Vidas paralelas:

Cervantes y Don Quijote

Ensayo de Alicia Esther Ramadori

Universidad Nacional del Sur - CEMYLC.

Correo electrónico: alicia.ramadori@uns.edu.ar

Resumen

A través de los prólogos cervantinos recuperamos aspectos constituyentes de un relato de la vida literaria de Cervantes que el mismo autor configura discursivamente. Luego trazamos un paralelo con Don Quijote, proponiendo la lectura de la novela como una biografía del héroe caballeresco.

Abstract

Through Cervantes' prologues, this work recuperates the constituent as-pects of the literary life of Cervantes that the same author configures dis-cursively. Then we draw a parallel with Don Quixote to propose the reading of the novel as a biography of the chivalrous hero.

Palabras clave

Cervantes - Prólogos - Biografía

Keywords

Cervantes - Prologues - Biography

Convocados por un nuevo centenario cervantino, celebramos los cuatrocientos años de la publicación de la Segunda Parte de Don Quijote de la Mancha (1615) y recordamos la muerte de su creador, Miguel de Cervantes Saavedra (1616). Esta doble conmemoración testimonia una vez más la extendida asimilación entre el protagonista y su creador, presente no solo en el imaginario colectivo sino también en la crítica especializada. Los escasos datos conservados sobre la vida y la persona de Cervantes -que las revelan signadas por las dificultades y las pruebas- permitieron, no obstante, a Luis Astrana Marín (1948-1958) diseñar una Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra a lo largo de varios volúmenes. Otros muchos se han visto impelidos a la búsqueda de una intimidad en las obras de ficción, la reconstrucción de un yo que se resiste a ser aprehendido bajo las máscaras discursivas que lo ocultan. Se han proyectado sobre los textos cervantinos aspectos autobiográficos, y se han establecido analogías entre retratos del escritor y el personaje. Así, se repiten las referencias a la condición de soldado que ostentaba Cervantes y a su participación en la batalla de Lepanto, el posterior cautiverio en Argel, el regreso a España para afrontar penurias económicas y familiares, la experiencia de la cárcel y la necesidad de un trabajo alejado de la profesión intelectual, cuando no pudo vivir de sus aspiraciones literarias; el unánime reconocimiento por su inmortal creación, no exento sin embargo de incomprensión y diatribas entre algunos de sus contemporáneos. Además, la figura de Cervantes ha pasado por un proceso que conduce desde la visión como autor lego e inconsciente de la obra maestra que ha pergeñado hasta su apoteosis como genio creador de la novela moderna.

A pesar de estas alusiones autobiográficas y de las menciones en primera persona que se reiteran en sus textos y, especialmente, en los prólogos de sus obras, no debe confundirse la persona histórica de Cervantes con las representaciones discursivas que construye en sus producciones literarias. La misma postura asume Martín Morán (2009: 198), cuando recomienda no identificar las voces narrativas con la del autor y menos con la del escritor -siguiendo concepciones de Foucault y Barthes en esta distinción-, porque la materia autobiográfica ha sido afectada por un proceso de ficcionalización del autor y por los propósitos contingentes con que ha sido usada. Uno de los biógrafos de Cervantes, Jean Canavaggio, insiste asimismo en esta diferenciación entre el ser humano inasequible y permanentemente desaparecido y el doble que se descubre en la lectura, definido como "un ente nacido de un acto de escritura" (Canavaggio, 2001: XXXII). Los prólogos son espacios privilegiados para tratar esta naturaleza discursiva del individuo expuesto en ellos. Los críticos han acentuado tanto estas cuestiones de la autor-representación y la autobiografía como la participación activa del receptor en una especie de pacto de lectura, mostrando su contribución al nacimiento de la novela moderna (cfr. Canavaggio, 2001: XLVIII), a la creación del lector moderno desde la ironía crítica (cfr. Cuéllar Valencia, 2005: 183) y al afianzamiento de una nueva mentalidad autoral (cfr. Martín Morán, 2009: 212).

Resulta sin embargo particularmente interesante analizar, en los paratextos que acompañan a las obras cervantinas, el relato biográfico de un sujeto que se constituye discursivamente en un proceso de configuración intencionada. Proponemos rescatar de los prólogos la historia de una vida que se erige como figura creada por el autor, y no solo como resultado de la actividad del lector ni de un pacto autobiográfico. Una vida que es expresión de la voluntad de ese yo que modela la representación de sí mismo, que quiere legar a la posteridad. En este sentido, la vida de Cervantes representada en los prólogos participa de la misma esencia literaria que la historia de Don Quijote narrada en la novela. Historia que puede convertirse en una biografía, pues sigue las peripecias vitales del protagonista desde su nacimiento como caballero andante hasta su muerte. Vida e historia inscriptas ambas en el ámbito ficcional. Esta correspondencia discursiva permite trazar un paralelo entre las dos vidas, en una tenue evocación de Plutarco, quien equiparó personajes alejados en el tiempo y espacio pero que compartían una ejemplaridad y unas condiciones vitales semejantes.

Miguel de Cervantes Saavedra

La reconstrucción de la vida de Cervantes figurada en los prólogos ha de atenerse a la secuencia cronológica en que aparecen sus obras. Su primera novela, a los treinta y ocho años, es La Calatea (1585); veinte años más tarde se publica la Primera Parte de Don Quijote de la Mancha (1605), y debemos esperar otros ocho años para que comiencen a editarse, en los últimos de su existencia, y en rápida sucesión, las Novelas ejemplares (1613), Viaje del Parnaso (1614), Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados (1615), la Segunda Parte de Don Quijote de la Mancha (1615) y póstumamente, Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617). En todas ellas, los paratextos son espacios clave para el acceso a los diferentes niveles de significación. Restringimos nuestro análisis de los prólogos al propósito de mostrar la configuración literaria de los aspectos biográficos de Cervantes y su posterior cotejo con la biografía de Don Quijote desplegada en las dos partes de la novela cervantina.

La imagen que Cervantes construye de sí mismo en los prólogos se asienta sobre dos bases: 1) las hazañas del soldado, en relación a las cuales la batalla de Lepanto y sus consecuencias personales adquieren una importante función casi metonímica; 2) la profesión de escritor, sustentada en principios estéticos que orientan su propia producción y sus juicios literarios; en consecuencia, aparecen en ellos una poética y una práctica literaria. Su vida se manifiesta así como una encarnación y síntesis del tópico de las armas y las letras, sobre el que arguye Don Quijote en un memorable discurso (cfr. Cervantes, 2004: 392-397).

En el prólogo de la novela pastoril La Galatea, Cervantes justifica su escritura aludiendo a una inclinación natural y edad apropiada para dedicarse al género bucólico. Esta primera obra, publicada "apenas salido de los límites de la juventud", marca su nacimiento como autor literario. Estos comienzos se presentan como una equilibrada decisión entre los extremos de ser apresurado en publicar o tan "escrupuloso, perezoso y tardío" que nunca comunica lo escrito: "Huyendo de estos dos inconvenientes, no he publicado antes de ahora este libro, ni tampoco quise tenerle para mí solo más tiempo guardado, pues para más que para mi gusto solo le compuso mi entendimiento." (Cervantes, 1999: 157-158). El escritor primerizo también explica su resolución de compartir la experiencia estética que significa la literatura pastoril por su función propedéutica en el enriquecimiento del lenguaje poético, y da ocasión a un conceptuoso elogio de la lengua castellana. Por otra parte, la dedicatoria de La Galatea a Ascanio Colonna, abad de Santa Sofía y miembro de la prestigiosa familia italiana, inserta una alusión a la batalla de Lepanto al referirse al padre de Ascanio que fue general de galeras en esa empresa bélica (cfr. Cervantes, 1999: 152 n.5).

Un dilatado lapso transcurre hasta su próxima publicación, Don Quijote de la Mancha, que alcanza una mayor popularidad que su primera novela. La originalidad del prólogo de 1605 ha sido reiteradamente destacada por los estudiosos de Cervantes. Recordemos que solo nos detenemos en los aspectos que permiten delinear su biografía literaria. El autor establece una relación directa entre su figura y el texto de Don Quijote de la Mancha en términos de filiación. La equivalencia comienza explotando el motivo de la falsa modestia, cuando se refiere al "estéril y mal cultivado ingenio mío" y a su libro como "hijo seco, avellanado, antojadizo", para afirmar inmediatamente la originalidad de la obra creada: "y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno" (Cervantes, 2004: 7). Es decir que el paralelo que proponemos entre las vidas literarias del autor y del protagonista se perfila, en este prólogo, entre el mismo autor y su creación textual.

Asimismo, se incluye un primer retrato del novelista captado en el acto de la escritura y se relata el encuentro con un amigo en el que se ha podido ver un desdoblamiento del "yo" autoral, que lo cubre con una máscara discursiva, al mismo tiempo que transforma el texto en dialógico. La indicación temporal también está presente para acotar la edad madura de Cervantes y el intervalo transcurrido entre las publicaciones: "al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas" (Cervantes, 2004: 8). El recurso del amigo sirve tanto para deslizar un implícito elogio a "un ingenio tan maduro como el vuestro" que se contrapone a la mención anterior, como para exponer determinados principios poéticos sobre la imitación, el estilo, la intención y el efecto en el lector, que se intercalan con irónicos comentarios sobre los géneros y las prácticas literarias contemporáneas.

Una nueva brecha de ocho años separa la publicación de su próxima obra: las Novelas ejemplares, en cuyo prólogo muestra otra vez reticencia para escribirlo en directa mención al del Quijote de 1605. Ahora los anteriores bocetos de la figura del autor se expanden en un detallado retrato que se articula en cuatro aspectos: una descripción física que apunta a correspondencias con atributos intelectuales, según modos propios de la época; una proclamación de la autoría de La Calatea, Don Quijote de la Mancha, Viaje del Parnaso y otras obras; la fijación de su nombre: Miguel de Cervantes Saavedra; y finalmente, el orgullo por su condición de soldado que participó en la batalla de Lepanto, sufriendo graves heridas, y soportó fuertes adversidades en el cautiverio argelino. Además de su propia ambición, señala el interés de los lectores por conocer rostro y talle del autor de "tantas invenciones", por lo que justifica la pormenorizada descripción:

Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; este, digo, que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso, a imitación del de César Caporal perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y quizá sin el nombre de su dueño, llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de guerra, Carlo Quinto, de felice memoria (Cervantes, 2001: 16-17).

Este retrato constituye la más clara exposición de la voluntad de Cervantes de construir una imagen de sí mismo para que perdure como legítima en la memoria de sus lectores y permanezca como legado eternizado en la historia. La conciencia de autor se manifiesta igual que en el prólogo del Quijote de 1605, en la afirmación de la voz propia para enunciar su obra y transmitir verdades, ahora en una "edad que no está para burlarse con la otra vida", a los sesenta y cuatro años. Y nuevamente, expresando la originalidad de su creación literaria, producto de su ingenio, además de destacar su prioridad en el arte de novelar: "yo soy el primero que ha novelado en lengua castellana (...) y éstas [novelas] son mías propias, no imitadas ni hurtadas; mi ingenio las engendró, y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la estampa" (Cervantes, 2001: 19). A continuación anuncia la publicación de los Trabajos de Persiles, "libro que se atreve a competir con Heliodoro", las dilatadas hazañas de don Quijote y los donaires de Sancho Panza y las Semanas del jardín, obra que no se ha conservado. Aunque es consciente de que el tiempo se le agota:

Mucho prometo, con fuerzas tan pocas como las mías, pero, ¿quién pondrá rienda a los deseos? Solo esto quiere que consideres, que pues yo he tenido osadía de dirigir estas Novelas al gran Conde de Lemos, algún misterio tienen escondido que las levanta (Cervantes, 2001: 20).

El orgullo por su obra vuelve a manifestarse y se reafirma en la original dedicatoria a don Pedro Fernández de Castro, Conde de Lemos y protector de Cervantes, que sirve de pretexto para reiterar algunos juicios literarios.

El transcurrir de la vida también está en el trasfondo del prólogo a su próxima publicación: Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados. Su avanzada edad -"el más viejo que allí estaba"- le permite puntualizar una historia del teatro en la que ubica las figuras señeras en el desarrollo de la dramaturgia castellana, valorando los aportes individuales y calibrando el impacto que significó la comedia nueva propuesta por Lope de Vega. Pero, sobre todo, defiende sus propias concepciones y prácticas teatrales para exaltar sus producciones dramáticas en un ámbito escénico que finalmente se le muestra hostil. En estas páginas prologales predomina un tono desalentado y permeable a la desilusión, resultado de la indiferencia con que son tratados sus comedias y entremeses nunca representados.

Algunos años ha que volví yo a mi antigua ociosidad, y pensando que aún duraban los siglos donde corrían mis alabanzas, volví a componer algunas comedias; pero no hallé pájaros en los nidos de antaño; quiero decir que no hallé autor que me las pidiese, puesto que sabían que las tenía, y así las arrinconé en un cofre y las consagré y condené al perpetuo silencio. En esta sazón me dijo un librero que él me las comparara si un autor de título no le hubiera dicho que de mi prosa se podía esperar mucho, pero que del verso nada; y si va a decir la verdad, cierto que me dio pesadumbre el oírlo... (Cervantes, 2005: 11-12).

La misma conciencia y suficiencia por su oficio que vimos en otras ocasiones se levanta en este prólogo para refutar lo que siente como una injusticia: "vi no ser tan malas ni tan malos que no mereciesen salir de las tinieblas del ingenio". Apela al juicio del lector para que contradiga al "maldiciente autor". Sin embargo, debe conformarse con verlos solo publicados sin ser representados y así dedicárselos al Conde de Lemos. En dicha dedicatoria anticipa la pronta aparición de la Segunda Parte de Don Quijote de la Mancha, aludiendo a la versión apócrifa que recientemente se ha editado en Tarragona. Asimismo, se refiere otra vez al Persiles, Las semanas del jardín y una segunda parte de La Galatea.

Todo el prólogo de la Segunda Parte de Don Quijote de la Mancha gira en torno a la refutación y distanciamiento con respecto al Quijote apócrifo, aparecido un año antes. Nuevamente nos concentramos en los puntos que sirven para nuestra reconstrucción de la vida literaria de Cervantes. En su réplica podemos deslindar los argumentos referidos a aspectos personales denigrados por Avellaneda y a cuestiones literarias en las que critica la historia falsa de Don Quijote. En el primer nivel, a pesar del alarde de su mayor altura moral que le permite mostrarse paciente y no afectado por la cólera, consigue denostar a su contrincante intercalando insultos pero de una manera irónica muy cervantina: "Quisieras tú que lo diera del asno, del mentecato y del atrevido, pero no me pasa por el pensamiento...". Le dedica más espacio a rebatir las acusaciones personales -hirientes e injustas, como muy bien señala-, porque afectan directamente los pilares con que Cervantes construyó su autorrepresentación: la avanzada edad, su condición de soldado, la batalla de Lepanto y las heridas sufridas en esa ocasión.

Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiere sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiere nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperar ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas a lo menos en la estimación de los que saben dónde se cobraron: que el soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga, y es esto en mí de manera, que si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella. Las que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra, y al de desear la justa alabanza; y hace de advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años (Cervantes, 2004: 543).

Estas palabras y el retrato insertado en el prólogo de las Novelas ejemplares son claves para entender la configuración discursiva con que Cervantes encara el relato de su vida literaria. En cuanto a las cuestiones literarias, entra de lleno poniendo en duda las dotes y capacidad intelectual de Avellaneda para componer literatura: "una de las mayores [tentaciones del demonio] es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer e imprimir un libro con que gane tanta fama como dineros y tantos dineros como fama" (Cervantes, 2004: 544). Los consabidos cuentos de locos que inserta a continuación están en consonancia con el "pecado" de Avellaneda de creerse escritor de novelas, que remata con una fuerte e insidiosa advertencia: "Quizá de esta suerte le podrá acontecer a este historiador, que no se atreverá a soltar más la presa de su ingenio en libros que, en siendo malos, son más duros que las peñas" (Cervantes, 2004: 545). A la amargura y náusea que ha causado este Quijote, propone como antídoto el suyo:

[E]sta segunda parte de Don Quijote que te ofrezco es cortada del mismo artífice y del mismo paño que la primera, y que en ella te doy a don Quijote dilatado, y finalmente muerto y sepultado, porque ninguno se atreva a levantarle nuevos testimonios, pues bastan los pasados y basta también que un hombre honrado haya dado noticia de estas discretas locuras, sin querer de nuevo entrarse en ellas: que la abundancia de las cosas, aunque sean buenas, hace que no se estimen, y la carestía, aun de las malas, se estima en algo (Cervantes, 2004: 546).

He aquí nuevamente satisfacción por la propia obra y por el oficio de escritor demostrado en ella. Este prólogo termina con el anuncio del Persiles, que no alcanzará a ver publicado, y de la segunda parte de La Galatea, promesa que no pudo cumplir.

La dedicatoria al Conde de Lemos y el prólogo del Persiles cierran este periplo biográfico que trazamos a través de los espacios paratextuales de las obras cervantinas. Así como lo vimos nacer autor literario en el prólogo de La Galatea, asistimos ahora a la ficcionalización de su muerte. Se sirve para ello, en la primera instancia, de las conocidas coplas "Puesto ya el pie en el estribo, / con las ansias de la muerte", para, sin ninguna preparación, enfrentarnos a las lapidarias frases: "Ayer me dieron la Extremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir..." (Cervantes, 1992: 45). Aun con pleno discernimiento de que solo un milagro puede prolongar su vida, continúa prometiendo esas "reliquias" que todavía le quedan en el alma. Si la dedicatoria es la despedida a su protector, el prólogo es el último contacto con sus lectores personificados en el estudiante pardal que entona su alabanza: "¡Sí, sí; éste es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y finalmente el regocijo de las musas!" (Cervantes, 1992: 48). Eficaz recurso para paliar la constante necesidad de reconocimiento que asoma en los prólogos, junto con la firme confianza en su labor creadora: "Lo que se dirá de mi suceso, tendrá la fama cuidado, mis amigos gana de decilla, y yo mayor gana de escuchalla" (Cervantes, 1992: 49). En una fatal premonición de su cercano fin, se despide para siempre de sus lectores:

Mi vida se va acabando, y al paso de las efemérides de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida (...) ¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida! (Cervantes, 1992: 48-49).

Don Quijote de la Mancha

La biografía literaria de Don Quijote se genera desde el inicio mismo del libro, cuando asistimos a su nacimiento como caballero andante, producto de su locura y voluntad. Mucho se ha dicho sobre su enajenación y delirio, así como es muy bien conocido por todos el proceso de transformación que se describe en los primeros capítulos y continúa en esa polifonía textual que asume el intrínseco relativismo del mundo creado. Al respecto, Américo Castro afirma que "el eje de Don Quijote es su voluntad, la suya, aislada y purísima; incluso, si se quiere, de su locura, usada como máximo aislador para cuanto no sea su voluntad, el recluso recinto de su propia existencia" (Castro, 1960: 250). Entonces, para entender su itinerario vital, resulta fundamental enfatizar la génesis de su identidad caballeresca como un acto de voluntad: Don Quijote se construye a sí mismo como caballero con total conciencia de lo que significa y con completa aceptación de esta forma de vida. La última expresión nos remite inmediatamente a Avalle-Arce (1976), que interpreta el nacimiento de este nuevo héroe que es Don Quijote como una libre elección entre distintas alternativas: la vida vegetativa de un hidalgo de aldea, hacerse escritor de libros de caballerías o convertirse en caballero andante. Finalmente elige inventarse una vida caballeresca: "El hacerse caballero andante, posibilidad la más inverosímil de todas, ya que es invento de su locura, es la cabal expresión de su absoluta libertad de escoger" (Avalle-Arce, 1976: 90) e implica "la voluntad, que recubre a la necesidad vital y angustiosa de querer ser él y no otro" (1976: 92). A partir de la acción de crearse a sí mismo, el relato biográfico oscilará entre la percepción de Don Quijote acerca de la realidad y el testimonio de los narradores y los personajes testigos de ese desarrollo vital. Las distintas peripecias y aventuras que enfrenta el personaje son los jalones que llevan desde su nacimiento como Don Quijote de la Mancha a su muerte como Alonso Quijano, el Bueno. En esta progresión basamos nuestra interpretación de la novela como relato de una vida.

El punto de partida es, pues, la transformación de un hidalgo cincuentón "de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro" (Cervantes, 2004: 28), en novel caballero andante, acaecida por libre elección y voluntad propia del personaje, que ya desde el comienzo también crea la voz narradora de su historia, un sabio a la manera de los libros de caballería: "¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera?... " (2004: 35). Este sabio narrador también sufrirá diferentes metamorfosis a medida que transcurre la historia; una de ellas es obra de Don Quijote, y sucede cuando el propio personaje lo convierte en encantador: "Yo te aseguro, Sancho -dijo don Quijote-, que debe ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia, que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir" (2004: 565). De este modo, la figura del narrador queda vinculada también con los recurrentes nigromantes a los que responsabiliza por cambiarle la realidad para que no logre sus hazañas. Otras transformaciones le son impuestas a Don Quijote pero, conocidas y asumidas, las internaliza para adaptarlas a su mundo: tales son Cide Hamete Benengeli y el mismo Avellaneda, sobre los que pregunta, opina, emite dudas y cuestionamientos. Así, en la Segunda Parte, encontramos esos sabrosos diálogos con el bachiller Sansón Carrasco o la escena de indignación cuando conoce la existencia del Quijote desamorado de Avellaneda. Estos cambios narrativos de la Segunda Parte afectan correlativamente la imagen que de sí mismo ha creado Don Quijote.

En el Quijote de 1605, el protagonista se sostiene sobre la base de las aventuras que vive y de la transformación de la realidad a fuerza de pura voluntad:

—Yo sé quién soy —respondió don Quijote—, y sé que puedo ser, no solo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías (Cervantes, 2004: 58).

Los resultados adversos siempre se acomodan a los cánones de la literatura caballeresca y se justifican por el recurso de los encantadores, pero la confianza en sí y en su misión permanece inalterada. En cambio, en la Segunda Parte de 1615 se va operando una paulatina mutación que pone en crisis esta fe y voluntad de ser caballero andante. El origen de esta mudanza puede encontrarse en el encantamiento de Dulcinea, orquestado por Sancho Panza, el segundo capítulo de la Segunda Parte. Auerbach (1950: 316) señala la importancia singular de este episodio en el que se produce el choque de la ilusión de Don Quijote con la realidad vulgar y cotidiana. Por primera vez no es Don Quijote quien transfigura la realidad para adecuarla a las ficciones caballerescas, sino que es Sancho quien improvisa la escena novelesca, comenzando así la que será la nueva tendencia en el relato de las experiencias vividas por Don Quijote: otros personajes organizan sus aventuras para divertirse a costa del caballero loco. Las heroicas hazañas pergeñadas por Don Quijote se trastruecan en un espectáculo representado en los bosques de Sansón Carrasco, en el palacio de los duques y en la ciudad de Barcelona, todo concebido como mero pasatiempo. Pero la principal inferencia de Auerbach apunta a que Dulcinea encantada constituye la intersección culminante de su ilusión y de su desengaño. Dulcinea, la ideal dueña de su corazón enamorado, representa la razón de ser caballero; por lo tanto, su desencantamiento se constituye en su designio primordial. Sin embargo, la presunción de que jamás lo logrará va imponiéndose a medida que se suceden las distintas vivencias. La preocupación por Dulcinea encantada aparece en sus aventuras posteriores: la reencuentra en la cueva de Montesinos, pregunta por su destino al mono adivino de Maese Pedro y a la cabeza parlante de don Antonio Moreno, busca su salvación procurando que Sancho cumpla con la penitencia redentora... Si comprobar "que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras" lo lleva a confesar resignadamente: "Yo no puedo más" (Cervantes, 2004: 777), la incapacidad de desencantar a Dulcinea lo hará dudar de su misión: "yo hasta ahora no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos" (2004: 987). Así transita hacia el derrumbe de su ilusión, la pérdida de su confianza y su consecuente muerte.

La muerte de Don Quijote da lugar a una gradación de relatos que conforma su representación a través de distintas perspectivas. En primera instancia, la refiere el mismo protagonista que, al recuperar su cordura, se escinde en dos personalidades: Don Quijote y Alonso Quijano el Bueno:

Yo me siento, sobrina, a punto de muerte: querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala, que dejase renombre de loco; que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, mi amiga, a mis buenos amigos, al cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento. Pero de este trabajo se excusó la sobrina con la entrada de los tres. Apenas los vio don Quijote, cuando dijo:

—Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de "bueno". Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios escarmentando en cabeza propia, las abomino (Cervantes, 2004: 1100-1101).

Tan inesperada mutación final resulta incomprensible para sus amigos, que insisten en prolongar la vida a Don Quijote. Pero Alonso Quijano se niega a perder su recuperada identidad (curiosamente citando primero un refrán que aparece en el prólogo de Ocho comedias, "ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño"): "Yo fui loco y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha y soy ahora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno." (Cervantes, 2004: 1103). Esta reafirmación constituye la muerte de Don Quijote en manos del personaje Alonso Quijano.

El relato continúa entonces desde las perspectivas de los demás personajes y narradores. En primer lugar, por el cura, que certifica esta transmutación después de confesarlo. Luego, el por narrador, que aúna la dualidad de los caracteres en la común condición apacible que adjudica a Don Quijote, suma de Alonso Quijano el Bueno y Don Quijote de la Mancha. Por último, la muerte de este héroe bifronte queda testimoniada por el escribano, para que no pueda ser adulterada nunca más la finalmente lograda entidad de Don Quijote, caballero andante y buen hombre. Tras el epitafio de Sansón Carrasco que cierra la historia de Don Quijote, toman la palabra Cide Hamete Benengeli y su pluma, para concluir discursivamente la vida del caballero andante en una nueva síntesis: "Para mí sola nació don Quijote, y yo para él: él supo obrar y yo escribir, solos los dos somos para en uno..." (Cervantes, 2004: 1105).

Delineando un paralelo

A modo de conclusión, podemos esbozar algunas correlaciones entre las dos biografías. En primer lugar, somos testigos de cómo los nacimientos literarios de Cervantes como autor y Don Quijote como caballero andante se configuran en los textos. Ambas identidades resultan de una voluntad artística de construir una imagen de sí mismos para legar a la posteridad, a través de las obras literarias en el caso de Cervantes y de las aventuras caballerescas en el de Don Quijote. Estas voluntades creadoras están unidas a la expresión de una conciencia y un orgullo por los propios logros alcanzados y por los beneficios transmitidos a los otros. Sin embargo, el manifiesto contraste entre las aspiraciones individuales y la realidad que se les impone conlleva a una muerte afrontada con resignación y entereza moral por ambas figuras que, conservando su singularidad, participan de esta misma esencia. Pues -a pesar de las notorias correspondencias- no hemos de olvidar que las vidas literarias de Cervantes y don Quijote se asemejan a líneas paralelas que nunca se unen.

Fuentes

Cervantes, Miguel de (1992), Los trabajos de Persiles y Sigismunda, Madrid, Clásicos Castalia, [edición de Juan Bautista Avalle-Arce].

                     -----(1999), La Galatea, Madrid, Cátedra, [edición de Francisco López Estrada y María Teresa López García-Berdoy].

                    ----- (2001), Novelas ejemplares, Barcelona, Crítica, [edición de José García López, estudio preliminar de Javier Blasco].

                     -----(2004), Don Quijote de la Mancha, Asociación de Academias de la Lengua Española, San Pablo, Prol Gráfica, [edición del IV Centenario, Real Academia Española].

                    ----- (2005), Teatro completo, Barcelona, Altaya, [edición de Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas].

Bibliografía referida

Astrana Marín, Luis (1948-1958), Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid, Instituto Editorial Reus.

Auerbach, Erich (1950), "La Dulcinea encantada", en Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental, México, FCE, pp. 314-339.

Avalle-Arce, Juan Bautista (1976), Don Quijote como forma de vida, Valencia, Fundación Juan March - Editorial Castalia.

Canavaggio, Jean (2001), "Vida y literatura: Cervantes en el Quijote", en Cervantes, Miguel de, Don Quijote de la Mancha, Barcelona, Crítica, pp. XXIX-LIV, [edición de Francisco Rico, con la colaboración de Joaquín Forradellas; estudio preliminar de Fernando Lázaro Carreter; prólogos de Jean Canavaggio, Sylvia Roubaud y Anthony Close].

Castro, Américo (1960), "Los prólogos al Quijote", en Hacia Cervantes, Madrid, Taurus, pp. 231-266.

Cuéllar Valencia, Ricardo (2005), "Consideraciones en torno a los prólogos de Miguel de Cervantes", en Literatura: teoría, historia, crítica, 7, pp. 159-186.

Martín Morán, José Manuel (2009), "Cervantes desde sus prólogos", en Arredondo, María Soledad, Civil, Pierre, y Moner, Michel (eds.), Paratextos en la literatura española (siglos XV-XVIII), Madrid, Casa de Velázquez, pp. 197-212.

 

Ensayo de Alicia Esther Ramadori

Universidad Nacional del Sur - CEMYLC.

Correo electrónico: alicia.ramadori@uns.edu.ar


Publicado, originalmente, en: Cuadernos del Sur-Letras 46, 9-22 (2016), ISSN 1668-7426

Cuadernos del Sur-Letras es una publicación semestral del Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur (UNS).

Link del texto: https://revistas.uns.edu.ar/csl/article/view/1352

 

Ver, además:

Miguel de Cervantes Saavedra en Letras Uruguay

 

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