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Identidad, emancipación y Nación Cubana
Dr. Sc. Rigoberto Pupo.

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Prólogo .........................................................................................................2

 

Introducción.................................................................................................  6

 

I. IDENTIDAD NACIONAL.  TEORÍA E HISTORIA....................................................  18

 

1. La identidad como categoría filosófico-cultural................................................  19

 

2. Identidad nacional, cultura y pensamiento revolucionario..................................  29

 

3. Identidad nacional, historia y desarrollo..........................................................  44

 

4. Identidad, sentimientos y autoconciencia nacionales........................................  54

 

II. FILOSOFÍA DE LA EMANCIPACIÓN, TRADICIÓN E IDENTIDAD EN LA CONTIENDA DE 1868..  62

 

1. Antecedentes y planteamiento del problema.....................................................  63

 

2. Tradición revolucionaria e identidad nacional en la gesta del 68...........................  75

 

2.1  La idea de la Independencia y su devenir práctico..........................................  77

 

2.1.1.  La idea en su expresión teórica...............................................................  78

 

2.1.2. La idea de la independencia y sus mediaciones concretas.............................  83

 

2.2  Independentismo, abolicionismo e identidad nacional.....................................   98

 

Conclusiones...............................................................................................  112

 

Bibliografía..................................................................................................  131

PRÓLOGO

 

Identidad, emancipación y nación cubana, el libro que presentamos del Dr. Rigoberto Pupo Pupo, aparece en muy oportuna circunstancia histórica, no porque el entremado de vínculos y categorías con que ha laborado su tesis haya tenido menor relevancia anterior, sino porque ese constante significado social se presenta en la actualidad en muy compleja coyuntura nacional e internacional, con peligro no solo para las identidades nacionales y, en el caso cubano con la amenaza de pérdida de la emancipación verdadera, solo lograda a partir del 1ro de enero de 1959 y, consiguientemente de la nación y la cultura cubanas, sino también, porque esa misma amenaza se cierne, por razones similares, sobre otros pueblos, a nivel mundial. 

 

Entre esas razones el autor destaca dos: la crisis, como la medusa mítica con varios rostros desagradables y fieros, promovida por la universalización de la informática, con privilegiado lugar, casi hegemónico, de Estados Unidos; y la unipolaridad del mundo actual, con la aspiración política de uniformar la cultura de acuerdo a patrones de los propios Estados Unidos, con lesión y pérdida de las identidades nacionales de los pueblos del orbe. Una situación que, como puede constatarse leyendo la prensa diaria, promueve, con la violencia, un rechazo también violento, de parte de quienes no pueden admitirlo. Violencia que enfrenta a dos contendientes: al imperio norteamericano con sus transnacionales y su poderío militar, frente a la “memoria histórica” y los anhelos de libertad y progreso de las naciones y pueblos. 

 

El profesor Pupo expone cómo, al emerger y conformarse, con la nación, la cubanía, esta se impuso con la emancipación como única alternativa para obtener las libertades a que aspiraba; prioridad excluyente (ni reformismo, ni anexionismo) que define con palabras sentenciosas que subrayan su magno significado socio histórico y cultural al referirse a la identidad nacional del cubano: “la identidad nacional afianza creadoramente nuestro ser social”, “la identidad nacional es premisa de la dignidad nacional” o, aprovechando un sabio proverbio yoruba rescatado por Miguel Barnet que formula que “la memoria es la dueña del tiempo” concluye afirmando a su vez que: ”la memoria histórica garantiza la continuidad cultural” o que “el ser social, en que se afirma y compendia la identidad nacional, es un resultado de la personalidad colectiva y su memoria histórica”. Entre los más preciosos valores de la “memoria histórica” del cubano está, precisamente, la emancipación.

 

Como puede apreciarse, el libro de Pupo, profesor universitario de la Facultad de Filosofía e Historia, se interesa por esos dos aspectos del conocimiento, enlazados armoniosamente para dar cumplimiento a sus objetivos. No podía ser de otro modo pues la categoría identidad nacional, por ejemplo, muy dinámica y compleja, le debía servir para esclarecer un fenómeno social históricamente determinado y determinante, lo cual puede decirse también de nación, o de cultura nacional, dificultad que no escapó al ensayista Pupo, que expuso además que en modo alguno pretendía agotar el tema, sino sólo “abrir brecha” para el análisis y la polémica creadoras.

 

La primera parte del libro trata sobre todo de formulaciones teóricas, previas para las subsiguientes. En el segundo capítulo, con aplicaciones conceptuales, el autor se propuso “revelar la filosofía de la emancipación en la contienda del 68 y su relación con la identidad nacional”: un objetivo principal que puede calificarse como de “ir a las raíces” de la cubanía, pues fue a lo largo de los diez años comprendidos entre 1868-1878 que se hizo patente la existencia de la nación cubana, y de su identidad como pueblo, bajo la consigna rectora de la emancipación, entonces con un doble significado: el de eliminar la esclavitud del africano y su descendencia en Cuba y el de arrojar el colonialismo español del territorio nacional,.

 

En realidad, Pupo fue mucho más allá de eso, con la inclusión de ideas que le sirvieron para enlazar la historia del diecinueve cubano con el veinte, la identidad nacional cubana con la latinoamericana y éstas en su proyección, mediante su constante enriquecimiento, con la universalidad. Ese ambicioso contenido, lógicamente estructurado, es avalado con sintéticas definiciones, como que la diversidad es una de las formas en que se presenta la identidad: “Es una unidad (la identidad), que fijando la comunidad presupone la diversidad, la diferencia y sus vínculos recíprocos, como modo dinámico de constante enriquecimiento y proyección hacia la universalidad”. Respecto al nexo Cuba/Latinoamérica, concluye que “lo común de la identidad latinoamericana es lo común de la identidad cubana”.

 

Como se observa, ideas generales que pueden –y deben- suscitar la creadora confrontación de opiniones, a la que estamos seguros aspira Pupo, quien, por otra parte, tiene ante sí un amplísimo y complejo campo para nuevos estudios sobre un tema tan apasionante como el que provocó su interés para la redacción de este valioso libro.

 

Otro aspecto del ensayo – también objetivo- es la eficaz metodología utilizada por Pupo para su redacción, así como el valioso recurso del uso de una amplia y selecta bibliografía sobre filosofía, historia y sociología. Su aplicación tanto de una metodología eficiente, como de una bibliografía escogida con acierto, permitieron concluir al autor, y a nosotros con él, que “si el colonialismo y el imperialismo constituyen la causa fundamental de la negación de la nación, la lucha contra ellos (hasta la emancipación) es la reafirmación primaria de la nación y la expresión más fuerte de identidad”.     

 

Para nosotros, expuestos a presiones y amenazas de todo tipo por el imperialismo norteamericano, y decididos a no someternos, a no claudicar, a preservar nuestros valores culturales e identidad nacional, el libro del profesor Pupo posee un especial valor: constituye, a la vez que un documento esclarecedor, un arma para enfrentar mejor al adversario poderoso y tenaz.  

 

 

Enrique Sosa Rodríguez

Ciudad de La Habana

2/III/2001


INTRODUCCIÓN

 

En las condiciones contemporáneas, donde la racionalidad debe imponerse ante la sombría realidad de un mundo unipolar, el problema de la identidad ocupa un lugar central que preocupa sobre todo a los llamados países pobres.  Es necesario afianzar los recursos y potencialidades propios de los pueblos para enfrentar la globalización neoliberal que aniquila su ser esencial y la memoria histórica que garantiza la continuidad cultural.[1]  

En los últimos tiempos, tanto en el discurso político, filosófico, literario, sociológico, científico, etc., la noción de identidad nacional aparece constantemente.  Y es lógico que sea así, pues no persigue otro objetivo que afianzar creadoramente nuestro ser esencial, en función del desarrollo presente y futuro de nuestros pueblos. Desarrollo no sólo en el ámbito económico, sino cultural y humano, que conduzca a la libertad, la independencia y el progreso social, sobre la base de la preservación de la identidad nacional y la afirmación de su personalidad cultural, en tanto alma de la nación y premisa de la dignidad nacional que debe presidir su proyecto social.

Es necesario profundizar en el contenido de la identidad y la formación nacional, para poder descubrir los mecanismos y mediaciones en que tiene lugar su naturaleza compleja y contradictoria.  La categoría identidad nacional, en tanto expresión conceptual que refleja una totalidad dialéctica orgánica, es esencialmente contradictoria y dinámica.  Soslayar esta especificidad esencial es convertirla en una entidad abstracta, en una entelequia a priori que condiciona la realidad nacional y su conocimiento.  Tal concepción del problema sería estéril y sólo conduce a resultados quiméricos.  

La identidad nacional, su génesis y desarrollo, en tanto problema social es histórico-cultural en toda su amplitud y connotación.  Un resultado de la actividad humana y toma de conciencia de su propio yo, en términos de personalidad colectiva y memoria histórica en que se afirma y compendia su ser esencial, desplegado en la cultura, la política, la ciencia, etc.  Una comunidad que une y vincula intereses en torno a la patria, a la nación sobre la base de espacios temporales y contextuales reales, concretos.  Una identidad que en su unidad presupone lo diverso, como condición de su diferenciación para poder distinguir lo endógeno, propio, de lo exógeno, ajeno, en el devenir dialéctico de lo general y lo autóctono en que se encarna y afianza lo propio auténtico y original.  Por eso, refiriéndonos al caso cubano, "...no es a través de ningún elemento étnico aislado que se puede definir la autoctonía de la cubanidad, sino en el resultado de la interacción múltiple que desfigura los elementos originales y crea una síntesis étnico-cultural".2  

La obra de Fernando Ortiz, presenta un material de gran utilidad para penetrar en los ámbitos etno-culturales y sociales de la identidad nacional cubana.  La revelación y aplicación en sus investigaciones del concepto de transculturación, arroja luz a toda investigación, tanto por el enfoque como por la minuciosidad en que opera con los hechos y acontecimientos de la dialéctica de la identidad nacional cubana.  

Es imposible develar la esencia de la identidad nacional, y sus posibilidades de creación social, al margen de un análisis multilateral que soslaye aquellos aspectos o aristas centrales en que ocurre el proceso.

El primer capítulo: Identidad nacional. Teoría e historia, sin intentar en modo alguno agotar tan vasto y rico tema, se propone asumir el problema en su totalidad sistémica, determinando las causas y condicionamientos en que transcurre el todo, así como fijando los momentos esenciales que lo reproducen y explican.  Estos requerimientos condicionan su estructura:  

1)   Se aborda la identidad como categoría filosófica, revelando el sentido y significación que ha tenido en la historia de la filosofía desde Aristóteles, Leibniz, Hegel, Marx y Lenin. Posteriormente se trabaja en un plano más concreto del problema, ya referido específicamente a la categoría sociofilosófica de Identidad nacional.  Conjuntamente se analizan distintas posiciones respecto al concepto, a manera de planteamiento de problemas, destacando la obra Identidad Nacional y Culturas Populares, de Esteban E. Mosonyi, en tanto se realiza un análisis profundo del problema en cuestión, referido particularmente a Venezuela.  

2)   La segunda parte "Identidad Nacional, Cultura y Pensamiento Revolucionario, constituye el momento principal del capítulo. Aquí se penetra en el contenido, definición y estructura del concepto en cuestión, incluyendo el lugar de la cultura y el pensamiento político revolucionario en la identidad nacional.  Se determina además el contenido de otros conceptos afines al de objeto de estudio, así como sus relaciones y condicionamientos.  

   

3)   La tercera parte se dedica al epígrafe Identidad nacional, historia y desarrollo.  Aquí se hace un esbozo general teórico sobre el tema, mostrando en la historia el devenir general del proceso.  En esta parte se aborda brevemente el fenómeno de la colonización, la composición de la población que habita en la isla, así como algunos momentos referentes al proceso de transculturación y su incidencia en la realidad cubana, pues tal y como señala F. Ortiz, la verdadera historia de Cuba es la historia de sus intrincadísimas transculturaciones.  Se hace énfasis especial en el lugar de la economía de plantación y el fenómeno de la esclavitud en Cuba, así como su incidencia en la conformación de la nación cubana.  Se analiza cómo las gestas independentistas y la abolición de la esclavitud, constituyen hechos trascendentales en la integración étnico-social, cultural y social de Cuba, así como el papel del ideal democrático popular y antimperialista de Martí y Maceo, como paradigma de las sucesivas generaciones en la materialización de una nación para sí, donde el pueblo devendría verdadero sujeto histórico.  

En la cuarta y última parte del Capítulo Identidad, sentimientos y autoconciencia nacionales, se exponen los niveles aprehensivos de la identidad nacional y otras mediaciones inmanentes al proceso mismo.

En este primer capítulo, si bien se hace teoría e historia del problema objeto de estudio, el énfasis principal recae en la primera.  La historia resulta panorámica y somera en función del despliegue teórico y la coherencia demostrativa del análisis.  Esto determina la asunción de problemas desde su génesis hasta la actualidad, en función de mostrar el devenir de la identidad nacional como proceso histórico-cultural que tiene un pasado, un presente y se dirige al futuro.  Con ello, se crean las condiciones necesarias para comprender el objeto del segundo capítulo en toda su concreción.  

El segundo capítulo, Filosofía de la emancipación, tradición e identidad en la contienda de 1868, se dirige a dar concreción a múltiples presupuestos teóricos expuestos en el primero.  Ahora se trata de mostrar cómo la filosofía de la emancipación, inaugurada por Félix Varela, su precursor, encuentra cauces efectivos de realización en la praxis independentista del 68 y su subsiguiente desarrollo en la conformación de la identidad nacional.  Esto exige retomar aspectos y momentos brevemente esbozados para su mayor despliegue y desarrollo.  

En su artículo "Varela: transición ideológica en pos del futuro", Le Riverend capta con acierto la labor precursora de la obra independentista del Maestro que nos enseñó en pensar.  "Varela -señala el destacado historiador cubano- vio y previó, se anticipó.  No lo hizo en silencio.  Sus escritos fueron sedimentos de una etapa y una voz señera, cuando se reveló la quiebra de las estructuras sociopolíticas y económicas coloniales, (...) aunque para Cuba sus días no eran como los de las masas lanzadas a la pelea abierta, no ha de separarse de la más noble tradición de recobro de la dignidad del pueblo cubano.  Las guerras liberadoras de Cuba terminaron con las armas políticas que el presbítero Félix Varela, previéndolas, tuvo en sus manos".3  

La filosofía de Varela, sienta una tradición que en el transcurso del siglo XIX constituye punto de partida del ideal independentista.  Ideal que, fundado en premisas reales, vive, y se despliega continuamente a formas superiores de concreción.  Fija una tradición política revolucionaria independentista, cuya racionalidad dimana de una concepción del mundo ético-humanista que siendo expresión de su época la supera en alcance y proyección social, hasta trascender el pensamiento de las sucesivas generaciones.  

Es necesario, y mucho más en nuestra realidad contemporánea mostrar el origen, desarrollo y sistematización del ideal independentista, incluyendo las múltiples relaciones y nexos en que se despliega.4 Penetrar en la misma tradición hasta revelar su estructura, su carácter sistémico-procesual, constituye una necesidad insoslayable.  Revelar la lógica objetiva seguida por la tradición independentista, hasta imponerse por su racionalidad y verdad en una práctica real y concreta, es develar la historia viva del devenir nacionalidad-nación, con su respectiva identidad cubana, fundada en una personalidad colectiva y en una memoria histórica que garantiza su transcurrir futuro y con ello el ser esencial cubano con entidad propia, en términos de una identidad forjada en la dignidad plena del hombre.  

Es natural -y de ello estamos conscientes- que un trabajo de tal envergadura es sumamente complejo y siempre resulta incompleto.  Requiere de un trabajo investigativo multidisciplinario, capaz de descubrir las múltiples expresiones en que se va determinando y definiendo la idea de la independencia en la praxis social cubana, es decir, en la historia, la economía, la filosofía, la política, la literatura, el arte, etc. La idea de la independencia, engendrada en una realidad histórica social empíricamente registrable, no constituye un ente hipostasiado de la historia.  Conjuga en síntesis la dialéctica de lo general y lo particular específico, y en su devenir real se totaliza y concreta hasta encarnar tradiciones originales y auténticas.  Tradiciones que, en tanto reproducen la realidad social, a través de la actividad humana, forman una estructura que integra aspectos de carácter gnoseológico cognoscitivo, valorativo y práctico, que se plasman en la cultura y al mismo tiempo expresan la existencia de la nación en su plenitud material y espiritual.  

Esto significa que una empresa de esta índole exige revelar el propio movimiento lógico-histórico en que transcurre y se determina la idea de la independencia en su génesis y desarrollo.  Para ello se necesita penetrar en las diversas formas en que se expresa la actividad humana y la cultura, es decir, la literatura, el arte, la política, la economía, el derecho, etc.  Todas estas manifestaciones de la existencia humana encarnan aristas, momentos, aspectos de la idea de la independencia.  

Por eso, este capítulo no intenta en modo alguno agotar el problema.  Más que todo constituye una aproximación o vía de acceso al objeto, pero de gran importancia en nuestro criterio, pues presenta un enfoque sistémico del asunto y expone consideraciones teórico-metodológicas y prácticas para el tratamiento del objeto de investigación.  

Sobre la base del objetivo central: revelar la filosofía de emancipación en la contienda de 1868 y su relación con la identidad nacional, el segundo capítulo dirige la atención a los siguientes aspectos, que al mismo tiempo se integran a la totalidad de la monografía.

. Antecedentes y planteamiento del problema.

. Tradición revolucionaria e identidad nacional en la gesta de 1868.

. La idea de la independencia y su devenir práctico. Independentismo, abolicionismo e identidad nacional.

En la primera parte: Antecedentes y planteamiento del problema, se realiza un análisis valorativo de la producción teórica existente en torno e la guerra de 1868, destacando momentos positivos e insuficiencias.  En esta dirección se enfatiza en aquellos autores que intentan o desarrollan tesis esenciales respecto a la relación intrínseca entre el ideal independentista del 68 y la tradición anterior que inicia Félix Varela.  Se valora la importancia teórica y metodológica de la orientación marxista en la historiografía cubana, cuyos análisis se caracterizan por situar el lugar de la tradición independentista en la gestación de la nacionalidad y la nación cubana y el tipo de identidad que le es consustancial.  Se esboza el estado de elaboración del problema, así como los antecedentes y premisas para desbrozar nuevos caminos en pos de la sistematización del objeto de investigación.  

La segunda parte: Tradición política-revolucionaria e identidad nacional en la gesta de 1868, constituye el núcleo central del capítulo, en correspondencia con el objetivo propuesto.  Aquí se inicia el análisis mostrando la necesidad y racionalidad que sirven de aval a la contienda libertadora.  Para ello, se asume la fundamentación del Programa-Manifiesto del 10 de Octubre proclamado por la Junta Revolucionaria, bajo la dirección de Céspedes.  Ya de antemano, a modo de hipótesis se define el 68 como un primer nivel de concreción, en la práctica, de la idea de la independencia.  Esta hipótesis se prueba en los restantes epígrafes  del Capítulo. En el primero: La idea de la independencia y su devenir práctico, se trabaja la génesis de la idea de la independencia, a partir de su precursor.  Antes de entrar de lleno en el asunto, y como modelo teórico-metodológico que guíe su acceso, se expone brevemente la concepción filosófica de la idea, en tanto elemento componente de la teoría.  Para ello, se revela su estructura y función, destacando su carácter sintético-integrador en la aprehensión práctico-espiritual de la realidad.  Posteriormente, ya ante una forma concreta, la idea de la independencia y su movimiento real en las condiciones de la Cuba colonial, se convierte en el centro de la intelección y el análisis.  En esta parte del trabajo, se analiza cómo transcurre la herencia vareliana, incluyendo las distintas determinaciones, condicionamientos y mediaciones en que deviene el ideal independentista.

En el segundo epígrafe: Independentismo, abolicionismo e identidad, se continúa probando la hipótesis que concibe la práctica del 68 como determinación cualitativa de la herencia vareliana.  Aquí se fijan nuevas determinaciones de la idea, ya devenida tradición que conjuga orgánicamente el independentismo y el abolicionismo.  Se muestra cómo en los marcos de la contradicción principal metrópoli-colonia, la especificidad de la economía, ya girando en la órbita del mercado mundial capitalista, sobre la base de la plantación esclavista, determina que en un período largo la contradicción esclavista-esclavo, sea dominante, a tal punto que retrasa el advenimiento de la revolución independentista.  Sin embargo, cuando las condiciones objetivas y subjetivas están presentes, el ideal independentista se impone por necesidad.  

En esta parte del trabajo se analiza el valor de la Guerra Grande en la conversión de la nacionalidad en nación, a partir del proceso de integración social y etno-racial que trae aparejado la contienda emancipadora, así como las nuevas formas cualificadoras del ideal independentista.  Proceso que conduce al ascenso de las masas populares y con ello a la radicalización del proyecto independentista.  Se analiza además cómo las categorías libertad e igualdad se integran a la idea de la independencia en su síntesis, dando mayor alcance y proyección social.  

En las conclusiones, se hace énfasis en la tradición como herencia acumulada y como elaboración y creación sobre bases nuevas.  En esta parte se retoman aspectos centrales del objeto de estudio, pero sobre un nivel superior.  

Se destaca en todo su relieve e importancia el nuevo contenido clasista que imprimen las masas populares al proceso y la tradición ético-humanista presente en Maceo y los patricios del 68, en el proceso de concreción y enriquecimiento de la tradición independentista.  Tradición, que profundiza su contenido en la contienda, en el sucesivo tránsito de las posiciones liberal-burguesas, al inicio, a posiciones democráticas burguesas, y de estas bajo el impulso de las masas populares se dirige a formas más radicales, que encauzarán Martí, Gómez y Maceo en el 95.

 

En la totalidad de la monografía se intenta ser fiel a la lógica que siguen los hechos y acontecimientos, evitando discurrir en los marcos de un pensamiento separado de la realidad, y al mismo tiempo poniendo de manifiesto la originalidad y la autenticidad que le es consustancial.  

En la estrategia conceptual-metodológica se ha concebido el discurrir y concreción de la idea de la independencia en el contexto de la cultura y su dinámica de desarrollo, estrechamente imbricado con el proceso formacional nacionalidad-nación y la identidad propia que define a la nación cubana.  

Este libro no constituye un trabajo acabado.  Es sólo una aproximación al objeto, una incursión panorámica en torno a la dialéctica que sigue la tradición independentista, inaugurada por Varela, en su proceso de génesis, desarrollo y concreción, es decir, en su expresión dinámica para concretar una filosofía emancipadora y una identidad fundadas en la resistencia, la libertad y la dignidad.  Una identidad, afincada en las raíces, en la cultura del ser y con una vocación ecuménica, como brújula orientadora del porvenir de la nación.  

Toda tradición5 -y en este caso la independentista- constituye un proceso, cuya dinámica de movimiento encarna el ser esencial de sujetos-agentes prácticos concretos.  Ser esencial que se despliega, sintetiza y expresa en la cultura.  La tradición independentista, en tanto tal, fundada en una personalidad colectiva y una memoria histórica, no constituye un fenómeno estático, sino devenir y creación que se actualiza en cada momento histórico para trascender el todo social y afirmarse como nación con propia identidad.

 

I. IDENTIDAD NACIONAL. TEORÍA E HISTORIA

 

El acercamiento al concepto de identidad y sus determinaciones histórico-culturales requiere de la teoría y la historia misma.  El permanente diálogo teoría-historia arroja luz a las indagaciones científicas.  Es necesario abordar el problema en sus múltiples determinaciones y condicionamientos, sin perder la perspectiva cultural de análisis.

 

1.  La identidad como categoría filosófico-cultural

 

La identidad como categoría filosófica ha tenido varias acepciones en la historia de la filosofía, destacándose las siguientes:  

La identidad concebida como unidad de sustancia.

La identidad como propiedad de algunos objetos de ser sustituidos (sustituibilidad).

La identidad como convención.  

La primera definición corresponde a Aristóteles, para el cual "en sentido esencial, las cosas son idénticas del mismo modo en que son unidad, ya que son idénticas cuando es una sola su materia (en espacio o en número) o cuando su sustancia es una.  Es, por lo tanto evidente que la identidad de cualquier modo es una unidad, ya sea que la unidad se refiera a pluralidad de cosas, ya sea que se refiera a una única cosa, considerada como dos, como resulta cuando se dice que la cosa es idéntica a si misma".6  

En Aristóteles la identidad esencial presupone la unidad de la sustancia o su definición en tanto tal.

La segunda definición encuentra su determinación en Leibniz, el cual la aproxima al concepto de igualdad, es decir, la identidad entre las cosas está dada en el hecho que pueden sustituirse unas por otras.  Esta concepción la continúa Wolff, en el sentido de que son idénticas las cosas que pueden sustituirse una a la otra, permaneciendo a salvo cualquiera de sus predicados.7  

Esta concepción ha sido asumida en general por la lógica contemporánea.  

En la tercera concepción de la identidad, se parte del criterio de convencionalidad.  "Según esta concepción no se puede afirmar de una vez por todas el significado de la identidad o el criterio para reconocerla, pero se puede, en el ámbito de un determinado sistema lingüístico, determinar de modo convencional, pero apropiado, tal criterio (...) Desde el punto de vista de esta concepción, lo importante es declarar, cuando se habla de identidad, el criterio que se adopta o al que se hace referencia."8  

Sin embargo, la concepción de la identidad como unidad de la sustancia, expuesta por Aristóteles, es continuada por Hegel y desarrollada hasta presentar la esencia como identidad consigo mismo, y la identidad como coincidencia o unidad de la esencia consigo misma.  Pero una identidad que presupone la diferencia en tanto le es intrínseca a ella misma en su mediación.  

Para Hegel la identidad sólo puede definirse por oposición a la diferencia y viceversa, por lo cual resulta unilateral y abstracto presentarlas como antítesis absolutas o en relación antitética. "Y más aún si se considera que todo lo que existe muestra en él mismo que en su igualdad consigo es desigual y contradictorio y que a pesar de su diferencia y contradicción es idéntico consigo mismo... al contrario, aquella identidad que debería estar fuera de la diferencia y aquella diferencia, que debería estar fuera de la identidad, son producto de la reflexión extrínseca y de la abstracción..."9  En fin de cuentas Hegel opone a la concepción de la identidad abstracta y unilateral su intelección de la identidad concreta, en tanto unidad de la identidad y la diferencia.  De lo contrario la esencia, la realidad, carecería de fundamento.  La realidad en su esencialidad incluye la semejanza, la diferencia y su devenir recíproco, como transición de una determinación a otra.  

Esta concepción que Hegel desarrolla en la Ciencia de la Lógica y la Enciclopedia es asumida y desarrollada por Marx, Engels y Lenin.  

En los Cuadernos filosóficos, Lenin dedica una gran parte de sus reflexiones al problema de la identidad, destacando la existencia en ella de la diferencia y la contradicción,10 como momentos intrínsecos a su devenir real y concreto.     

La realidad, en su naturaleza sistémica, en su esencialidad en despliegue no es estática.  Es una totalidad mediada por múltiples transiciones, determinaciones y conexiones recíprocas que llevan a cada momento a su contrario dentro del todo y respecto de él.  Presentar la identidad pura es abstraerse del devenir y de la vitalidad real en que opera el proceso.  Por eso, "la manifestación singular no puede existir más que dentro de la conexión universal de la totalidad, y de que ella alcanza su función, su sentido y su ser, y se vuelve concreta, únicamente por medio de su inclusión dentro del proceso de la totalidad".11  

Concebir la identidad pura, absoluta, fuera de la totalidad y del contexto en que transcurre un fenómeno o proceso conduce inexorablemente al error.  No es posible poner la realidad, tanto lo material como lo pensado entre paréntesis, y olvidar las conexiones reales en que deviene el todo y sus vínculos y transiciones recíprocas.  Lo idéntico, es único, existe porque existe lo diferente, lo diverso.  Se trata de la realidad, y ella opera como esencia contradictoria que presupone en su interior tendencias contrarias. "Contradiciendo a la identidad rígida, la ciencia ha llegado a determinar que todo proceso del Universo se encuentra en constante transformación y que, por lo tanto, constituye un conflicto entre lo que ya ha sido y aquello que llegará a ser.  Toda manifestación, -continúa Eli de Gortari- corresponde, entonces, a una unificación transitoria entre opuestos; y, en primer término, a la identidad ya lograda con la diversidad en que se está convirtiendo."12

Lo único, lo diverso, son dos polos de una misma unidad que los presupone en movimiento y síntesis: Operar con términos lógicos formales, perdería de vista que "la diversidad que se acusa en la identidad es, por sí misma, la falta  de  identidad,  es  decir,  la desigualdad.  Entonces, -enfatiza el filósofo mexicano- junto con el principio de identidad es indispensable considerar el principio de diversidad".13  

La identidad, tanto en su expresión filosófica general, como en sus determinaciones, cuyos fenómenos abarcados sean más restringidos, requiere ser considerada en su dinámica real y contradictoria.  En su expresión sociofilosófica y culturaL, cuando se refiere a procesos sociales, resulta necesario abordar la identidad en los marcos de la dialéctica de lo general, lo particular y lo singular.  De lo contrario el análisis pierde sustantividad y no reproduce objetivamente el fenómeno o proceso en su devenir real.  

Es necesario pensar el problema de la identidad a partir de una concepción sistémica que reproduzca lo más aproximadamente posible la realidad en su dinámica contextual, espacial y temporal.  Pensar la realidad social, y más aún cuando indagamos en torno a problemas formacionales, ya sea el surgimiento de la nacionalidad, la nación y su contenido cultural, requiere de un enfoque que incluya las transiciones y condicionamientos en que transcurre el fenómeno o proceso, lo que equivale a revelar su movimiento real.  Esto encuentra nacionalidad conceptual si se comprende lo general..."como una ley o principio de concatenación..."14 como "el vínculo regular de dos (o más) individuos singulares, que los transforma en momentos de una misma unidad real concreta.  Y esta unidad es mucho más razonable presentarla como una totalidad de momentos singulares distintos, que en forma de una multitud indeterminada de unidades indiferentes una con otra".15  

Esta perspectiva de análisis permite asumir la historia y la cultura de modo concreto, así como explicar con sólidos fundamentos la identidad nacional en su dinámica específica, sobre la base de la dialéctica de lo general y lo singular en sus formas originarias y en su proceso de desarrollo y enriquecimiento de la cultura. 

 

En los últimos tiempos, la categoría identidad en su connotación sociofilosófica y cultural, como identidad nacional ha adquirido gran importancia.  Constantemente aparecen artículos especializados, donde de una forma u otra se aborda.  En algunos casos se vincula con la cultura, en otros con la conciencia nacional o algún aspecto relacionado con la nación, su existencia y el modo como se piensa su ser esencial.16 En algunas ocasiones se define el concepto y se determina su expresión real.  Es característico encontrar una absolutización tal de lo común en la identidad, que no deja lugar a lo diverso, presentándose su devenir de modo lineal y abstracto, al margen del proceso vital mismo.  Se encuentra también una ponderación excesiva de lo singular y autóctono, como si pudiera existir y desarrollarse al margen de lo general.  

Naturalmente, dilucidar este problema no constituye una empresa fácil.  Es tan complejo como la cultura misma, en tanto resultado de la actividad humana.  

Para otros autores, la categoría identidad resulta errática, confusa y presta a instrumentaciones ideológicas,17 independientemente que se asuma, buscando lo común en lo diverso.  

Algunos, incluso, absolutizan tanto las posibilidades de "manipulación ideológica de su entidad conceptual, que la definen como doctrina nacionalista.18  Pero, sin revelar la esencia de la categoría identidad nacional, y al margen de un contexto histórico-concreto, ya de antemano se vicia el análisis y hace estériles las posibilidades teórico-metodológicas de dicho concepto.  El nacionalismo extremo no es un fenómeno inmanente a la identidad nacional y a su conciencia histórica.  Revelar sus causas presupone un análisis concreto, de una realidad concreta, que incluye las fuerzas sociales que actúan en el escenario político, así como los intereses y aspiraciones que puedan condicionar o no la manipulación ideológica de la identidad nacional.  

Sin embargo, existen otros autores que reconocen el valor teórico-metodológico y práctico de esta categoría, para abordar la realidad nacional.  Según Saúl Rivas: "La identidad alude la especificidad sociocultural e histórica de cada pueblo, en un constante proceso de endoculturación y de interculturación.  La identidad -continúa Rivas- como todo concepto histórico ofrece posibilidades y limitaciones; no es omniabarcante, ni está basado en un fundamento expansivo..."19 El autor destaca la importancia del concepto para la convivencia y la liberación y define el chauvinismo y la xenofobia como caricaturización de la identidad, o expresiones que guardan una relación de antítesis.  

Para el autor, a pesar de que diferencia los conceptos identidad nacional y cultural, considera que no hay identidad nacional sin identidad cultural.20  Vincula correctamente la identidad al agente histórico, pues "de nada vale una identidad si el pueblo que la tiene no es el sujeto histórico de su gestión y autodeterminación".21

En la propia obra, Esteban E. Mosonyi, al abordar la dialéctica de la identidad nacional, lo define como "...el conjunto dialéctico de especificidades, tanto objetivas como subjetivas, actuantes dentro de una sociedad, por pequeña que ella sea y por menores que sean sus diferencias aparentes respecto de otras colectividades".22

En sus determinaciones conceptuales, al asumir la dialéctica de la identidad nacional el autor trata de vincular estrechamente los aspectos objetivos y subjetivos de dicha entidad, así como aclarar y perfilar algunos problemas de enfoques:  

1)   Es falso que un pueblo -refiere a Venezuela- carezca de identidad.

2)   Es falso que al hablar de identidad e identificación nos remita a la noción de lo uniforme y de lo inmutable.

3)   La identidad nacional no tiene por qué privilegiar a cualquiera de sus componentes étnicos.

4)   Pese a la importancia extraordinaria del mestizaje, la identidad nacional no se agota en ese proceso.

5)   Es falso e inoperante situar la identidad nacional en el plano del presente con prescindencia del pasado.

6)   Es incierto que la afirmación de la identidad constituya, de por sí un planteamiento patriotero o chauvinista.

7)   No es verdad que la identidad nacional sea un concepto políticamente limitante.  Por el contrario, asumirla plenamente es una exigencia impostergable de nuestro porvenir como pueblo.23     

El tratamiento y enfoque del problema de la identidad nacional por este autor venezolano, pone de manifiesto la existencia de un estudio sistematizado, sobre tan importante objeto, a partir de una visión pancrónica, pues diacronía y sincronía no son planos separados, sino caras distintas de una misma totalidad dialéctica.24  

La asunción de la identidad nacional en todas sus facetas y determinaciones, pone de manifiesto la riqueza que encierra dicha categoría filosófico-cultural, así como las posibilidades teórico-metodológicas para explicar con fundamentos sólidos la existencia de nuestros pueblos 25 y proyectar su ser existencial hacia la búsqueda de todo lo que nos une a lo latinoamericano, así como rechazar con fuerza todo lo que nos divide y aliena frente al enemigo común, pues, "La capacidad latinoamericana y de cada uno de sus pueblos para determinar su propio destino depende de su identidad, es decir, de la comprensión de las tres dimensiones de nuestro ser concreto dentro del continuo: pasado-presente-porvenir.  La identidad es lo que confiere al cambio la esencia de continuidad, autodeterminación y razón del sujeto, mientras el cambio le permite a ello la permanencia de su esencia".26

 

2. Identidad nacional. Cultura y pensamiento revolucionario

 

La identidad de nuestra existencia real y el modo de pensarla requiere de un análisis histórico del devenir de su realidad en los marcos del proceso de formación de la nación cubana y su autoconciencia en tanto tal.  Esto presupone indagar en su historia, así como revelar aquellos conceptos afines con que opera la literatura especializada, es decir, con conceptos como nacionalidad, nación, identidad cultural, cubanía así como revelar el lugar de la tradición política revolucionaria en la plasmación de la identidad nacional cubana.

El problema de la identidad nacional, su contenido, estructura, y funciones no ha sido objeto de una investigación profunda.  Es un terreno virgen, por el cual sólo se ha transitado en determinados aspectos en forma de aproximaciones, que aunque siempre valiosas, resultan parciales.  

Sin embargo, constantemente el concepto aparece en variadas publicaciones de una forma tan categórica y "convincente", que da la impresión que es un problema definido y resuelto.  Lo peor de todo es que no siempre refiere al mismo contenido. ¿Es que estamos en presencia de una categoría polisémica? ¿O se trata de un vago conocimiento, aún carente de entidad conceptual propia? ¿O equivale al concepto de cultura nacional?27

Resulta claro que las determinaciones conceptuales no siempre son fáciles, y más aún en conceptos de esta índole, donde la realidad que expresa posee múltiples aristas de enfoques y criterios.  Sin embargo, la lógica exige definiciones, que sin agotar la realidad aprehensible, determinen en su esencialidad el contenido o región que expresa. De lo contrario resulta imposible operar con los conceptos, en tanto peldaños del conocimiento y formas universales en que se reflejan las leyes de la realidad.  

La categoría identidad nacional, designa el sistema de rasgos comunes que definen un grupo social, comunidad o pueblo, devenido determinación fundamental de su ser esencial y fuente auténtica de creación social.  Es una unidad, que fijando la comunidad, presupone la diversidad, la diferencia y sus vínculos recíprocos, como modo dinámico de constante enriquecimiento y proyección hacia la universalidad.  

La identidad nacional integra en su expresión sintética la comunidad de aspectos socioculturales, étnicos lingüísticos, económicos, territoriales, etc., así como la conciencia histórica en que se piensa su ser esencial en tanto tal, incluyendo su auténtica realización humana, y las posibilidades de originalidad y creación.  

La identidad nacional no es una entelequia a priori que se sitúa por encima de los pueblos y naciones.  Es, en su realidad concreta, un proceso y resultado de la actividad humana en su historia particular, como vía de acceso a la universalidad de su ser esencial.  Proceso que transcurre como afirmación y reafirmación del ser histórico, singular, en tanto condición imprescindible para participar de la universalidad.  Resultado que encarna y despliega en síntesis lo singular auténtico, enriquecido, expresado ya como universal concreto.  "Por ello -escribe Alejandro Serrano Caldera-, el latinoamericano se plantea la identidad como problema previo, y su filosofía, en lugar de constituirse sobre la reflexión de los universales tradicionalmente aceptados como sujetos del empeño filosófico, se ha iniciado en la búsqueda de la especificidad de lo latinoamericano que es la condición de la universalidad de su ser.  Si la filosofía, -enfatiza el filósofo- como lo señala Leopoldo Zea, es actividad humana que tiene por objeto resolver problemas humanos, es claro que en nuestra circunstancia la tarea principal de la filosofía consiste en plantearse y resolver el más humano de nuestros problemas que es el de la identidad de nuestro ser".28  

Esta tesis, en función de la identidad latinoamericana, es común en cuanto a su esencia a la identidad cubana.  Además resulta impensable e imposible concebir lo latinoamericano al margen de las naciones que lo integran y concretan.  Sencillamente lo específico y propio de lo cubano y lo latinoamericano, determinan y encarnan la dialéctica de lo singular y lo particular, en un proceso de síntesis hacia lo universal y concreto.  Es precisamente en esta dinámica donde se despliega y toma cuerpo la cultura cubana y latinoamericana con vocación de universalidad.  Sencillamente "lo universal está contenido en lo particular; éste es denso precipitado de la universalidad.  La búsqueda de nuestra particularidad como latinoamericano es condición de la búsqueda de nuestra universalidad como seres humanos; ser latinoamericano es el principio que nos aproxima al ser..."29 La comprensión de este proceso dimana de la misma realidad histórica en que se ha ido gestando la identidad.  "Identidad hecha, como todas las identidades, en la historia, combinando las razas y culturas propias de las razas que se han dado cita en esta región".30  

La identidad no se forja en la imitación de lo extraño, ni con la copia mimética de las influencias extranjeras.31 Es un proceso dialéctico de afirmación, negación y creación que encarna una realidad histórica concreta por sujetos reales y actuantes.  Es su propia obra objetivada en lo esencial en la cultura nacional, condensada en una fuerza material y una conciencia histórica que afirma el ser del pueblo y condiciona su desarrollo.

Esto no significa en modo alguno que la identidad se reduzca a la cultura, a la identidad cultural.  Es un concepto más amplio, donde la cultura nacional constituye su contenido fundamental, su núcleo integrador, que no agota toda la estructura de la identidad nacional.  

Desde el punto de vista lógico, se incurre en graves problemas metodológicos cuando el núcleo o contenido esencial de una totalidad orgánica -en este caso la identidad cultural- se identifica con dicha totalidad, es decir, con la identidad nacional, pues entonces se marginan y soslayan otros aspectos que no pertenecen a la cultura, o se hace tan extensible el concepto de la cultura que deviene entidad conceptual vaga y por tanto propicia a la manipulación subjetivista.  

Esto no significa en modo alguno subestimar el lugar y papel de la cultura en el proceso de gestación y desarrollo dinámico de la identidad nacional.  La cultura, su consideración y ubicación como núcleo de la identidad nacional, pone de manifiesto y explica su papel integrador del todo y la fuerza con que lo trasciende, define y determina.  Precisamente el status de la cultura nacional como núcleo de la identidad fija su idea, su concepto y riqueza, en tanto "fuente de valores, catalizador de creatividad y movilizador de energía para un desarrollo endógeno y auténticamente humano".32  

En esto se fundamenta el lugar relevante de la cultura, así como el valor teórico-metodológico de su intelección, para asumir de modo científico el devenir y condicionamiento de la identidad nacional.  Es que la cultura en toda su expresión y determinaciones33 aparece como proceso y resultado de la actividad humana, y con ello "genio del pueblo... que condiciona la orientación fundamental del desarrollo, su tipo y estado(...)34 De ahí "que para asegurar un desarrollo auténtico es necesario restituir la identidad cultural de los pueblos en la plenitud de sus componentes más representativos, más profundos y auténticos..."35  

La cultura, en tanto ser esencial y medida del desarrollo alcanzado por el hombre en su quehacer práctico-espiritual, representa una categoría clave para revelar la esencia de la identidad nacional y sus mecanismos de desarrollo.  Su valor teórico-metodológico es evidente, pues con su ayuda "se pueden determinar las peculiaridades cualitativas de las formas histórico-concretas de la vida social de la actividad de los diferentes grupos sociales, el grado de perfeccionamiento que ha tenido su producción material y espiritual, de los aspectos originales y propios de ese conglomerado social..."36 así como sus dominios universal y específico en que se expresa.  

La cultura como proceso y resultado de la actividad práctico-espiritual, deviene así grado cualitativo de universalización del hombre y de su obra, a tal punto que lo reproduce en calidad de sujeto humanizando la naturaleza y haciendo historia.37  Todo enmarcado en un proceso continuo de producción, reproducción, creación e intercambio de la obra humana en sus múltiples manifestaciones.  Es un proceso donde el hombre encarna su ser esencial y con ello mira el pasado, afianza el presente y proyecta el futuro, a partir, del reconocimiento de las posibilidades y los límites en que se despliega su energía creadora en un marco histórico concreto.  

Al margen de la cultura es imposible revelar la dialéctica de lo general y lo particular, lo autóctono y lo foráneo, lo auténtico y lo inauténtico de un país o sociedad concreta.  Su función integradora dimana del hecho de que "la producción social, siendo la producción de las condiciones materiales de vida de los hombres, de sus relaciones y su conciencia es, al mismo tiempo, la producción por ellos de sí mismos, su autoproducción, lo que existe no como rama independiente y aislada de la actividad humana, sino como forma de la propia producción material y espiritual".38  

Cada cultura, en su proceso dinámico de desarrollo y en la encarnación real de sus resultados, concreta en síntesis múltiples determinaciones y mediaciones en que tiene lugar su existencia como tal.  La cultura nacional que sirve de núcleo integrador a la identidad de un país, resulta de la conjunción dinámica de muchos aspectos y productos sociales, humanos, de índole universal, particular y singular, engendrados en la historia como proceso de asimilación y creación, donde cada país, en función de sus condiciones histórico-concretas y los hombres que participan en calidad de sujeto históricos, obtiene un determinado resultado que avala su existencia, y la razón de su ser esencial.  Un producto nacional, que en la medida que expresa y compendia una historia real concreta, resulta original y auténtico a tal punto que se objetiva y traduce en una base o fundamento de sustentación de la existencia, y en una fuerza generadora de sentimientos y conciencia históricas.  

Sin embargo, la cultura no constituye una entidad abstracta fuera de las clases. Si la cultura es producción del hombre sociohistóricamente determinado, es lógico que las sociedades o naciones divididas en clases trasciendan sus ideologías a la cultura.39  En este sentido, tal como señaló Lenin, en las sociedades clasistas existen dos culturas en oposición: la cultura de las clases opresoras y la de las oprimidas.  Esto no significa que el proletariado niegue nihilistamente los valores presentes en la cultura burguesa.  Precisamente, "el marxismo ha conquistado su significación universal  como  ideología  del  proletariado  revolucionario -enfatiza Lenin- porque no ha rechazado en modo alguno las más valiosas conquistas de la época burguesa, sino por el contrario, ha asimilado y reelaborado todo lo que hubo de valioso en más de dos mil años de desarrollo del pensamiento y la cultura humanas".40  Es un proceso de negación y creación donde la cultura revolucionaria, enriquecida con las conquistas de la historia, se impone e integra a la identidad nacional, con entidad propia, autenticidad y originalidad.  En la medida que es expresión de su tiempo y sigue la línea del progreso y el desarrollo deviene universalidad y proyección esencial de realización humana y nacional.  Por eso, "... en la Cuba del siglo XIX -señala A. Hart- se enfrentaron dos proyectos de nacionalidad o de patria, es decir, el de Varela y Martí, de un lado, y el conservador, reformista y autonomista, del otro. Estos últimos alcanzaron determinados niveles de información y conocimiento de una importancia especial, pero, sin embargo, no cuajaron nunca en cultura cubana..."41  

El proyecto patriótico-independentista en correspondencia con las necesidades e intereses históricos reales, y avalado por una tradición política revolucionaria que continúa, concreta y enraíza en la realidad cubana, se convierte en fundamento de la identidad nacional y la enriquece y afirma.  

Las propias necesidades y su asunción práctica -la libertad- proyectada en intereses opuestos a la dominación, se traduce en un fuerte sentimiento nacional, hasta alcanzar un nivel superior en la conciencia nacional, 42 es decir, se trata del movimiento de la conciencia cotidiana a la conciencia histórica.  

Naturalmente este es un fenómeno complejo.  El proceso de génesis y desarrollo de la identidad nacional, transita por los mismos peldaños en que se funda y determina la nacionalidad y la nación cubanas.  Existen múltiples eslabones y mediaciones de carácter étnico-racial, económico, político, geográfico, lingüístico, etc. que de una forma u otra influyen en la totalidad del problema.  Sin embargo, el pensamiento revolucionario, ya devenido tradición política revolucionaria, se inscribe como uno de los fundamentos socioculturales que más incidencia tiene en la conformación, defensa y preservación de la identidad nacional. Es algo así, como el eslabón fundamental en la cadena de acontecimientos, cuyos restantes aspectos del sistema interaccionan en torno a él, a tal punto de ser determinante su influencia en la totalidad.  La tradición política revolucionaria, cimentada sólidamente en la obra de Félix Varela y sus continuadores, medió todo el devenir formacional de la nación cubana.  El independentismo consecuente, estrechamente vinculado a la abolición de la esclavitud constituye hilo conductor del pensamiento revolucionario y premisa integradora de la identidad nacional en proceso de formación y desarrollo.  

El pensamiento político-revolucionario, expresión de la propia situación socioeconómica del país, afianza un sentimiento y una conciencia nacionales, catalizadores de energía creadoras sobre la base de un ideal independentista que hurgará toda la realidad existente.  Es que Varela simboliza la existencia cubana hecha conciencia y postula un sentido nuevo de pertenencia sólo lograble con la independencia absoluta.  Una cubanía sin límites, capaz de penetrar las sucesivas generaciones y dotarlas de los medios ético-políticos necesarios para la cristalización y defensa de la identidad nacional.  Sencillamente, el presbítero y maestro que nos enseñó en pensar, forjó un ideal ético-político auténtico capaz de trascender su presente histórico y servir de premisa a lo porvenir.  El ideario independentista de la revolución de 1868 lo concreta y lo desarrolla.  Martí lo afirma, continúa y sintetiza en un nivel superior que refleja y cualifica nuevas condiciones históricas, donde independentismo y antimperialismo se imbrican en un solo haz para preservar la identidad nacional.  "Martí, hombre genial, -escribe J.A. Portuondo- fue más allá de su clase y puso las bases de la nación para sí."

Su concepción radical de la república futura -"una, cordial y sagaz, con todos y para el bien de todos,- en la cual la aspiración suprema había de ser "la dignidad plena del hombre, por encima de las clases y de las razas, lo enfrentó al egoísmo reaccionario de autonomistas y de anexionistas, decididos a conservar su dominio de la tierra y de la economía insulares, aliadas a España o a los Estados Unidos".43  

La obra de Martí, en esencia, síntesis de pensamiento y acción postula un ideario ético-político de raíz humanista que en calidad de paradigma media y trasciende el presente y sirve de base proyectual del futuro.  Precisamente por esto, devino modelo para transitar de la nación en sí frustrada por la intervención norteamericana (nación fuera de sí) hacia la nación para sí,44 donde el pueblo devendría verdadero sujeto histórico.  

Es indudable la existencia de una misma línea de pensamiento en continuo ascenso y superación.  Una tradición revolucionaria genuina, original y auténtica, penetrada por una tradición ético-política de base humanista, donde las diferencias entre Varela, Martí, Mella, Fidel en tantos hombres que sintetizan dicha tradición en distintas etapas del proceso, sólo se determinan por las respuestas que han tenido que dar a sus momentos históricos.  Problemas comunes en una historia que no se detiene y es fuente de contradicciones y nuevas mediaciones en su devenir.  

En esta dirección, es totalmente racional y certera la tesis de J. A. Portuondo, en el sentido que "la declaración de La Habana, constituye el manifiesto de la nación para sí, como fuera el de Montecristi, firmado en 1895 por José Martí y Máximo Gómez, el manifiesto de la frustrada nación en sí".45  

Es un proceso continuo, ascendente, de acceso y penetración de esencias, donde identidad nacional, tradición política, en su acción recíproca se superan y determinan en nuevos niveles de concreción y enriquecimiento, para potenciarse con nuevas energías creadoras y nuevos objetivos, en correspondencia con las exigencias de la contemporaneidad.  

Así el triunfo, desarrollo y obra de la revolución, fundada en raíces martianas y marxistas-leninistas concreta la existencia de una nación para sí, y por consiguiente un pueblo libre e independiente, dueño de su destino histórico.  Esto al mismo tiempo comporta y cualifica una nueva identidad nacional basada en posibilidades reales de realización humana, pues "... por primera vez en la historia de las Américas, un poder realmente descolonizado -señala R. Depestre- un poder dotado de imaginación y audacia, se da a la tarea de estructurar con vigor las virtualidades de una identidad fundada sobre la igualdad, la dignidad, la belleza de todos los hombres.  La creatividad revolucionaria garantiza la liberación socio-psicológica de negros y blancos, dentro de un proceso de integración cultural que unifica cada día de manera más perfecta las capas étnicas del país y humaniza las relaciones interraciales.  La lucha por identificar al campesino, al obrero, al intelectual, a la mujer, al niño, -en una palabra, por identificar la condición humana dentro de una historia que ha dejado de ser dolorosa- se lleva a cabo mediante la implantación de una pedagogía revolucionaria que está llamada a romper sin ningún género de duda los circuitos emocionales, los viejos reflejos de animalidad que el egoísmo y el racismo del sistema capitalista habían sembrado en la conciencia desdichada de la gente".46  

Esta nueva identidad -pudiera llamarse identidad nacional para sí, siguiendo la terminología asumida- no es un ente abstracto, al margen de condicionamiento y contexto histórico.  Es un resultado de más de cien años de lucha.  Un producto de una revolución auténtica que transformó las estructuras económicas, políticas y sociales, y con ello, la superestructura de toda la sociedad.  Una identidad forjada en lucha, contradicciones y en la diversidad compleja de la realidad cubana, como única forma de afianzar lo autóctono  en indisoluble unidad con lo universal, así como "fundar nuestro ser individual y social sobre bases históricas que ninguna tempestad neocolonial podrá jamás destruir".47  

Una identidad nacional, que afirmando creadoramente lo autóctono se proyecta a lo latinoamericano y universal y adquiere al mismo tiempo entidad auténtica y universalidad concreta sobre la base de una teoría y una praxis de principios.  Por eso identidad nacional y revolución han devenido móvil concreto de creación social humana, y despliegue permanente de patriotismo y humanidad, en una unidad tal, que patria y humanidad se identifican y complementan.  Su fuerza "proviene... de que ella se tiene a sí misma por una empresa moral, y que se ha negado a plantear por su cuenta la antigua separación de la moral y la política... Es un organismo vivo que lucha sin cesar en condiciones difíciles, para alcanzar un nivel siempre más alto de conocimiento, de conciencia y de identificación de sí mismo, consigo mismo".48  

Una revolución original, que recogiendo lo más revolucionario y valioso de la cultura cubana, latinoamericana y universal ha fundado una identidad de nuevo tipo, una identidad desmistificadora y humana, donde el hombre y el pueblo se proyecten como sujetos de la historia.  Por eso el Che, consciente de la realidad cubana y su devenir futuro, exigía la necesidad de "tener una gran dosis de humanidad, una gran dosis de sentido de la justicia y de la verdad para no caer en extremos dogmáticos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas.  Todos los días -enfatizaba el guerrillero heroico- hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización".49

 

3. Identidad nacional, historia y desarrollo

 

La comprensión de la identidad nacional sólo es posible a partir de un enfoque que la piense y aborde en su historia, dinamicidad y desarrollo. Unica forma de comprender el presente en su expresión sintética, así como delinear el futuro en sus rasgos esenciales.  Se trata de comprender el pasado en toda su riqueza y concreción a partir de una conciencia crítica que evalúe con sentido histórico la experiencia de ayer.  Esto posibilita conformar una memoria histórica y un patrimonio cultural, capaz de servir de fundamento al devenir nacional.

La identidad nacional cubana y su contenido esencial -la cultura- tiene una historia de gestación y desarrollo, cuyo inicio se remonta a la época en que los habitantes de Cuba,  reflexionan en un sentido de pertenencia propia, diferente al español.  Un comportamiento, primero a nivel de los sentimientos hasta ascender a nivel de la conciencia histórica, ya como ser autoconsciente.  Proceso que dimana del propio desarrollo económico, cultural y social que se opera en Cuba en estrecha relación con el acontecer mundial.  

El proceso de conquista y colonización de Cuba de fines del siglo XV por España, encontró una población aborigen con un bajo desarrollo cultural,50 a diferencia de las grandes culturas precolombinas de América.  En el transcurso de la conquista y posteriormente, a través de un sistema cruel de explotación, prácticamente desapareció la población indígena, y con ello la posibilidad de desarrollar su cultura.  Se inicia un proceso cuya complejidad impregnará rasgos peculiares al desenvolvimiento futuro de la identidad cubana.  Un fenómeno contradictorio, donde el impacto de las dos culturas se tradujo en una "transculturación fracasada para los indígenas y radical y cruel para los advenedizos. La india sedimentación humana de la sociedad -continúa F. Ortiz- fue destruida en Cuba y hubo que transmigrar toda su nueva población, así la clase de los dominadores como la clase de los dominados.  Curioso fenómeno social este de Cuba, el de haber sido desde el siglo XVI igualmente invasoras, con la fuerza o a la fuerza, todas sus clases, razas y culturas, todas exógenas y todas desgarradas, con el trauma del desarraigo original y de su ruda transplantación". 51  

La población que se asienta en la isla está compuesta por descendientes de los primeros colonos, los negros africanos traídos como esclavos, así como los descendientes de españoles con mujeres indias o negras.  Posteriormente la integrarán otras etnias.  

Durante los siglos XVI-XVII en Cuba, predomina el régimen esclavista con rasgos feudales y capitalistas.  Es una etapa de lento desarrollo de la población, la economía y la cultura.  Se conjugan la economía natural con la mercantil, cuya producción se basaba en el trabajo de pequeños campesinos y de esclavos.  La producción se destinaba al intercambio del mercado interno, a la exportación de la mayor parte a la metrópolis, a través de los monopolios establecidos por España, y con los corsarios y piratas que se acercaban a las costas cubanas.  Durante esta etapa la economía cubana y la población estuvo constantemente a merced de los saqueos de corsarios y piratas.  

A finales del siglo XVI por varias causas que influyen en la colonia, se observa un crecimiento de la población, que en las postrimerías del XVII asciende a 50 mil habitantes y hacia mediados del siglo XVIII ya existen alrededor de 140 a 150 mil.  Ya acercándose la terminación del siglo XVIII, la expansión demográfica de Cuba -a impulso de las corrientes inmigratorias y de la introducción masiva de esclavos- se aceleró de modo notabilísimo,52 debido al aumento del cultivo del tabaco, así como a la explotación de la caña de azúcar.

De todos modos al terminar el siglo XVII, las condiciones de Cuba son precarias en todos los aspectos, incluyendo la cultura.53  La metrópoli, al no encontrar las riquezas en oro calculadas, ve a la isla como "una tierra carente de ventajas", y punto de tránsito en su comercio con las colonias del continente.  La isla, convertida en una factoría colonial, dominada por un riguroso monopolio comercial, carecía de toda posibilidad de desarrollo.  

Sin embargo, "en el siglo XVIII antes de la toma de La Habana por los ingleses, la isla entró en una etapa de más favorable desenvolvimiento.  Pero en el período de 1763-1790 pudo apreciarse no sólo progreso -señala Sergio Aguirre- sino progreso rápido.  Alcanzó el país un florecimiento colonial muy superior al de cualquiera de los períodos anteriores",54 Este brusco desarrollo -sin negar la continuidad- resulta de varios acontecimientos internos y externos, entre los que se destacan por su relieve e importancia el Despotismo Ilustrado de Carlos III, la Revolución de Independencia de EE.UU., la Revolución Francesa y la Revolución Industrial Inglesa. La industria azucarera alcanzó un inusitado desarrollo, así como la difusión de la ilustración, acompañada de la creación de organismos o instituciones económicas y culturales.  

En las nuevas condiciones históricas, caracterizadas por un auge y desarrollo de la economía y la cultura empiezan a profundizarse las contradicciones que determinarán expresiones concretas de pertenencia.  Según Le Riverend "cubanía se manifiesta vigorosa en el siglo XVIII, aunque no se constituyera plenamente", aprendió, sí, -recalca el prestigioso historiador cubano- una lección indispensable: la de distinguir entre lo ajeno y lo propio, faltándole conocer esto tanto como aquello.  No existe, propiamente, nacionalidad cubana en el siglo XVIII, pero tampoco existe hispanía; no existe porque comienza a brotar... no existe cubanía porque se ignoran experiencias totales, abarcadoras de todas las manifestaciones normales de un pueblo... El siglo XVIII representa para Cuba un instante revelador, a partir del cual los criollos van separando a lo que no responde a sus intereses.55  

Ante la nueva realidad histórica empiezan a aparecer los gérmenes de la cubanía, aún a nivel de los sentimientos, pero resultante de hondas contradicciones, cuya autoconciencia devendrá expresión ideológica con entidad propia en el siglo XIX.  

La última década del siglo XVIII se caracteriza por la prosperidad de Cuba, bajo la influencia del Despotismo Ilustrado y otros acontecimientos.  Sin embargo, las contradicciones entre peninsulares y criollos, acentúan el proceso de diferenciación.  

Este movimiento de identificación y diferenciación alcanza su máxima expresión en el siglo XIX y está estrechamente vinculado con la economía de plantación y los efectos que se derivan de ella.

 

Precisamente, la economía de plantación de la caña de azúcar, la producción de café y tabaco, ejercen un papel fundamental en la conformación de una economía nacional, antes invadido el país por economía locales, dispersas, autosuficientes.  

En esta dirección, la economía mercantil sólidamente afianzada en el siglo XIX, unido a la construcción de los ferrocarriles, las líneas marítimas de cabotaje y el telégrafo, determinará la unificación territorial56 En fin, "...las bases de esta comunidad territorial, de la cual es reflejo la existencia de una conciencia nacional, quedaron sentadas definitivamente en la primera mitad del siglo XIX".57  

La economía de plantación, relación económica determinante, en tanto alrededor de ella giran las restantes relaciones, va a mediar la dirección histórica de la realidad cubana, tanto en el proceso de gestación de la cubanidad como en la expresión de su personalidad colectiva y en la conciencia histórica que sirve de reflexión.  Sencillamente "...el tipo de relaciones económicas que se establecen, determina la subordinación política y social de amplios estratos de la población al poder de los dueños de plantaciones.  La comunidad económica de la nacionalidad se funda, por lo tanto, sobre la hegemonía de los propietarios de plantaciones.  Estas formas de predominio -continúa Ibarra- basadas en la estrecha vinculación económica, viabilizan la creación de una conciencia nacional".58  

Sin embargo, los atavismos económicos, políticos, sociales e ideológicos, propios de la clase dominante, con un sistema de segregación étnica y marginación total del negro, impedían la cristalización de la nación y su respectiva autoconciencia.  

El sistema oprobioso de la esclavitud va a constituir un freno al desarrollo verdadero de una personalidad colectiva que afiance los intereses genuinamente cubanos.  Una sociedad forjada en la discriminación étnico-racial y social de una considerable parte de la población no está en condiciones de constituir una comunidad nacional de cultura,59 tan necesaria en la conformación de la identidad nacional.  

No obstante eso, se trata de un proceso objetivo, regido por leyes, donde la historia y su devenir se impone y despliega su curso arrollador.  Independientemente de la resistencia a la influencia de la cultura de los esclavos, se da un proceso de transculturación que hará del pueblo cubano, un pueblo mestizo, y de la identidad nacional, una identidad cubana mestiza.  Sencillamente, tal y como afirmó el polígrafo cubano Fernando Ortiz "la verdadera historia de Cuba es la historia de sus intrincadísimas transculturaciones",60 donde los componentes esenciales, africanos y españoles fusionados adquieren una entidad y una cultura propias, que no es española, ni africana, sino cubana.  Fernando Ortiz valora con fuerza este fenómeno, sin restar importancia al factor económico, pues "en todos los pueblos la evolución histórica significa siempre un tránsito vital de cultura a ritmos más o menos reposados o veloz; pero en Cuba han sido tantas y tan diversas en posiciones de espacios y categorías estructuradas las culturas que han influido en la formación de un pueblo, que en inmenso amestizamiento de razas y culturas sobrepuja en trascendencia a todo otro fenómeno histórico.  Los mismos fenómenos económicos, -enfatiza Ortiz- los más básicos de la vida social en Cuba, se confunden casi siempre con las expresiones de las diversas culturas".61  

El fenómeno de la transculturación, resulta sustancial para comprender la génesis de la identidad nacional62 pues los cimientos de la cultura cubana resultan precisamente de la interacción de diversas culturas, sobre cuyas bases aparece una cultura autóctona, nueva, que sin negar sus raíces, no se reduce a ella.  En fin, la criatura siempre tiene algo de ambos progenitores, pero también siempre es distinta de cada uno de los dos.63

Esta realidad, conducente al mestizaje de la cultura, hecho consumado y empíricamente registrable, en la teoría y la práctica encontraba una total resistencia por el criollismo blanco.  Para el hacendado criollo, la cultura, en toda su expresión era una empresa de los blancos.  Los negros, en tanto no se les reconocía su status existencial humano, no eran portadores de cultura.  

Mentes preclaras que contribuyeron al desarrollo de la cultura cubana, sus intereses de clase los condujeron a abogar por una cultura nacional que se reducía a los blancos, excluyendo toda asimilación del aporte cultural africano.64 Estas ideas reaccionarias llegaron al extremo de concebir la solución de los problemas de Cuba en la eliminación del negro o su traslado a África.  

Sin embargo, la historia muestra cómo la existencia de una personalidad colectiva, nacional y la conciencia histórica que le es propia no es un problema quimérico que resuelve una elite gobernante o una clase predominante, sino se funda en una cultura engendrada en el devenir histórico.  En Cuba no podía cuajar la nación en tanto tal, al margen de la integración cultural, soslayando un problema central, el problema negro. Sencillamente porque la existencia cubana en todas sus manifestaciones culturales y sociales -aunque se le negaba- era parte de su ser esencial.  La cultura cubana en su génesis se forjó en un proceso de transculturación, cuyo componente negro es fundamental, en la medida en que se ha insertado en una totalidad devenida síntesis: la cubanidad.  De ahí que el destino de Cuba, como nación, tenga que resolverse en la contradicción dominante de la primera mitad del siglo XIX: La contradicción hacendados plantacionistas-esclavos,65 como base de la integración social y la comunidad nacional auténtica.

El sistema plantacionista, con toda su estructura y superestructura devino traba al proceso formacional de la comunidad nacional y su expresión en la identidad nacional cubana.  En primer lugar porque los hacendados criollos ante el peligro de perder su predominio social y clasista castraba en su esencia toda iniciativa que condujera a la independencia.  El temor y aversión al negro, en función de la defensa a ultranza de los intereses de su clase los condujo al conservadurismo,66 a continuar posiciones reformistas después del 68, e incluso traicionar la patria y la identidad en proceso de formación, con las actividades anexionistas.  

Un nuevo grado de cualificación adquiere el problema de las Gestas independentistas de 1868 y 1895 y la abolición de la esclavitud en 1886, en cuanto a integración racial y social se refiere.  

En las guerras de 1868 y 1895 tiene lugar un proceso de ruptura con la estructura plantacionista-esclavista y la ideología que le sirve de autoconciencia teórica.  Proceso donde tanto el negro como el blanco en común devinieron sujeto histórico de la independencia y forjador de la nación cubana en oposición a los que la niegan por intereses mezquinos y prejuicios ideológicos.  Fundaron la cubanía en la revolución y mostraron cómo racismo e identidad nacional son entidades en relación de antítesis.  

El ideal popular y antimperialista de Martí y Maceo nutrió la identidad nacional con nuevas esencias, que aunque interrumpida su concreción por la intervención norteamericana y la república neocolonial, sirvió de principio generador de energía en la lucha por la independencia y el socialismo hasta su encarnación real en la obra de la revolución.  Una revolución devenida hecho cultural, que como toda obra humana no es perfecta, ni infalible, pero que con humanismo y verdad encauza la transformación social con el pueblo como agente y sujeto de la historia y la cultura.

 

4. Identidad, sentimientos y autoconciencia nacionales

 

 La identidad nacional, vista en su concreción y determinaciones reales actúa como personalidad colectiva y memoria histórica, en cuyo centro, la reafirmación de lo propio auténtico y la capacidad de creación social del pueblo se resiste a todo tipo de enajenación y marginación social y nacional.  Es un encuentro consigo mismo, en tanto autoconciencia de su ser esencial como nación67 y como sujeto que se sabe agente del acontecer histórico con posibilidades reales de libertad, independencia, incluyendo sus medios de realización.

En esta dirección, la reafirmación de la identidad nacional es asunción plena de un fin patriótico encarnado en normas de conducta y de acción eficaz por desarrollar y defender lo que se tiene y no dejar de ser en tanto tal, como existencia histórica concreta y fuente generadora de creación social.  Por eso, el problema de la identidad nacional ha devenido problema central de las ciencias sociales y humanística.  Tanto el historiador, el sociólogo, el lingüista, el antropólogo, así como filósofos y culturólogos, etc., han convertido dicha problemática en objeto de estudio, análisis y reflexión.  Las causas dimanan de las propias posibilidades teórico-metodológicas y prácticas que encierra este concepto.  La identidad nacional resulta premisa, proceso, resultado y síntesis de la nación, y como tal, fuente de proyectos y alternativas de desarrollo de la nación.  De aquí se explica, el por qué un pueblo al cual se le mistifica su lengua, su cultura y sus formas de vida cotidiana, sea por imposición directa o por una dominación cultural más sutil, es un pueblo en fase de desnacionalización, pues se le adulteran los elementos en los cuales puede reconocerse.  Si el colonialismo y el imperialismo constituyen la causa fundamental de negación de la nación, la lucha contra ellos es la reafirmación primaria de la nación y la expresión más fuerte de identidad.68  

La expresión de la identidad se manifiesta en las múltiples formas en que ella se despliega, y toma cuerpo o encarnación real en la literatura, el arte, las ciencias, la política, la filosofía, y en fin, en la cultura.  Expresiones concretas donde aparecen como proceso y resultado lo ideal y lo material, en su síntesis.  Síntesis que en fin de cuenta da razón del devenir humano, como aprehensión práctico-espiritual de la realidad por sujetos histórico-concretos.  

Esto significa que la identidad nacional, en su entidad real, en su expresión ontológica, no existe al margen del sujeto.  Es su misma realidad conformada en una unidad orgánica, que trasciende la totalidad del ser y se identifica con él para aprehenderlo como totalidad orgánica.

 

La aprehensión de la identidad nacional, como personalidad colectiva y memoria histórica, posee dos niveles fundamentales, es decir, un nivel donde domina la inmediatez, expresiones psicológicas de la vida cotidiana que encarnan los sentimientos nacionales.  Su fuente u objeto de reflejo lo constituye "las peculiaridades nacionales de la vida de la nación, o del pueblo concreto, de su cultura, tradiciones, costumbres, hasta sus prejuicios e ilusiones",69 como resultado de las vivencias que posee, la percepción del entorno natural y social, del paisaje, de las propias contradicciones que actúan en la sociedad.  

Un segundo nivel de reflejo aprehensivo de la identidad nacional es la autoconciencia nacional.  Este nivel se enmarca en la llamada conciencia histórica, aquí domina la mediatez, expresándose como sistema teórico que refleja la realidad nacional en un nivel más profundo, es decir, "la concientización por la nación de su experiencia social con todas sus peculiaridades nacionales,... rasgos e intereses comunes.  En la autoconciencia nacional -recalca Kaltajchián- se refleja todo el abanico de las orientaciones axiológicas y las que rigen el desarrollo de la cultura y la dinámica de los sentimientos nacionales".70  

Aunque diferentes por el nivel del reflejo, los sentimientos y la autoconciencia nacional están estrechamente vinculados, o más exactamente, constituyen una unidad dialéctica.  Ambas poseen un mismo objeto -las peculiaridades de la nación- sin embargo, en su aprehensión de la realidad la conciencia nacional trasciende al todo sobre la base de múltiples mediaciones y determinaciones, en tanto sistema elaborado que comprende: 1) la conciencia de la comunidad étnica y la actitud hacia otras etnias; 2) el apego a los valores nacionales: idioma, territorio, cultura democrática; 3) la conciencia de la comunidad social y estatal; 4) el patriotismo; 5) la conciencia de la comunidad en la lucha por la liberación nacional.71  

Por otra parte, tanto en los sentimientos nacionales como en la autoconciencia nacional, se refleja la vida nacional, pero a partir de los intereses de clases, donde sentimientos, pensamientos y movimientos volitivos devienen de modo desigual, son heterogéneos, en función de lo que defienden como clase.  Cada clase a su manera comprende y caracteriza a su nación y sus intereses nacionales.72  Concebir este problema en su homogeneidad absoluta, soslayando la diversidad, es abogar por la reconciliación universal, en un mundo internamente contradictorio.  

"Por los sentimientos nacionales y la autoconciencia nacional pasan todas las realidades de una nación o pueblo, las que forman su amor patrio".73  En el amor a la patria, expresión sublime e identificación absoluta con su país, la identidad nacional adquiere su máxima expresión y las garantías de su preservación, defensa y desarrollo.  El amor a la patria sintetiza en su expresión concreta los sentimientos nacionales y la autoconciencia nacional, en un nivel tal, que todo se subordina a un ideal supremo.  Esto encuentra una definición concreta en el pensamiento de Félix Varela: "Yo no sé callar cuando mi patria peligra y habiéndola sacrificado todos los objetos de mi aprecio, yo no la negaré este último sacrificio: su imagen jamás se separa de mi vista, su bien es el norte de mis operaciones, yo la consagraré hasta el último suspiro de mi vida."74  

El amor a la patria, el patriotismo consecuente, revolucionario encarna el ideal social nacional.  Se convierte en fuerza propulsora de la historia y el progreso, y fuente nutricia de creación social.  La historia de Cuba muestra con suficientes hechos que los hombres mientras más patriotas han sido, cuando han estado más comprometidos con la realidad social y su transformación, sus resultados en los distintos ámbitos de la ciencia, la cultura, la política, han devenido aportes revolucionarios y originales en cuanto a autoctonía y autenticidad se refiere.  Por eso, resulta racional la tesis de Torres-Cuevas, según la cual, "si la filosofía vareliana expresa lo autóctono en forma auténtica, y por tanto, original, su validez no está dado sólo en la capacidad de ese pensamiento para interpretar y expresar su realidad, sino que va más allá: intenta actuar sobre la misma. Ello se deriva del compromiso del pensador con su realidad; de su comprensión y convicción de que el pensamiento tiene una función social, y de que la producción teórica debe aplicarse a la realidad".75  

La tradición política revolucionaria, enraizada profundamente en un patriotismo sin límites ha constituido el hilo conductor del surgimiento y desarrollo de la nación y la defensa y conservación de la identidad nacional cubana.  Tanto ante el colonialismo, como ante el neocolonialismo y el imperialismo la tradición político-revolucionaria ha nucleado el pensamiento y la acción social hasta concretarla en programas científicos de lucha.  La obra de Varela, Martí, Mella y Fidel Castro lo atestigua. Es algo así como una fuerza motriz que trasciende y mantiene vigente una personalidad colectiva con su memoria histórica como garantía de existencia, independencia, soberanía y libertad.  Una comunicación, devenida fuerza telúrica que afincada en la historia recupera la tradición, pero no se queda ahí, continúa hasta producir la síntesis histórica con el pueblo como sujeto-agente de la transformación social.  

Esto se explica en el hecho de que la memoria histórica descubre y actualiza las raíces históricas, pues "... ninguna identidad es la repetición del pasado... Las raíces redescubiertas sirven para reinventar la identidad, recrearla y proyectarla hacia el futuro.  En el horizonte -señala Rubén R. Dri- siempre asoma la autopía creadora, que da alas a la fantasía y fuerzas al ánimo para emprender no sólo las arduas luchas de liberación en contra del opresor, sino también para desplegar las dormidas fuerzas creativas que anidan en el alma de todo el pueblo.  El pasado - la tradición, el presente - las luchas actuales - y el futuro - la utopía - se anudan dialécticamente".76 Tanto a nivel de los sentimientos como de la propia autoconciencia nacional, la mediación de la memoria histórica garantiza la existencia de la identidad en términos de personalidad colectiva.  Por eso el enemigo histórico, llámese colonialista, neocolonialista o imperialista siempre ha tratado de destruir la historia nacional, sus tradiciones, héroes, etc., para imponer su modelo y afianzar su cultura dominadora.  Sencillamente "no es posible la identidad de un pueblo sin memoria histórica creativa, recuperadora de los arquetipos que lo unen a sus raíces.  No es posible la lucha por la liberación sin identidad, pero tampoco lo es sin la apertura hacia el futuro que da una gran utopía",77 en tanto ideal, horizonte siempre soñado y "aguijón que no permite detenerse".78  

En esta dirección, el ideal cubano emancipador, fundado en una concepción de principio que integra en síntesis la lucha y defensa de nuestro socialismo, la revolución y la independencia, en tanto ser existencial cubano y garantía del desarrollo de nuestro proyecto social, deviene núcleo central de nuestra identidad y de su preservación.

 

II. FILOSOFÍA DE LA EMANCIPACIÓN, TRADICIÓN E IDENTIDAD EN LA CONTIENDA DEL 68

 

Se ha dicho con razón que la gesta del 68 constituye el laboratorio experimental del pensamiento cubano.  Es el momento    en    que   la   filosofía  de   la   emancipación -autoconciencia cultural con ansias de modernidad- aguijoneada por la praxis, deviene realidad en cuanto a concreción se refiere.  La práctica revolucionaria de 1868, abre nuevos cauces culturales de realización social en el tránsito de la nacionalidad a la nación cubana.  Se trata de un proceso complejo y contradictorio que abarca múltiples situaciones de interacción social, con sus respectivos sujetos sociales, en pos de la independencia, en una sociedad colonial cuya economía depende del trabajo esclavo.  

El pensamiento independentista, corriente ideológica rectora del proceso emancipatorio, adquiere nuevos niveles de cualificación en la medida en que se imbrica indisolublemente con el abolicionismo.

La revolución del 68, como partera de grandes cambios constituye un hito trascendental de la historia de Cuba, en el camino de su inserción a la modernidad con propia identidad.  Fija una rica tradición emancipadora de independencia libertad y resistencia que sirvió de base a Martí y continúa alumbrando nuestra contemporaneidad con luz de estrellas.

 

1) Antecedentes y planteamiento del problema

 

Sobre la guerra del 68 existe una profusa bibliografía,79 que incluye obras de autores cubanos y extranjeros de filiación separatista, reformista, integrista y anexionistas.  Su contenido se ha expresado en disímiles formas, tales como libros, folletos, publicaciones oficiales, diarios de campaña, relatos y episodios, publicaciones periódicas, biografías colectivas e individuales, etc.  Acontecimiento de tal calibre no ha faltado en obras de carácter literario, artístico y otras expresiones de la cultura.  

Se dispone de una enjundiosa obra realizada por autores-actores de la contienda, avalada por la frescura de la subjetividad humana, en tanto fueron sujetos-agentes de los hechos y acontecimientos que describen o en torno a los cuales reflexionan: Obras del calibre de "Desde Yara hasta el Zanjón" (1893), de Enrique Collazo, "Episodios de la Revolución Cubana" (1893), de Manuel de la Cruz, "Héroes humildes", de Serafín Sánchez, publicada en "Patria" (1894), "La Revolución de Yara" (1868-1878), de Fernando Figueredo (1902), entre otras, están penetrados por un patriotismo y cubanía sin límites.  "Hombres del 68", de Vidal Morales y Morales, aunque tiene por objeto la exposición de la vida de Moralitos, despliega una valiosa información de los hechos más trascendentales de la epopeya del 68.  Al decir de Varona "la vida, tan breve como significativa, de uno de ellos -refiere a Moralitos- da materia a este libro, escrito con amor a su noble memoria, con escrúpulo y fidelidad en la información; y que por estas cualidades resulta pábulo excelente para la reflexión y el sentimiento".80 En esta misma dirección existen obras que reflejan la guerra del 95, ya muy permeadas por el ideario martiano y el sentido que le impregna a la historia cubana su humanismo independentista y antimperialista.  

En la etapa de la pseudorrepública aparecen obras que continúan la tradición patriótica independentista, no obstante eso, "la idealización, la apología, las exageraciones, el culto a los héroes con propósitos muy marcados para las clases dominantes que los apartaban de su pensamiento y su acción, coexistieron con aquellos que se esforzaban por dar la verdadera historia de los hechos y hombres que hicieron posible las tres guerras independentistas".81  

En esta segunda dirección de enfoque se inscribe la Obra "Guerra de los 10 Años", de Ramiro Guerra, la cual presenta nuevas ideas en pos de la objetividad de los hechos, los acontecimientos y los personajes, incluyendo sus determinaciones económicas.  Si bien aún se perciben insuficiencias de enfoques, despliega nuevas exigencias en aras de la verdad y la integralidad del objeto de análisis.  Esto le posibilita penetrar en las causas y consecuencias de la contienda del 68, así como revelar las tendencias fundamentales y sus determinaciones reales en los aspectos económicos, político y social.  

Lugar cimero en esta búsqueda de la verdad histórica y con un sentido antimperialista que recoge la herencia martiana, se enmarca la obra de Emilio Roig de Leuchsenring.  Su libro "Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos", publicado por la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, en 1950, constituye un baluarte en la defensa de la identidad nacional cubana, mostrando cómo "la nación cubana es el resultado del muy largo proceso evolutivo del pensamiento y de la acción de los  hijos de esta tierra en busca de normas e instituciones políticas que resolvieron ya de inmediato, ya para el futuro y de modo permanente, los problemas de toda índole que en épocas diversas confrontó nuestro pueblo durante los tiempos coloniales; proceso de formación y plasmación de la conciencia cubana hacia la integración de la nacionalidad".82  

A diferencia de otros autores, nuestro gran historiador se destaca por concebir la guerra de independencia como un ideal que encarna todo un proceso de pensamiento y acción y la independencia como el resultado conquistado por el propio esfuerzo del pueblo cubano, revelando así originalidad y autoctomía en la obra cubana, así como "un afán de legitimar nuestra condición de pueblo libre y de afirmar la personalidad y el prestigio histórico del cubano".83  

En la década del 40 aparecieron tres obras marxistas que abrieron nuevas perspectivas de análisis y enfoque, para el tratamiento de la historia de Cuba, y la guerra del 68.  Estas obras devienen claves interpretativas, en la medida que, fundadas ya en la comprensión materialista de la historia, reflejan la realidad cubana.

Las obras "Seis actitudes de la burguesía cubana" (1942) de Sergio Aguirre, "El marxismo y la historia de Cuba" (1843) de Carlos Rafael Rodríguez y "Azúcar y Abolición" (1848) de Raúl Cepero Bonilla, constituyen hitos en la historiografía cubana.  Estos trabajos, penetrados por una cultura martiana-marxista, asumen con profundidad la realidad cubana, sus hechos y acontecimientos.  "El marxismo y la historia de Cuba" expone tesis de carácter teórico-metodológico y práctico de gran valor para dilucidar la realidad cubana en su integridad objetiva. Valora los aportes de la historiografía anterior, destacando los momentos positivos y negativos, así como las tergiversaciones que tienen lugar en la línea conservadora, que ubica a un mismo nivel, tanto al forjador de la nacionalidad cubana, como al anexionista.  

Siete actitudes de la burguesía cubana, devino clave interpretativa de la realidad cubana, tanto por el enfoque clasista que le es inmanente, como por su integridad orgánica.  "Aunque... algunas de sus hipótesis pudieran haber sido superada a la luz de nuevos documentos o ratificada su validez por el tiempo decursado, pensamos que el acierto mayor radica en la interpretación marxista con unas perspectivas que diferían de los esquemas establecidos."84  

En el ensayo se pone de manifiesto una nueva metodología que exige integridad, sistematización y concreción en el análisis de la ideología burguesa con sus respectivas actitudes en que se expresa y conforma sus intereses de clases, históricamente determinados.  Esta metodología, que conjuga la objetividad con el análisis histórico-concreto, conduce al autor, a diferencia de Rafael Soto Paz, a una visión de conjunto, así como determinar que la "burguesía cubana juega un papel progresista en gran parte del siglo XIX.  No sólo en lo que toca a su participación en la guerra del 68, sino a las tres etapas primeras de la corriente reformista.  Para el enjuiciamiento de cada una de sus actitudes, tenemos muy presente, -enfatiza Aguirre- además el marco histórico en que cada una de éstas se desenvuelve, las consecuencias últimas que ellos entrañan en el desarrollo de la nacionalidad cubana. Lo que nos interesa destacar ahora -continúa el destacado historiador- es que la defensa permanente y sistemática de sus intereses de clases es el cordón umbilical que da unidad en el tiempo a las seis actitudes que reseñamos".85

    

Esta nueva forma de abordar la historia de Cuba, imprime fuerza conceptual al análisis y argumentación científica para comprender el carácter procesual en que deviene la nacionalidad y la nación cubanas.  El autor aprovecha la herencia anterior, se apoya en Ramiro Guerra, pero continúa el despliegue del fenómeno con nuevos conceptos e instrumentos de investigación.  "Para nosotros -aquí discrepa de Guerra- no puede hablarse propiamente de nacionalidad cubana mientras en Cuba no ha aflorado un tipo de cultura que presente rasgos propios, peculiares, diferenciados de la cultura española matriz.  A fines del siglo XVIII y principios del XIX, esa cultura cubana ha comenzado a cuajar, separándose de los tradicionales moldes hispánicos.  Es la época de formación de Zequeira y Rubalcava -"Oda a la Piña"- de los esguinces iniciales contra la filosofía escolástica de la introducción -el propio Dr. Guerra lo señala- de la Física, la Química, la Botánica, la Agricultura.  La época en que los principios de la Revolución Francesa y el enciclopedismo van a marcar para elementos ilustrados de la nacionalidad naciente, rutas que golpean el cuadriculado dogmatismo de la Iglesia Católica.  La cultura española de Cuba, -recalca Aguirre- que no era siquiera la que en España rezumó el gobierno progresista de Carlos III, debió sentir, indignada, la bifurcación que en la Isla se operaba.  Cuando el sector criollo logró engendrar su comunidad de cultura propia, se convirtió en cubano".86

 

Dos ideas esenciales se despliegan a manera de núcleos conceptuales rectores en la Introducción a las siete actitudes de la burguesía cubana en el siglo XIX de Sergio Aguirre.  Primero, el reconocimiento del papel progresivo de la burguesía 87 en gran parte del siglo XIX, y su condicionamiento histórico.  Segundo, la comprensión de la identidad cubana como un proceso, donde la nacionalidad deviene como resultado de la encarnación de una cultura propia, diferenciada, en su raíz, de la cultura española.  A partir de este momento, ya no sólo se trata de criollos, sino de cubanos.  

Este proceso de formación nacional, tendrá un momento culminante en la Guerra del 68, donde el independentismo se impone como alternativa central.  Ya aquí, "...ni el anexionismo ni el reformismo podrán ser soluciones.  La burguesía cubana probó, con el Grito de Yara, la última vía que le quedaba disponible: la guerra por la independencia..." "Al capitanear el movimiento del 68 se juega parte de la burguesía cubana a una sola carta su destino futuro. A ese gesto ligan su suerte las demás capas sociales del país."88  

Estos núcleos conceptuales abordados por el Dr. Aguirre poseen una gran importancia metodológica y práctica.  En su enfoque, el independentismo consecuente del 68 y con él, el proceso de identificación, autoctonía y originalidad del proceso cubano no resulta de un aspecto o momento hipostasiado del todo, sino, un producto de la cultura cubana mediado por la tradición política, que engarza en su síntesis lo general y específico de la realidad cubana.  

En esta misma dirección de búsqueda de la verdad científica, a partir de un enfoque integral que interroga a los hechos y revela su lógica y devenir, se inscribe la obra "Azúcar y Abolición", de Raúl Cepero Bonilla.  En esta obra "sin arredrarse, por irreverente, Cepero muestra -apoyado en testimonios documentales conocidos ya, pero utilizado caprichosamente y sin crítica- los prejuicios, falsías, oportunismos, y en fin, el egoísmo clasista de los hacendados cubanos ante el interés nacional enfrentado al colonialismo español, sus actitudes antirrevolucionarias y su "nacionalismo" inconsecuente; y las tibiezas, suspicacias, debilidades de aquellos otros -minoritarios dentro del sector social- de concepciones liberales y en actitud revolucionaria, pero lastradas por su origen, prejuicios y relaciones de clases".89  

En la historiografía cubana antes de la revolución, Ramiro Guerra, Emilio Roig, así como los historiadores y pensadores marxistas se esforzaron por rescatar la tradición política y revolucionaria.  Estos últimos, ya en posesión de la concepción materialista de la historia, rechazan toda tendencia subjetivista de la historia y al abordar la contienda del 68 parten de la consideración de que el factor económico determina en última instancia, y de que necesidad histórica y actividad consciente de los hombres constituyen una unidad dialéctica inseparable.  Esto posibilita una consideración real de la relación existente entre los factores estructurales y superestructurales, y las mediaciones clasistas en que funciona el organismo social y los fenómenos en que se exterioriza y compendia.  

Después del triunfo de la revolución y bajo la influencia de este propio acontecimiento y los análisis de Fidel Castro90 han aparecido varios trabajos cuya preocupación central es establecer el hilo histórico que condujo a las guerras de independencia, sobre la base de una tradición, devenida memoria histórica. "Este mérito -de la historiografía sobre las guerras de independencia, según Francisco Pérez Guzmán, ha sido el de la introducción en la sociedad cubana de una historia viva que se ha convertido en arma de combate por su carga ideológica, por lo cual la relación pasado, presente y futuro ha adquirido continuidad para la Revolución."91  

En esta dirección se inscribe la obra de Sergio Aguirre, Julio L. Riverend, José A. Portuondo, Fernando Portuondo, Hortensia Pichardo, Jorge Ibarra, Oscar Loyola, Eduardo Torres y otros, así como distintos trabajos, artículos, etc. de profesores e investigadores cubanos, especialistas en la materia objeto de análisis.

La obra "Ideología Mambisa", de Jorge Ibarra es reveladora en esta nueva toma de conciencia del problema y sus contribuciones al tema son sustanciales.  Para el autor con la guerra del 68 tiene lugar el tránsito nacionalidad-nación en Cuba. "Mientras no se destruya la regimentación étnica y la barrera infranqueable de la esclavitud, -afirma Ibarra- mientras no se establezcan nuevas relaciones sociales entre los diversos grupos étnicos, no se ha rebasado el umbral de la nacionalidad, ni se ha alcanzado el grado de cohesión social que fusione en una unidad superior a la nación... no será sino hasta la Guerra de los Diez Años, en que se rompen los lazos de la servidumbre esclavista, cuando se creen nuevas relaciones sociales en la comunidad cubana."92

En su concepción, Jorge Ibarra impugna el enfoque casuístico y fenomenológico del examen de la realidad histórica y asume la totalidad dialéctica en su síntesis para así revelar el panorama real de lo singular en sus concatenaciones,93 mediaciones y transiciones recíprocas.  En su estrategia conceptual metodológica se preocupa por revelar la lógica histórica en su devenir real.  Para él, la revolución del 68, y las ideas que sustentan los sujetos históricos que la encauzan (Céspedes, Agramonte y otros) continúan la tradición política revolucionaria e independentista que inauguran y forjan Varela, José María Heredia, incluyendo la preparación ideológica a través de la enseñanza de Luz y Caballero.  

Este modo de concebir el devenir del pensamiento social cubano como un diálogo perenne entre el pasado y el presente, mediado por la tradición político-revolucionaria está presente también en la obra de Le Reverend, Sergio Aguirre, José A. Portuondo, Torres-Cuevas, Olivia Miranda, en el magisterio de la Dra. Dolores Breuil, Oscar Loyola, Mildred de la Torre, Francisca López y otros especialistas cubanos.  Naturalmente, el triunfo de la revolución cubana abrió nuevas perspectivas al constituir en síntesis concreta una concepción y un método que imbrica en sus determinaciones reales el ideario martiano y el marxismo-leninismo, actualizado por el pensamiento y la obra de Fidel Castro.  

En fin, existe el reconocimiento de una autoconciencia histórica, fundada en la tradición revolucionaria, en despliegue constante y hacia nuevas concreciones, porque se sabe libre y reconoce en sus raíces propias, en el precursor de la independencia,94 que fue capaz de penetrar en la realidad cubana de su época y exponer una concepción sistémica para la liberación de su pueblo, cuyo status de fuente precursora deviene de un "...pensamiento en búsqueda incesante de soluciones a los problemas autóctonos de su realidad.  Hay que reconocer y aceptar -enfatiza Torres-Cuevas- que es en el pensamiento emancipador de Félix Varela donde se encuentra el origen(...) del pensamiento revolucionario cubano".95  Origen revolucionario, independentista y emancipador, que forja una tradición que une indisolublemente el sentido crítico-revolucionario, los valores político-morales y sus convicciones independentistas en calidad de principios supremos de un pensador comprometido con su realidad social.96  

Es incuestionable la existencia de una magna producción teórica en torno a la guerra de 1868 y al pensamiento de sus máximos representantes; sin embargo, refiere a aspectos determinados, o está planteada en términos de esbozos generales. Está por hacerse aún un estudio sistematizado y multidisciplinario del proceso de génesis y desarrollo del pensamiento independentista en toda su historia, mediaciones y condicionamientos, así como revelar la importancia de la práctica social del 68 en el alcance y significación que adquiere el ideal independentista en el tránsito nacionalidad-nación y en la configuración de una identidad con personalidad propia.97

 

2) Tradición revolucionaria e identidad nacional en la gesta del 68

 

En el devenir, nacionalidad-nación cubana, la gesta de 1868, constituye un primer nivel de concreción, en tanto se asume la idea de la independencia y la libertad como principios rectores del pensamiento y la acción de una gran parte de los hacendados cubanos.  Independientemente de la heterogeneidad clasista,98 sus consecuencias y resultados durante el curso de la contienda, el levantamiento de la Demajagua y su expresión teórica en el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, de Céspedes, dirigido a sus compatriotas y a todas las naciones, así como el apoyo que recibió en Oriente y posteriormente en Camagüey y Las Villas, expresan ya la cubanidad en término de personalidad colectiva, y la existencia de una memoria histórica que actualizan y dan vitalidad los sujetos de la empresa liberadora del 68.  

Una tradición política revolucionaria que teniendo como precursor de la independencia al Padre Félix Varela,99 se renueva y actualiza en defensa de la identidad nacional, a partir de la existencia de premisas objetivas y subjetivas.100  Sencillamente, "cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche mano a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio.  El ejemplo de las más grandes naciones autoriza ese último recurso.  La Isla de Cuba no puede estar privada de los derechos que gozan otros pueblos y no puede consentir que se diga que no sabe más que sufrir... No nos extravían rencores, no nos halagan ambiciones, sólo queremos ser libres  e iguales..."101  

Existe ya una decisión histórica, subordinada sólo a los sentimientos de cubanía.  Ya se expresa como ideología que encarna los intereses independentistas en forma de un programa de lucha por la identidad nacional.  Programa-manifiesto, que bajo la influencia de los principios de los derechos del hombre proclamados por la Revolución francesa, expone la necesidad de Cuba de constituirse "en nación independiente, porque así cumple a la grandeza de nuestros futuros destinos, y porque estamos seguros de que bajo el cetro de España nunca gozaremos -enfatiza el manifiesto- del franco ejercicio de nuestros derechos".102  

En las nuevas condiciones históricas, caracterizadas por la asfixia económica de los hacendados cubanos la revolución resulta tarea inmediata.  España bajo la presión de las crisis económicas del capitalismo de 1857 y 1867, hace más férrea la explotación de la colonia a través de los impuestos.  Durante los años 1861-1865 "sobre el presupuesto de la Isla gravitaron los gastos de las aventuras coloniales de la metrópoli en Santo Domingo y México.  Cuba financió la contienda contra Chile y Perú durante la guerra del Pacífico, y fomentaba de forma permanente la colonia africana de Fernando Poo".103  Esta situación encontró su reflejo en el desequilibrio presupuestario cubano, así como la ruina de los hacendados criollos, cuyo ideal reformista muere con el fracaso de la Junta de Información.

 

2.1 La idea de la independencia y su devenir práctico

 

En el proceso de conformación y afirmación de la identidad nacional cubana la tradición político-revolucionaria independentista, deviene su nervio central.  Proceso cuyo contenido se revela en el devenir nacionalidad-nación, en tanto momento que cualifica y da entidad específica al ser cubano, en dos expresiones existenciales concretas.  La primera cuando el criollo se transforma en cubano.  La segunda "cuando el cubano obtiene una enorme consolidación nacional al abrazar definitivamente las corrientes ideológicas del independentismo y el abolicionismo".104

 

Por tanto, resulta necesario indagar en el proceso que sigue la idea de la independencia en el pensamiento cubano, es decir, cómo se despliega en sus diversos grados de determinaciones, hasta afirmarse como práctica.

Para ello, es metodológicamente correcto precisar el lugar de la Idea en los marcos de la sistematización del conocimiento y el valor, sobre la base de la práctica.

 

2.1.1 La idea en su expresión teórica 

 

La idea, dado su carácter sintético-integrador, cumple un papel esencial en toda teoría, expresándose como ideal gnoseológico, ideal valorativo, práctico y comunicativo.  La idea se determina y concreta en los principios, leyes, categorías y otras formas de aprehensión práctico-espiritual de la realidad por el hombre en el decursar histórico-social. "La idea -señala Kopnin- capta la tendencia del desarrollo de los fenómenos de la realidad, por ello no sólo refleja lo que existe, sino también lo que debe ser... Podemos decir que el pensamiento habría perdido su calidad y su función esencial si no fuese capaz de reflejar la realidad en su necesidad y posibilidad.  La actividad práctica no sólo exige que se refleje el objeto, sino que se aprehendan las posibilidades implícitas en él y lo que puede ser en virtud del desarrollo imprescindible  y  regulado.  Esta  calidad  del  pensamiento -continúa el filósofo- está representado sobre todo en la idea; las restantes formas discursivas, al desarrollarse, aspiran a convertirse en idea, y cumplir de este modo, su función".105  

Al mismo tiempo, la idea surge, dimana de las propias necesidades prácticas y se realiza en su proceso.  La idea deviene ideal gnoseológico, práctico valorativo, y comunicativo en la medida que es proceso y resultado que preludia lo por venir, lo futuro.  Es que la idea, en tanto forma de asimilación de la realidad, constituye la síntesis de lo objetivo y lo subjetivo o su identidad en tanto tal.  La idea como ideal, se constituye en aspecto central del todo, y por consiguiente "contiene en sí la tendencia a la realización práctica, a la encarnación material".106  

La idea es aprehensión práctico-espiritual de la realidad.  Un proceso complejo y contradictorio que en su devenir se identifica con la realidad, cuya concreción se realiza en la medida que supera las mediaciones que le son inherentes y emerge como síntesis de lo objetivo y lo subjetivo.  "La idea (léase conocimiento del hombre) -escribe Lenin- es la coincidencia (concordancia) del concepto y la objetividad (lo "universal"). Esto, primero.

Segundo: la idea es la relación de la subjetividad (=el hombre) que es para sí (=independiente), como se pretende con la objetividad, que es distinta (de dicha idea) (...) La subjetividad -continúa Lenin- en el impulso de destruir esta separación (entre la idea y el objeto).  

El conocimiento es un proceso de sumersión (del intelecto) en la naturaleza inorgánica con vistas a subordinarla al poder del sujeto y con vistas a la generalización (cognición de lo universal en sus fenómenos)".107

Este proceso sintético creador en que se determina la idea "(...) como coincidencia del concepto y el objeto (...) como verdad, a través de la actividad práctica del hombre, dirigida a un fin",108 constituye el movimiento de ascensión de lo abstracto a lo concreto que reproduce la realidad en todas sus determinaciones.  Sin embargo, el despliegue de la idea en su reproducción de la realidad en su esencia no se reduce al conocimiento, es también reflejo valorativo a través de la práctica social.  Sencillamente "la idea es cognición y aspiración (volición) (del hombre)... El proceso de cognición (transitoria, finita, limitada) y de acción convierte los conceptos abstractos en objetividad acabada".109  

En este sentido la comprensión científica de la idea tiene un gran valor teórico-metodológico y práctico.  Conocer el proceso mediante el cual tiene lugar la génesis de una idea, así como su devenir dialéctico, sirve de modelo teórico para comprender otros procesos semejantes o advertir su presencia en condiciones históricas concretas.  Sus posibilidades teóricas dimanan del hecho de  que "... la idea es el conocimiento teórico del cual se deduce directamente un fin práctico... La realización práctica de las ideas... resuelve definitivamente el problema de su veracidad objetiva.  Cuando la idea se realiza, -enfatiza Kopnin- se hace evidente lo que había en ella de falso, de aparente.  La realización práctica de la idea, su objetivación, viene a ser una especie de balance en el conocimiento del objeto y el punto de partida de su ascensión a una etapa más elevada".110

Su valor teórico-metodológico y práctico dimana de su propio carácter dialéctico-procesual.  La idea reproduce la realidad en su integridad, incluyendo sus mediaciones, vínculos y concatenaciones universales no sólo en su estado presente, sino también en su deber ser.  Preludia lo por venir. "Si la idea se la despoja del principio creador que se expresa en el afán de crear en imagen del objeto futuro, ideal, la actividad práctica carecerá de perspectivas y perderá su designación fundamental.  La idea hace reconocer al sujeto la imperfección del objeto y de este modo argumenta teóricamente la necesidad de su cambio".111  

Es un proceso de objetivación y subjetivación de la realidad para recrearla en su expresión sistémica, en correspondencia con las necesidades prácticas y los intereses de los hombres.  

La idea no constituye un ente hipostasiado de la realidad y la práctica social.  Todo lo contrario, su fuerza y vitalidad emana de los sujetos históricos, es decir, cuando se convierte en patrimonio de las masas populares, en los marcos de la dialéctica necesidad histórica-actividad consciente de los hombres.

 

La idea es proceso y resultado, una forma del pensamiento humano que aprehende la realidad en su esencialidad.  Su carácter sintetizador posibilita reproducir la realidad como un sistema que integra aspectos de carácter gnoseológico valorativo, práctico y comunicativo.  Al mismo tiempo, devenida expresión sintética, la idea no se detiene, avanza hacia nuevas síntesis, hacia nuevas determinaciones concretas, garantizando la continuidad y el sucesivo enriquecimiento hasta lograr la aprehensión de la realidad en su totalidad sistémica.  Proceso complejo, contradictorio, no exento de zigzagueos, mediaciones o interacciones y condicionamientos recíprocos entre los factores actuantes.  En fin, es camino, movimiento y devenir hacia la realización del ideal que encarnan los sujetos históricos en su quehacer práctico-espiritual.  

La idea en su expresión sintético-integradora, resulta de la unidad dialéctica de lo general y lo particular y en sus determinaciones reales transita y trasciende dicha unidad hasta realizarse en tanto tal, en sus dimensiones gnoseológica, valorativa, práctica y comunicativa.  Realización que en correspondencia con situaciones y condiciones espacio-temporales específicas y concretas, revela originalidad, autenticidad y autoctonía propia.

En esta dirección lógica del problema, la idea de la independencia de Cuba, encarnada en el pensamiento cubano, bajo la rectoría precursora de Félix Varela, asume creadoramente una herencia universal y latinoamericana ya devenida teoría y realizada en acciones prácticas en otros contextos y condiciones.  Se trata entonces de indagar en la situación cubana cómo se revela y despliega la idea de la independencia en respuesta a necesidades e intereses concretos dimanantes de una praxis histórica real; o en otras palabras, cómo la independencia, en tanto idea devenida ideal gnoseológico-valorativo, práctico y comunicativo, resulta, se sintetiza e integra, en una totalidad: la dialéctica necesidad histórica-actividad consciente de los hombres.  Totalidad que en su proceso realiza la contradicción dialéctica entre lo general y lo específico, incluyendo las mediaciones en que se despliega y compendia, en las condiciones concreto-particulares de la Cuba colonial.

 

2.1.2 La idea de la independencia y sus mediaciones concretas

 

En las condiciones concretas de Cuba la idea de la independencia germina como expresión de una necesidad, hecha consciente en un interés estable; pero no de forma dada, inmediata, sin lucha, contradicciones.  No es un proceso lineal, sino espiriforme con todas sus mediaciones y condicionamientos, cuyo nacimiento y madurez tiene lugar en el devenir nacionalidad-nación y con la correspondiente asunción de una identidad propia que reafirma su ser esencial y sirve de fuerza catalizadora de energía creadora y baluarte de la defensa de su existencia como tal.   

Los precursores de la idea de la independencia cubana, vista ésta no como un acto aislado, sino en su exposición sistémica doctrinal, avalada por un núcleo conceptual metodológico fue Félix Varela, y en su forma poética, a través de un sistema de imágenes artísticas de connotación patriótica, José María Heredia.

Sin embargo, la idea de la independencia no transcurrió a través de un movimiento lineal, recto, sino mediado por múltiples tendencias ideológicas,112 lo cual se refleja en el proceso mismo de nacimiento y consolidación de la nacionalidad y con ello de la identidad nacional cubana.  Proceso contradictorio que iniciándose con la conciencia de pertenencia de los hacendados cubanos de múltiple matiz ideológico, y ya ante una relación de antítesis con el coloniaje español, deviene la cubanía y se arraiga y afirma el independentismo, como ideal supremo, cuya máxima expresión tiene lugar con la contienda de 1868.  Una idea devenida práctica que fructificó porque fue cultivada durante cuatro décadas anteriores.  

Es necesario ir a la raíz del problema para evitar simplificaciones innecesarias al asumir el problema del devenir de la idea de la independencia en el siglo XIX cubano.  El propio precursor que estructura con conocimiento de causa la teoría de la independencia cubana, llegó a ella después de transitar por el Reformismo.  Mientras Varela creyó que la situación económica, política y social de Cuba, podía resolverse a través del reformismo, fue su representante.  Después del fracaso como diputado a las cortes, no encontró otro camino que no fuera la independencia y "El Habanero lo atestigua", al igual que posteriormente, el fracaso de la Junta de Información (1867) fue el detonante que inicia la guerra de 1868 con los hacendados de Oriente.  

La propia corriente ideológica reformista, en su oposición a los comerciantes españoles, y en defensa del bienestar de la Isla, contribuyó a la formación de la nacionalidad cubana.  Las demandas de carácter económico, político y social del reformismo en sus distintas etapas -expresión de la contradicción metrópoli-colonia pone de manifiesto un sentimiento y una conciencia cubanas, 113 premisa imprescindible para el desarrollo del ideal independentista.  

El Reformismo, antes de 1868, a diferencia del anexionismo, cuyo programa negaba en esencia la identidad nacional cubana, contribuyó  a la formación de una cultura propia, cubana.  No es posible soslayar la obra y la acción de Arango y Parreño, José Agustín Caballero, Tomás Romay, José Antonio Saco en el surgimiento de la nacionalidad cubana, independientemente que se subraye aquellos aspectos débiles y conservadores que manifestaron algunos de ellos.114 "Por eso resulta absurdo -enfatiza Aguirre- enterarnos de que Arango y Parreño, o Saco, o Pozos Dulces fueron reos de villanía inmutable, independientemente de toda etapa histórica... Cualquier valoración que se desentienda de nuestra contradicción fundamental podría pronunciar sentencia condenatoria contra toda la población blanca cubana de la primera mitad del siglo XIX, por haber sido discriminadoramente racista.  Nadie, salvo los mulatos y negros, se salva. Y a ello se agrega fijar juicios históricos en que las superestructuras de ideas conminadas a divorciarse de sus bases económicas nutricias, podemos escribir una historia impecablemente subjetiva e idealista".115  

Al margen de la contradicción metrópoli-colonia, así como otras mediaciones y condicionamientos objetivos es imposible reflejar con objetividad científica el devenir del pensamiento cubano, su ideología y la cultura en que toma cuerpo.  El análisis histórico concreto en calidad de método que exija seguir la lógica especial del objeto especial y las diferencias específicas debe presidir la asunción de este problema.  Precisamente las advertencias de Sergio Aguirre en "Nación y nacionalidad en el siglo XIX cubano y de Carlos Rafael Rodríguez, en "El marxismo y la Historia de Cuba" constituyen claves metodológicas.  "El historiador pequeño burgués -señala Carlos Rafael Rodríguez- siguiendo los principios del método idealista, enjuiciaría con el mismo tino condenatorio al esclavista de 1850 que a los de 1790.  El marxista, puntualizando la tendencia reaccionaria en el sentido social y humano, de los que como Arango y Parreño postularon el empleo de millares de negros esclavos como vehículos para desarrollar la industria azucarera, deberá consignar a la vez, los efectos de esas proposiciones -hijos de una implacable necesidad económica- tuvieron en el progreso de la burguesía cubana, en el desarrollo industrial del país, y por consiguiente, en el ascenso nacional.  De ahí que Sergio Aguirre, pueda calificar de positivo por sus efectos, hechos y actitudes que, examinados aislada y mecánicamente, se condenarían sin apelación".116

Este modo de concebir y enfocar el pensamiento y la cultura cubana del siglo XIX como un proceso internamente contradictorio, incluyendo mediaciones y condicionamientos reales,117 de cuyos fundamentos dimanan los sistemas ideológicos y las instituciones en que se apoyan, evita e impide subjetivismo, unilateralidad en el abordaje y despliegue del objeto de análisis.  Sencillamente, de lo que se trata es de reproducir lo más aproximadamente el problema, a manera de un sistema, donde génesis, desarrollo y madurez, dimanan realmente de una historia que devino fuente nutricia de la nación cubana.118  

Por eso, todo intento que aísle la idea de la independencia y su realización en tanto tal, del entorno social y el contexto epocal y temporal en que transcurre, resulta fallido.  

El pensamiento cubano, la ideología y la cultura en que se objetiva constituye un sistema dinámico, cuyos elementos interactúan recíprocamente.  No son relaciones independientes, puras.  Existen mediaciones y condicionamientos, que en cada momento histórico trascienden la totalidad y le dan un específico matiz.  Soslayar su naturaleza dialéctica-procesual es perjudicial, tanto desde el punto de vista teórico-metodológico como práctico.  

La idea de la independencia, vinculada estrechamente a la libertad y fundada en una ética de raíz humanista tiene su historia en dicho sistema y es consustancial al proceso mismo.119  No surgió de la "nada" ni de la "cabeza ilustrada" de un hombre.  Es una necesidad histórica hecha conciencia, como resultado de un proceso contradictorio y complejo.  

Posiciones ideológicas de diversos matices en el devenir nacional, en la medida que eran parte de la contradicción metrópoli-colonia, o la expresión ideológica de su polo revolucionario, incidió positivamente en la conformación de la idea de la independencia.  Esto en varios sentidos, a) en su actividad en pos del bienestar nacional de su clase, b) en el conocimiento de la esencia de la metrópoli y su política, c) en la crítica desgarrada a los que oprimían la patria, y por último, d) mostrando en la práctica que las reformas no resolvían las necesidades e intereses de la burguesía nativa, y por consiguiente, la necesidad de aferrarse a otras vías, en especial, la más consecuente, la independentista.

 

De aquí se deduce que el proceso de formación de la identidad nacional cubana, tiene por contenido un momento, donde nacionalidad y reformismo convergen y otro momento de más previsión y consecuencia,  donde nacionalidad e independentismo se imbrican indisolublemente.  Momentos que no se han seguido antes de 1868, en orden cronológico o sucesivo de movimiento.  Han transcurrido como un proceso que muestra que la identidad se ha forjado en unidad dialéctica con la diferencia.

 

Sin embargo, la historia muestra que la idea de la independencia, sin estar al margen del movimiento total, de la totalidad sistémica del organismo social y de sus concomitantes influencias, mediaciones y determinaciones, posee una lógica propia de desenvolvimiento, con sus correspondientes formas expresivas y modos de despliegue.  

No es posible soslayar el hecho de que antes que Varela hubo brotes independentistas, tales como la conspiración de "Soles y Rayos de Bolívar", la de Ramón de la Luz y otras expresiones de rebeldía separatista, sin embargo, sólo con Varela aparece de forma resuelta un ideario,120  a modo de un programa político para la revolución que concibió como una empresa a realizarse por los cubanos.  Proyecto revolucionario devenido teoría de la independencia que trasciende su presente y proyecta con sus principios el futuro a transcurrir, sobre bases sólidas.  En fin, una idea que sintetiza una realidad histórica concreta, integra voluntades en torno suyo, y funda nuevos derroteros por los sujetos históricos que la aprehenden y hacen realidad en la práctica revolucionaria de 1868.    

La idea de la independencia, en su devenir procesual, y en la medida que es asumida por los sujetos, va venciendo escollos hasta afirmarse como tal y hacerse dominante en la ideología de los hacendados cubanos del Oriente.  Esto lo prueba el inicio y desarrollo de la contienda liberadora.  Se trata ya del enriquecimiento de una nacionalidad con independentismo y en pos del abolicionismo consecuente.  Una calidad superior de identidad nacional que implica y comporta nuevas exigencias a desplegar en la guerra grande.  Proceso que transita múltiples esferas de la obra cubana en sus máximos representantes: la crítica literaria en las tertulias de Del Monte, poniendo de relieve la dimensión cubana en las letras, la labor intelectual de Saco como historiador y estadista, y la poesía revolucionaria, patriota  e independentista de José María Heredia, así como otras expresiones en la novelística, y en las restantes formas de la conciencia social, incluyendo el nivel de la psicología social.  No es posible olvidar además el papel de las Logias Masónicas, no sólo como lugar de reuniones conspirativas, sino además por el ideario independentista y revolucionario que enseñaban y divulgaban.  

La obra poética de Heredia, penetrada por un patriotismo independentista consecuente, desbrozó el camino de la independencia cubana. Según Enrique José Varona, de Heredia aprendimos el sentimiento de la patria.  Se refería al poeta, como "el creador de la Estrella Solitaria como símbolo de nuestros más profundos anhelos y el gran intérprete de nuestro paisaje, "de las bellezas del físico mundo y los horrores del mundo moral".121

Sus imágenes poéticas, llenas de contenido revolucionario independentista y con una fuerza conceptual infinita de humanismo y ética emancipadora, caló en la historia, desplegando determinaciones de la magna idea de la independencia y enseñando el camino a seguir con optimismo,122 "(...)aquel que murió joven, fuera de la patria que quiso redimir, del dolor de buscar en vano en el mundo el amor y la virtud".123  

En la obra literaria de Heredia aparece un ideario independentista, donde libertad, independencia y cubanía se identifican y complementan.  Un sistema de naturaleza cosmovisiva, que con su expresión poética realiza aristas y definiciones del ser cubano y latinoamericano.  Un ideal cantado que une conocimiento y sentimiento en un solo haz, cuya fuerza persuasiva en función de una idea, imprime status de paradigma, por eso para Martí, Heredia es "el primer poeta de América... sólo él ha puesto en sus versos la sublimidad, pompa y fuego de su naturaleza.  El es volcánico como sus entrañas y sereno como sus alturas".124  En su poesía brilló como en nadie la naturaleza agreste, la palma cubana, las montañas, los ríos y en fin el ansia de libertad.

El "padre",125 "(...) es el que a caso despertó en mi alma, como en la de los cubanos todos, la pasión inextinguible por la libertad".126  

Un verbo poético mediado por el conocimiento profundo de la realidad cubana, penaba en el extranjero, dos veces condenado por los tribunales de España",127 pero fiel a sus principios cubanos independentistas.

La poesía de Heredia y el pensamiento político de Varela, reflejado en el Habanero, devienen precursores de la idea de la independencia, en tanto sistema.  Su transcurrir inexorable despliega y concreta momentos suyos y fija su esencialidad en los sujetos-agentes que lo asumen, portan y lo divulgan.  

En la pedagogía, en la labor magisterial educativa la idea de Varela, encuentra también determinaciones concretas, aseguran su continuidad a través de otros medios que orientan una educación cívica de raigambre ético-humanista, una herencia que consecuentemente asume a Varela, "pues mientras se piense en la Isla de Cuba, -señala Luz y Caballero- se pensará en quien nos enseñó primero a pensar".128  

La obra pedagógica de Luz y Caballero, sin estar dirigida explícitamente a dar concreción a la idea de la independencia, implícitamente, en su contenido, en su concepto, sirve de medio y condición para su realización; "(...)en un largo período de nuestra historia -señala Sanguily- fue su grande espíritu, cifra y compendio del espíritu cubano"129  Espíritu cubano que transmitía y forjó en sus estudiantes, a través de una enseñanza enraizada en la ciencia y en la verdad.  Toda su enseñanza la puso en función del desarrollo científico y de la formación de una cultura de los sentimientos, sobre la base de un programa ético-humanista que prepara al hombre para la patria. "Atendamos de preferencia a esta semilla de plantas tiernas y delicadas que más reclama nuestro cultivo, -refiere el gran maestro a los estudiantes-, si queremos ver algún día árboles robustos y frondosos, bajo cuya sombra pueda tranquila redimirse la Patria".130  

Tanto en Carraguao, como en el colegio del Salvador, el magisterio de Luz se dirige a la formación moral de las nuevas generaciones que incluye "no sólo las relaciones entre los hombres, sino también la actitud ante los problemas de la época, y uno de ellos era la necesidad incuestionable de fomentar el amor a la patria, la conciencia nacional".131

 

La idea de la independencia cubana, y su encarnación en la práctica resulta imposible al margen de una cultura de la razón y los sentimientos.  Esta línea vareliana, desarrollada por Luz servirá de premisa necesaria en la formación de la generación del 68.  "Él, el padre; él, el silencioso fundador; -señala Martí- él, que a solas ardía y centelleaba, y se sofocó el corazón con mano heroica, para dar tiempo a que se le criase de él la juventud con quien se habría de ganar la libertad que sólo brillaría sobre sus huesos".132  

La contribución lucista al pensamiento cubano a través de su magisterio fue determinante.  La idea de la independencia no constituye una expresión a priori al margen de condiciones y medios necesarios de realización.  Precisamente Luz comprendió que era más importante en tales condiciones hacer hombres que sentarse a hacer libros; pues, "¿qué es predicar, en voz alta o baja, la revolución, y no componer el país desgobernado para la revolución que se predica? Qué es gloria verdadera y útil, sino abnegarse, y con la obra silente y continua tener la hoguera henchida de leñas, para la hora de la combustión, y el cauce abierto, para cuando la llama se desborde, y el cielo vasto y alto, para que quepa bien la claridad".133

 

Luz preparó hombres para la revolución de Yara, en la medida en que enseñó e impregnó ideas, sentimientos y convicciones.  Educó para la lucha, para el trabajo y para la vida, para el honor y la dignidad plena del hombre, que es educar para la independencia y la libertad.  El ideario vareliano, de modo silencioso lo realiza el maestro del Salvador en sus aulas, preparando hombres libres, forjando una identidad basada en una ética humanista de los principios, de la dignidad plena del hombre; "(...) él, que de la piedad que regó en vida, ha creado desde su sepulcro, entre los hijos más puros de Cuba, una religión natural y bella, que en sus formas se acomoda a la razón nueva del hombre, y en el bálsamo de su espíritu a la llaga y soberbia de la sociedad cubana".134  

   

Es indiscutible que la idea de la independencia, estructurada en sistema, por Varela, su precursor, cantada en bellas imágenes por Heredia, encuentra en Luz un pivote necesario, en cuanto a cimentar las condiciones para su objetivación.  No basta sólo que una idea brote de la necesidad, se interiorice, y proyecte en fines e ideales. Se requiere una previa preparación, tanto en el orden objetivo como subjetivo.  Una cultura desmistificadora que comprenda la esencia de la época y una ideología fundada en tradiciones reales que asuma  el presente y proyecte el futuro.  En esta empresa la obra de Luz hizo época, a tal punto que los protagonistas del 68, se sintieron sus continuadores y retomaron su cuerpo doctrinario.  Era un símbolo del independentismo,135 que había señalado a los estudiantes el camino de las virtudes ciudadanas, que consagró y sacrificó su existencia a "sembrar hombres", que convirtió un pueblo educado para la esclavitud -como señaló Martí- en un pueblo de héroes, trabajadores y hombres libres".  

En este sentido, la lógica del pensamiento cubano muestra todo un proceso de continuidad y ruptura, como momentos inmanentes mismos del desarrollo de la identidad nacional, a tal punto que es imposible concebir la obra de Luz al margen de Varela, al igual que la existencia de un Mendive, Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte y José Martí, independiente del pensamiento de Varela, Luz, Heredia.   

El proceso de formación de la nacionalidad cubana, en un momento histórico vinculado al reformismo y al independentismo, posteriormente al independentismo con abolición de la esclavitud, hasta afirmar la nación cubana con la gesta del 68, no ha estado exento de contradicción.  

Sin embargo, en el devenir nacionalidad-nación, el independentismo, por ser la corriente ideológica que expresa la esencia del progreso social, cuando existen las condiciones necesarias se impone.  La idea de la independencia, en tanto expresión esencial en cada momento histórico de la clase más revolucionaria, adquiere fuerza y rectoría del proceso.  En su movimiento transita múltiples formas de concreción y determinaciones hasta afianzarse en una práctica, que al mismo tiempo la legitima con entidad propia y con nuevos sujetos históricos que garantizan su despliegue continuo a formas nuevas y más revolucionarias.  

En la contienda de 1868, a partir de nuevas mediaciones, condicionamientos y determinaciones, la idea de la independencia  se concreta en su forma suprema: la práctica revolucionaria emancipadora, la cual sintetiza todo un proceso de gestación y desarrollo del ideal independentista y cuyo despliegue fue conformando una personalidad colectiva y una memoria histórica en calidad de tradición nacional, que renueva y actualiza el proyecto, en sus diversas dimensiones.  

De esto se deduce lo estéril que resultan los enfoques esquemáticos que ven en la guerra de los Diez Años, sólo causas económicas, sociales y políticas inmediatas, sin tener en cuenta todo el cúmulo de mediciones en que cristaliza el acontecimiento, incluyendo la herencia ideológica anterior.  

Al margen de una personalidad colectiva y una memoria histórica, devenida tradición nacional,136 no es concebible un hecho epopéyico como la gesta del 68.  Por eso con justa razón Sergio Aguirre señala que "la revolución de 1868 estalló con éxito por la enorme carga de dinamita nacional existente ya, acumulada desde hacía décadas: carga de cubanía que ahora resultó apta para aprovechar con energía férrea las favorables circunstancias objetivas de aquel momento".137 Hecho revolucionario que juntó en un solo haz independentismo y abolicionismo, como condición imprescindible para el surgimiento de la nación cubana, y junto con ello, la posesión de una identidad en sí.

 

2.2 Independentismo, abolicionismo e identidad nacional

 

La idea de la independencia, en la guerra del 68 se determina y define en un nuevo nivel de síntesis, en un momento superior de concreción, en tanto deviene práctica que consolida, actualiza y sienta una tradición138 de ejemplo patriótico, que rinde culto a la revolución; "aquellos jóvenes angélicos que del altar de sus bodas o del festín de la fortuna salieron arrebatados de júbilo celeste, a sangrar y morir, sin agua y sin almohada, por nuestro decoro de hombres; aquellos son carne nuestra y entrañas y orgullo nuestros, raíces de nuestra libertad".139  

Raíces de nuestra libertad que asumiendo el pasado ideológico independentista lo enriquecen, superan y forjan una obra para la posteridad.  

El proceso de advenimiento de la nacionalidad cubana, su consolidación y desarrollo hasta la aparición de la nación en sí, ha transcurrido en los marcos de la contradicción principal metrópoli-colonia.  Desde el momento mismo en que el criollo se siente cubano y sus intereses clasistas se ven limitados por España, la contradicción latente adquiere vida propia con sus respectivas manifestaciones ideológicas.  Luchan por satisfacer las necesidades e intereses de su clase, que al mismo tiempo eran y expresaban las necesidades de la patria, o su representación por excelencia.  Las especificidades propias de la plantación esclavista, imprime características sui-géneris a la clase de los hacendados cubanos, que por miedo a perder a los esclavos140 o a su sublevación como tal, mantienen una actitud negativa respecto a la abolición y a la independencia, retrasándose el advenimiento de la gesta liberadora en comparación con los restantes países latinoamericanos.  

En tales circunstancias, la contradicción metrópoli-colonia, presente desde el instante mismo en que aparece la nacionalidad cubana, se atenúa por la mediación de la contradicción hacendado esclavista-esclavo, a tal punto que esta última adquiere supremacía hasta convertirse en elemento retardatario o freno para el logro de la nación cubana.  

La contradicción hacendado-esclavista-esclavo, mediando la contradicción principal metrópoli-colonia, condiciona las posiciones más reaccionarias de la burguesía cubana de la primera mitad del siglo XIX, e impide el despliegue y concreción de la idea de la independencia.  En tales condiciones, independencia, abolicionismo, libertad e igualdad, entidades conceptuales, cuyos contenidos en situaciones normales, se presuponen, en las condiciones de la Cuba colonial con una producción destinada al mercado capitalista141 y basada en la explotación de la plantación esclavista, marchan en relación de antítesis.  

Sin embargo, "mientras no se produzca una ruptura total con el sistema esclavista de plantaciones, como totalidad orgánica, con sus "niveles" o "instancias" económicas, políticas e ideológicas, no podrá asentar sólidamente el edificio de la nación.  Hasta 1868 -enfatiza Ibarra-, la contradicción dominante de la sociedad criolla ha sido la contradicción dueños de plantaciones-esclavos.  La dirigencia política e ideológica del sistema esclavista de plantaciones ha subordinado sus aspiraciones hegemónicas al mantenimiento de las relaciones de producción esclavista.  El temor a que una guerra de independencia se transforme en una guerra civil de esclavos contra amos, ha paralizado a la poderosa clase esclavista criolla.  "Cuba española, primero que africana, es la consigna del movimiento reformista".142  

El problema de la esclavitud, dado el lugar e importancia que ocupaba en la economía la plantación, aglutinó en torno suyo a los representantes de la ideología de los hacendados plantacionistas.  Sobre este problema giró no sólo el reformismo, sino diversas expresiones anexionistas.  

No obstante eso, si ciertamente la contradicción hacendado esclavista-esclavo, se expresó y desplegó como contradicción dominante, durante un largo período, la contradicción fundamental propia de los países coloniales: metrópoli-colonia, mantuvo su vigencia, si bien, mediada por la primera.  De lo contrario, carecería de lógica hablar de independentismo.  Precisamente la idea de la independencia elaborada por sus precursores, y conservada y enriquecida durante un largo proceso hasta concretarse en una praxis concreta, tiene su fundamento en la contradicción fundamental metrópoli-colonia.  Naturalmente, resolver una contradicción no es un problema fácil, su solución implica, resolver los eslabones mediadores que la hacen más compleja y embrollada. Eslabones intermedios que en determinados períodos adquieren supremacía a tal punto de rectorear el proceso, pero siempre son transitorios.  Se subordinan en última instancia al proceso mismo del devenir, y esto por ley depende de la contradicción fundamental metrópoli-colonia, en torno a la cual gira la existencia misma de un organismo social, llamado nación en sí que toma cuerpo en la guerra de 1868.  

En las condiciones concretas de Cuba, bajo la opresión horrenda de la metrópoli, con una herencia ideológica progresista, independentista, forjada durante medio siglo, ya estaban creadas las condiciones necesarias para el estallido de la guerra de 1868.  El anexionismo, consciente o inconscientemente negaba la identidad nacional y el Reformismo, después del fracaso de la Junta de información, mostraron su ineficacia teórica y práctica.

"Ante tal estado de cosas -se plantea en el Programa del PCC- el sector más avanzado de los cubanos ricos tomó conciencia de que la independencia de Cuba constituía la única solución favorable a sus aspiraciones patrióticas como integrantes y abanderados de una nueva nacionalidad y como vía de solución a los agobiantes problemas económicos del país".143  

Ahora, a la idea de la independencia en su totalidad orgánica se unen, el abolicionismo y los ideales de libertad e igualdad.  Independentismo y abolicionismo devienen unidad inseparable en función de resolver la contradicción fundamental metrópoli-colonia.  El "sector progresista, en el que se habían desarrollado profundos sentimientos antiesclavistas, comprende que el desarrollo económico-social del país era incompatible con el mantenimiento de la esclavitud y que sin la participación activa de la gran masa de esclavos -que en décadas anteriores había librado cruentas y heroicas luchas por su libertad- resultaba imposible sostener una guerra victoriosa por la independencia nacional".144  

Con la conjunción orgánica del independentismo y el abolicionismo en la práctica revolucionaria de 1868 se concreta la nacionalidad en nación y la identidad se cualifica con nuevas determinaciones, dimanantes de la integración social y étnico-racial, aceleradas en la revolución; proceso que iniciado por la vanguardia trascendió las masas populares hasta alcanzar nuevos niveles de profundidad.  Esto se explica en el hecho de que "la praxis política, al crear nuevas relaciones sociales entre los variados elementos que acatan las aspiraciones nacionales, es modificada a su vez por las estructuras que crea",145 en un movimiento ascendente que engendra y produce nuevas mediaciones en función de la concreción del ideal que preside el proceso.  

La idea de la independencia, ya hecha práctica, en un proceso arrollador que subvierte la realidad existente, no se despliega y encarna como una empresa exclusiva de los sujetos que componen la vanguardia, sino además de las masas populares que realizan el proyecto en los campos de batalla.  Por eso, el abolicionismo que postula, está integrado a una nueva calidad y como tal se expresa.  No es igual el abolicionismo reformista, cuyo objetivo se enmarca dentro de la colonia dominada por la metrópoli, que el abolicionismo de Céspedes y Agramonte.  Existe una relación de antítesis, pues el abolicionismo del 68, independientemente que por razones lógicas al inicio se proclama de forma gradual, se funda no ya en reformas económicas de la clase de los hacendados esclavistas, sino en una revolución independentista, cuyos sujetos históricos, no lo componen sólo la burguesía, sino el pueblo que la realiza.  Esto imprime nuevas exigencias hacia la radicalización del proceso.146  

La idea de la independencia, en su nueva cualificación, tanto en su esencia como en su espíritu, constituye una totalidad orgánica, donde el abolicionismo le es inherente a ella, una de sus determinaciones para realizar el proceso mismo en que deviene.  Su realización es imposible al margen de la solución al problema de la esclavitud.  Para constituirse y desplegarse con éxito su programa, había que transformar de raíz las estructuras esclavistas.  

De modo análogo ocurre con los conceptos libertad e igualdad.  Son determinaciones concretas de la realización de la idea de la independencia.  Su propia existencia y trascendencia posible, presuponen e implican la libertad y la igualdad como totalidad del proceso mismo.

 

En la guerra del 68, libertad e igualdad en sus cualificaciones  concretas se presuponen, y al mismo tiempo, sirven de condición de realización de la idea de la independencia.  Es cierto que la gesta emancipadora, fundada en necesidades e intereses objetivos, su materialización en tanto tal, era una posibilidad real, sin embargo, en las condiciones concretas de Cuba, al margen de la libertad de los esclavos y la proclamación de la igualdad entre todos los hombres, la posibilidad no devendría realidad.  Por eso el Padre de la Patria, en el primer acto de La Demajagua, asume el problema, dando la libertad a sus esclavos y conminándolos a integrarse a la lucha en condición de igualdad.  A la realización de la independencia todo se subordina.  "No nos extravían rencores, no nos halagan ambiciones -enfatiza Céspedes- y sólo queremos ser libres e iguales, como hizo el Creador a todos los hombres".147  Esta idea se concreta aún más en el Decreto de 27 de Diciembre de 1868 sobre la esclavitud: "La revolución de Cuba, al proclamar la independencia de la patria, ha proclamado con ella todas las libertades, y mal podría aceptar la grande inconsecuencia de limitar aquellas a una sola parte de la población del país.  Cuba libre es incompatible con Cuba esclavista".148  

Libertad e igualdad, anhelos y hechos, reafirmados en el abolicionismo, imprime un nuevo nivel cualitativo a la idea de la independencia.  Le otorgan múltiples posibilidades de trascendencia en su despliegue a formas superiores y le dan entidad propia si la comparamos con el pensamiento anterior al 68.  "De igualdad no hablaron nunca, o lo hicieron en forma extraordinariamente discreta -refiere Ramiro Guerra a los reformistas- sin alcance político ni social.  En el Manifiesto de La Demajagua constan, en marcado contraste, terminantes y repetidas declaraciones favorables a la igualdad.  Libertad e igualdad -enfatiza Guerra- son términos que se usan por Céspedes conjuntamente, con su doble alcance político y social".149  

Doble alcance político y social que se define y concreta en la justicia social, pues "el hombre negro, libre civilmente, deseaba no sólo la libertad civil para él y para los esclavos.  Aspiraba también a la igualdad social de los negros todos, con la población blanca.  La declaración de principios del Manifiesto, y sobre todo, el hecho de haber pasado el mismo 10 de Octubre los esclavos de Céspedes a la condición de hombres libres y a la elevada jerarquía de "libertadores", dejó ampliamente abiertas las puertas a la raza negra para el logro de la reivindicación total de sus derechos".150  

La asunción de la libertad y la igualdad en estrecha vinculación y condicionamiento por el programa de la revolución naciente, no constituye un hecho casual, impensado, inmediato.  Se trata de la coronación de un ideal que posee historia de lucha y sacrificio.  Se incorpora a la ideología mambisa con status de principio consustancial a la Independencia y condicionante de ella.  Principio ahora fundado en hechos y "derechos imprescriptibles del hombre".   "El proceder de Céspedes en La Demajagua fue un factor decisivo de libertad, superación y dignificación del negro, y de equiparación de éste con el blanco.  La validación formal de la emancipación en el terreno jurídico podría venir más tarde, por etapas, cuando la nación más ampliamente representada así lo acordase".151  De todos modos en el transcurrir ideológico, y sobre todo práctico, de la gesta del 68 se fue desbrozando el camino para ascender a nuevos peldaños en el camino de la libertad.  El detonante producido por el Padre de la Patria, por la revolución en sus inicios, ya conformando la sustancia misma de la idea de la independencia, no se detiene, sino se consolida en la medida que ascienden las masas populares en el proceso emancipador como verdaderos sujetos.  

La idea de la independencia, en su estructura orgánica, ya determinándose como emancipación del hombre cubano, independientemente del color de la piel, a través de la libertad y la igualdad, conforman un sistema integrado como cultura que identifica una nación en sí.  Cultura que "es, de hecho, la permanencia y la eternidad del pueblo,152 pues fija una tradición independentista que resiste ante las adversidades y las vicisitudes inherente a la lucha.  

Una cultura de la independencia, en calidad de sustancia, sostén y fuente de la identidad nacional, que renueva e imprime vitalidad al proceso, hasta conservar y desarrollar la personalidad colectiva y la memoria histórica que garantiza el devenir del ideal nacional.  

El ideal nacional, basado ya en una memoria histórica y una personalidad colectiva no estuvo exento de contradicciones.  Si ciertamente el problema de la esclavitud, mediación central en la dialéctica del proceso de la independencia, fue asumido positivamente por la dirigencia revolucionaria, por la vía de su abolición, se presentaron dos posiciones.  La posición de Céspedes (abolición gradual y bajo indemnización y la de Ignacio Agramonte (abolición total).  Ambas posiciones -sin constituir antítesis ideológicas- expresaron diferencias político-tácticas.  Generalmente, siguiendo esquemas economicistas se buscan la causa sólo en la especificidad de las regiones de los líderes y los intereses que defendía cada uno, sin tener en cuenta otros aspectos que influyen en las conductas de los hombres.  

Un análisis objetivo, respecto a la actitud de Céspedes y Agramonte, ante la abolición de la esclavitud, sólo es posible mostrando el lugar que ocupa cada uno en la guerra, la madurez y experiencia de uno respecto al otro, influyendo además las posibles influencias que pueda recibir un abogado recientemente egresado de la universidad.153     Lo más importante es que ambos fueron excelentes patriotas y acérrimos abolicionistas, como lo demuestran los documentos históricos.  Las discrepancias -no ideológicas, sino político-tácticas- en torno a la abolición de la esclavitud y otros problemas de la contienda, fueron limados en el transcurso de la práctica de la guerra, a tal punto que mientras vivió Agramonte, a pesar de las reservas y conjuras existentes en la Cámara, el Padre de la Patria no pudo ser destituido como presidente.  

La historia real de la guerra del 68 evidencia que el ideal independentista no transitó libre de contradicciones, vicisitudes, etc., que se oponían a la unidad de acción frente al enemigo.  Una obra que revoluciona la cultura y deviene hecho cultural emancipador, viose presa del caudillismo, las intrigas políticas, el arribismo y la indisciplina... No fue fácil -destaca Sergio Aguirre- construir la unidad sobre determinadas diferencias ideológicas; a las que se unieron otros como las distancias generacionales, juventud y edad madura observándose con recíproca desconfianza como los regionalistas y hasta los temperamentales.  Todo ello rodeado por un marco de inexperiencia política, de inexperiencia revolucionaria que les ocultaba con frecuencia el límite justo entre la transigencia y la intransigencia, y que golpeó a todos:  los dirigentes y a los dirigidos.  Y aún así hubo vitalidad rebelde para sacudir a la metrópoli, casi sin ayuda exterior, durante una década".154  

Vitalidad rebelde que cimenta una tradición de lucha por la independencia, avalada por un proceso de profundización democrática que inicia Céspedes con la libertad a los esclavos y su incorporación al ejército libertador, hasta la ascención de Maceo al grado de General.              

Este proceso muestra cómo las exigencias mismas de la revolución van conduciendo a un cambio de la dirección de la guerra, de la clase de los hacendados ricos a un representante de los humildes.  

Al mismo tiempo, en el transcurso de la contienda aparecen dos figuras intermedias: Ignacio Agramonte y Máximo Gómez.  El primero "de cuna rica como Céspedes, pero veintidós años más joven que él, se apodera en Guáimaro de la dirección ideológica de la revolución para derrotar tres de los principios programáticos conservadores del Cespedismo... Si Gómez no significó una nueva dirección programática coherente, significó un origen social mucho más modesto que el de Céspedes y Agramonte, una concepción de la guerra como inmediata tarea nacional superadora de todo regionalismo".155  

Estos elementos fueron de gran valor para que la guerra, a pesar de las múltiples vicisitudes, se mantuviera en pie durante diez años, produciendo cambios radicales en la estructura socioclasista o sentando las premisas.  Precisamente por la orientación popular que fueron tomando los acontecimientos, incluyendo a sus propios dirigentes, la idea de la independencia se mantiene incólume.  La protesta de Baraguá es un ejemplo de intransigencia revolucionaria, que no acepta pacto alguno, que conduzca a una paz sin independencia y abolición.  

El pacto del Zanjón y su antítesis, la protesta de Baraguá puso claramente en evidencia que la defensa de la nación cubana, de su identidad nacional, no era posible bajo la égida de la clase de los hacendados ricos, sino sólo bajo la dirección de los representantes del pueblo.  "Maceo -señala con justa razón Sergio Aguirre- reflejo y timón de compatriotas anónimos, simbolizó en la Protesta la madurez de los estratos cubanos inferiores para orientar los rumbos de la nación entera".156


Conclusiones

 

La historia del pensamiento cubano muestra la existencia de la continuidad de un proceso en la cual todos los valores esenciales del hombre en función del progreso se han conservado hasta afirmarse como tradición.157  Tradición que garantiza la existencia y permanencia de la memoria histórica, así como su enriquecimiento, vitalidad y defensa de la identidad nacional.  

En esta dirección, la defensa de la tradición al servicio del ideal independentista resulta lógica y racional, pues es depositaria de la expresión más auténtica de la cultura cubana y elemento estructurador de la nación en sí.

La tradición independentista cubana, siguiendo la lógica objetiva de su movimiento, como herencia, trasmisión de un ideal de una generación a otra, constituye un proceso de concreción y determinación de la idea de la independencia en la historia cubana, en el devenir nacionalidad-nación en sí.  

Proceso que discurre en múltiples formas de realización de la actividad humana.  Diversos modos en que se exterioriza la idea de la independencia en su tendencia progresiva hacia su encarnación práctica.  En el arte, la literatura, la política, etc., el ideal encuentra cauce de exteriorización y sujetos portadores.158  La labor educativa, en la medida que forma una conducta cívica y una cultura de los sentimientos, prepara y crea condiciones para la realización del ideal.  Funda premisas para comprender su programa político, así como revelar otros mecanismos y condicionantes necesarios  en los marcos de la producción humana y las relaciones sociales.  

Esto significa que la tradición independentista, siendo resultado de una necesidad objetiva, no adviene ni deviene sólo en sus expresiones espontáneas, a través de la comunicación vivencial, y la conciencia cotidiana, sino posee formas teóricamente elaboradas de la necesidad  e intereses sociales de los hombres.  Existe la ideología que expresa de forma profunda, como conciencia histórica el ideal de la nación y las clases.

Ya en El Habanero, Félix Varela expresa la idea de la independencia, en término de un programa político de lucha, que las generaciones posteriores asumirán como tradición teórico-precursora.  En la obra de Varela está presente una teoría coherente de la independencia de Cuba, como única alternativa posible ante el fracaso del reformismo y la ineficacia del anexionismo.  En ella el padre Varela fundamentó las causas en que se fundan la teoría, los medios y mecanismos para lograr la independencia, así como los obstáculos a enfrentar.  Existe una teoría, con un objeto específico, así como el método y los procedimientos de su realización.  

En el ideario político de Varela existe un cuerpo teórico propio, que asume en síntesis la herencia universal en torno a la idea de la independencia y lo expone con originalidad y coherencia para las condiciones de Cuba.  Según Manuel Bisbé, "Varela... crea y defiende la doctrina separatista y revolucionaria"...159  "Su amor a la libertad, a la dignidad humana, a la justicia, expresa sentimientos universales, válidos para todos los tiempos y se vincula a la más hermosa tradición cubana, a la doctrina de la revolución..."160  

Por su parte Gay-Calbó, caracteriza al presbítero que nos enseñó en pensar, como el "primero de los revolucionarios, del que inicia la cruzada redentora con las fuerzas de sus ideas, más perdurables e invencibles que las razones de la fuerza".161    Esto no niega en modo alguno las posibilidades de desarrollo y sistematización futura de la teoría vareliana de la independencia.  Todo lo contrario, en la dialéctica de la historia, las nuevas circunstancias sociales, lo presupone.  La práctica revolucionaria de 1868, determina sistematiza y concreta la teoría independentista elaborada por Félix Varela y otros patricios cubanos que de una u otra forma contribuyeron a ella.  Es lógico y natural, pues la práctica siempre es más rica que la teoría.  En la práctica se descubren nuevas mediaciones y condicionamientos que enriquecen la teoría.  

La teoría independentista desarrollada en 1868, que guió todo el proceso de la contienda -no refiero sólo el manifiesto de Céspedes- fue profundizándose en la medida que asumía nuevas realidades.  Su coherencia en tanto teoría, no está en dependencia de las coyunturas políticas particulares que asuma y enfrente.  Toda teoría -y más aún la independentista- no constituye un ente a priori que fija normas a la realidad, separada de ella.  En su aprehensión de la realidad está expuesta constantemente a otras alternativas que debe dar respuesta en la práctica misma.  

Es incuestionable que el independentismo en la medida que asumió e integró a la teoría el abolicionismo, se cualifica en nuevas determinaciones de concreción, al igual que en el proceso mismo de radicalización, cuando la orientación independentista se torna más radical con el ascenso de las masas populares.  

El independentismo de 1868 como teoría de la transformación y el cambio de la estructura colonial, expresó, rectoreó y fundamentó la conciencia nacional.  Sin embargo, el problema no debe plantearse de modo estático, sino en su historicidad dinámica y valorando la totalidad del fenómeno, a partir de la heterogeneidad clasista y los resultados que se obtuvieron en el proceso.  Si bien la guerra de 1868, no dio solución a la contradicción fundamental metrópoli-colonia, sí logró el tránsito de la nacionalidad a la nación.  Por primera vez independentismo y abolicionismo se imbrican en unidad dialéctica; segundo, se constituye la estructura jurídica de la nación, es decir, una República en armas, con sus órganos de gobierno en la Asamblea de Guáimaro y tercero, aparece otro factor de consolidación: el orgullo nacional.  

El independentismo del 68 representó la conciencia nacional y con ello continuó una tradición político-cultural en defensa de la nación.  Sus máximos representantes, que al inicio de la contienda lo integraron los hacendados azucareros y terratenientes más radicales sintetizaron el sentir de los intereses de la nación hasta un determinado nivel y en la medida que la realidad nacional planteó nuevas exigencias en el contexto de la práctica nacional libertadora, aparecen nuevos sujetos, nuevas vanguardias revolucionarias, cuyas necesidades e intereses coinciden con los anhelos de las grandes masas.  Esta nueva realidad encontrará su cauce verdadero en el programa de José Martí, con objetivos políticos, económicos y sociales de gran trascendencia.

Sin embargo, el programa de José Martí fue posible sobre la base de la nación cubana que inaugura y realiza la contienda del 68.  El pensamiento revolucionario y antimperialista en que se asienta la obra martiana, responde a  las nuevas relaciones sociales engendradas o iniciadas por la guerra del 68, así como a la labor creadora de las propias experiencias dimanantes de la guerra grande, la tradición independentista y del contexto social de su época, incluyendo la práctica latinoamericana y el conocimiento de la realidad norteamericana y europea.

 

La comprensión real del devenir del independentismo cubano, resulta insoluble al margen de la intelección dialéctico-procesual en que tiene lugar.  Desde la primera determinación de la idea de la independencia de su expresión teórica por Félix Varela, hasta su concreción en el 68, sintetiza y compendia la dialéctica de lo general y lo específico.  Toda teoría es tal, en la medida que generaliza y asume una herencia acumulada y es capaz de concretarse en universos concretos de la realidad.  El iluminismo, la Rev. francesa y otras influencias europeas y latinoamericanas de la época, sirven de base  nutricia al pensamiento independentista, que unido estrechamente con la práctica cubana y el conocimiento profundo de su realidad posibilitan la elaboración de una teoría, capaz de satisfacer las exigencias histórico-concretas de la Cuba Colonial, en los marcos de la contradicción metrópoli-colonia.  

La idea de la independencia, síntesis de la dialéctica de lo universal y lo singular, así como de otras mediaciones y condicionamiento de índole objetiva y subjetiva, en su proceso deviene tradición y con ello, fuerza telúrica en defensa de la identidad nacional cubana.  

La tradición independentista cubana, en tanto herencia acumulada posee su historia.  Historia que sin reducirse a las ideas hipostasiadas de la realidad social o a los personajes relevantes, posee momentos culminantes con sus respectivos sujetos-agentes.  Es decir, una tradición en constante desarrollo expresada en un diálogo perenne pasado-presente, presente-futuro.  Un proceso de negación dialéctica que incluye y presupone elementos de conservación y formas de superación, para así totalizarse en determinaciones concretas e imprimir sus huellas a través de la personalidad colectiva y su correspondiente memoria histórica.  Únicas formas que compendian y garantizan el devenir del ser esencial cubano, incluyendo la continuidad y sus nuevas cualificaciones.  

Momentos-hitos, culminantes, en el proceso de determinación y concreción de la tradición independentista, se sintetizan en Félix Varea - Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte - Máximo Gómez - Antonio Maceo y José Martí.  Esto no niega los eslabones intermedios que operan en el proceso.  Todo lo contrario, lo presuponen, pues toda síntesis, incluye de modo superado las múltiples determinaciones y mediaciones de la totalidad orgánica que refleja y reproduce.  

El ideal independentista, única corriente política del siglo XIX cubano, capaz de convertir la nacionalidad en nación e insertar la Isla en la modernidad con personalidad propia, tiene su momento culminante en la gesta de 1868, tanto por su contenido, como por la forma en que trasciende todo el organismo social.  Aquí la tradición se enriquece y amplía.  Adquiere nuevos grados cualitativos el fin emancipador que le es inmanente, en la medida que supera obstáculos y realidades que impide su ascenso progresivo.  La abolición de la esclavitud, la integración etno-social, con la correspondiente imbricación y unidad de los conceptos de libertad e igualdad, fueron resultados de la guerra grande.  Las transformaciones estructurales y superestructurales que trajo aparejado la contienda libertadora sentaron las premisas para la existencia de la nación y con ella su identidad propia.  

El papel de la tradición ético-humanista del pensamiento cubano, es insoslayable para comprender los comportamientos de los patricios del 68 y su lugar en la transformación del pensamiento liberal burgués hacia formas democrático-revolucionarias, fundadas en las grandes masas.  La eticidad, inherente a la concepción del mundo del Padre de la Patria, devino patriotismo sin límite, capaz de orientar su actuación por encima de la clase que representa.  Tanto Céspedes, representante de los hacendados orientales, como Ignacio Agramonte, que reflejaba los intereses de las capas medias, especialmente a los intelectuales del Camagüey, eran ante todo patriotas, consecuentes independentistas que supieron sobreponerse a disímiles problemas en pos del ideal supremo: la independencia absoluta; y en su comportamiento real, ambos representaron la conciencia nacional. "Las diferencias -señala Le Riverend- no impidieron la unidad que se logró en Guáimaro.  Es lo esencial.  Y Guáimaro significa que el patriotismo local adquiere aceleradamente la fuerza de un patriotismo nacional que precisamente, como subraya Martí, fue uno de los grandes éxitos de esa Revolución".162  

Al mismo tiempo, el ideal independentista, devenido tradición en un proceso dialéctico complejo de determinaciones, no constituye un ente fuera de contexto y al margen de las clases, los grupos sociales e incluso los sujetos históricos que le sirven de portadores.  La tradición -ya Hegel lo dijo- es herencia acumulada, pero no estática.  Ella misma requiere elaboración, trabajo, en fin necesita de la obra continuadora.  Y la obra continuadora no es un acto espontáneo y homogéneo, pues posee sus condicionamientos, su necesidad, en función de la época y de la clase que la protagoniza y otros momentos de carácter objetivo y subjetivo.

El proceso de democratización y alcance mayor del ideal independentista tiene su fundamento en los efectos mismos de la contienda liberadora, en la participación de las masas populares y las nuevas relaciones sociales que ha engendrado. "Si Gómez y Maceo iniciaron la lucha bajo las banderas de una revolución democrática burguesa -señala O. Miranda- a Maceo tocó cambiar el sesgo capitulador del Zanjón por la tregua necesaria bajo las banderas de una revolución que iba mucho más allá de las aspiraciones burguesas que habían encontrado su fundamentación teórica en el ideario de 1789.  Lo más radical del pensamiento iluminista representado por las ideas de Rousseau, entroncaba con ideales más avanzados que respondían a los intereses de los explotados... la importancia de Baraguá no está sólo en el mensaje de continuidad de la guerra que expresó, sino en el hecho, además, de que fuera el mulato Maceo quien protagonizara la gesta, anunciando el contenido clasista de la nueva etapa de la lucha".163

Máximo Gómez y Antonio Maceo, protagonistas de la guerra del 68 y representantes de las clases más humildes del pueblo, dan cuenta de una nueva orientación social del pensamiento que guía los cauces de la revolución.  El propio Gómez lo confiesa: "muy pronto me sentí yo unido al ser que más sufría en Cuba y sobre el cual pesaba tan gran desgracia: el negro esclavo.  Entonces -reafirma Gómez la esencia de su humanismo- fue que realmente supe que era yo capaz de amar a los hombres.  

Por mis relaciones con cubanos -continúa el generalísimo- entré en la conspiración, pero yo fui a la guerra, llevado por aquellos recuerdos, -refiere al maltrato de los esclavos- a pelear por la libertad del negro esclavo; luego fue mi unión contra lo que se puede llamar esclavitud blanca, y fundí en mi voluntad las dos ideas y a ellas consagré mi vida; pero, a pesar de los años que han pasado, no puedo olvidar que acepté al principio la revolución para buscar en ella la libertad del negro esclavo".164  

Antonio Maceo, exponente máximo en la guerra de 1868, del sentir popular, representa la asunción de la conciencia nacional en un nuevo peldaño de radicalización, en correspondencia con el nuevo sentido clasista en que ha transitado el proceso.  Maceo sintetiza la línea de ascenso de las masas populares y al mismo tiempo su continuación, que entroncará en unidad indisoluble con el ideario antimperialista y revolucionario radical de José Martí.  

La obra teórica y práctica de Antonio Maceo tiene como fundamento un humanismo revolucionario y una cubanía sin límites que encarnan principios, sobre los cuales se despliega todo su quehacer patriótico-independentista.  Humanismo mambí que compendia en síntesis el proceso de formación de la identidad nacional y la tradición político-revolucionario en que se determina y concreta la existencia de la nación cubana.  

Su pensamiento profundo y rico en determinaciones político-sociales -subestimado en gran parte por la historiografía burguesa antes del triunfo de la revolución- constituye un programa político de lucha.  En él, la independencia total de Cuba y su constitución en república libre y soberana para los cubanos, deviene presupuesto central.  En carta a Anselmo Valdés reitera y reafirma su objetivo primario: "La Patria soberana y libre es mi único deseo, no tengo otra aspiración.  Con la soberanía nacional obtendremos nuestros naturales derechos, la dignidad sosegada y la representación de pueblo libre e independiente".165  

En función de este fin supremo, el general Antonio despliega su sistema concepcional esencialmente humano.  Argumenta con fundamentos sólidos sus posiciones y estigmatiza todas las conductas tácticas, estratégicas, intereses individualistas, regionalistas y racistas que se apartan de la verdadera línea revolucionaria, así como las mezquindades, procederes indignos y deslealtades que tuvieron lugar en la contienda.  

Su amor a la patria, la defensa de la identidad nacional, devenida totalidad concreta de la existencia cubana y deber sagrado del pensador y aguerrido mambí cubano, fue razón de su ser y fuerza motriz en la lucha emancipadora por la libertad.  

Su rico pensamiento sociopolítico, permeado por un humanismo revolucionario radical o intransigente que trasciende objetivos inmediatos, impregna universalidad y vuelo visionario a su obra.  En esta dirección, al asumir el problema de la Patria y su emancipación, aparecen múltiples ideas esenciales que enriquecen el concepto y adelantan tesis de una connotación muy profunda para la reflexión.  Así, en sus comentarios a la carta que dirigió al general Polavieja, señala: "...pienso que no hay más salvación que la independencia absoluta de Cuba, no como fin último, sino como condición indispensable para otros fines ulteriores más conforme con el ideal de la vida moderna, que con la obra que nos toca tener siempre a la vista, sin atemorizarnos de ella.  Antes tomar mayor empeño para resolverla con la lealtad del ciudadano que se debe a la Patria y con la honradez y pureza de motivos del hombre que ante todo se debe a la humanidad".166  

En la concepción de Maceo, al igual que Martí, la independencia de Cuba, es prerrequisito necesario para otras realizaciones en correspondencia con el ideal de la vida moderna, es decir, no sólo constituye un fin en sí, sino medio y fundamento para lograr superiores metas de la sociedad cubana.  Al mismo tiempo no existe una concepción estrecha de la obra humana en la redención social, pues interés patrio y humanidad aparecen indisolublemente vinculados.  "En cuanto a mí, -escribe Maceo- amo a todas las cosas y a todos los hombres, porque miro más a la esencia que al accidente de la vida; y por eso tengo sobre el interés de raza, cualquiera que él sea, el interés de la humanidad, que es en resumen el bien que deseo para mi patria querida".167           Humanismo, racionalidad y comprensión objetiva del devenir histórico en el pensamiento de Maceo, otorgan a su obra fuerza, profundidad y verdad.  Enemigo de la retórica abstracta y vacía siempre apela a los hechos y al hombre en su entorno histórico concreto, para de este modo proyectar la estrategia y la táctica a seguir.  Él comprende con certeza "...que el triunfo de un ideal depende en gran parte de la conformidad de las ideas definidas en la conciencia pública transformada con las condiciones en que vivimos, o sea, con el medio histórico que nos rodea y aunque donde hay que hacer intervenir la fuerza al momento de la acción se confía a una oportunidad bien apreciada, no seré yo -afirma Maceo- de los que violente la marcha de los acontecimientos; no trabajamos principalmente para nosotros ni para la presente generación, bien al contrario, muévenos sobre todo el triunfo del derecho de todas las generaciones que se sucedan en el escenario de nuestra Cuba, y no creemos nunca que por una hora de vanidad o de egoísmo se debe comprometer la felicidad de muchos siglos".168  

En su concepción el ideal no existe al margen de la historia, se despliega y realiza en ella, a través de la acción de los hombres, que con un sentido moral de la vida devienen sujetos de la Historia.  

El pueblo, según Maceo, se convierte en sujeto superior de la Historia, en la medida que sea dueño de su destino, libre e independiente, "para cuyo fin necesita ser unido y compacto", así como apoyarse en la razón y el derecho.  

El sentido histórico con que piensa la realidad cubana, el profundo conocimiento de las necesidades de su pueblo y su patriotismo militante sirven de fundamento a su intransigencia independentista.  Cuando muchos ya estaban "cansados" o confundidos y firman la paz sin abolición de la esclavitud ni independencia total, la voz del Titán de Bronce se oye con fuerza en la Protesta de Baraguá.  Hecho que se convirtió en símbolo para las subsiguientes generaciones de revolucionarios.  

Tanto en la gesta histórica de 1868, como en la de 1895, la intransigencia revolucionaria de Antonio Maceo se revela en calidad de principio que media todo el proceso de lucha por la independencia.  Su humanismo revolucionario y cubanía, presuponen una conducta invariable, frente a todo lo que se oponga, niegue o menoscabe la identidad nacional cubana, ya sea España o Estados Unidos.  "De España -escribe Maceo- jamás esperé nada; siempre nos ha despreciado, y sería indigno que se pensase en otra cosa.  La libertad se conquista con el filo del machete, no se pide; mendigar derecho es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos.  Tampoco espero nada de los americanos; todos debemos fiarlo a nuestros esfuerzos; mejor es subir o caer sin ayuda que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso".169  

El conocimiento profundo de la realidad histórica del continente americano, mediado por una ideología político-moral consecuente que sólo reconoce al pueblo como "sujeto de la historia" y no subordinado a imperio alguno, sienta las bases del antimperialismo del Titán de Bronce.  Su optimismo revolucionario, su fe en el futuro independiente de Cuba y la confianza absoluta en los propios esfuerzos de los cubanos para lograr la libertad y soberanía de la patria, determinan que Antonio Maceo no conceda importancia al reconocimiento de la beligerancia cubana por los E.U. así como la rotunda oposición a su intervención en la contienda cubana.

La obra de Maceo, encarnada en un pensamiento profundo y una práctica revolucionaria consecuente con las necesidades históricas del devenir epocal cubano, dejó huellas indelebles en la cultura cubana.  Su independentismo inclaudicable, permeado de un humanismo revolucionario y cubanía sin par, preservan la identidad nacional y sientan pautas a las generaciones venideras.  Su ideología mambisa, cimentada en una política de principios devino autoconciencia nacional del pueblo cubano, y con ello, un paradigma erigido en bandera de combate.  

La contienda liberadora de 1868, forjó hombres e ideas nuevas para los tiempos nuevos.  Fijó una tradición que es al mismo tiempo sentimiento y conciencia histórica con entidad propia: una identidad enraizada en la dignidad plena del hombre, cuya racionalidad dimana de la propia historicidad en que se realiza y en la cultura de resistencia en que se funda.  

La guerra del 68 en su génesis y desarrollo preludió una revolución en el pensamiento político-social.  La idea de la independencia absoluta en su transcurrir arrollador se impone frente a las manifestaciones anexionistas y de corte reformista, en tanto expresiones inauténticas de la existencia cubana.  La tradición independentista en la práctica del 68 conmociona y trasciende la estructura y todo el edificio superestructural de la sociedad colonial y con ello funda un nuevo independentismo que Martí cualifica y da nuevos cauces, contenido y proyección político-social. Proyección sedimentada en una conciencia histórica con nuevos sujetos históricos que engendraron las transformaciones económicas, políticas y sociales de la contienda.  Maceo representa el hombre enlace con la obra martiana.  El momento culminante de la ideología mambisa en cuanto a radicalización clasista se refiere.  Ideología mambisa devenida autoconciencia de las masas oprimidas por el sistema colonial y baluarte en la defensa de la identidad nacional.  

Con Maceo, la idea de la independencia, el pensamiento político independentista, deviene totalidad concreta.  Un pensamiento sólo comprometido con las clases y grupos sociales portadoras del progreso de la nación en sí.  Esto explica por qué Maceo representa verdaderamente la conciencia nacional y con ello una totalidad que asume y enriquece Martí.  El propio apóstol de la independencia de Cuba tenía conciencia del valor y trascendencia del pensamiento de Antonio Maceo, de la hondura, profundidad y fuerza de sus ideas.  Para Martí, en Maceo, pensamiento y acción se conjugan en unidad recíproca.  Y la Protesta de Baraguá, "una de las páginas más gloriosas de nuestra historia", un crisol que  sintetiza, compendia, y marca nuevos derroteros al ideal independentista, ahora protagonizado por las grandes masas.  

No es posible estudiar el programa ultrademocrático del Partido Revolucionario Cubano de José Martí -así lo llamó Julio Antonio Mella- al margen de la tradición que inicia Varela y realiza y enriquece la praxis del 68.  El ideario de libertad, soberanía y democracia, enraizado en una concepción ética humanista, en calidad de principio estructurador del ideal independentista, determina una nueva calidad al pensamiento político revolucionario cubano.  Nueva cualidad que, en el devenir histórico de la contienda va desplegando determinaciones que expresan un proceso de nivelación clasista, de democratización y de nuevos sujetos en la rectoría de la lucha.  "La guerra de los Diez Años... tiene un comienzo y un fin que delatan bien los cambios históricos que han tenido lugar en tan corto aunque intenso período.  Céspedes, terrateniente esclavista -enfatiza Pino-Santos- es el primero en iniciarla.  Maceo, mulato, hijo de clase pobre, es el último en abandonarla.  La Demajagua representa la última llamarada histórica de las clases ricas cubanas.  Jamás volverían a ocupar un puesto de vanguardia en el quehacer nacional.  Los mangos de Baraguá, en cambio, anunciaron al pueblo desposeído que estrenaba su heroísmo y tenacidad sin límites en la tarea de constituir el porvenir de la patria".170  

El carácter popular que asume el proceso va permeando el pensamiento político-independentista hasta imponer nuevas proyecciones y alcance social.  El propio discurso teórico que le sirve de autoconciencia cambia -Maceo es un ejemplo ilustrativo- y expresa nuevos matices y contenidos en función de las nuevas realidades y contextos.  El humanismo abstracto, ahistórico y apriorístico, cede posiciones ante el empuje de las grandes masas.  Los conceptos libertad, igualdad, democracia, adquieren nuevas determinaciones.  En fin, necesidad histórica-actividad consciente de las masas, siguiendo la línea del progreso en revolución, imprime un nuevo sello a la política, y en su totalidad a la cultura, como medida del desarrollo.  

La obra martiana bebe de esta fuente nutricia, asume y supera esta herencia-tradición.  Sus discursos en homenaje al 10 de Octubre dan cuenta de ello.  Todas sus valoraciones de las experiencias del 68, expresan un pensamiento en proceso de continuidad y ruptura, una proyección político-social fundada en una memoria histórica que se sabe cultura cubana y establece deslinde con el liberalismo burgués, en pos de la revolución necesaria y una República con todos y para el bien de todos, que garantice el imperio de la dignidad plena del hombre.  

Resulta estéril desentrañar la esencia del viraje revolucionario que produce Martí en el pensamiento político-social cubano del siglo XIX si se soslaya la tradición política anterior, incluyendo la praxis revolucionaria que durante diez años le otorgó entidad concreta, forjando una nación con personalidad propia y una memoria histórica que legitima su identidad y encauza su continuidad.  

Al mismo tiempo un análisis profundo del problema no puede obviar que el independentismo de 1868, constituye un hecho cultural, que sintetiza el nivel alcanzado por la cultura cubana.  Cultura que, sin negar las influencias asumidas e integradas a su contenido, revela autoctonía y autenticidad por ser expresión del alma de la nación cubana.  

El programa ético-político de Varela y Heredia, enraizado en una cultura de los sentimientos y un pensamiento creador, continuado por Luz y Caballero en la preparación de la generación del 68 y enriquecido en la gesta emancipadora, devendrá premisa inmediata que  Martí asume y elabora creadoramente en las nuevas condiciones históricas.  La generación del centenario asume este legado y lo convierte en realidad concreta. Con ello, la nación en sí deviene nación para sí con su correspondiente cultura del ser y la resistencia, como condición de la preservación y desarrollo de la identidad nacional cubana.  

 

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Referencias:

[1] "La memoria es la dueña del tiempo -refrán yoruba que destaca Barnet-(...) Hay una amnesia colectiva del capitalismo señaló Barnet, y el antídoto para rescatar ese gran tesoro es la memoria, de ahí la importancia de la identidad nacional" (Barnet, M. Memoria dueña del tiempo. Clausura del Consejo Nacional de la UNEAC, Periódico Granma, 27 de Febrero/2001, p. 7.) .

  2. Eduardo Torres Cuevas: La autenticidad del pensamiento de Félix Varela. Revista Universidad de La Habana No. 35, 1989, pág. 31

  Le Reverend, J. "Varela: transición ideológica en pos del futuro". Rev. Santiago, No. 71, Stgo. de Cuba, Dic/1988, pág. 22.

Ver capítulos I, II y III de la obra Historia de Cuba.  Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales 1868-1898, bajo la redacción de María del Carmen Barcía, Gloria García y Eduardo Torres-Cuevas, Editora Política, La Habana, 1996.

  "¿Qué es la tradición?" -Pregunta M. Vitier, sin intentar hacer definiciones completas que tanto rehuye por ineficaces- Por lo pronto, muchos la entienden mal. No es compromiso total con el pasado para repetir y perpetuar los criterios de antaño.  Amar la tradición no implica adherirse sistemáticamente a las normas de períodos que tuvieron sus problemas muy diferentes de los nuestros.  Significa sentir la continuidad de las altas aspiraciones humanas y reconocer que ya antes que nosotros hubo quienes se preocuparon por elevar la condición del país.  Significa sentirnos ligados en el tiempo y en el propósito a una obra de salvación nacional, aunque con medios distintos, y significa, en fin, un tributo moral a la virtud de los antepasados" (Vitier, M. Valoraciones I. Universidad Central de Las Villas, 1960, p. 246). 

  6 Aristóteles: Metafísica Política. Inst. del Libro. La Habana, 1968, pág. 136.

 7 Ver Nicola Abbagnano: Diccionario de filosofía.  Instituto Cubano del Libro. La Habana, 1963, pág. 640.

  8 Ibidem, pág. 641 

  Hegel. Ciencia de la Lógica. Ediciones Solar/Nachete S.A. Argentina. Tomo II pág. 362.

10 Ver V.I. Lenin: Cuadernos Filosóficos. Edit. Progreso, Moscú. O.C. Tomo 29 págs. 117-118-122-133-142-143-151-173-179-255.

  11 L. Kofler: Historia y dialéctica. Edit. Amorrortu. Buenos Aires, 1972, pág. 42.

  12  Eli de Gortari: Introducción a la Lógica Dialéctica. Publicaciones Di anoia. UNAM, México, 1974, pág. 132-133.

 13 Ibidem.

  14  E. V. Ilienkov: Lógica Dialéctica. Edit. Progreso, Moscú, 1977, pág. 387.

  15  Ibidem. Págs. 386-387.

  16  Ver de García M. y Baeza, C. Modelo teórico para la identidad cultural. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello. La Habana, 1996, pp. 54-77.

  17  Ver Guadalupe Ruiz Giménez. El problema de la identidad en las sociedades iberoamericanas. Cuadernos americanos 2. UNAM, México, 1987, pág. 81.

18 "Nombrada y proclamada constantemente la cuestión de la identidad no deja de ser una doctrina nacionalista.  Como credo sobreentendido y sectario, como ideología prefijada y predestinada en que la nación viene a ocupar el lugar de Dios supremo, llega a cosificar al hombre y sus capacidades sometidas a ese valor único." (Teresa Waisman. ¿Identidad nacionalista o conciencia nacional? En Cuadernos Americanos. UNAM, México No. 1, 1985, pág. 121.

  19  Ver Prólogo de Saúl Rivas-Rivas al libro de Esteban Emilio Mosonyi: "Identidad nacional y culturas populares" Edit. La Enseñanza Viva, Caracas. Venezuela, 1981, pág. 10.

  20  Ibidem.

  21 Ibidem.

  22  Mosonyi, E. Identidad nacional y culturas populares. Edit. La Enseñanza viva, Caracas, Venezuela, 1981, p. 277.

  23  Esteban E. Mosonyi. "Dialéctica de la identidad nacional".  En O. Cit. págs. 227-285.

  24  "Si partimos de un tiempo histórico en que el pasado vive y actúa bajo distintas apariencias y donde el futuro no se perfila como un ente desarticulado y flotante, sino como el desenvolvimiento de proyectos históricos íntimamente ligados a etapas anteriores, no hay dudas de que estamos inmersos en un planteamiento pancrónico". (Ibidem, pág. 160).

  25  "...No existe sujeto individual o colectivo -sea persona, clase social, pueblo o nación- que no tenga identidad propia, debido a que esta es la visión del mundo o Weltanschau que le es necesario para conducirse en su quehacer.  Es la brújula que lo guía a través de los constantes cambios de la realidad en que vive". (Heinz Dietrich: Emancipación e Identidad de América Latina: 1492 -1992.  En nuestra América frente al V Centenario. Edit. Joaquín Mortiz/Planeta, México, 1989, pág. 46.

  26  Ibidem. pág. 45.

 27  Sobre esto, ver de Esteban Emilio Mosonyi: Identidad nacional y cultura populares. Edit. La Enseñanza viva. Caracas. Venezuela, 1981, pág. 10.

 28 Alejandro Serrano C. Prolegómenos a una teoría del ser latinoamericano. En Anuario de Estudios Latinoamericanos, No. 17 UNAM. México, 1985, pág. 20.

 29  Ibidem, pág. 18. 

 30  Leopoldo Zea. "La Revolución Cubana en la dialéctica de la historia".  Cuadernos Americanos No. 7 UNAM, México, 1988, pág. 78.

 31   "El hombre americano -escribe Zea- se pregunta sobre la posibilidad de participar en la cultura occidental en otros términos que no sean los puramente imitativos. No quiere seguir viviendo, como decía Hegel, a la sombra de la cultura occidental, sino participar en ella.  Es esta su participación la que debe ser original ...), la del hombre que, a partir de unas determinadas circunstancias que le han tocado en suerte, interviene en la elaboración de la cultura (...), aportando a la misma las experiencias que ha originado su situación concreta.  Es la preocupación del hombre que quiere ser algo más que el reflejo o eco de una cultura; la del hombre que quiere ser parte activa de la misma". (Leopoldo Zea. "América en la historia".  Fondo de Cultura Económica), (México, 1957, pág. 12). 

  32  Huyunh Cao-Tri: Identidad cultural y desarrollo. Alcance y significación. Cuadernos Americanos No. 1 México, D.F. 1985, pág. 107.

  33   Entiéndase la cultura como toda producción humana en su proceso, resultado y síntesis del ser esencial del hombre y que se concreta en la historia, el arte, la literatura, la ética, la filosofía, la economía, el derecho, la ciencia, etc. Cultura es realidad material y espiritual humana, conocimiento, sensibilidad, valor, praxis y comunicación.

 34  Ibidem.

 35  Ibidem.

  36  Pablo Guadarrama, Nicolai P. Lo universal y lo específico en la cultura. Edit. C. Sociales, La Habana, 1990, pág. 65. 

  37  Sobre esto ver C. Marx y F. Engels. La Ideología Alemana, primer capítulo. Aquí aparece un análisis profundo del devenir histórico del hombre y su cultura.

  38  V. Mezhviev. La cultura y la historia. Edit. Progreso, Moscú, 1980, pág. 116.

  39 Esto no significa en modo alguno ideologizar en grado extremo la concepción de la cultura y mucho menos negar los valores culturales universales.

  40  V. I. Lenin: La cultura proletaria. En Lenin La Ideología y la cultura socialista. Edit. Progreso, Moscú, 1979, pág. 154.

 41  A. Hart: Cultura e identidad nacional. Ministerio de Cultura, La Habana, 1989, pág. 20. 

  42   "En el sentimiento nacional juegan especialmente las raíces telúricas, folklóricas, las costumbres, lo que surge de la geografía y de la Psicología. La conciencia nacional nace de la necesidad del progreso de la comprensión de las causas económicas, sociales, culturales y políticas que lo traban, se oponen o lo dificultan". (Leonardo Paso. Independencia, afirmación nacional y unidad latinoamericana. En Revista Islas No. 78, Mayo-Agosto 1948, pág. 158.

 43  José A. Portuondo: "Cuba, nación para sí".  En la obra del propio autor: Crítica de la época y otros ensayos. Univ. Central de las Villas, 1963, págs. 51-52.

 44  Términos conceptuales que emplea el Dr. J. A. Portuondo para cualificar distintos niveles en el proceso de formación de la nación, y que el autor de este trabajo asume.

  45 Ibidem, pág. 73.

 46 René Depestre: Los fundamentos socioculturales de nuestra identidad.  En Revista "Casa de las Américas" No. 58, enero-febrero, La Habana, pág. 33.

 47  Ibidem, pág. 34.

 48  Ibidem, pág. 33

 49  Ernesto Guevara: El Socialismo y el hombre en Cuba. En Obras, 1957-1967, Casa de las Américas, T. II, pág. 382.

 50  "Primero fue la cultura de los siboneyes y guanajabibes, la cultura paleolítica... Después la cultura de los indios taínos, que eran neolíticos.  Ya con los taínos llegan la agricultura, la sedentariedad, la abundancia, el cacique y el sacerdote.   Llegan por conquista e imponen la primera transculturación... Luego un huracán de cultura; es Europa.  Llegaron juntos y en tropel el hierro, la pólvora, el caballo, la rueda, la brújula, la moneda, el salario, la letra, la imprenta, el libro, el señor, el rey, la iglesia, el banquero... Y un vértigo revolucionario sacudió a los pueblos indios de Cuba, arrancando de cuajo sus instituciones y destrozando sus vidas." (F. Ortiz.  El fenómeno de la transculturación y su importancia en Cuba.  Rev. Bimestre Cubana Vol. XLVI No. 2, Sept-Oct, 1940, pág. 275.

 51  Ibidem.

  52  Oscar Pino Santos: Historia de Cuba. Aspectos fundamentales. Edit. Nal de Cuba. La Habana, 1964, pp. 326.

 53  Ver Sergio Aguirre. Historia de Cuba. Tomo 1. Edit. Nal. de Cuba. La Habana, 1968 pág. 125, 149-150.

 54  Ibidem. pág. 200.

 55  Julio Le Riverend: Síntesis histórica de la cubanía en el siglo XVIII. Rev. Bimestre Cubana. Vol. SLVI No. 2-Sep-Oct 1940, pág. 179.

Este artículo resulta muy valioso para una comprensión objetiva de la génesis de la identidad nacional cubana, a partir de los datos que muestra el autor y el enfoque que emplea.

  56  Ver Jorge Ibarra. Ideología Mambisa. Instituto Cubano del Libro. La Habana, 1972, pág. 10-11.

  57  Ibidem, pág. 11.

 58  Ibidem, pág. 11-12.

  59  "No puede hablarse, pues, de una comunidad nacional de cultura, mientras se mantengan al margen de la sociedad civil más de 300 000 africanos sometidos al régimen de la esclavitud. Se trata nada menos que de un 36% de la población que no ha sido asimilado culturalmente y cuyo idioma, cultura, psicología, religión y tradiciones, difieren sustancialmente de la cultura criolla cuya matriz sigue siendo de factura española". (Ibidem pág. 20).

 60  Fernando Ortiz. El fenómeno social de la transculturación y su importancia en Cuba. Rev. Bimestre Cubana. No. 2. La Habana, 1940, pág. 273.

 61  F. Ortiz: El fenómeno social de la transculturación y su importancia en Cuba. Rev. Bimestre Cubana. Vol. XLVI, No. 2 Sept-Oct. 1940, pág. 274.

  62  "Hoy, cuando tanto se ha especulado acerca de lo que actualmente conocemos bajo el nombre de identidad, es imposible no apreciar la validez y eficacia del estudio del proceso de transculturación en nuestra cultura, según Don Fernando". (Nancy Morejón. Fundación de la imagen. Edit. Letras Cubanas. La Habana, 1988, pág. 188.)

 63  F. Ortiz: Trabajo citado, pág. 278.

 64  "El sacarócrata fue asimilando una a una las nuevas formas de conciencia burguesa. Pero él no era un burgués pleno.  La tremenda contradicción de vender mercancías al mercado mundial y al mismo tiempo tener esclavos se reflejó trágicamente en su mundo ideológico.  Su posición vacilante con un pie en el futuro burgués y el otro en el lejano pasado esclavista le llevaron al mismo tiempo a exigir las más altas conquistas burguesas... y al mismo tiempo conservar las formas de protección esclavista.  Por eso cuando se apoderan del grito revolucionario la Libertad lo castra con un apéndice inevitable: Libertad para los hombres blancos". (Manuel M. Fraginals: El ingenio: Edit. C. Sociales, La Habana, 1978, pág. 128-129).

 65  La especificidad de la Cuba colonial, con una economía capitalista de plantación esclavista, trae aparejado determinadas mediaciones que influyen en el proceso de la nación cubana.  Sobre esto, puede consultarse la Tesis de Grado: "Aspectos teórico-metodológicos de la formación de la nación..." de la C. Dra. Romelia Pino (Biblioteca del Instituto de Filosofía de la ACC).

  66  Los ideólogos de los hacendados criollos no concebían una nacionalidad sobre las bases de la integración racial. "La nacionalidad cubana... y de la única que debe ocuparse todo hombre sensato, es la de la formada por la raza blanca..." (José A. Saco.  Contra la anexión. T.1., pág. 224).

Por su parte para Del Monte "La tarea, el conato único, el propósito constante, de todo cubano de corazón y de noble y sano patriotismo, lo debe cifrar en acabar con la trata primero, luego en ir suprimiendo insensiblemente la esclavitud, sin sacudimiento ni violencias; y por último en limpiar a Cuba de la raza africana.  Esto es lo que dicta la razón, el interés bien entendido, la política, la religión y la filosofía, de consumo, al patriota cubano". (Domingo del Monte. Escritos. T.1 pág. 231). 

 67  No es este el momento para establecer las diferencias y similitudes entre identidad nacional y nación.  Por ahora, en función del objetivo asumido, concebimos ambos conceptos como nociones de un mismo orden, estrechamente vinculados, pues toda nación posee determinados elementos comunes en la diversidad de los fenómenos y procesos objetivos y subjetivos que le dan entidad propia y la determinan como tal.  Al mismo tiempo la identidad nacional no se refiere a algo abstracto, sino a una determinada nación, concreta, en espacio, tiempo y con personalidad colectiva y memoria histórica definida.

 68  Alejandro Serrano C.: Prolegómenos a una teoría del ser latinoamericano.  En Anuario Estudios Latinoamericanos No. 17, UNAM, 1984, pág. 25.

 69 S. Kaltajchián: La teoría marxista-leninista de la nación y la actualidad. Edit. Progreso, Moscú, 1987, pág. 200.

 70  Ibidem, pág. 198.

 71  Ibidem, pág. 194.

  72  Ibidem, pág. 198. 

 73  Ibidem, pág. 201.

 74  Félix Varela: El Habanero. Edit. de la Universidad de La Habana, 1962, pág. 72.

 75  Eduardo Torres-Cuevas: La autenticidad del pensamiento de Félix Varela. Rev. Universidad de La Habana No. 235, 1989, pág. 31. 

 76  Rubén R. Dri. América Latina: identidad, memoria histórica y utopía.  En colectivo de autores: Nuestra América frente al V. Centenario. Emancipación e identidad de América Latina: 1492-1992. Edit. Joaquín Mortiz, S.A. de C.V. Grupo Edit. Planeta, México, 1989, pág. 51.

  77 Ibidem, pág. 57.

  78 Ibidem, pág. 59.

 79 Ver de Aleida Plasencia: "Bibliografía de la Guerra de los Diez Años". Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, 1968; Bibliografía de la Guerra de Independencia.

 80  E. J. Varona.  Prefacio a "Hombres del 68" de Vidal Morales y Morales. Edit. C. Sociales, La Habana, 1972, pág. 23.

  81  Francisco Pérez G. La historiografía de las guerras de independencia en veinticinco años de Revolución. Revista de la Biblioteca Nacional José Martí. Ene-Abr.1985. Págs. 43-45.

 82  Emilio R. de Leuchsenring.  Cuba no debe su independencia a los E.U. Edic. La Tertulia, La Habana, 1960, pág. 11-12.

 83  Carlos R. Rodríguez.  El marxismo y la historia de Cuba.  En Cuadernos de Historia. La Habana, 1964, p. 8.

 84  Francisco Pérez Guzmán.  La historiografía de las guerras de independencia en veinticinco años de Revolución.  En Rev. de la Biblioteca Nac. José Martí. Año 76 Vo. XXVII. Ene-Abr- 1985. p. 45.

 85  Sergio Aguirre. Seis actitudes de la burguesía cubana en el siglo XIX.  En "Eco de Caminos". Edit. de C. Sociales. La Habana, 1974, pág. 78.

 86  Ibidem, pág. 81.

  87 "Busca la burguesía cubana, como siempre, concesiones que centralmente deben favorecer su interés de clase. Pero con estas luchas, lanza nuevos pasos, en la ruta nacional de liberación, toda la nacionalidad cubana."  (Ibidem, pág. 90).

 88  Ibidem. pág. 91.

 89  Carlos Funtanellas. Introducción al libro de Raúl Cepero Bonilla "Azúcar y Abolición". Edit. de C. Sociales. La Habana, 1971, pág. 10.  Sin embargo en algunos análisis, Cepero Bonilla, haciendo hincapié en los motivos clasistas logra deducciones muy absolutas, al margen de otras mediaciones que Sergio Aguirre integra con éxito al tratamiento del problema.

 90  Tanto en el discurso-homenaje a los cien años de lucha, pronunciado el 10 de octubre de 1968, como en otros, Fidel ha reiterado la necesidad de conocer la historia de la tradición independentista, incluyendo conceptos como nación y patria, entre otros.

 91  Francisco Pérez Guzmán.  La historiografía de las Guerras de independencia en veinticinco años de Revolución. Revista de la Biblioteca Nacional.  Año 86 Vol. XXVII. Ene-Abr-1985.  La Habana, pág.61.

 92  Ibarra, Jorge: "Ideología Mambisa". Inst. Cubano del Libro. La Habana, 1972, pág. 21.

 93  Ibidem, pág. 43.

 94  Ver: Miranda, Olivia: Varela, precursor de la independencia en Cuba.  En Félix Varela, su pensamiento político y su época. Edit. C. Sociales. Habana, 1984, pág. 290-343.

 95  Torres-Cuevas, E. La autenticidad del pensamiento de Félix Varela.  En Rev. Universidad de La Habana No. 235 Mayo-Agosto de 1989.  La Habana, pág. 13.

 96  96 Elías Entralgo destaca tres ingredientes del ideario independentista del Padre Varela, que se incorporan a la tradición del pensamiento revolucionario cubano.  Según él, Varela "...asienta, (...)los principios políticos en principios morales... Otro aspecto interesante del Padre Varela es el de la crítica, pues no se limita a lanzar ideas favorables a la independencia, sino que también critica la forma en que se está organizando(...), censura, denuncia... al que pasa por patriota y es en el fondo un patriotero... Y tenemos otra característica del pensamiento independentista y revolucionario del Padre Varela: sus arraigadas convicciones..." (Elías Entralgo.  Las graves corrientes políticas en Cuba hasta el autonomismo. Rev. Biblioteca Nacional José Martí.  Año 56. No. 4 Oct-Dic.1965, p. 15-16).

 97  La obra Historia de Cuba.  Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales 1868-1898, Edit. Política, La Habana, 1996, bajo la redacción de los doctores María del Carmen Barcia, Gloria García y Eduardo Torres-Cuevas, constituye una extraordinaria contribución por su integralidad, actualización y sentido histórico-cultural de aprehensión del objeto de estudio.

  98  Ver Sergio Aguirre: Problemas de interpretación en la Guerra de los Diez Años. En Eco de Caminos Edit. C. Sociales, La Habana, 1974, pág. 167-170.

  99  "Su amor a la libertad, a la dignidad humana, a la justicia, expresa sentimientos universales, válidos para todos los tiempos y se vincula a la más hermosa tradición cubana a la doctrina de la revolución..." (Manuel Bisbé: Sobre el Habanero del Padre Varela. Rev. Universidad de La Habana, No. 136-141, 1958 y 1959, pág. 52.

  100  "Tradición no es compromiso con lo pasado, sino raíz y sentido de continuidad histórica, es decir, conciencia de lo que hemos sido, voluntad de perdurar" (Vitier, M. La Filosofía en Cuba. Fondo de Cultura Económica, México 1948, pp. 55-56)

  101  Declaración de independencia. Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba. En Hortensia Pichardo. Documentos para la Historia de Cuba. Edit. Nacional de Cuba. La Habana, 1965. pág. 378-379.

 102  Ibidem, pág. 379.

  103  Pedroso Xiques, G. Una contienda que no fue estéril. Bohemia Año 81. No. 36, 8/91, 1989, pág. 58.

 104  "Si tuviésemos que establecer indicios cronológicos convencionales -escribe Sergio Aguirre- podría decirse que la existencia del criollo se hace indudable a partir de 1603; que la nacionalidad cubana asuma durante el período 1790-1808; que la nación cubana surge en la década de 1868-1878..." (Sergio Aguirre.  Eco de caminos. Edit. de C. Sociales. La Habana. 1974, pág. 421.)

 105  Kopnin P.V. Lógica Dialéctica. La Habana, 1971, pág. 358.

 106  Ibidem pág. 361-

 107  Lenin V.I. Cuadernos Filosóficos O.C. T. 29 Edit. Progreso, Moscú, 1986, pág. 173.

 108  Ibidem, pág. 170.

 109  Ibidem, pág. 174.

 110  Kopnin, P.V. O. citada, pág. 393.

  111 Ibidem, pág. 395.

 112  Ver de Francisco López, Oscar Loyola y Arnaldo Silva Las ideas en el universo de la plantación.  En de los propios autores "Cuba y su historia". Edit. Gente Nueva, La Habana, 1998, pp. 49-61.

 113  Del hecho de que estas demandas sean reflejo de los intereses de los hacendados cubanos, que respondan a la clase de los esclavistas, no niega en modo alguno su papel en la formación de la nacionalidad cubana.

 114  "En el conjunto de la cubanía reafirmada y ascendente, va siendo hora de no regatear un hecho: pasó de modo positivo el reformismo..."(Sergio Aguirre, Obra citada, pág. 65).

Sin embargo, no comparto el criterio del Dr. Aguirre respecto a la contribución que pudo hacer el anexionismo, independientemente de la racionalidad de sus argumentos, pues esta tendencia ya de modo ipso facto se opone a la identidad nacional.

 115  Ibidem, pág. 66-68.

 116  Carlos R. Rodríguez: El marxismo y la Historia de Cuba.  En Cuadernos de Historia.  Universidad de La Habana, 1963, pp. 30.

  117  Las mediaciones y condicionamientos, refieren el proceso mismo en que deviene la naturaleza contradictoria que le es consustancial al todo orgánico, los aspectos de carácter objetivo y subjetivo.

 118  Ver de Francisco López, Oscar Loyola y Arnaldo Silva "Población y cultura nacional".  En de los propios autores "Cuba y su historia". Edit. Gente Nueva, La Habana, 1998, pp. 61-69.

 119  Ver de Vitier, C. Ese sol del mundo moral. Ediciones Unión, La Habana, 1995, pp. 38-62.

 120  Ver Manuel Bisbé: "Sobre el Habanero del Padre Varela". En Rev. Universidad de La Habana, No. 1360141, Enero-Diciembre 1958, 1959, pág. 7-54.

 121  Ver Sergio Aguirre: Nacionalidad y nación en el siglo XIX cubano. Edit. de C. Sociales, La Habana, 1990, pág. 112.

 122  Ver Fidel Castro: Discurso del día 29 de enero de 1974.

 123  José Martí: Artículo publicado en "El Economista Americano", New York, julio/1888. En Heredia visto por Martí. Edit. Gente Nueva, La Habana, 1978, pág. 19.

 124  Ibidem, pág. 15.

 125  José Martí: Discurso pronunciado en Hardman Hall, New York, el 30 de Nov. de 1889.  En Heredia visto por Martí. Edit. Gente Nueva, La Habana, 1978, pág. 17.

  126 Ibidem, pág. 91.

  127  Emilio Valdés y de la Torre. Antología Herediana.  Consejo Corporativo de Educación... La Habana, 1939, pág. LVIII.

 128  Citado por Cintio Vitier en el artículo: "El padre Félix Varela en el bicentenario de su nacimiento".  Letras Cubanas, enero-marzo-1990, pág. 137.

  129  Manuel Sanguily: "Defensa de Cuba". La Habana, 1948. pág. 86.

  130  Luz y Caballero. "Informe sobre el proyectado ateneo" en Diario de La Habana, feb. 3 de 1833, pág. 2.

 131  Perla Cartaya: José de la Luz y Caballero y la pedagogía de su época.  Edit. C. Sociales, La Habana, 1989, pág. 70.

  132  José Martí: José de la Luz, 17 de Nov. de 1894. En O.C. Edit. Nacional de Cuba. La Habana, 1963. Tomo V, pág. 271.

  133  Ibidem, pág. 272. Según Martí, Luz "consagró la vida entera, escondiéndose de los mismos en que ponía su corazón, a crear hombres rebeldes y cordiales que sacaron a tiempo la patria interrumpida de la nación que la ahoga y corrompe, y le bebe el alma y le clava los vuelos" (Ibidem).

  134  Ibidem.

 135  Luz, sin haberse manifestado como revolucionario de modo explícito, su obra y enseñanza era de tal envergadura que los españoles lo tildaban de "gran perturbador".

A la semana del sepelio, el poeta bayamés José Fornaris publicó una Oda suya al gran educador. En ella comparaba a Luz con Varela y Heredia, "símbolos cubanos del independentismo..." (Mary Cruz "El Mayor". UNEAC. La Habana, 1972, pág. 48-49).

  136  "En el fondo Varela, a través de su prédica política de El Habanero, no hace otra cosa que preparar la revolución.  No es solamente el gran doctrinalista de nuestras libertades públicas, como lo llama Chacón y Calvo con indudable acierto; es también el forjador del espíritu revolucionario en Cuba.  En Las Guásimas y en Mal Tiempo, está triunfando también el pensamiento de Varela" (Manuel Bisbé: Ideario y conducta cívicas del Padre Varela. "En Cuadernos de Historia Habanera" No. 27, La Habana, 1945, pág. 46.)

  137 Sergio Aguirre: Nacionalidad y nación en el siglo XIX Cubano. Edit. C. Sociales, La Habana, 1990, pág. 128.

  138 "...el 10 de Octubre no puede ser, como no es hoy, una fiesta amarga de conmemoración, donde vengamos con el rubor en la mejilla y la ceniza en la frente; sino un recuento, y una promesa" (José Martí. Discurso en conmemoración del 10 de Octubre de 1868 en Hardman Hall, Nueva York, 10 de Octubre de 1889.  En O. C. T.4. Edit. Nal. de Cuba, La Habana, 1963. pág. 235).

  139 José Martí: Discurso en conmemoración del 10 de Oct./68, 10 de Oct./1890.  En obra citada, pág. 259-260.

 140  Esta actitud responde fundamentalmente a razones de carácter económico, a la imposibilidad de los hacendados de adquirir mano de obra libre como fuerza de trabajo.

 141  Sobre la especificidad de la economía capitalista de plantación esclavista.  Ver: de Romelia Pino: Aspectos teóricos-metodológicos de la formación de la nación cubana.

Trabajo defendido como tesis doctoral (inédito). Instituto de Filosofía.

 142  Jorge Ibarra. Ideología mambisa.  Instituto Cubano del Libro. la Habana, 1972, pág. 29-30-

  143  Programa del PCC. Edit. Política. La Habana- 1988, pág.2.

 144  Ibidem.

  145  Jorge Ibarra. Obra citada, pág. 48.

 146   "A medida que la guerra avanza, se va borrando la hegemonía esencial de los sectores ricos.  Hombres del pueblo ganan grados en los campos de batalla.  Y cuando termina la contienda con el Pacto del Zanjón se ha esfumado el rol dirigente de la burguesía cubana... La Protesta de Baraguá la encabeza el mulato Maceo y con el mulato Maceo viene a parlamentar Arsenio Martínez Campos". (Sergio Aguirre. Obra citada, pág. 36)

  147  Carlos M. de Céspedes. Declaración de Independencia. En Hortensia Pichardo "Documentos para la Historia de Cuba". Edit. Nacional de Cuba, La Habana, 1965, Tomo I, pág. 379.

  148 Carlos M. de Céspedes: Decreto sobre la esclavitud. En obra citada, pág. 381.

 149  Ramiro Guerra: Guerra de los Diez Años. Tomo 1. Edit. C. Sociales. La Habana, 1972, pág. 47.

 150  Ibidem, pág. 47-48.

 151 Ibidem, pág. 52.

  152  Sobre la cultura como vida y permanencia del pueblo. Ver: H. Bumedién.  Del primer Festival Panafricano de Cultura. Discurso de inauguración.  En Revista Casa... No. 58, Enero-Febrero 1970, pág. 6.

 153  Sobre esto, no me detengo, pues existe una copiosa bibliografía al respecto, sin embargo, los análisis de Ramiro Guerra, Sergio Aguirre y Jorge Ibarra, resultan muy profundos e interesantes, y aún sin poseer los mismos criterios.

  154  Sergio Aguirre. Eco de Caminos. Edit. de C. Sociales. La Habana, 1974, pág. 169.

 155 Ibidem, pág. 169-170.

 156 Ibidem. pág. 209.

 157 La categoría tradición desde Aristóteles se ha conceptuado como garantía de verdad, en tanto transmisión de creencias y técnicas de una a otra generación.  Herder en sus "Ideas para la filosofía de la historia de la humanidad", concibe la tradición como "La sagrada cadena que liga a los hombres al pasado y que conserva y trasmite todo lo hecho por los que le han precedido.  Para Hegel "la tradición no es una estatua inmóvil, sino una corriente viva, fluye como un poderoso río, cuyo caudal va creciendo a medida que se aleja de su punto de origen... una herencia acumulada por el esfuerzo de todo el mundo anterior... Este heredar consiste a la vez en recibir la herencia y en trabajarla". (Hegel.  Historia de la Filosofía. México, 1955, F.C.E. pp. 9-10) 

158  Por eso un análisis sistémico e integral del proceso que sigue la tradición independentista en la afirmación y defensa de la identidad nacional cubana, requiere de un estudio multidisciplinario, donde participan investigadores de las distintas especialidades.

  159  Manuel Bisbé: "Sobre El Habanero del Padre Varela". Rev. Univ. de La Habana. No. 136-141 enero-diciembre-1958, pág. 53.

  160  Ibidem, pág. 52.

  161 Enrique Gay-Calbó: El ideario político de Varela. Municipio de La Habana, 1ro. de Marzo de 1936, pág. 35.

  162 Le Riverend, J. El centenario. Perspectivas y programa. Rev. Universidad de La Habana. Oct-Dic. Año XXXII No. 192, pág. 5

  163 Olivia Miranda: Ecos de la Revolución Francesa en Cuba. Edit. Política, La Habana, 1989, pág. 136.

  164 Benigno Souza - Máximo Gómez, el generalísimo. Edit. de C. Sociales, La Habana, 1972, pág. 31.

  165 Carta a Anselmo Valdés, fechada el 6 de junio de 1884. En José A. Portuondo "El pensamiento vivo de Antonio Maceo". Edit. de C. Sociales, La Habana, 1971, pág. 76.

 166 Comentarios de A. Maceo a la carta que dirigió al General Polavieja.  En obra citada, pág. 56.

  167  Ibidem.

  168  Ibidem.

 169  Carta al Coronel Federico Carbó.  En obra citada, pág. 113.

 170  Oscar Pino-Santos.  Historia de Cuba.  Aspectos fundamentales. Edit. Nal. de Cuba. La Habana, 1964, pp. 206  

Identidad, emancipación y Nación Cubana
Autor: Dr. Sc. Rigoberto Pupo.
Prólogo: Dr. Enrique Sosa Rodríguez
Publicado por la Editora Política, La Habana, Cuba, 2005.

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