leer. A su vez, pone en acto a las artes populares de la danza, el canto, el baile y el circo. Esta rebelión indigna al Estado, que manda urgente a reprimir. El pueblo, entonces, se va a la guerrita, donde lo espera Mascaró (que siempre había estado vigilando). En esta novela, al igual que en los otros textos de Conti, no hay protagonismo de la clase obrera, sino de los vagos y marginales, que son capaces de subvertir con el arte y de anticipar, o crear, realidad. Adscribe así, además, a la tradición del surrealismo y del cristianismo comunista.

En Mascaró, el papel del los artistas, maestros e intelectuales en la lucha revolucionaria está superlativizada y comparten el protagonismo con Mascaró. El Príncipe, Oreste y el guerrillero configuran un triángulo de poder. El último, conduce la guerra del pueblo y luego la retirada, cuando deben abandonar todos sus hábitos y clandestinizarse. No hay aquí una organización político - militar jerarquizada, que ordena a los demás, sino frentes que se articulan y operan alternativamente, o todos a la vez, según las necesidades de la lucha. De alguna forma, esas fueron las posiciones del PRT cuando sostuvo que la política debía organizar, y que la guerra del pueblo se debía desarrollar, como uno de los frentes de masas necesario.

Francisco Urondo

Desde muy joven participó como titiritero en el Retablo del Maese Pedro, en Santa Fe, junto con Fernando Birri. Durante la década de 1950 -en Poesía Buenos Aires- y el la de 1960 -en Zona de la Poesía Americana-, apoyó la conformación de la UCRI (Unión Cívica Radical Intransigente), con la candidatura de Arturo Frondizi. Fue Director de Cultura de Santa Fe, convocado por Ramón Alcalde, entre 1958 y 1959. Se retira de la gestión estatal debido al desencanto que sufren los jóvenes intransigentes nacionales, populares y antiimperialistas con "Arturo Presidente", como lo llamará Urondo, en la obra de teatro Archivo General de Indias (1972). Durante la década de 1960, Urondo se guevariza, conoce al marxismo y a la Teología de la Liberación, tal como se expresa en el ^octcísl Adolecer (1966-1968). Participa en el Congreso Cultural de La Habana (1968) donde asistió, también, Rodolfo Walsh. Esta coincidencia es significativa, porque el modelo de intelectual que se reivindica allí es el Che Guevara y la ejecución de su obra, se define, debe comenzar por el acto más humano que se puede realizar: la guerra de liberación. Se erige, entonces, la figura del intelectual combatiente como la más digna de consagración. Urondo participa en esta década en el Movimiento de Liberación Nacional (MaLeNa), que operó como elemento de transición hacia las diversas construcciones revolucionarias de la nueva izquierda. Sobre todo, para los provenientes de la tradición yrigoyenista como los intelectuales de la revista Contorno. Se debate, allí, qué hacer con el peronismo, con la revolución y con la lucha armada. Las diversas opciones realizadas marcarán el fin del movimiento.

Francisco Urondo

En 1970, Urondo, invitado por su hija Claudia, se incorpora a las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), que ha avanzado en una síntesis entre guevarismo, peronismo y lucha armada. A su vez, se evidencia allí una clara presencia en la formación del marxismo althusseriano, sobre todo, en el caso de su más destacado dirigente, Carlos Olmedo. Esta organización político-militar reflexionará mucho respecto de la importancia de los intelectuales para el éxito del proceso revolucionario. Olmedo, en su debate con el PRT, argumenta que la revolución es un problema de los intelectuales y, que éstos, son superados permanentemente por los sucesos revolucionarios. Considera, asimismo, que los intelectuales no tienen que proletarizarse, sino adoptar el punto de vista de la clase trabajadora. Lo importante, explica, no es la extracción de clase sino la inclusión.

En 1973, Urondo se suma -junto con las FAR- a la organización Montoneros. Allí, cumplirá un rol relevante como combatiente y como director de Noticias. Urondo, en una nota escrita en 1974 en la revista Crisis, sostiene -tal como Luis Althusser3- que el principal enemigo que tiene un intelectual es su propia subjetividad burguesa, la que debe ser modificada en un largo y doloroso proceso, en busca de la extinción del individualismo y la susceptibilidad. Ya Guevara había explicado -en "El Socialismo y el Hombre en Cuba", de 1964- de la necesidad de no dejarse atrapar por la jaula invisible, de no convertirse en becario del Estado, ni en un individuo enceguecido por el estrellato, sino ponerse al servicio de la revolución y ayudar a construir la vanguardia, a la vez que extender el conocimiento de los saberes. En Crisis Urondo señala que, cuando una organización se vuelve dogmática, desconfía de los intelectuales. De todos: porque no acepta la productividad del pensamiento. Eso, enfatiza, no debe suceder, porque es la muerte de la posibilidad revolucionaria. Esta situación, de permanente desconfianza, es la que estaba viviendo él mismo en el seno de Montoneros.

Su muerte está ligada a esa desconfianza y, a la vez, con las rígidas normas que pretendían legislar la moral sexual en el seno de la organización. Urondo formaba parte de un núcleo interno disidente con la cúpula, junto a Walsh, Gelman y Verbitsky. El debate giraba en torno al tipo de prensa que debía hacerse en ese momento. Por razones de su vida privada como excusa -pero en realidad por su carácter de disidente- lo degradan y derivan a Mendoza, donde su muerte era segura, debido a la avanzada situación en que se encontraba la represión. Encerrado y acosado, ingiere la pastilla de cianuro que llevaban los cuadros montoneros, para evitar ser sometidos a la tortura y delatar.

Urondo ya había sufrido la desconfianza de parte de los otros intelectuales, que no optaban por la revolución. En 1972, es apresado en una reunión para acelerar la fusión de FAR y Montoneros. Pasará unos meses en la cárcel de Devoto, hasta mayo de 1973, en que Cámpora -nuevo presidente constitucional peronista- libera a los presos políticos. En esa fecha, sale en su defensa Juan José Saer diciendo que, aunque no comparte la opción "ultraizquierdista" realizada por Paco, no concuerda con los que desmerecen su elección debido a que es poeta y, por lo tanto, sería inestable, poco serio e incoherente entre el decir y el hacer.

En la entrevista que realiza a los tres sobrevivientes de la masacre de Trelew, un día antes de ser liberados de la cárcel, Urondo realiza la epifanía de los mártires de la revolución. En 1973, ese trabajo es publicado con el nombre de Trelew: La Patria Fusilada. Allí, Urondo habla por las voces de ellos y todos por las voces del pueblo. La lucha armada aparece como lo que une a las FAR, Montoneros y el PRT, más allá de las divergencias y expectativas respecto del momento electoral que se avecina y de la esperanza en Perón como supuesto líder revolucionario, que reivindicaban las OAP (Organizaciones Armadas Peronistas). Esta unidad, sin ambargo, no va a ser posible.

La opción revolucionaria y la línea político-cultural

Es de destacar que ninguno de estos intelectuales puede encuadrarse en la estética realista, ni la decimonónica ni la stalinista. Esta última, consagrada en el Congreso de Escritores de la URSS, en 1934. En el primer caso, el principal teórico es Georg Lukács. En el segundo, A. Zdanov. Bertolt Brecht, por su parte, polemiza con Lukács respecto de tomar como referencia de verosimilitud a los escritores franceses del siglo XIX, como Emilio Zola, argumentando que, ante nuevas realidades, hay que crear nuevas formas y dar relevancia al carácter de construcción, montaje, selección y compaginación que tiene toda obra artística. Asimismo, toma distancia del zdanovismo, ya que concebía al pueblo como un sujeto que puede adquirir diversas características, según las configuraciones sociohistóricas. Estos debates se desarrollaban en la década de 1970, en el seno de la cultura de izquierda. Brecht había sido difundido por La Rosa Blindada, a mediados de la década de 1960. Walsh, por ejemplo, manifiesta expresa adscripción al pensamiento brechtiano en un reportaje que le realiza Ricardo Piglia, en 1970. Afirma, categóricamente, que es imposible hacer literatura desvinculada de la política: "no necesitás ponerte a escribir una mala novela que le dé la razón a la derecha, que digan: 'ven, esos tipos no saben escribir novelas'"[4].

Haroldo Conti tenía un pensamiento semejante, respecto de la belleza de la obra. Así lo expresa en "Compartir las luchas del pueblo". Sostiene, allí, que el arte es el reino de la entera libertad. El PRT -si bien alguno de sus integrantes podría adscribir al realismo socialista, sobre todo es su aspecto didáctico y pedagógico- no impartió ni consignas, ni órdenes en este terreno. Tampoco actuó expulsivamente, como se comprobaba en el seno del PC (Partido Comunista) durante la década de 1960. Allí, las disidencias por inconducta se vinculaban a lo político, pero también a lo estético. Así lo refiere Néstor Kohan, respecto de los debates que se producían en Cuadernos de Cultura, del PC, entre José Luis Mangieri, Juan Carlos Portantiero, y Juan Gelman, por un lado, y Héctor Agosti, por el otro[5]. Gelman, en un reportaje que le realiza M. Russo en RADAR (del 13 octubre de 1996), recuerda este período en el que ya había optado por no atarse a ninguna preceptiva.

El PRT, por su parte, intentó desarrollar políticas culturales, tal como puede observarse en la constitución del FATR\C (Frente Antiimperialista de Trabajadores de la Cultura) entre 1968 y 1971. Sin embargo, la condición respecto de los intelectuales y artistas no era que dijeran tal o cual cosa (o de tal o cual manera), en sus escritos, sino que asumieran integralmente el compromiso revolucionario, que incluía dar la vida en el combate, si era necesario. X a esto, Conti sí estuvo dispuesto.

Urondo, en la poesía retoma la tradición surrealista, y -más especifica-mente- el invencionismo de Edgar Bayley, compañero poeta de Poesía Buenos Aires. Desde allí, asumirá que no puede poetizarse prescindiendo de lo que nos circunda y que, además, la escritura inventa realidad. Avanzado su compromiso revolucionario, insistirá en que la realidad debe ser conocida para ser transformada, que deben buscarse, no sólo nuevas formas de expresión, sino una nueva lógica que escape del racionalismo binario occidental. En este sentido, recordemos los poemas Adolecer (1965-1967) y Trampa (1974). Asimismo, reivindica el testimonio que da sentido al sacrificio de los mártires y constituye una manera de crear realidad a través de la palabra. Esta concepción está presente en La Patria Fusilada y la novela Los Pasos Previos, ambos textos de 1973.

Podríamos decir que Montoneros no tenía una explícita política cultural. Sin embargo, la extensión de este movimiento por amplios y variados espacios de la sociedad (desde las barriadas, los obreros, las editoriales, la universidad, los colegios secundarios, las bibliotecas populares) generaron espacios autónomos del Estado y un poder alternativo. Allí, se debatió intensamente cómo debían ser esas nuevas formas para las nuevas realidades. Se puso en cuestión cómo el imperativo categórico ético -ante la humanidad, los pueblos, la clase, los explotados y oprimidos- es más intenso, tiene más sentido, que la orden vertical. Y este debate excedió la cuestión de las diversas líneas de partidos. No estaban artificialmente repartidas las esferas de acción de las diversas corrientes. En este sentido, debemos decir que Walsh y Urondo, por un lado, y Conti, por otro, participaban de distintas organizaciones. La diferencia fundamental era Perón o no Perón: los dos primeros afirmaban el líder podía garantizar la patria socialista y el último, por el contrario, advertía que se trataba de la última carta de la burguesía, es decir, del enemigo. No obstante, ellos mismos desarrollaron un intenso debate y compartieron el guevarismo, el antirrealismo y el compromiso -militante y combatiente, de su intelectualidad y de su cuerpo- con las luchas del pueblo.

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Notas:

[1] Gelman, Juan: Prosa de Prensa, Grupo Editorial Z, Buenos Aires, 1997, p. 9.

[2] Baschetti, Roberto: Rodolfo Walsh, vivo, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1994, p. 154.

[3] Althusser, Louis y Etienne Balibar: Para leer el Capital, México, Siglo XXI, 1983.

[4] Baschetti, Roberto: op. cit., p. 70.

[5] Kohan, Néstor: La rosa blindada. Una pasión de los 60, La Rosa Blindada, Buenos Aires, 1999, pp. 29-30.

Nilda Susana Redondo
Publicado, originalmente, en Razón y Revolución, nº 15, Buenos Aires, 1er. semestre de 2006, pp. 31-41.

Editado por el editor de Letras Uruguay

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