El otro, el doble
Entrevista a “El doble”, de Raúl Henao 
por Róbinson Quintero

                   El doble

Hay un jugador de cartas sentado
al borde de mi lecho

Hasta que se me ocurre abrir la ventana

Con el aire frío de la noche desaparece
primero su sombrero, parte de su abrigo,
la camisa a rayas, los zapatos…

Completamente descamisado opta por retirarse
descendiendo furioso la escalera

Abajo todavía escucho el llavín dando vueltas
en la vieja cerradura del edificio

El perro ladra por un momento, un auto
parece detenerse y la puerta se cierra
con un golpe seco

Es en ese instante que recuerdo haber visto
al jugador de cartas en una ocasión anterior

Y apenas ajustando mi bata de noche desciendo
precipitadamente la escalera

La puerta de la calle permanece ligeramente
entornada y frente a ella el auto espera
en la oscuridad

Cuando asomo el rostro a la ventanilla
me veo en el asiento trasero del taxi
que emprende su desconocida carrera…

Raúl Henao

Misteriosos y juguetones al mismo tiempo, los versos de “El doble” plantean un enigma que no tiene resolución, dejando espacio al lector para que él mismo saque sus propias conclusiones, como un detective que ha sido citado al texto para que descifre las pruebas en el lugar de los acontecimientos. “El doble” lo leí por primera ocasión en El dado virgen (1980), publicado por la editorial venezolana Fundarte y, además de su inusitada historia –digna de un cuento de suspenso–, del poema me atrapó también su atmósfera nocturna, sus imágenes delirantes y su deliciosa sonoridad. Con el paso del tiempo –lo que sucede con los textos que más nos intrigan–, el poema asaltó repetidamente mi memoria, azuzada por la aparición de ese jugador de cartas de sombrero, abrigo, camisa a rayas y zapatos que, en la alta noche, convidaba a oscuras apuestas. Me propuse entonces, algún día, develar la identidad y los móviles de ese indeseable visitante, y las pesquisas me llevaron hasta el autor del poema. En las siguientes páginas, Raúl Henao, atendiendo al citatorio que le hiciera para reconstruir el incidente de “El doble”, vuelve a sacar de la entre luz las pistas que lo llevaron a sustentar la declaración que, de los sucesos ocurridos, hizo en el poema. 

Raúl, ¿asaltó usted a “El doble” o “El doble” lo asaltó a usted? 

El tema de “El Doble” (el espejo, la sombra, el autorretrato, son variantes del mismo) se relaciona con el mito de los hermanos gemelos, opuestos o complementarios; uno de los más antiguos de la humanidad y que se reitera en muy diversas culturas desde los babilonios y los egipcios, pasando por los griegos, romanos, judíos y persas, hasta los mayas y los aztecas.  Es un símbolo, una metáfora si se quiere, de las muchas dualidades y contradicciones que jalonan la naturaleza y la vida humana en particular, del nacimiento a la muerte: última y suprema contradicción. Es, desde luego, un tema que no se escoge sino que nos escoge porque nos precede en su calidad de arquetipo, y cuya expresión poética y literaria, en lo que corresponde a nuestra propia cultura, no resulta difícil de rastrear en el romanticismo alemán (Hoffman, Kleist Chamizo) en Goethe (Fausto), Gerald de Nerval (Aurelia), Baudelaire (el “Heutontimorumenos” de Las flores del mal) Rimbaud (su famoso “yo soy otro” de la “La carta del Vidente”), hasta llegar a los surrealistas (Artaud, Jean Pierre Duprey) y al grupo Le Grand Jeu  (René Daumal). Eso por no mencionar el papel significativo que juega en la obra de escritores como Poe,  Dostoievski, Carroll, Wilde, Stevenson, Borges, etc. Es, en síntesis, un tema de la literatura fantástica que siempre me ha fascinado. Por eso, en lo personal, ese poemita o prosa poética motivo del actual cuestionario no necesitó ninguna elaboración previa de mi parte sino que fue “escrito de un tirón” como reza la expresión popular y es obra y gracia de la escritura automática o mediúmnica, es decir, de la pura inspiración. 

El incidente de “El doble” se cuenta en versos no muy largos, parejos y precisos, pausados por continuos silencios.  La respiración es el ritmo, dicen algunos.  ¿Qué es para usted el ritmo en un poema? 

“El poema es un conjunto de frases, un orden verbal fundado en el ritmo”: cito con renovado placer a Octavio Paz, ahora que ciertos poetas de moda, ensayistas mediocres, se ponen de acuerdo en denigrarlo.  El ritmo no es solo la respiración, sino el palpitar del corazón que hace circular por el poema la savia púrpura de la vida.  Ese ensalmo, conjuro, encanto o sandunga, consubstancial al lenguaje, que de manera inopinada resucita el tiempo original o nos lleva de vuelta o los orígenes mágico-religiosos de la humanidad.  Es conocido el influjo ejercido por la música en los movimientos poéticos y literarios de mitad y finales del siglo XIX, como el romanticismo o el simbolismo.  Ese influjo parece cesar a comienzos del siglo XX y es substituido por el de las artes visuales –pintura, escultura, arquitectura– cuya gravitación se percibe en la vanguardia poética del siglo pasado. Este contexto vanguardista constituye de cierta manera el ámbito más cercano a mi poesía, centrada más en la anécdota o la imagen onírica que en la musicalidad de las palabras. Sin embargo no soy ajeno a la importancia de esta última porque mi poesía, creo, encierra una vivencia secretamente mágico-religiosa a la que no se accede sino a través del ritmo y la música verbales. 

“El Doble” y otros poemas suyos cuentan historias.  Para usted es más fácil escribir una trama que una elegía, un elogio o una invocación, por ejemplo? ¿No se cuestiona el uso de la anécdota en poesía? 

El descrédito de la anécdota en poesía proviene del simbolismo francés, sobre todo de Mallarmé y sus discípulos; recordemos al respecto la celebre negativa de Paul Valéry a decir “la marquesa salió a las cinco”, convertida en dogma de fe de la poesía pura.  Esta postura o actitud reduccionista, la retoma luego el surrealismo, en razón tal vez, de la amistad muy estrecha que uniera a Breton con Valéry en los comienzos de dicho movimiento.  Algo, por otra parte, que no deja de resultar paradójico porque en buena medida la fascinación que todavía despierta en nosotros la lectura de los Pasos perdidos, Nadja, Los vasos comunicantes o El amor loco, reside en el uso, casi encantatorio, que hace el autor de la “anécdota”; confluyendo en la creación de una atmósfera única, mágico-circunstancial o cotidiana.  A esta búsqueda de magia cotidiana, sin nexos con el realismo mágico de la novela latinoamericana, corresponde visiblemente el uso de la anécdota en mi poesía, lo que la aproxima a la narrativa, como bien lo hiciera notar Pedro Gómez Valderrama, el autor de La otra raya del tigre y de Muestras del diablo, en “Ante una nueva actitud literaria”, artículo de prensa publicado poco antes de su muerte.  Proximidad o tendencia que el destacado integrante de Mito encontraba “importante” en el contexto poético colombiano. Habría que aclarar, en definitiva, que esa tendencia hacia lo narrativo es la del poema en prosa o prosa poética, género literario que J. K. Huysman definiera como “un comprimido infinito que encierra en su pequeño volumen la potencia de la novela”, y que en mi caso nada tiene que ver con la narrativa convencional o realista, sino que se relaciona con lo onírico, con el relato de orden simbólico o mítico. 

El lenguaje de “El Doble”, como en general de sus versos, es vistoso, colorido, sensual, alegre, melódico. ¿Me puede hacer un breve listado de las palabras con las que presintió la poesía cuando era niño? 

Mi primera vocación fue la pintura, vocación que lamentablemente extravié al llegar a la adolescencia.  Y digo que, “lamentablemente”, porque de haber perseverado en ella me hubiera ahorrado el trato con “la canalla” literaria.  Mis recuerdos de infancia son visuales o puramente táctiles de orden erótico.  Recuerdo por ejemplo, la fascinación que me produjo la estampa de un tigre de Bengala, reproducido en un calendario de la Esso de Colombia.  Tuve allí la visión de esa “horrible simetría” que obsesionara tanto a William Blake como a Jorge Luis Borges. No recuerdo haber experimentado algo semejante con ninguna palabra.  Mi primer “gurú” en poesía, creo, fue mi abuela paterna, una mística y vidente heterodoxa que me leía la Biblia y me enseño a orar, que es diferente a rezar,  y más tarde me inició ¿involuntariamente? en el orientalismo y la Teosofía, al legarme unos libros de ese orden temático.  Soy un poeta religioso y no político… Religioso no en el sentido de profesar una de las religiones tradicionales o institucionales del mundo moderno, sino en el de sentirme “religado”, al unísono con el universo infinitamente misterioso que nos rodea. 

“El Doble” se aparece en la noche. La mayoría de sus poemas trazan una plástica nocturna.  ¿Qué ama de la noche? 

“El universo esta en la noche” dice en Aurelia Gerald de Nerval, uno de los pocos poetas que ha intentado vivir la poesía “a expensas de la vía pública”. Pero esa “plástica nocturna” como tu la llama no es excluyente de una temática diurna que como los girasoles o los heliotropos, gira alrededor del sol. Lo que a mí me interesa, en realidad, es explorar la interrelación de los contrarios o dualidades como luz y oscuridad, bien y mal, animalidad y espiritualidad, azar y destino, necesidad y libertad… Que, como lo enseña el pensamiento tradicional extremo-oriental (preferentemente chino-japonés) no son excluyentes sino complementarios, y por consiguiente no se pueden entender, ni mucho menos vivir por separado.  Esa coincidentia opossitorum sobre la que el mitólogo rumano Mircea Eliade ha escrito un hermoso ensayo titulado Mefistófeles y el andrógino, constituye, por otra parte, la temática central de los místicos de todos los tiempos y lugares. Yo he intentado llevarla a la poesía y creo modestamente haberlo conseguido en un poemita de mi  libro Sol negro (cuyo título nada tiene que ver con la melancolía nervaliana y sí con esa coincidencia de opuestos mencionada atrás).  Me refiero al poema titulado “Reconocimiento de la noche”, que termina con la siguiente estrofa:

                                           ¡Canto del gallo

                                           en la madrugada!

                                           Aunque amo el sol

                                           mi alegría es loca

                                           como la noche. 

Ese poemita señala la auténtica “plástica” a la que obedece mi poesía: el alba, la aurora, el amanecer, la madrugada… En la medida que en ese momento del día confluyen la luz y la oscuridad.  Y fíjate que la aurora tiene también un “doble” en el crepúsculo, ese instante del día de impronta romántica o surrealista, porque ambos movimientos convergen, entre otras convergencias, en la manera de concebir lo maravilloso, acerca del que el poeta alemán Jean Paul Richter nos dice lo siguiente: “No debe girar lo maravilloso como una mariposa nocturna ni como una diurna, sino como una mariposa del crepúsculo”.

En ocasiones sus poemas son espejos que devuelven su “doble”; sus versos están llenos de espejerías. ¿Qué más puede comentar sobre los “dobles” de los espejos?

Me agrada la idea de ver en mi poesía un espejo donde pueda conocerse mejor el lector.  Pero ocurre, por desgracia,  que con frecuencia nos engañamos a nosotros mismos y ni siquiera aceptamos reconocernos en el espejo.  Por eso en uno de mis poemas consagrados a celebrar esa “espejería” que mencionas en tu pregunta digo abiertamente:

                          

         No veo que llevo

         El rostro que veo.

        (“Pensamiento del Espejo”) 

Tanto las tradiciones populares como las leyendas antiguas retomadas por la literatura fantástica, convienen en señalarnos que los espejos no devuelven la imagen de El doble ni de El vampiro, que básicamente son apariciones o apariencias, lo que significa que su poder de engañarnos es limitado. Las apariencias pues, no pueden multiplicarse indefinidamente, ni el parecer desligado del ser, y lo contrario constituye un “tabú”, por ejemplo, tanto para la cultura judía como para la musulmana.  Al hombre moderno, proclive a caer en ese error, no le queda otra opción que atravesar –como la Alicia de Lewis Carroll– el espejo… ir más allá del conocimiento y la autoconciencia para así recuperar la gracia y la inocencia  paradisíacas.  Este fue el mensaje “profético” que nos dejara consignado en su obra el gran romántico alemán Heinrich von Kleist. Lo que el llamaba “el último capitulo de la historia del mundo” (Ensayo sobre el Teatro de Marionetas).

“El doble”, como casi toda su poesía, proyecta una buena cantidad de imágenes, al modo surrealista ¿Presiente a veces que se viene un poema por el sólo destello de una imagen?

La imagen poética (y la imagen surrealista) es resultado de intentar decir lo que la palabra no dice: lo indecible, lo que está más allá de las limitaciones inherentes al lenguaje.  Lo que trasciende el sentido unívoco o racional en un surtidor de significados, que sin anularse unos a otros, convergen en la unidad.  Pero ese “destello de la imagen” no se encuentra fuera del círculo mágico de la escritura poética. Es necesario entrar en él  para hallarlo, del mismo modo como los Loas (dioses) del Vudú o la Santería no toman posesión del adepto que los invoca sino en el vértigo y la embriaguez de la danza y los tambores, o que  –en un contexto católico– la transubstanciación del pan y el vino en la carne y la sangre divinos, no ocurre fuera del acto litúrgico y sacramental de la Misa… A menos, claro está, que uno sea un visionario por el estilo de William Blake o Alce Negro, o un loco como Swedenborg o Strindberg.

¿Cuáles son esos escritores cuya literatura surrealista más disfruta y cuáles de sus libros recomendaría consultar a los lectores de esta entrevista?

A comienzos de los sesenta me hice amigo en Medellín de Mauro Álvarez, el más intratable y marginal de las nadaístas.  Entre los libros de su biblioteca figuraba la Antología de la poesía surrealista  de Aldo Pellegrini, que terminó parando en mis manos y que recomiendo como la mejor iniciación en el surrealismo francés.  Luego viene, por supuesto, la Antología de la poesía surrealista latinoamericana del polígrafo rumano Stefan Baciu con quien sostuve una correspondencia de casi veinte años, hasta su muerte a comienzos del año 1993.  Libro fundamental para conocer el impacto del movimiento surrealista en algunos de los más sugestivos e inspirados, a mi juicio, poetas latinoamericanos de la primera mitad del siglo pasado.  Como una muestra del mejor surrealismo escrito en español recomiendo la lectura de Poeta en Nueva York  de Federico García Lorca  y  Versión celeste de Juan Larrea.  Estos dos soberbios poetas no se consideraron nunca surrealistas, pero no hay la menor duda de que estas dos obras suyas si lo son plenamente. En lo que a mí en particular se refiere, voy a citar a continuación los obras surrealistas, precursoras o herejes del Surrealismo que más me gustan y más me influyeron: El matrimonio del cielo y del infierno de William Blake  (Breton lo excluyó de entre los precursores del surrealismo porque no le gustaba su misticismo) Fausto de Goethe, Enrique de Ofterdingen y los Fragmentos de Novalis; El teatro de marionetas de H. von Kleist; Los poemas de la locura de Hölderlin; Cuentos de Hoffman; Cuentos de Edgar A. Poe; Los dioses en el destierro, El tambor Legrand, Noches florentinas de Enrique Heine; Alicia en la País de las Maravillas y A través del espejo de Lewis Carroll; Aurelia y Las quimeras de Gérald de Nerval; Las flores del mal y Spleen de París de Ch. Baudelaire; Las iluminaciones y Una temporada en el infierno de A. Rimbaud; Los cantos de Maldoror de Lautrèamont;  Justine de El Marqués de Sade; los Trópicos y  Sexus de Henry Miller: El proceso y La muralla china de Kafka; Alcoholes y Caligramas de Apollinaire; Los vasos comunicantes, Nadja, El amor loco, Pez soluble, El revólver de cabellos blancos, Arcano 17 de André Breton; El teatro y su doble, Heliogábalo, Van Gogh suicidado por la sociedad, Los Tarahumaras de Antonin Artaud; Madame Eduarda, El erotismo, Historia del ojo, El ojo pineal de Georges Bataille; El monte análogo de René Daumal; Hebdomeros de G.de Chirico; Poemas de Henri Michaux; El supermacho de Alfred Jarry; Irene y El campesino de París de Louis Aragon;  La motocicleta y El inglés descrito en un castillo cerrado de A. P. de Mandiargues; Residencia en la tierra de P. Neruda; La tortuga ecuestre de César Moro; Materia real de César Dávila Andrade; El infierno musical de Alejandra Pizarnik; Las formas del fuego de Ramos Sucre; Ficciones y Elogio de la sombra de Jorge L. Borges;  Los signos en rotación, Conjunciones y disyunciones, Águila o sol, Ladera este de Octavio Paz; Los últimos soles y El ala de la gaviota de Enrique Molina; Textos inéditos de Jorge Cáceres. A Breton le gustaba mucho la “novela gótica”, a la que calificaba de “alta ficción”. Yo he leído prácticamente a todos sus autores: Walpole, Maturin, Monk Lewis, Cazzotte, Shelley, Stoker, Le Fanu, Machen, Blackwood, Jean Ray, Bierce, Kubin, Dunsany, Lovecraft, etc, etc.

¿Leer poesía surrealista lo estimula a escribir poesía surrealista?

“Dime qué lees y te diré quién eres”. Pero aparte de ello debe existir esa necesidad previa de expresarse en un orden artístico, esa inconformidad con la sociedad que te rodea, esa rebelión, yo diría metafísica, que nos lleva a crearnos un mundo aparte del que nos ha tocado en suerte.  Apenas llegaba a la adolescencia cuando un ensayo de Rafael Maya sobre los “orígenes del modernismo” en Colombia publicado en uno de los magazines literarios de la prensa bogotana me llevó a interesarme por la poesía de Silva, Valencia, Barba Jacob, y en general por los poetas latinoamericanos pertenecientes a ese movimiento literario de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Simultáneamente estaba en el aire la poesía que hacían los nadaístas que me resultaba muy impactante y seductora.  Por varios meses mi libro de cabecera fue la antología inicial de dicho movimiento Trece poetas nadaístas, un librito que me gustaría tener aún en mi biblioteca, pero del que salí cuando la poesía y los integrantes del grupo –algunos de los cuales ya eran mis amigos– empezaron a desilusionarme por diferentes motivos. Es en ese momento, como te he referido atrás, que cae en mis manos la Antología de la poesía surrealista francesa de Pellegrini, donde descubro, por así decirlo, mi auténtica filiación literaria, mi verdadera afinidad electiva, la poesía que me gustaba leer y me hubiera gustado poder escribir: una poesía más allá de la creación deliberada y autoconciente y que, como los sueños o la vida misma, concede un papel protagónico al absurdo y lo irracional.  Eso no implica en ningún momento, que el surrealismo se constituyera  para  mi en una profesión de fe o en una ideología político-religiosa; porque, tal como creo que lo fue para poetas independientes como Enrique Molina, Olga Orozco, Juan A. Vasco o Juan José Ceselli –para limitarme a algunos poetas argentinos signados por esa “aventura del espíritu”, como la denomina el poeta brasilero Sergio Lima– mi relación con el surrealismo ha sido siempre del orden de las corroboraciones y los encuentros inesperados, de las afinidades electivas (me reitero en esta expresión goethiana que me gusta mucho), de las atracciones apasionadas que gravitan en torno al misterio y lo maravilloso.

La atmósfera de “El Doble” es extraña y alucinante. Por casualidad, ¿escribió el poema bajo una alucinación inducida, o creó esa atmósfera desde la pura sugestión poética?

¿Atmósfera? Sí, la intervención de ese ingrediente indefinible o impalpable en la poesía me interesa y yo diría que, luego de haber abandonado casi por completo la escritura automática, es lo único que todavía me acredita como surrealista.  Porque,   prosiguiendo esa lista de autores famosos o no, incluida en el I Manifiesto del Surrealismo, me gustaría que se dijera de mí, lo mismo que allí se dice de Jean Paul Fargue: “Raúl Henao es  surrealista en la atmósfera”. En lo que a la escritura de “El doble” se refiere, la atmósfera “extraña y alucinante” de tu pregunta, es la del instante que sigue al despertar de un sueño especialmente vivo y conmovedor, que nos crea la duda de si realmente hemos despertado o si todavía continuamos soñando.  Para inducirla no se necesita otro artificio que el de la pura sugestión o inspiración poética.

¿Ha recurrido a drogas o a otros estimulantes para escribir? ¿Cree que los estimulantes son mecanismos liberadores de lenguaje?

He sido un caminante de la ciudad, en la línea del “flaneur” baudeleriano o del paseante solitario” de Rousseau.  Y  tiempo atrás, por un corto período, acompañé esas caminatas citadinas de un cigarrillo de marihuana, que nunca he mezclado con el alcohol u otras “drogas”. Corroboré entonces, el poder paranormal de la cannabis sativa, que nos permite acceder a zonas vedadas de la mente humana, recordar sucesos olvidados de la infancia y hasta explorar el origen de muchas pautas y modelos de comportamiento social pero nunca la utilicé para escribir. El uso de alucinógenos y drogas químicas de naturaleza parecida, es interesante en la medida que propician una “expansión de la conciencia”.  En tal sentido enriquecen el trabajo de un escritor… Siempre y cuando no lo lleven a la dependencia o adicción.  El uso cotidiano de la marihuana, por ejemplo, tiende a producir estados paranoicos que traen como contraparte negativa la megalomanía. Igual, y quizás en mayor medida, sucede con el peyote y los hongos alucinógenos (o sus componentes químicos: la mescalina y la silocibina).  Según el escritor británico Trevor Ravencroft, el poder de liderazgo casi irresistible de que hacía gala Hitler, fue resultado de sus experiencias con la droga (una poción de peyote) que le suministrara el librero Ernest Pretzsche, en su Viena natal, y que en lugar de expandir su mente, permitiéndole acceder a esa conciencia “oceánica” o “cósmica” de la cual nos hablan los místicos e iluminados de todos los tiempos, “sirvió para guiarle hacia sus metas siniestras e inhumanas de poder personal, tiranía y conquista de mundo”.  Resumiendo,  parece pues, que con respecto al tema del uso de la droga y otros estimulantes artificiales de la creatividad, sigue siendo válida la opinión de Charles Baudelaire consignada en Los paraísos artificiales, donde califica la adicción a los alucinógenos y los opiàceos, como un “suicidio lento” y en substitución, aconseja a los poetas en busca de inspiración, frecuentar sólo las vías de “la contemplación y el trabajo continúo, mediante el ejercicio asiduo de la voluntad”.

¿Usted piensa que un poeta debe experimentar con drogas bajo el principio de que todo en la vida debe ser objeto de conocimiento?

A las drogas no se recurre buscando conocimiento o por lo menos son muy pocos los que lo hacen así hoy en día.  A las drogas se llega buscando un paliativo o evasión a las condiciones estresantes e inhumanas que crea a su alrededor la moderna sociedad capitalista. Por eso su consumo va en alza en lugar de disminuir, a pesar de todos los esfuerzos que se ponen en reprimirlas.  Y no se legalizan porque constituyen un negocio lucrativo tanto para  quienes las persiguen como para quienes comercian con ellas.  Su aspecto positivo ha sido dejado completamente de lado –como sucedió con la energía atómica–  y ya no se escriben sobre ellas textos optimistas y luminosos (desde la óptica del arte y  de la ciencia) como los de Aldous Huxley, Alan Watts, Allen Ginsberg, Ernest Junger, Antonin Artaud, o incluso Timothy Leary. Henri Michaux. El poeta belga, de lengua francesa, luego de realizar a través de ellas una de las odiseas más asombrosas de nuestro tiempo, acabó confesando que era “un bebedor de agua”.

¿Recuerda algún comentario importante, favorable o desfavorable, que le hubieran hecho sobre “El Doble”? ¿Lo puede citar aquí?

En Colombia rara vez se recibe una opinión o un comentario pertinente, que trascienda el me gusta o no me gusta sobre lo que se escribe.  Recuerdo un comentario favorable a “El doble” que me hiciera el escritor caleño Germán Cuervo, el autor de El mar, una novela muy sugestiva e interesante ambientada en los años  álgidos del narcotráfico, que inexplicablemente, la editorial Plaza Janés –que la publicó inicialmente–  no ha vuelto a reeditar. Puede decirse que la crítica literaria en el país llega hasta la década del 80 y a partir de esa fecha ya no se escriben sino reseñas anodinas y superficiales, dictadas las más de las veces por intereses comerciales y publicitarios que nada tiene que ver con el ejercicio de la literatura como arte vocacional.  E incluso antes de esa fecha la crítica ya era bastante endeble e inconsistente.  Yo me atreví a cuestionar, por ejemplo, la crítica sobre poesía que por entonces hacían algunos poetas capitalinos (jueces y partes) en revistas como Eco, Gaceta de Colcultura, Boletín cultural de la Luis Ángel Arango, y en suplementos como Lecturas dominicales de El Tiempo y Magazín dominical de El Espectador durante un encuentro sobre La poesía Posterior al Nadaísmo realizado por la Universidad de los Andes de Bogotá, y presenté una ponencia titulada  El fantasma de la imaginación en la poesía post dadaísta , que me  valió el ostracismo definitivo en revistas literarias, suplementos dominicales, historias de la poesía colombiana, antologías y premios de poesía.  Marginalidad o silenciamiento del que todavía no me repongo del todo.  A lo que habría que agregar que en Medellín, la llamada “cultura paisa” y en general, el ambiente cultural antioqueño, siempre me ha sido abierta o solapadamente hostil. 

¿Qué opina de los poetas que en sus poemas sostienen una cosa y en su vida real la desdicen, de los poetas “dobles”? 

No solo en los poetas y escritores existe disparidad entre lo que dicen y lo que hacen, sino en el hombre común y corriente, en el llamado “hombre de la calle” que es por definición, alguien en conflicto consigo mismo y por consiguiente, con el medio que lo rodea.  La contradicción consigo mismo, la disparidad entre lo que lo que se piensa y lo que se habla, entre lo que se habla y lo que se hace, está tan arraigada en los pliegues más secretos de la condición  humana, que se vuelve perceptible también en el tramado de la historia. A este respecto en el I Manifiesto del Surrealismo, André Breton trae a colación una cita de Novalis:

“Hay ciertas series de acontecimientos que se producen paralelamente con los acontecimientos reales.  Por lo general, los hombres y las circunstancias modifican el curso ideal de los acontecimientos de tal manera que este  toma apariencias de imperfección y sus consecuencias son también imperfectas.  Así ocurrió con la reforma: en lugar del Protestantismo, produjo el Luteranismo”.

Heraclito por su parte nos habla de la ley de la enantiodromia: todo marcha hacia su contrario, que inspiró uno de los adagios castellanos de mi predilección: “puta joven vieja beata”.  Por eso, en lo personal y desde muy joven, siempre he evitado en lo posible asumir posturas radicales o hacer profesión de radicalismo, contrariamente a lo que sucedía con algunos de mis amigos poetas, revolucionarios o contestatarios, que hoy en día hacen parte lamentable del  stablishment  mediocre y conformista de la cultura colombiana, a la que tanto criticaron en su juventud.  Recuerdo a uno de ellos que en la actualidad se declara partidario y admirador  de la poesía de José Manuel Arango, al que considera uno de los mejores poetas de la Colombia actual, pero que a mitad de la década del setenta se molestaba visiblemente si lo comparaban con el poeta de Montañas y Este lugar de la noche.  Yo opinaba entonces –y todavía sostengo la misma opinión– que la poesía de Arango, estéticamente irreprochable, se enmarca, sin embargo, en la estrechez de espíritu –puritano y realista, comercial y chauvinista–  que ancestralmente ha caracterizado a la cultura antioqueña, enemiga del misterio y la magia, de lo exótico y la imaginación, tal como por lo demás lo dejara sentado Tomás Carrasquilla en sus Homilías y en Simón el mago, uno de los relatos más reveladores  –de modo paradójico– de la ideología hegemónica en esta región del occidente colombiano.

“El doble” es un poema misterioso, juguetón, que invita al lector a descubrir el fondo de un enigma.  Yo percibo en ocasiones que “El doble” es esa parte de usted que ama la noche, que quiere ir en busca de la noche en el “asiento trasero del taxi”, emprendiendo  una carrera desconocida.  Otras veces imaginó que el “El Doble” es el mensajero de la muerte, “el jugador de cartas sentado/ al borde de su lecho”, que quiere ganarle esta vez la partida. En ocasiones, así mismo, siendo más literal, imagino que “El doble” es la tentación para quien ama el juego; ese “jugador de cartas” con el que ya en “un ocasión anterior” jugó y que vuelve en medio de la noche para tentarlo. ¿Hilo demasiado fino?

Una de las particularidades de la poesía y la literatura en general radica en el hecho de que por más alta que sea la consideración del autor para con su obra escrita, esta no reviste una realidad tangible mientras no encuentra al lector que le esta destinado: “un libro que no encuentra su lector no existe” nos dice Maurice Blanchot, que en otro lugar, se refiere al hábito de la lectura en términos muy sugerentes y hermosos, comparándolo a una especie de “danza con una pareja invisible”.  En este sentido la interpretación personal del autor es relativa y se suma a la interpretación de los lectores.  De modo que “El doble” bien puede ser ese amante presuroso, intempestivo de la noche.  El jugador de cartas que nos tienta a una última partida, cuando todo lo hemos perdido. Y a lo mejor, ese correo o mensajero anticipado de la muerte, del que hablas en tu pregunta.  Caben pues todas  las explicaciones que son, posiblemente, no tanto “la invitación a descubrir el fondo de un enigma”, como la expresión llana y abierta del enigma mismo.

¿Qué llegaría a pasar si se perdiera su doble y se perdiera usted y nunca más se volvieran a encontrar?

Si se pierde el “yo” se pierde supuestamente “el doble” y trascendemos a ese estado iluminado del que nos hablan los místicos y fundadores de tantas religiones y cultos religiosos.  Según reza una tradición esotérica, el doble nos abandona tres días antes de nuestra muerte.  Recuerdo al respecto que en el 2000 publiqué en La red de las letras, gaceta de la Secretaria de Educación, por esa fecha a mi cargo, un relato corto titulado “El otro yo”, de Alberto Berrío; el personaje es un escritor que frecuenta una biblioteca del centro de la ciudad donde, cierta tarde, asiste a la aparición de su doble: “Allí estaba yo sentado en una mesa y al frente mío mi otro yo, exacto a mi, pero  muy joven, un adolescente de nuevo, visitando la biblioteca, su manera de coger el libro, el gesto de su boca, la mirada ansiosa, con los mismos anteojos que use hace tanto tiempo, que lo mostraba mas viejo de lo que era”.  Cuando el protagonista se le acerca  para pedirle explicaciones de su presencia en dicho lugar, el doble huye precipitadamente buscando la salida del edificio.  El escritor lo persigue entre las mesas de lectura pero el desorden y la confusión que se producen en la sala le impide darle alcance y cuando sale a la calle no ve a nadie.  El autor concluye su relato de esta manera: “hoy cuando he intentado entrar se me ha notificado la expulsión. No podré escribir sobre los sucesos que acontecen en la biblioteca.  No podré sumergirme en la lectura como antes, en sus salas.  Y tampoco podré volver a encontrar a mi otro yo, que desapareció quien sabe si para siempre. ¿para siempre?”. Lo curioso del caso es que ese relato describe de manera muy  precisa la condición personal de su autor: un intelectual de formación exclusivamente política, que sólo encuentra su vocación de escritor tardíamente,  pasados los cincuenta  años y que muere apenas cinco años después de haber aparecido este relato, en un accidente absurdo, sin tener siquiera la oportunidad de ver publicado su primer libro, en ese momento a punto de salir de la editorial. Moraleja: Un escritor no debe matar su doble ni evadirse de él, sino enfrentarlo y de ser posible ponerlo al servicio de su obra, sin permitirle en ningún momento que lo suplante o substituya, como parece que le sucedió a Marcel Proust o al mismo Jorge Luis Borges, en quienes el escritor terminó por matar al hombre corriente y ordinario. Situación que se refleja, desde luego, en su literatura, porque ambos autores terminaron haciendo un arte desligado de la vida, fuente original de toda creación auténtica.

Finalmente, Raúl, ¿Quién es “El Doble “? ¿Lo sabe usted?

Yo soy otro, “el doble” soy yo.

Róbinson Quintero

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