La hija del águila
de "Leyendas del noroeste"
por Anastasio Quiroga

Bajo de un árbol, en el patio de un ranchíto de campo estaba acostada en una cuna de palo una niña muy pequeña. De muy pocos días acababa de quedar huérfana de sus dos padres y allá tirada en su cuna estaba solita librada a su suerte. La niña lloraba todo el tiempo de hambre, sed y frío, hasta que los finos oídos de una enorme águila la oyeron. Desde arriba comenzó a olfatearla en el aire. Esta águila había sido una excelente madre de unos aguiluchos que le habían arrebatado unos cazadores. Se la pasaba llorando y graznando, llamando inútilmente a sus hijos. Volando muy bajo sobre ese rancho escuchó los gemidos de la criatura. Así fue que clavando su aguda mirada enfiló derecho en veloz picada hacia la niña. Volando sobre su cuna de palo la tomó por los pañales y la levantó por el aire con sus garras. Así la condujo a su cueva en un alto peñasco. Sólo con alas podía entrarse a la casa del águila. Mamá Águila adoptó a la niñita prodigándole toda clase de cuidados y atenciones.

Pasó el tiempo y la niña ya estaba bastante crecida: fue poniéndose bonita y con cabellos refulgentes. Mamá se los peinaba diariamente y se los contaba uno por uno. Un día el águila bajó a la tierra a buscarle juguetes. En un matorral vio un lindo pichicho que andaba extraviado. Se lanzó en su pesca y lo levantó en vuelo. El pichicho fue un compañero para la niña cuando el águila se ausentaba. Pero siempre ansiosa por rodearla de juguetes. Mamá Águila le trajo un loro que andaba atorranteando por las calles. El loro enmudeció de susto y después aprendió a hablar de nuevo. Entre el águila, el perro y el loro, la niña creció hasta hacerse joven.

La niña salía a veces al borde de la cueva a mirar el hermoso vuelo de Mamá Águila. Un día que estaba tomando sol a la orilla de la cueva vio pasar a lo lejos un joven. Era nada menos que el príncipe de la comarca. El, a su vez. que iba de caza y con un larga vista, descubrió en lo alto a una hermosa criatura al lado de un perro y un loro. El joven al llegar a su casa contó a sus padres el descubrimiento. Y al día siguiente se presentaba allí secundado por una comitiva. Ataron fuertes cuerdas desde arriba y bajaron hasta la entrada de la cueva. Pero como ella hablaba el idioma de las águilas no pudieron entenderse, aunque el joven le hacia señas para que bajara con ellos al pueblo.

El loro que sabia hablar muy bien, gritaba diciendo:"trúa, trúa", con lo que anunciaba el regreso de Mamá Águila. La niña nerviosa se metió adentro de la cueva, pero el joven alcanzó a tomarle la mano arrancándole un cabello de oro. Cuando el joven llegó a su casa que era un palacio, habló a sus padres de la hermosura de la niña mostrando el oro de su pelo. Entonces los reyes decidieron rescatarla. A todo esto, el águila volvía a su cueva trayendo preciosos vestidos para la joven. Pero sintió que algo raro había ocurrido.

"¿Óulén ha estado aquí?” preguntó. Todos enmudecieron, salvo el loro que decía: "trúa. trúa. el príncipe".

De inmediato el águila comenzó a contar los cabellos de la joven comprobando que faltaban dos. Entonces reprendió malamente a la niña. Pero al día siguiente Mamá Águila tenía que salir en busca de comida para la familia y ordenó que no se recibiera a nadie en su ausencia, y se echó a volar raudamente por los aires.

Pero la comitiva del príncipe ya estaba en marcha para raptar la hermosa niña. Llegado el príncipe convenció a la joven de que bajara con él por la cuerda. Después de resistirse muchas veces, la hermosa bajó con él hasta el pie de una linda carroza y se alejaron velozmente.

Cuando Mamá Águila volvió a su peñasco, quiso morirse de rabia y de pena. Sólo estaban el perro y el loro mudos de terror por la ausencia de la niña. Todos respondieron gimiendo y llorando sobre lo que había pasado. Entonces Mamá Águila se acurrucó en el fondo de la cueva y estuvo cinco días sin levantar cabeza. El loro se excusaba diciendo que la comitiva venia muy bien armada para atacarlos. Cuando el águila pudo reaccionar, dijo:

"Yo los buscaré, los encontraré y los venceré". “Me las pagarán muy caro”. Doña Águila, que tenía la vista roja de tanto llanto, se puso a preparar su ataque.

Mientras tanto, la niña se encontraba en el palacio del rey. La educaban institutrices para que fuera la digna novia del príncipe. Todas las mañanas recorrían los dos el jardín, paseando entre flores y canteros.

Pero un día el joven salió de cacería y la niña paseaba sola. En ese momento Mamá Águila volaba sobre el lugar. Ella quiso esconderse entre las plantas pero Mamá Águila la descubrió y encarándola le dijo:

"Ingrata malpagadora, por el dolor que me has causado te haré sentir tanta pena como la mía". Y en el acto le aplicó un aletazo en la cara. Por arte de magia la hermosa cara de la niña se convirtió en cabeza de burro y las dos quedaron llorando. La niña en el jardín, el águila volando.

La niña no volvía a la casa por lo ocurrido hasta que un servidor vino a buscarla. La encontró detrás de un gran árbol y se dio un tremendo susto: y salió corriendo a avisar lo ocurrido.

A la pobrecita la encerraron en un establo con los caballos y se la pasaba llorando. Nadie se acercaba a verla, sólo el peón y su novio que sufría horriblemente. Buscaron todos los médicos del lugar.

Y el águila seguía volando sobre el palacio y vigilando lo que allí ocurría.

Un día, considerando que su castigo había sido más que suficiente se posó en la puerta del establo y llamó cariñosamente a su hija. La joven se le acercó y le dijo: "Así como has sufrido he sufrido. Tal vez este dolor te enseñe a no ser infiel a tus seres queridos. Si tú y el príncipe no me hubieran faltado el respeto y hubieran solicitado mi consentimiento no habría pasado todo esto. Pero ya se acaban tus penurias y todos podemos ser felices. Y puedes reír porque ya me voy, pero así”. Y la cubrió con sus dos alas volviéndola a transformar en niña hermosa. Las dos se abrazaron entonces.

Los habitantes del palacio miraban esta escena desde lejos y de pronto vieron subir a Mamá Águila que con sus enormes alas volaba para siempre hacia el cielo.

Y en el casamiento de la joven con el príncipe estuvieron el perro y el loro, que para siempre se quedaron a su lado.

Anastasio Ouiroga es hombre de Jujuy. Cuentero de ruedas de fogones, hacedor de guitarras, él ha recogido en el norte argentino viejas leyendas populares que sabe trasmitir con la gracia, el aroma y el sabor originales Ediciones de crisis las recogerá próximamente en un volumen. Anticipamos algunas.

Anastasio Quiroga
Revista "Crisis"

Buenos Aires, enero de 1974

 

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