El otro, el doble |
El doble
Hay un jugador de cartas sentado Raúl Henao |
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Misteriosos
y juguetones al mismo tiempo, los versos de “El doble” plantean un
enigma que no tiene resolución, dejando espacio al lector para que él
mismo saque sus propias conclusiones, como un detective que ha sido citado
al texto para que descifre las pruebas en el lugar de los acontecimientos.
“El doble” lo leí por primera ocasión en El dado virgen (1980), publicado por la editorial venezolana
Fundarte y, además de su inusitada historia –digna de un cuento de
suspenso–, del poema me atrapó también su atmósfera nocturna, sus imágenes
delirantes y su deliciosa sonoridad. Con el paso del tiempo –lo que
sucede con los textos que más nos intrigan–, el poema asaltó
repetidamente mi memoria, azuzada por la aparición de ese jugador de
cartas de sombrero, abrigo, camisa a rayas y zapatos que, en la alta
noche, convidaba a oscuras apuestas. Me propuse entonces, algún día,
develar la identidad y los móviles de ese indeseable visitante, y las
pesquisas me llevaron hasta el autor del poema. En las siguientes páginas,
Raúl Henao, atendiendo al citatorio que le hiciera para reconstruir el
incidente de “El doble”, vuelve a sacar de la entre luz las pistas que
lo llevaron a sustentar la declaración que, de los sucesos ocurridos,
hizo en el poema. Raúl,
¿asaltó usted a “El doble” o “El doble” lo asaltó a usted? El
tema de “El Doble” (el espejo, la sombra, el autorretrato, son
variantes del mismo) se relaciona con el mito de los hermanos gemelos,
opuestos o complementarios; uno de los más antiguos de la humanidad y que
se reitera en muy diversas culturas desde los babilonios y los egipcios,
pasando por los griegos, romanos, judíos y persas, hasta los mayas y los
aztecas. Es un símbolo, una
metáfora si se quiere, de las muchas dualidades y contradicciones que
jalonan la naturaleza y la vida humana en particular, del nacimiento a la
muerte: última y suprema contradicción. Es, desde luego, un tema que no
se escoge sino que nos escoge porque nos precede en su calidad de
arquetipo, y cuya expresión poética y literaria, en lo que corresponde a
nuestra propia cultura, no resulta difícil de rastrear en el romanticismo
alemán (Hoffman, Kleist Chamizo) en Goethe (Fausto),
Gerald de Nerval (Aurelia),
Baudelaire (el “Heutontimorumenos” de Las
flores del mal) Rimbaud (su famoso “yo soy otro” de la “La carta
del Vidente”), hasta llegar a los surrealistas (Artaud, Jean Pierre
Duprey) y al grupo Le Grand Jeu (René
Daumal). Eso por no mencionar el papel significativo que juega en la obra
de escritores como Poe, Dostoievski,
Carroll, Wilde, Stevenson, Borges, etc. Es, en síntesis, un tema de la
literatura fantástica que siempre me ha fascinado. Por eso, en lo
personal, ese poemita o prosa poética motivo del actual cuestionario no
necesitó ninguna elaboración previa de mi parte sino que fue “escrito
de un tirón” como reza la expresión popular y es obra y gracia de la
escritura automática o mediúmnica, es decir, de la pura inspiración. El
incidente de “El doble” se cuenta en versos no muy largos, parejos y
precisos, pausados por continuos silencios.
La respiración es el ritmo, dicen algunos.
¿Qué es para usted el ritmo en un poema? “El
poema es un conjunto de frases, un orden verbal fundado en el ritmo”:
cito con renovado placer a Octavio Paz, ahora que ciertos poetas de moda,
ensayistas mediocres, se ponen de acuerdo en denigrarlo.
El ritmo no es solo la respiración, sino el palpitar del corazón
que hace circular por el poema la savia púrpura de la vida.
Ese ensalmo, conjuro, encanto o sandunga, consubstancial al
lenguaje, que de manera inopinada resucita el tiempo original o nos lleva
de vuelta o los orígenes mágico-religiosos de la humanidad.
Es conocido el influjo ejercido por la música en los movimientos
poéticos y literarios de mitad y finales del siglo XIX, como el
romanticismo o el simbolismo. Ese
influjo parece cesar a comienzos del siglo XX y es substituido por el de
las artes visuales –pintura, escultura, arquitectura– cuya gravitación
se percibe en la vanguardia poética del siglo pasado. Este contexto
vanguardista constituye de cierta manera el ámbito más cercano a mi poesía,
centrada más en la anécdota o la imagen onírica que en la musicalidad
de las palabras. Sin embargo no soy ajeno a la importancia de esta última
porque mi poesía, creo, encierra una vivencia secretamente mágico-religiosa
a la que no se accede sino a través del ritmo y la música verbales. “El
Doble” y otros poemas suyos cuentan historias.
Para usted es más fácil escribir una trama que una elegía, un
elogio o una invocación, por ejemplo? ¿No se cuestiona el uso de la anécdota
en poesía? El
descrédito de la anécdota en poesía proviene del simbolismo francés,
sobre todo de Mallarmé y sus discípulos; recordemos al respecto la
celebre negativa de Paul Valéry a decir “la marquesa salió a las
cinco”, convertida en dogma de fe de la poesía pura. Esta postura o actitud reduccionista, la retoma luego el
surrealismo, en razón tal vez, de la amistad muy estrecha que uniera a
Breton con Valéry en los comienzos de dicho movimiento.
Algo, por otra parte, que no deja de resultar paradójico porque en
buena medida la fascinación que todavía despierta en nosotros la lectura
de los Pasos perdidos, Nadja, Los vasos comunicantes
o El amor loco, reside en el
uso, casi encantatorio, que hace el autor de la “anécdota”;
confluyendo en la creación de una atmósfera única, mágico-circunstancial
o cotidiana. A esta búsqueda
de magia cotidiana, sin nexos con el realismo mágico de la novela
latinoamericana, corresponde visiblemente el uso de la anécdota en mi
poesía, lo que la aproxima a la narrativa, como bien lo hiciera notar
Pedro Gómez Valderrama, el autor de La
otra raya del tigre y de Muestras
del diablo, en “Ante una nueva actitud literaria”, artículo de
prensa publicado poco antes de su muerte.
Proximidad o tendencia que el destacado integrante de Mito
encontraba “importante” en el contexto poético colombiano. Habría
que aclarar, en definitiva, que esa tendencia hacia lo narrativo es la del
poema en prosa o prosa poética, género literario que J. K. Huysman
definiera como “un comprimido infinito que encierra en su pequeño
volumen la potencia de la novela”, y que en mi caso nada tiene que ver
con la narrativa convencional o realista, sino que se relaciona con lo onírico,
con el relato de orden simbólico o mítico. El
lenguaje de “El Doble”, como en general de sus versos, es vistoso,
colorido, sensual, alegre, melódico. ¿Me puede hacer un breve listado de
las palabras con las que presintió la poesía cuando era niño? Mi
primera vocación fue la pintura, vocación que lamentablemente extravié
al llegar a la adolescencia. Y
digo que, “lamentablemente”, porque de haber perseverado en ella me
hubiera ahorrado el trato con “la canalla” literaria.
Mis recuerdos de infancia son visuales o puramente táctiles de
orden erótico. Recuerdo por
ejemplo, la fascinación que me produjo la estampa de un tigre de Bengala,
reproducido en un calendario de la Esso de Colombia.
Tuve allí la visión de esa “horrible simetría” que
obsesionara tanto a William Blake como a Jorge Luis Borges. No recuerdo
haber experimentado algo semejante con ninguna palabra.
Mi primer “gurú” en poesía, creo, fue mi abuela paterna, una
mística y vidente heterodoxa que me leía
la Biblia y me enseño a
orar, que es diferente a rezar, y más tarde me inició
¿involuntariamente? en el orientalismo y la Teosofía, al legarme unos
libros de ese orden temático. Soy
un poeta religioso y no político… Religioso no en el sentido de
profesar una de las religiones tradicionales o institucionales del mundo
moderno, sino en el de sentirme “religado”, al unísono con el
universo infinitamente misterioso que nos rodea. “El
Doble” se aparece en la noche. La mayoría de sus poemas trazan una plástica
nocturna. ¿Qué ama de la
noche? “El
universo esta en la noche” dice en Aurelia
Gerald de Nerval, uno de los pocos poetas que ha intentado vivir la poesía
“a expensas de la vía pública”. Pero esa “plástica nocturna”
como tu la llama no es excluyente de una temática diurna que como los
girasoles o los heliotropos, gira alrededor del sol. Lo que a mí me
interesa, en realidad, es explorar la interrelación de los contrarios o
dualidades como luz y oscuridad, bien y mal, animalidad y espiritualidad,
azar y destino, necesidad y libertad… Que, como lo enseña el
pensamiento tradicional extremo-oriental (preferentemente chino-japonés)
no son excluyentes sino complementarios, y por consiguiente no se pueden
entender, ni mucho menos vivir por separado.
Esa coincidentia opossitorum sobre la que el mitólogo rumano Mircea
Eliade ha escrito un hermoso ensayo titulado Mefistófeles y el andrógino, constituye, por otra parte, la temática
central de los místicos de todos los tiempos y lugares. Yo he intentado
llevarla a la poesía y creo modestamente haberlo conseguido en un poemita
de mi libro Sol
negro (cuyo título nada tiene que ver con la melancolía nervaliana y
sí con esa coincidencia de opuestos mencionada atrás).
Me refiero al poema titulado “Reconocimiento de la noche”, que
termina con la siguiente estrofa:
¡Canto
del gallo
en la madrugada!
Aunque
amo el sol
mi
alegría es loca
como
la noche. Ese
poemita señala la auténtica “plástica” a la que obedece mi poesía:
el alba, la aurora, el amanecer, la madrugada… En la medida que en ese
momento del día confluyen la luz y la oscuridad.
Y fíjate que la aurora tiene también un “doble” en el crepúsculo,
ese instante del día de impronta romántica o surrealista, porque ambos
movimientos convergen, entre otras convergencias, en la manera de concebir
lo maravilloso, acerca del que
el poeta alemán Jean Paul Richter nos dice lo siguiente:
“No debe girar lo maravilloso como una mariposa nocturna ni como una
diurna, sino como una mariposa del crepúsculo”. En
ocasiones sus poemas son espejos que devuelven su “doble”; sus versos
están llenos de espejerías. ¿Qué más puede comentar sobre los
“dobles” de los espejos? Me
agrada la idea de ver en mi poesía un espejo donde pueda conocerse mejor
el lector. Pero ocurre, por
desgracia, que con frecuencia
nos engañamos a nosotros mismos y ni siquiera aceptamos reconocernos en
el espejo. Por eso en uno de
mis poemas consagrados a celebrar esa “espejería” que mencionas en tu
pregunta digo abiertamente:
No veo que llevo
El rostro que veo.
(“Pensamiento del
Espejo”) Tanto
las tradiciones populares como las leyendas antiguas retomadas por la
literatura fantástica, convienen en señalarnos que los espejos no
devuelven la imagen de El doble
ni de El vampiro, que básicamente
son apariciones o apariencias, lo que significa que su poder de engañarnos
es limitado. Las apariencias pues, no pueden multiplicarse
indefinidamente, ni el parecer desligado del ser, y lo contrario
constituye un “tabú”, por ejemplo, tanto para la cultura judía como
para la musulmana. Al hombre
moderno, proclive a caer en ese error, no le queda otra opción que
atravesar –como la Alicia de Lewis Carroll– el espejo… ir más allá
del conocimiento y la autoconciencia para así recuperar la gracia y la
inocencia paradisíacas.
Este fue el mensaje “profético” que nos dejara consignado en
su obra el gran romántico alemán Heinrich von Kleist. Lo que el llamaba
“el último capitulo de la historia del mundo” (Ensayo sobre el Teatro
de Marionetas). “El
doble”, como casi toda su poesía, proyecta una buena cantidad de imágenes,
al modo surrealista ¿Presiente a veces que se viene un poema por el sólo
destello de una imagen? La
imagen poética (y la imagen surrealista) es resultado de intentar decir
lo que la palabra no dice: lo indecible, lo que está más allá de las
limitaciones inherentes al lenguaje.
Lo que trasciende el sentido unívoco o racional en un surtidor de
significados, que sin anularse unos a otros, convergen en la unidad.
Pero ese “destello de la imagen” no se encuentra fuera del círculo
mágico de la escritura poética. Es necesario entrar en él
para hallarlo, del mismo modo como los Loas (dioses) del Vudú o la
Santería no toman posesión del adepto que los invoca sino en el vértigo
y la embriaguez de la danza y los tambores, o que
–en un contexto católico– la transubstanciación del pan y el
vino en la carne y la sangre divinos, no ocurre fuera del acto litúrgico
y sacramental de la Misa… A menos, claro está, que uno sea un
visionario por el estilo de William Blake o Alce Negro, o un loco como
Swedenborg o Strindberg. ¿Cuáles
son esos escritores cuya literatura surrealista más disfruta y cuáles de
sus libros recomendaría consultar a los lectores de esta entrevista? A
comienzos de los sesenta me hice amigo en Medellín de Mauro Álvarez, el
más intratable y marginal de las nadaístas.
Entre los libros de su biblioteca figuraba la Antología
de la poesía surrealista de
Aldo Pellegrini, que terminó parando en mis manos y que recomiendo como
la mejor iniciación en el surrealismo francés.
Luego viene, por supuesto, la Antología
de la poesía surrealista latinoamericana del polígrafo rumano Stefan
Baciu con quien sostuve una correspondencia de casi veinte años, hasta su
muerte a comienzos del año 1993. Libro
fundamental para conocer el impacto del movimiento surrealista en algunos
de los más sugestivos e inspirados, a mi juicio, poetas latinoamericanos
de la primera mitad del siglo pasado.
Como una muestra del mejor surrealismo escrito en español
recomiendo la lectura de Poeta en
Nueva York de Federico
García Lorca y Versión celeste de
Juan Larrea. Estos dos
soberbios poetas no se consideraron nunca surrealistas, pero no hay la
menor duda de que estas dos obras suyas si lo son plenamente. En lo que a
mí en particular se refiere, voy a citar a continuación los obras
surrealistas, precursoras o herejes del Surrealismo que más me gustan y más
me influyeron: El matrimonio del cielo y del infierno de William Blake
(Breton lo excluyó de entre los precursores del surrealismo porque
no le gustaba su misticismo) Fausto de Goethe, Enrique de
Ofterdingen y los Fragmentos
de Novalis; El teatro de marionetas
de H. von Kleist; Los poemas de la
locura de Hölderlin; Cuentos
de Hoffman; Cuentos de Edgar A.
Poe; Los dioses en el destierro,
El tambor Legrand, Noches florentinas de Enrique Heine; Alicia en la País de las Maravillas y A través del espejo de Lewis Carroll; Aurelia y Las quimeras de
Gérald de Nerval; Las flores del
mal y Spleen de París de Ch.
Baudelaire; Las iluminaciones y Una temporada en el infierno de A. Rimbaud; Los cantos de Maldoror de Lautrèamont; Justine de El Marqués
de Sade; los Trópicos y Sexus de Henry Miller: El
proceso y La muralla china
de Kafka; Alcoholes y Caligramas
de Apollinaire; Los vasos
comunicantes, Nadja, El amor loco, Pez soluble,
El revólver de cabellos blancos,
Arcano 17 de André Breton; El
teatro y su doble, Heliogábalo,
Van Gogh suicidado por la sociedad, Los Tarahumaras de Antonin Artaud; Madame Eduarda, El erotismo,
Historia del ojo, El
ojo pineal de Georges Bataille; El
monte análogo de René Daumal;
Hebdomeros de G.de Chirico; Poemas
de Henri Michaux; El supermacho
de Alfred Jarry; Irene y El campesino de París de Louis Aragon; La motocicleta y El
inglés descrito en un castillo cerrado de A. P. de Mandiargues; Residencia
en la tierra de P. Neruda; La
tortuga ecuestre de César Moro; Materia
real de César Dávila Andrade;
El infierno musical de Alejandra Pizarnik; Las
formas del fuego de Ramos Sucre; Ficciones
y Elogio de la sombra de Jorge
L. Borges; Los signos en rotación,
Conjunciones y disyunciones, Águila
o sol, Ladera este de
Octavio Paz; Los últimos soles
y El ala de la gaviota de Enrique Molina; Textos inéditos de Jorge Cáceres. A Breton le gustaba mucho la
“novela gótica”, a la que calificaba de “alta ficción”. Yo he leído
prácticamente a todos sus autores: Walpole, Maturin, Monk Lewis, Cazzotte,
Shelley, Stoker, Le Fanu, Machen, Blackwood, Jean Ray, Bierce, Kubin,
Dunsany, Lovecraft, etc, etc. ¿Leer
poesía surrealista lo estimula a escribir poesía surrealista? “Dime
qué lees y te diré quién eres”. Pero aparte de ello debe existir esa
necesidad previa de expresarse en un orden artístico, esa inconformidad
con la sociedad que te rodea, esa rebelión, yo diría metafísica, que
nos lleva a crearnos un mundo aparte del que nos ha tocado en suerte.
Apenas llegaba a la adolescencia cuando un ensayo de Rafael Maya
sobre los “orígenes del modernismo” en Colombia publicado en uno de
los magazines literarios de la prensa bogotana me llevó a interesarme por
la poesía de Silva, Valencia, Barba Jacob, y en general por los poetas
latinoamericanos pertenecientes a ese movimiento literario de finales del
siglo XIX y comienzos del XX. Simultáneamente estaba en el aire la poesía
que hacían los nadaístas que me resultaba muy impactante y seductora.
Por varios meses mi libro de cabecera fue la antología inicial de
dicho movimiento Trece poetas nadaístas,
un librito que me gustaría tener aún en mi biblioteca, pero del que salí
cuando la poesía y los integrantes del grupo –algunos de los cuales ya
eran mis amigos– empezaron a desilusionarme por diferentes motivos. Es
en ese momento, como te he referido atrás, que cae en mis manos la Antología
de la poesía surrealista francesa de Pellegrini, donde descubro, por
así decirlo, mi auténtica filiación literaria, mi verdadera afinidad
electiva, la poesía que me gustaba leer y me hubiera gustado poder
escribir: una poesía más allá de la creación deliberada y
autoconciente y que, como los sueños o la vida misma, concede un papel
protagónico al absurdo y lo irracional.
Eso no implica en ningún momento, que el surrealismo se
constituyera para
mi en una profesión de fe o en una ideología político-religiosa;
porque, tal como creo que lo fue para poetas independientes como Enrique
Molina, Olga Orozco, Juan A. Vasco o Juan José Ceselli –para limitarme
a algunos poetas argentinos signados por esa “aventura del espíritu”,
como la denomina el poeta brasilero Sergio Lima– mi relación con el
surrealismo ha sido siempre del orden de las corroboraciones y los
encuentros inesperados, de las afinidades electivas (me reitero en esta
expresión goethiana que me gusta mucho), de las atracciones apasionadas
que gravitan en torno al misterio y lo maravilloso. La atmósfera
de “El Doble” es extraña y alucinante. Por casualidad, ¿escribió el
poema bajo una alucinación inducida, o creó esa atmósfera desde la pura
sugestión poética? ¿Atmósfera?
Sí, la intervención de ese ingrediente indefinible o impalpable en la
poesía me interesa y yo diría que, luego de haber abandonado casi por
completo la escritura automática, es lo único que todavía me acredita
como surrealista. Porque,
prosiguiendo esa lista de autores famosos o no, incluida en el I
Manifiesto del Surrealismo, me gustaría que se dijera de mí, lo
mismo que allí se dice de Jean Paul Fargue:
“Raúl Henao es surrealista
en la atmósfera”. En lo que a la escritura de “El doble” se
refiere, la atmósfera “extraña y alucinante” de tu pregunta, es la
del instante que sigue al despertar de un sueño especialmente vivo y
conmovedor, que nos crea la duda de si realmente hemos despertado o si
todavía continuamos soñando. Para inducirla no se necesita otro artificio que el de la
pura sugestión o inspiración poética. ¿Ha
recurrido a drogas o a otros estimulantes para escribir? ¿Cree que los
estimulantes son mecanismos liberadores de lenguaje? He
sido un caminante de la ciudad, en la línea del “flaneur”
baudeleriano o del “paseante
solitario” de Rousseau.
Y tiempo atrás, por
un corto período, acompañé esas caminatas citadinas de un cigarrillo de
marihuana, que nunca he mezclado con el alcohol u otras “drogas”.
Corroboré entonces, el poder paranormal de la cannabis sativa, que nos permite acceder a zonas vedadas de la mente
humana, recordar sucesos olvidados de la infancia y hasta explorar el
origen de muchas pautas y modelos de comportamiento social pero nunca la
utilicé para escribir. El uso de alucinógenos y drogas químicas de
naturaleza parecida, es interesante en la medida que propician una
“expansión de la conciencia”.
En tal sentido enriquecen el trabajo de un escritor… Siempre y
cuando no lo lleven a la dependencia o adicción.
El uso cotidiano de la marihuana, por ejemplo, tiende a producir
estados paranoicos que traen como contraparte negativa la megalomanía.
Igual, y quizás en mayor medida, sucede con el peyote y los hongos alucinógenos
(o sus componentes químicos: la mescalina y la silocibina).
Según el escritor británico Trevor Ravencroft, el poder de
liderazgo casi irresistible de que hacía gala Hitler, fue resultado de
sus experiencias con la droga (una poción de peyote) que le suministrara
el librero Ernest Pretzsche, en su Viena natal, y que en lugar de expandir
su mente, permitiéndole acceder a esa conciencia “oceánica” o
“cósmica” de la cual nos hablan los místicos e iluminados de
todos los tiempos, “sirvió para guiarle hacia sus metas siniestras e
inhumanas de poder personal, tiranía y conquista de mundo”.
Resumiendo, parece
pues, que con respecto al tema del uso de la droga y otros estimulantes
artificiales de la creatividad, sigue siendo válida la opinión de
Charles Baudelaire consignada en Los paraísos artificiales, donde califica la adicción a los alucinógenos
y los opiàceos, como un “suicidio lento” y en substitución, aconseja
a los poetas en busca de inspiración, frecuentar sólo las vías de “la
contemplación y el trabajo continúo, mediante el ejercicio asiduo de la
voluntad”. ¿Usted
piensa que un poeta debe experimentar con drogas bajo el principio de que
todo en la vida debe ser objeto de conocimiento? A
las drogas no se recurre buscando conocimiento o por lo menos son muy
pocos los que lo hacen así hoy en día.
A las drogas se llega buscando un paliativo o evasión a las
condiciones estresantes e inhumanas que crea a su alrededor la moderna
sociedad capitalista. Por eso su consumo va en alza en lugar de disminuir,
a pesar de todos los esfuerzos que se ponen en reprimirlas.
Y no se legalizan porque constituyen un negocio lucrativo tanto
para quienes las persiguen
como para quienes comercian con ellas.
Su aspecto positivo ha sido dejado completamente de lado –como
sucedió con la energía atómica–
y ya no se escriben sobre ellas textos optimistas y luminosos
(desde la óptica del arte y de
la ciencia) como los de Aldous Huxley, Alan Watts, Allen Ginsberg, Ernest
Junger, Antonin Artaud, o incluso Timothy Leary. Henri Michaux. El poeta
belga, de lengua francesa, luego de realizar a través de ellas una de las
odiseas más asombrosas de nuestro tiempo, acabó confesando que era “un
bebedor de agua”. ¿Recuerda
algún comentario importante, favorable o desfavorable, que le hubieran
hecho sobre “El Doble”? ¿Lo puede citar aquí? En
Colombia rara vez se recibe una opinión o un comentario pertinente, que
trascienda el me gusta o no me gusta sobre lo que se escribe.
Recuerdo un comentario favorable a “El doble” que me hiciera el
escritor caleño Germán Cuervo, el autor de El
mar, una novela muy sugestiva e interesante ambientada en los años
álgidos del narcotráfico, que inexplicablemente, la editorial
Plaza Janés –que la publicó inicialmente–
no ha vuelto a reeditar. Puede decirse que la crítica literaria en
el país llega hasta la década del 80 y a partir de esa fecha ya no se
escriben sino reseñas anodinas y superficiales, dictadas las más de las
veces por intereses comerciales y publicitarios que nada tiene que ver con
el ejercicio de la literatura como arte vocacional.
E incluso antes de esa fecha la crítica ya era bastante endeble e
inconsistente. Yo me atreví
a cuestionar, por ejemplo, la crítica sobre poesía que por entonces hacían
algunos poetas capitalinos (jueces y partes) en revistas como Eco, Gaceta de Colcultura,
Boletín cultural de la Luis Ángel
Arango, y en suplementos como Lecturas
dominicales de El Tiempo y Magazín
dominical de El Espectador durante un encuentro sobre La poesía Posterior al Nadaísmo realizado por la Universidad de
los Andes de Bogotá, y presenté una ponencia titulada El fantasma de
la imaginación en la poesía post dadaísta , que me
valió el ostracismo definitivo en revistas literarias, suplementos
dominicales, historias de la poesía colombiana, antologías y premios de
poesía. Marginalidad o silenciamiento del que todavía no me repongo
del todo. A lo que habría
que agregar que en Medellín, la llamada “cultura paisa” y en general,
el ambiente cultural antioqueño, siempre me ha sido abierta o
solapadamente hostil. ¿Qué
opina de los poetas que en sus poemas sostienen una cosa y en su vida real
la desdicen, de los poetas “dobles”? No
solo en los poetas y escritores existe disparidad entre lo que dicen y lo
que hacen, sino en el hombre común y corriente, en el llamado “hombre
de la calle” que es por definición, alguien en conflicto consigo mismo
y por consiguiente, con el medio que lo rodea.
La contradicción consigo mismo, la disparidad entre lo que lo que
se piensa y lo que se habla, entre lo que se habla y lo que se hace, está
tan arraigada en los pliegues más secretos de la condición
humana, que se vuelve perceptible también en el tramado de la
historia. A este respecto en el I
Manifiesto del Surrealismo, André Breton trae a colación una cita de
Novalis: “Hay
ciertas series de acontecimientos que se producen paralelamente con los
acontecimientos reales. Por
lo general, los hombres y las circunstancias modifican el curso ideal de
los acontecimientos de tal manera que este toma apariencias de imperfección y sus consecuencias son
también imperfectas. Así
ocurrió con la reforma: en lugar del Protestantismo, produjo el
Luteranismo”. Heraclito
por su parte nos habla de la ley de la enantiodromia:
todo marcha hacia su
contrario, que inspiró uno de los adagios castellanos de mi
predilección: “puta joven vieja beata”.
Por eso, en lo personal y desde muy joven, siempre he evitado en lo
posible asumir posturas radicales o hacer profesión de radicalismo,
contrariamente a lo que sucedía con algunos de mis amigos poetas,
revolucionarios o contestatarios, que hoy en día hacen parte lamentable
del stablishment
mediocre y conformista de la cultura colombiana, a la que tanto
criticaron en su juventud. Recuerdo
a uno de ellos que en la actualidad se declara partidario y admirador
de la poesía de José Manuel Arango, al que considera uno de los
mejores poetas de la Colombia actual, pero que a mitad de la década del
setenta se molestaba visiblemente si lo comparaban con el poeta de Montañas
y Este lugar de la noche.
Yo opinaba entonces –y todavía sostengo la misma opinión– que
la poesía de Arango, estéticamente irreprochable, se enmarca, sin
embargo, en la estrechez de espíritu –puritano y realista, comercial y
chauvinista– que
ancestralmente ha caracterizado a la cultura antioqueña, enemiga del
misterio y la magia, de lo exótico y la imaginación, tal como por lo demás
lo dejara sentado Tomás Carrasquilla en sus Homilías
y en Simón el mago, uno de los
relatos más reveladores –de
modo paradójico– de la ideología hegemónica en esta región del
occidente colombiano. “El
doble” es un poema misterioso, juguetón, que invita al lector a
descubrir el fondo de un enigma. Yo
percibo en ocasiones que “El doble” es esa parte de usted que ama la
noche, que quiere ir en busca de la noche en el “asiento trasero del
taxi”, emprendiendo una carrera desconocida.
Otras veces imaginó que el “El Doble” es el mensajero de la
muerte, “el jugador de cartas sentado/ al borde de su lecho”, que
quiere ganarle esta vez la partida. En ocasiones, así mismo, siendo más
literal, imagino que “El doble” es la tentación para quien ama el
juego; ese “jugador de cartas” con el que ya en “un ocasión
anterior” jugó y que vuelve en medio de la noche para tentarlo. ¿Hilo
demasiado fino? Una
de las particularidades de la poesía y la literatura en general radica en
el hecho de que por más alta que sea la consideración del autor para con
su obra escrita, esta no reviste una realidad tangible mientras no
encuentra al lector que le esta destinado: “un libro que no encuentra su
lector no existe” nos dice Maurice Blanchot, que en otro lugar, se
refiere al hábito de la lectura en términos muy sugerentes y hermosos,
comparándolo a una especie de “danza con una pareja invisible”.
En este sentido la interpretación personal del autor es relativa y
se suma a la interpretación de los lectores.
De modo que “El doble” bien puede ser ese amante presuroso,
intempestivo de la noche. El
jugador de cartas que nos tienta a una última partida, cuando todo lo
hemos perdido. Y a lo mejor, ese correo o mensajero anticipado de la
muerte, del que hablas en tu pregunta.
Caben pues todas las
explicaciones que son, posiblemente, no tanto “la invitación a
descubrir el fondo de un enigma”, como la expresión llana y abierta del
enigma mismo. ¿Qué
llegaría a pasar si se perdiera su doble y se perdiera usted y nunca más
se volvieran a encontrar? Si
se pierde el “yo” se pierde supuestamente “el doble” y
trascendemos a ese estado iluminado del que nos hablan los místicos y
fundadores de tantas religiones y cultos religiosos. Según reza una tradición esotérica, el doble nos abandona
tres días antes de nuestra muerte. Recuerdo
al respecto que en el 2000 publiqué en La
red de las letras, gaceta de la Secretaria de Educación, por esa
fecha a mi cargo, un relato corto titulado “El
otro yo”, de Alberto Berrío; el personaje es un escritor que
frecuenta una biblioteca del centro de la ciudad donde, cierta tarde,
asiste a la aparición de su doble: “Allí estaba yo sentado en una mesa
y al frente mío mi otro yo, exacto a mi, pero
muy joven, un adolescente de nuevo, visitando la biblioteca, su
manera de coger el libro, el gesto de su boca, la mirada ansiosa, con los
mismos anteojos que use hace tanto tiempo, que lo mostraba mas viejo de lo
que era”. Cuando el protagonista se le acerca para pedirle explicaciones de su presencia en dicho lugar, el
doble huye precipitadamente buscando la salida del edificio.
El escritor lo persigue entre las mesas de lectura pero el desorden
y la confusión que se producen en la sala le impide darle alcance y
cuando sale a la calle no ve a nadie. El autor concluye su relato de esta manera: “hoy cuando he
intentado entrar se me ha notificado la expulsión. No podré escribir
sobre los sucesos que acontecen en la biblioteca.
No podré sumergirme en la lectura como antes, en sus salas.
Y tampoco podré volver a encontrar a mi otro yo, que desapareció
quien sabe si para siempre. ¿para siempre?”. Lo curioso del caso es que
ese relato describe de manera muy precisa
la condición personal de su autor: un intelectual de formación
exclusivamente política, que sólo encuentra su vocación de escritor
tardíamente, pasados los
cincuenta años y que muere
apenas cinco años después de haber aparecido este relato, en un
accidente absurdo, sin tener siquiera la oportunidad de ver publicado su
primer libro, en ese momento a punto de salir de la editorial. Moraleja:
Un escritor no debe matar su doble ni evadirse de él, sino enfrentarlo y
de ser posible ponerlo al servicio de su obra, sin permitirle en ningún
momento que lo suplante o substituya, como parece que le sucedió a Marcel
Proust o al mismo Jorge Luis Borges, en quienes el escritor terminó por
matar al hombre corriente y ordinario. Situación que se refleja, desde
luego, en su literatura, porque ambos autores terminaron haciendo un arte
desligado de la vida, fuente original de toda creación auténtica. Finalmente,
Raúl, ¿Quién es “El Doble “? ¿Lo sabe usted? Yo soy otro, “el doble” soy yo. |
Róbinson Quintero
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