Tradición e innovación de la poesía religiosa en

Poemas sin nombre (1953) de Dulce María Loynaz

Ensayo de Dra. María Lucía Puppo

Universidad Católica Argentina

1. Poemas sin nombre: unidad tras la diversidad

Las paradojas signaron la recepción de las obras de Dulce María Loynaz (1902-1997), la autora cubana que tras la publicación de su primer v su segundo libro, Versos. 1920-1938 y Juegos de agua (1947), conoció la callada indiferencia del público, pese a contar con el apoyo de algunos admiradores selectos entre sus pares cubanos y españoles (Ochando Aymerich 1993: 40). Ya casada en segundas nupcias con el famoso cronista canario Pablo Álvarez de Carias, Loynaz decidió no publicar su tercer poemario en Cuba, sino en España. En 1953 Aguilar S. A. de Ediciones dio a conocer Poemas sin nombre, de 170 páginas, con una “Nota preliminar” a cargo de Federico Carlos Sainz de Robles. Debido al éxito alcanzado por el libro, que ocupaba los escaparates de las vidrieras madrileñas, su autora recibió varios homenajes en la Península. En julio de ese mismo año fue nombrada vicepresidenta del II Congreso de Poesía, en Salamanca, donde compartió sesiones de trabajo y lecturas de poemas con Azorín, Giuseppe Ungaretti y Gerardo Diego. Dos años más tarde el Istituto Editoriale Cisalpino, de Milán, editó una traducción al italiano de los PsN, realizada por  Juana Granados[1]

Ya el paratexto inicial del tercer poemario loynaciano, el título Poemas sin nombre, anuncia cierta indefinición. Una mirada general revela que el libro presenta, efectivamente, una gran variedad formal y temática. La extensión de los ciento veinticuatro poemas reunidos oscila entre una frase y una página y media. Ninguno de ellos está escrito en un metro fijo ni posee rima. La prosa que se ha apoderado del texto permite, sin embargo, sospechar que aún sobreviven algunos versos largos, al modo de Walt Whitman o de los versículos de Olga Orozco, Con solo leer los primeros versos o las primeras frases de cada composición, se observa que en determinados textos el apostrofe se dirige a la divinidad, mientras que en otros el tú es un hombre amado. En ciertos casos el poema no se desprende de la primera persona que trasluce la voz autoral femenina, pero también hay ocasiones en que la enunciación mantiene un tono impersonal, incluso para dejar flotando una pregunta. A veces las preguntas tienen respuesta y se engarzan unas con otras, y entonces el poema adquiere forma de diálogo.

La heterogeneidad en la construcción se corresponde con la diversidad de tópicos que tratan los poemas: la nobleza de la escritura, el gozo y la finitud de la pasión amorosa, la contingencia de toda experiencia humana, el encuentro con Dios. Los múltiples hilos temáticos que interactúan en el tejido poético de los PsN coinciden con las cuatro vertientes que, desde los primeros libros, se perfilan como los grandes pilares sobre los que se erige el universo loynaciano: la autorrepresentación de la voz autoral, la metapoética inscripta en los textos, el poema de amor y el poema sapiencial (Puppo 2004: 125-129)[2]. De hecho se distinguen tres series de poemas en el libro. En una primera serie, que comienza en el poema XII y culmina en el XXIX, predomina la tendencia aforística sapiencial; en segundo lugar, los poemas que van del XXXVI al LXII representan facetas en la relación amorosa de un hombre y una mujer; finalmente, los poemas comprendidos entre el LXXXI y el XCVII giran en torno a una temática religiosa. Sobre el análisis y la interpretación de estos últimos, que no han recibido aún la atención que merecen por parte de la crítica, versará el presente trabajo.

Pese a que no aceptó nunca ser definida como “poetisa católica”, los textos líricos y narrativos de Loynaz incluyen gran cantidad de referentes cristianos[3]. PsN representa el nivel más alto en el ascenso religioso que plantea su poesía, puesto que la piedad franciscana de los primeros libros —que algunos críticos no dudaron en calificar de “panteísta”— derivó finalmente en una búsqueda explícita y consciente de Dios (Cubero 1993, Ferro 1964, Lara Velázquez 1998, Peláez Pérez 2002 Vega, 1993).

2. La isotopía del vuelo

PsN comienza llamando “criaturas” que “están aquí, aleteando” (I) a los poemas. En la composición CXV “el corazón era un pájaro”, y asimismo en la CII los sueños de la voz poética son “pajarillos de jaula”. En el brevísimo poema XV se lee “Hay en ti la fatiga de un ala mucho tiempo tensa”, mientras que en el XXXI la voz poética narra un episodio habitual de su infancia, cuando su madre “cosía en pocos minutos un par de alas doradas” a sus hombros. Dotada de sus “alas postizas”, cada mes de mayo la pequeña Dulce María llevaba sus flores a la Virgen, sintiendo que “era un ángel auténtico” puesto que “en verdad tornábame ligera y me movía como si no tuviera ya los pies en la tierra” (111).

En el presente de la enunciación el Yo se reconoce ángel cuando afirma que “empezó a dolerme la raíz de las alas” (XCIII), y en el momento en que suplica “afílame las alas, afilador de rueda giradora, generadora de mínimas estrellas” (XCIV). Cuando a la voz poética le preguntan “—¿Adonde vas volando?”, responde: “A quemarme en el sol como una mariposa alucinada” (XVI). Y en el penúltimo poema se interroga de este modo a sí misma: “¿De qué flor hubiera querido brotar, de qué nube salir volando como un pájaro?”

Por todas esas citas se reconoce claramente en el poemario una isotopía del vuelo. En torno a los clasemas ala y aire proliferan numerosos semas que extienden el campo semántico, tales como pájaro, águila, golondrina, gaviota, paloma, mariposa, abeja, murciélago, ángel, Arcángel, pluma, cielo, estrella, sol, nube. Por un lado, se observa una identificación del sujeto poético con los seres alados:

Viendo volar las criaturas que el Hacedor dotó de semejante privilegio, el alma se me llena de esos celos obscuros que se dan muchas veces entre hermanos. (LXXXIX, 126).

Por otro lado, existe una polaridad opuesta al aire, que caracteriza la vida del ser humano:

¡Y sólo el hombre ha de marchar pegado a sus caminos poco menos que el gusano a los suyos, impedido de alzar el pie sin dejar el otro en tierra, sujeto por la tierra, halado por la tierra bajo la inútil siega de los luceros! (LXXXIX, 126).

El contraste arrastre / vuelo es lo propio de la experiencia humana, aunque en la concepción cristiana que impregna el texto triunfa la realidad celeste:

Y es que ellos se conocen las alas antes de que les salgan, y saben que la vida que se hizo para lo alto, peca y se pudre si no da pronto al pecho su destino. (CX, 135).

La asociación del vuelo con la vida espiritual remite de manera inmediata a la poesía mística castellana. En la poesía de San Juan de la Cruz es fundamental esta imagen, al punto que para describir su experiencia de unión con la divinidad, afirma que “le parecía volaba su alma de las carnes”. Recordemos que en el Cántico Espiritual el Esposo le responde a la Esposa:

Vuélvete, paloma, que el ciervo vulnerado

por el otero asoma,

al aire de tu vuelo, y fresco toma[4].

Al momento de glosar el poema para explicar el significado de sus imágenes, San Juan explica que Dios le dice al alma que detenga “el vuelo alto y ligero” de contemplación, puesto que “aún no es llegado ese tiempo de tan alto conocimiento”. Aclara que por el vuelo entiende “la contemplación del éxtasis” y por el aire entiende el Espíritu Santo, “aquel espíritu de amor que causa en el alma este vuelo de contemplación”[5]. Como buena lectora y conocedora de los clásicos castellanos, DML recurre a la imagen del vuelo y a otras metáforas provenientes de una tradición bíblica y mística. Los diecisiete poemas que conforman la serie religiosa en PsN (LXXXI -XCVII) culminan con el siguiente texto;

POEMA XCVII

         Señor mío: Tú me diste estos ojos; dime dónde he de volverlos en esta

noche larga, que ha de durar más que mis ojos.

 

         Rey jurado de mi primera fe: Tú me diste estas manos; dime qué han de

tomar o dejar en un peregrinaje sin sentido para mis sentidos, donde todo me falta

y todo me sobra.

 

         Dulzura de mi ardua dulzura: Tú me diste esta voz en el desierto; dime

cuál es la palabra digna de remontar el gran silencio.

 

         Soplo de mi barro: Tú me diste estos pies... Dime por qué hiciste tantos

caminos si Tú solo eras el Camino, y la Verdad, y la Vida. (131).

Los cuatro párrafos en que se divide el poema en prosa comienzan con un vocativo íntimo. El Yo humano apela al Tú divino en la simetría que establece el diálogo de amor. No faltan la noche oscura (“noche larga”) y el despojamiento de los sentidos (“un peregrinaje...”), acompañados por un lenguaje hiperbólico y antitético (“tomar”/ “dejar”; “falta”/ “sobra”). Las alusiones al Antiguo Testamento (“voz en el desierto”, “soplo de mi barro”) se complementan con el final neotestamentario (Cristo como “Camino, Verdad y Vida”).

Otros tópicos de la poesía mística que pueden ser identificados en los PsN incluyen la búsqueda de Dios (LXXXII), el llamado (LXXXVI), la soledad por la huida del Amado (LXXXVIII), la experiencia de los propios límites (LXXXVI). Pero si volvemos a considerar el poema arriba citado, comprobamos que la unión con el Ser Superior no aparece como concreción sino como anhelo. De hecho, el texto constituye un pedido de ayuda o más bien un reproche a Dios por haberle dado al ser humano la libertad para elegir cualquier camino, incluso el que lo aleja del Creador. Debemos admitir entonces que la poesía loynaciana no es verdadera poesía mística en la cual al Yo le es dado ¡ ei l ‘una experiencia directa de la esencia divina”, y donde “ante tamaña plenitud solo cabe el abandono de una entrega total” (Carrizo Rueda 1992: 128)[6]. La experiencia excepcional que vivió San Juan de la Cruz caracteriza de igual modo a su poesía, que se distingue entonces de la generalidad de la poesía religiosa. En el caso de DML —como en Fray Luis de León y tantos otros poetas piadosos— encontramos varios tópicos de la mística insertos en un diálogo cercano con Dios y una profunda búsqueda ascética, aunque no se arribe a la unión propiamente dicha:

            Perdóname por todo lo que puedo yo misma sujetarme; sujetarme para no ir

a ti, mi Señor.

 

            Perdóname por echar siete llaves a mi alma y no contestar cuando llamas a mi

puerta. Perdóname por vencer mi cuerpo, por clavarlo a la pared y no dejarlo ir a ti

[...] (LXXXVI, 128).

Ante el sentimiento directo de la presencia de Dios que describe la mística propiamente dicha, “el pensamiento es aniquilado, ya no contiene nada” (Widakowich-Weyland 1982: 207). Es por eso que en muchos poetas modernos el núcleo místico está unido al discurso de la locura y el pavor, que se manifiesta especialmente en las instancias de “asombro y arrebato”, “cese de lo usual conocido” y “apertura a lo desconocido y espanto” (Arancet Ruda 2001: 69). Ni la aniquilación del Yo ni la experiencia de la nada están presentes en el texto loynaciano, donde la voz poética organiza el discurso (a través de pronombres, sinónimos, conectores) con la coherencia y la racionalidad que le son propias.

3. La cárcel del cuerpo

Un tópico que el cristianismo medieval asimiló de la filosofía platónica es recurrente en PsN. Se trata de la experiencia del cuerpo como cárcel, presente en el “muero porque no muero” del Cancionero, que glosaron tanto San Juan como Santa Teresa, y en el poema LXXXIV loynaciano:

Soy la prisionera de este pequeño cuerpo que me dieron, y he de permanecer

tranquila en él, sin saber por qué causa ni por qué tiempo; cuando podría, de un

solo golpe de mi mano, echar abajo la mal cerrada puerta. (128).

Las variaciones sobre este tópico reaparecen en cuatro poemas que constituyen una serie aparte de la religiosa:

Estoy desconcertada ante esta resistencia obscura, esta inercia que contrapesa mi voluntad

desde no sé donde y me sujeta, me suelda invisibles grillos a los pies.

(XXXII, 112).

 

Apacigüé el dolor por un instante y me he escapado de él como de un lobo

dormido. (XXXIII, 112).

 

Pero hoy acabo de descubrir que sólo soy un ratoncillo aterrado en el fondo de un mecanismo

artero, una miserable criatura cautiva de un poder terriblemente físico

y misterioso, que no suelta ni mata, pero que se interpone entre mi cuerpo y el

mundo en que este cuerpo se movía. (XXXIV, 113).

 

Como una guerra civil, como una rebelión sordamente contenida, el dolor ha

estallado en alguna parte de mi cuerpo sin darme tiempo a huir, cogida por sorpresa entre su furia. (XXXV, 113).

Con poderosas imágenes para describir la vejez, la enfermedad y el dolor físico, la voz poética subraya la corruptibilidad del cuerpo frente a la espiritualidad trascendente del alma. En consonancia con esto, aparece la idea neoplatónica del recuerdo de una vida anterior, en la cual la realidad física no constituía un obstáculo:

          El Señor me ha hospedado en este mundo, hecho por sus propias manos.

 

          Y sin embargo yo, como huésped rústico, me muevo con torpeza y con

desgano, sigo extrañando vagamente otras cosas [...] No sé qué intimidad, qué

vieja casa mía [...] (LXXXI, 127).

La nostalgia del Paraíso que experimenta el Yo poético alude a una existencia puramente angelical, previa a la terrena. La metáfora del ser humano como ángel caído o arrojado a la tierra no proviene de la ortodoxia católica[7]. Y tampoco la siguiente, que surge de una inversión de los términos, puesto que los ángeles parecen extrañar una antigua existencia corpórea:

           Y hasta las alas de los ángeles, donde circula aún sangre caliente y una

vaga nostalgia, un recuerdo, aún no borrado, de aire primaveral [...] (LXXIX, 126).

¿El ángel es la memoria del hombre? ¿El hombre es la encarnación del ángel? En el entramado poético de PsN no hay estructuras cerradas ni compartimentos estancos. Su religiosidad se inspira sin lugar a dudas en el Dios de la tradición judeo-cristiana, pero su imaginario poético no coincide siempre con el de la liturgia y la teología católica. En los textos de DML hay búsqueda y reconocimiento del Ser Superior y una actitud de respeto frente a la vastedad del misterio. La isotopía del vuelo de PsN pone de manifiesto una idea central que recorre su obra: la dualidad cielo / tierra está presente en todo lo creado, y también en el hombre como microcosmos, en quien conviven alma y cuerpo, eternidad y tiempo, gracia y pecado.

4. A modo de conclusión

Ciertos tópicos tradicionales de la poesía religiosa y determinadas figuras del Barroco español confluyen en los PsN, escritos mayormente en Cuba, hacia mediados del siglo XX. En la selección de episodios e imágenes se reconoce la presencia velada de los místicos españoles, concretamente de Juan de la Cruz y Teresa de Avila. También se establece un profundo diálogo intertextual con las Sagradas Escrituras, ya sea a través de la cita, la alusión o la glosa de los Salmos (“Con collares de lágrimas adornaste mi pecho”, LXXXIII), el Cantar de los Cantares (“Salí de ti hacia la madrugada”, XCIII) y los Evangelios (“las bodas de Caná”, CXVI; la visita de la Virgen María a Isabel, CXX).

En la serie religiosa del tercer poemario loynaciano no hay unión mística, pero tampoco desconsuelo. A partir de las expresiones de la criatura se supone un diálogo de amor entre ella y su Creador. El sujeto de la enunciación experimenta la conciencia de sus límites, que resume —una vez más— en la paradoja: ser humano es poseer un cuerpo animal y, al mismo tiempo, un espíritu que no se corrompe. En la poética (y la ética) de DML la tensión entre estos opuestos se inscribe en un sistema mayor que rige el universo, el de una complementariedad necesaria. Siempre es preciso el encuentro de cielo y tierra para que haya dinamismo, vida:

POEMA XIX

 

            Las hojas secas..., ¿vuelan o se caen? ¿O es que en todo vuelo la tierra

queda esperando, y en toda caída hay un estremecimiento de ala? (106).

El arriba está abajo, el abajo está arriba; los ángeles han caminado por la tierra. Incluso el milagro, que es manifestación del poder divino, requiere de la participación humana, “porque la roca sin vara de Moisés sólo era una roca más, y la vara de Moisés sin gente terca, miserable y sedienta, sólo hubiera sido la vara de un prestidigitador que divierte sin remediar, sin salvar nada” (LXXX, 130). La poesía loynaciana coincide con el pensamiento cristiano al insistir en que el hombre y la mujer son seres en tránsito, peregrinos del tiempo a la eternidad. Con ello se relaciona la imagen de los caminos, que “sirven como Marta y están quietos como María” (XI, 107). De ese modo queda establecida la necesidad de la acción y la contemplación, los dos extremos entre los que oscila la vida de los creyentes.

La nostalgia del Paraíso es el modo original en que se expresa, apartándose ya del dogma, la religiosidad del tercer poemario loynaciano. La nostalgia se corresponde, principalmente, con la búsqueda de Dios que lleva a cabo la “carne herida” (LXXXVIII, 129), pero también se relaciona con una idealización de la infancia, aquel “hermoso deslumbramiento” en que la voz poética se sentía “no soltada todavía de la mano de Dios” (XXXI, 111). Además de aparecer como un estado (de gracia) o un tiempo (pasado y feliz), en PsN el paraíso adquiere una dimensión espacial. El Yo de los poemas evoca la casa (C, 132) y su isla natal:

            Isla mía, ¡qué bella eres y qué dulce!... Tu cielo es un cielo vivo, todavía

con un calor de ángel, con un envés de estrella. (CXXIV, 142).

La voz que enuncia los poemas recurre a la memoria para describir un recuerdo que significativamente coincide con un anhelo, el de una mayor plenitud y felicidad. El Edén Perdido de la infancia o del aún no nacido (CXXIII) se contrapone con el “Paraíso Encontrado” descripto en el último poema, que describe la isla de Cuba, donde “vela un arcángel escondido tras cada zarza” (CXXIV, 143). De ese modo la nostalgia que caracteriza a los poemas inscriptos en la serie religiosa da paso al texto de tono laudatorio con que culmina el poemario.

Las fronteras entre el “más allá” y el “más acá” se desvanecen en el mundo del texto loynaciano, donde el Paraíso representa un estado de dicha y comunión con los seres, un encuentro con el Creador y las criaturas que es posible tanto en la tierra como en el cielo. Su poesía jamás delata un fin didáctico y no hay ocasión en que la voz poética exponga su fe a modo de ejemplo para otros. Su actitud es la de una adhesión sencilla y espontánea, que se asocia al mundo maternal y a lo que tiene de simbólico la práctica religiosa (disfraces de niña, aromas, ritos). El suyo es un cristianismo sui generis, capaz de incluir diversos matices, siempre respetuoso de lo sagrado.

El análisis que hemos llevado a cabo permite vislumbrar finalmente el lugar que ocupa la poesía de DML en la encrucijada de tradición y innovación. La cubana supo combinar procedimientos, metáforas y temas de la poesía castellana para obtener de ellos significaciones que resultan inéditas. La infraestructura semántica de PsN ha. quedado al descubierto gracias al estudio de las imágenes del vuelo, que a su vez son reforzadas por las metáforas subsidiarias del guijarro que se vuelve estrella, el grano que forma una montaña, el camino, la isla.

Si en otros textos Loynaz expresó su amor a la naturaleza, en este libro manifiesta claramente su apertura a la trascendencia. Cuerpo y alma, amor y dolor, cielo y tierra son realidades opuestas que sin embargo se integran de manera misteriosa en el plan misericordioso de Dios. No triunfa en su escritura la meditación teológica, sino el ascenso a través de las metáforas. En sus poemas se nos recuerda que las personas somos seres contingentes, por eso caemos anhelando el vuelo. Pero la poesía religiosa es poesía de amor, y PsN expresa la paradoja del mayor Amante, Aquel que “aún se obstina en nutrirse del mismo fango triste que una vez le salió de las manos” (LXXXIII, 127).

Referencias bibliográficas

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Carrizo Rueda, Sofía (1992): “La búsqueda y el éxtasis”. Gladius 24, 127-36.

Cubero, Efi (1993): “Dulce María Loynaz o el premio de una resurrección”. Prólogo a Ultimos días de una casa. Madrid: Torremozas, 11-3.

Ferro, Hellen (1964): Historia de la Poesía Hispanoamericana. New York: Las Américas Publishing Co.

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Kentenich, José (1985): La riqueza del ser puro. Buenos Aires, Instituto Secular de Schoen-statt - Hermanas de María.

Lara Velázquez, Esperanza (1998): “Aproximación a la temática de la poesía de Dulce María Loynaz. Convergencias y divergencias”. Actas del XII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas. 21-26 de agosto de 1995, Birmingham. Birmingham: Dept. of Hispanic Studies. The University of Birmingham. VI, 314-25.

Loynaz, Dulce María (1951): jardín, novela lírica, Madrid, Aguilar, 1951.

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Ochando Aymerich, Carmen (1993): “Un espacio sin tiempo”. Anthropos 151, 40-5.

PelAez Pérez, Carlos Eduardo (2002): “Dulce María Loynaz”. Revista 21 <http: www.utp.edu.co/~humanas/revistas/revistas/rev21/index.htm>.

Puppo, María Lucía (2002): “Salir del sepulcro: Cuatro intertextos literarios de la resurrección de Lázaro”. Actas de las Jomadas: Diálogos entre Literatura, Estética y Teología. Buenos Aires: Universidad Católica Argentina [CD, ISBN 950-44-0019-1].

------------------------(2004): El problema del referente en la configuración del discurso poético. Aplicación a la obra de Dulce María Loynaz. Tesis Doctoral inédita. Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Católica Argentina, 2004.

SENABRE, Ricardo (1978): Tres estudios sobre Fray Luis de León. Salamanca: Universidad de Salamanca.

Vega, Jesús (1993): “Eros, resurrección, hipertelia”. Anthropos 151, 56-8.

Widakowich-Weyland, Miriama (1982): La. nada y su fuerza. Un ensayo sobre mística comparada. Buenos Aires: Distal.

Notas:

[1] Se hará referencia a Poemas sin nombre mediante la sigla PsN. Las citas de este trabajo y los números de página corresponden a la siguiente edición: Dulce María LOYNAZ, Poesía completa. La Habana, Letras Cubanas, 1993.

[2] Con PsN culmina el ciclo de los tres grandes poemarios loynacianos, que constituyen el cor-pus lírico central de la autora. El resto de sus textos poéticos comprenden Últimos días de una casa (un extenso poema que fue publicado por separado, en 1958), Poemas náufragos (una recopilación de textos en prosa realizada en 1990), Bestiarium (un particular conjunto de poemas escritos en la década del 20 y sacados a la luz casi setenta años más tarde) y los poemas dispersos (reunidos en DML 1997, 1998 y 2001).

[3] Se mencionan personajes bíblicos, santos, símbolos y fechas litúrgicas en la novela Jardín (1951) y en el libro de viaje Un verano en Tenerife (1958). En Versos (1938) se destaca la semblanza de la Virgen María, así como en los poemas CXVI y CXX de PsN. La novia de Lázaro (1991) es un bellísimo texto de prosa poética que vuelve a contar in situ el milagro que narra el cuarto evangelio (Puppo 2002).

[4] Cántico espiritual, Canción 13, en Juan de la Cruz (1964: 660).

[5] Explicación del Cántico espiritual, Canción 13, parágrafo 11, en Juan de la Cruz (1964: 662).

[6] Carrizo Rueda adhiere a la distinción hecha por R. Senabre (1978).

[7] En el seno del catolicismo siempre ha existido, por supuesto, la meditación en torno al Paraíso perdido y la naturaleza caída por el pecado original. Así lo expresó un gran pedagogo y renovador del siglo XX, el Padre José Kentenich, a propósito del dogma mariano de la Inmaculada Concepción: “Cuanto más descontentos estamos de nosotros mismos, tanto más crecen nuestros anhelos por el Paraíso. [...] Cuanto más aspira el hombre a la madurez del hijo de Dios, con tanto mayor profundidad palpa la división en su naturaleza caída y tanto mayor es en él este deseo: ¡Si fuera como Adán y Eva en el Paraíso! ¡Si fuera como la Inmaculada! ¡Si tuviera la inocencia paradisíaca, la libertad, pureza y santidad del Paraíso!” (1985: 58).

 

Ensayo de Dra. María Lucía Puppo


Publicado, originalmente, en: Moenia: Revista lucense de lingüistica & literatura, ISSN 1137-2346, Nº 10, 2004, págs. 263-271
Moenia: Revista lucense de lingüistica & literatura es editada por el

Servicio de Publicaciones e Intercambio Científico de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago de Compostela

Link del texto: https://minerva.usc.es/xmlui/bitstream/handle/10347/5762/pg_265-274_moenia10.pdf?sequence=1&isAllowed=yhttp://hdl.handle.net/10347/5762

 

Ver, además:

 

                      Dulce María Loynaz en Letras-Uruguay

 

                                                            María Lucía Puppo en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce 

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