Bajo
de un árbol, en el patio de un ranchíto de campo estaba acostada en una cuna de
palo una niña muy pequeña. De muy pocos días acababa de quedar huérfana de sus
dos padres y allá tirada en su cuna estaba solita librada a su suerte. La niña
lloraba todo el tiempo de hambre, sed y frío, hasta que los finos oídos de una
enorme águila la oyeron. Desde arriba comenzó a olfatearla en el aire. Esta
águila había sido una excelente madre de unos aguiluchos que le habían
arrebatado unos cazadores. Se la pasaba llorando y graznando, llamando
inútilmente a sus hijos. Volando muy bajo sobre ese rancho escuchó los gemidos
de la criatura. Así fue que clavando su aguda mirada enfiló derecho en veloz
picada hacia la niña. Volando sobre su cuna de palo la tomó por los pañales y la
levantó por el aire con sus garras. Así la condujo a su cueva en un alto
peñasco. Sólo con alas podía entrarse a la casa del águila. Mamá Águila adoptó a
la niñita prodigándole toda clase de cuidados y atenciones.
Pasó el tiempo y la niña ya estaba bastante crecida: fue poniéndose bonita y con
cabellos refulgentes. Mamá se los peinaba diariamente y se los contaba uno por
uno. Un día el águila bajó a la tierra a buscarle juguetes. En un matorral vio
un lindo pichicho que andaba extraviado. Se lanzó en su pesca y lo levantó en
vuelo. El pichicho fue un compañero para la niña cuando el águila se ausentaba.
Pero siempre ansiosa por rodearla de juguetes. Mamá Águila le trajo un loro que
andaba atorranteando por las calles. El loro enmudeció de susto y después
aprendió a hablar de nuevo. Entre el águila, el perro y el loro, la niña creció
hasta hacerse joven.
La niña salía a veces al borde de la cueva a mirar el hermoso vuelo de Mamá
Águila. Un día que estaba tomando sol a la orilla de la cueva vio pasar a lo
lejos un joven. Era nada menos que el príncipe de la comarca. El, a su vez. que
iba de caza y con un larga vista, descubrió en lo alto a una hermosa criatura al
lado de un perro y un loro. El joven al llegar a su casa contó a sus padres el
descubrimiento. Y al día siguiente se presentaba allí secundado por una
comitiva. Ataron fuertes cuerdas desde arriba y bajaron hasta la entrada de la
cueva. Pero como ella hablaba el idioma de las águilas no pudieron entenderse,
aunque el joven le hacia señas para que bajara con ellos al pueblo.
El loro que sabia hablar muy bien, gritaba diciendo:"trúa, trúa", con lo que
anunciaba el regreso de Mamá Águila. La niña nerviosa se metió adentro de la
cueva, pero el joven alcanzó a tomarle la mano arrancándole un cabello de oro.
Cuando el joven llegó a su casa que era un palacio, habló a sus padres de la
hermosura de la niña mostrando el oro de su pelo. Entonces los reyes decidieron
rescatarla. A todo esto, el águila volvía a su cueva trayendo preciosos vestidos
para la joven. Pero sintió que algo raro había ocurrido.
"¿Óulén ha estado aquí?” preguntó. Todos enmudecieron, salvo el loro que decía:
"trúa. trúa. el príncipe".
De inmediato el águila comenzó a contar los cabellos de la joven comprobando que
faltaban dos. Entonces reprendió malamente a la niña. Pero al día siguiente Mamá
Águila tenía que salir en busca de comida para la familia y ordenó que no se
recibiera a nadie en su ausencia, y se echó a volar raudamente por los aires.
Pero la comitiva del príncipe ya estaba en marcha para raptar la hermosa niña.
Llegado el príncipe convenció a la joven de que bajara con él por la cuerda.
Después de resistirse muchas veces, la hermosa bajó con él hasta el pie de una
linda carroza y se alejaron velozmente.
Cuando Mamá Águila volvió a su peñasco, quiso morirse de rabia y de pena. Sólo
estaban el perro y el loro mudos de terror por la ausencia de la niña. Todos
respondieron gimiendo y llorando sobre lo que había pasado. Entonces Mamá Águila
se acurrucó en el fondo de la cueva y estuvo cinco días sin levantar cabeza. El
loro se excusaba diciendo que la comitiva venia muy bien armada para atacarlos.
Cuando el águila pudo reaccionar, dijo:
"Yo los buscaré, los encontraré y los venceré". “Me las pagarán muy caro”. Doña
Águila, que tenía la vista roja de tanto llanto, se puso a preparar su ataque.
Mientras tanto, la niña se encontraba en el palacio del rey. La educaban
institutrices para que fuera la digna novia del príncipe. Todas las mañanas
recorrían los dos el jardín, paseando entre flores y canteros.
Pero un día el joven salió de cacería y la niña paseaba sola. En ese momento
Mamá Águila volaba sobre el lugar. Ella quiso esconderse entre las plantas pero
Mamá Águila la descubrió y encarándola le dijo:
"Ingrata malpagadora, por el dolor que me has causado te haré sentir tanta pena
como la mía". Y en el acto le aplicó un aletazo en la cara. Por arte de magia la
hermosa cara de la niña se convirtió en cabeza de burro y las dos quedaron
llorando. La niña en el jardín, el águila volando.
La niña no volvía a la casa por lo ocurrido hasta que un servidor vino a
buscarla. La encontró detrás de un gran árbol y se dio un tremendo susto: y
salió corriendo a avisar lo ocurrido.
A la pobrecita la encerraron en un establo con los caballos y se la pasaba
llorando. Nadie se acercaba a verla, sólo el peón y su novio que sufría
horriblemente. Buscaron todos los médicos del lugar.
Y el águila seguía volando sobre el palacio y vigilando lo que allí ocurría.
Un día, considerando que su castigo había sido más que suficiente se posó en la
puerta del establo y llamó cariñosamente a su hija. La joven se le acercó y le
dijo: "Así como has sufrido he sufrido. Tal vez este dolor te enseñe a no ser
infiel a tus seres queridos. Si tú y el príncipe no me hubieran faltado el
respeto y hubieran solicitado mi consentimiento no habría pasado todo esto. Pero
ya se acaban tus penurias y todos podemos ser felices. Y puedes reír porque ya
me voy, pero así”. Y la cubrió con sus dos alas volviéndola a transformar en
niña hermosa. Las dos se abrazaron entonces.
Los habitantes del palacio miraban esta escena desde lejos y de pronto vieron
subir a Mamá Águila que con sus enormes alas volaba para siempre hacia el cielo.
Y en
el casamiento de la joven con el príncipe estuvieron el perro y el loro, que
para siempre se quedaron a su lado. |