Acapulco metafísico

Cuento de Manuel Puig

“Somos un sueño imposible que busca la noche, para olvidarse del mundo, del tiempo y de todo. .. Somos dos seres que en uno amándose mueren, para guardar el secreto de aquello que quieren..., pero que importa la vida, con nuestra separación... Somos dos gotas de llanto en una canción...”

La radio portorriqueña de Nueva York carga con dos gotas más de humedad el aire irrespirable ya del verano. Este bolero tiene más de treinta años, y se le sigue oyendo. No me asombra, cualquiera podría ingeniárselas para identificarse con esa letra. Bravo su autor, Mario Clavel, ¿habrá sabido captar alguna gota del subconsciente colectivo? O no, soy yo el único que se las ingenia para hundirse en la ignominia del boleraje. Suena el teléfono y no puedo oír los trémolos del final. Es J., neoyorquina, inicia apenas su tercera década, soltera, crítica literaria, me quiere contar todo de su semana de vacaciones en Acapulco.

Me siento tentado de traducirle la letra del bolero aunque se burle de mí y de mi respeto por géneros no respetables. Pero no me da tiempo, me arrolla con sus novedades y me ahorra un bochorno inútil. “Me fue bien. En el hotel conocí a un californiano. No sé decirte si era guapo o no. Tenía ángulos buenos, con los que me convencía de que era guapo. Pero a veces no, algo de payaso, no sé, algo lo desfiguraba y ya no me gustaba tanto. Yo estaba con mi amiga en la playa, ahí empezó la cosa, después a la tarde nos cruzamos en una terraza, me invitó a una copa. Después de cenar bailamos. Era interesante, volvía a California después de algunos años en Asia. Había querido ver mundo, y ahora intentaba echar raíces en su tierra natal. Treinta y cinco años y soltero, algo poco común en un norteamericano. Esa noche quiso ir al grano, pero tú sabes que a mi eso me choca, prefiero esperar por lo menos hasta la segunda salida, cuando ya hay un poco más de reflexión. Pero insistió tanto que acepté. Pero no me explico bien. Acepté porque lo vi muy dispuesto a hablar de él mismo, a contar cosas. Me contó montones de cosas. Ah..., pero no me explico bien: ¡a su vez me hizo contarle de mí! , y parecía interesado en todo lo que yo le decía.

“En fin, si no le interesaba, por lo menos fingía a la perfección, lo cual ya demostraba buenos modales. Entonces, cuando le di el fatídico ‘sí’, lo hice con la sensación de no correr ningún riesgo. Tú sabes, a veces por angustia, por un trago de más, por aburrimiento, una muchacha seria ¡y con anteojos! como yo acepta intimidades la primera noche y en seguida se arrepiente. Sí, porque es un riesgo, no sabes nada del fulano y hay posibilidad de sorpresas desagradables.

Bueno, no fue ése el caso en Acapulco. Y la técnica amorosa una sorpresa fenomenal, porque tuvo en cuenta mis reacciones, mis inhibiciones, mis demoras, y solamente logró sentirse satisfecho cuando se cercioró de cjue yo lo estaba. Como compartía la habitación con mi amiga, no lo pude invitar a quedarse la noche entera. Mi amiga se heló esperando, junto al mar, que yo diera señales de vida. No sé si fue cierto, yo la dejé con un festejante, tal vez fingió todo el sacrificio para ganar puntos y al día siguiente imponerme sádicamente sus voluntades, vamos aquí y vamos allá. Es muy dominante mi amiga.

“Vuelvo a mi festejante: nos reencontramos en la playa y fingió frialdad. Yo ni lo mire. Yendo a almorzar me lo crucé y no quise caer en el cliché de la mujercita ultrapasiva que nunca se permite tomar la iniciativa. Nada de eso, le sonreí y le dije que podíamos jugar al ajedrez después de comer, había una terraza especial para eso, ¿y no es cierto que da pena pagar tanto un hotel y no aprovecharlo? Me contestó que no sabía si estaría libre porque un amigo había quedado en llamarlo. Después de almorzar subí a la terraza, y ahí estaba él, sí, pero jugando al ajedrez con el amigo. Algo de no creer, porque me hizo un saludito y no me vino a dar ninguna explicación.

“Bueno, a la noche, con mi amiga, volvimos a bailar al mismo salón del hotel. Y tarde, ya muy tarde, apareció él.

Vino a bailar conmigo. Noté que otras muchachas huéspedes del hotel nos miraban, le pregunté si se había acostado con todas, porque él ya estaba al final de dos semanas de vacaciones. Me dijo que no, que la única con que había tenido relaciones, aparte de mí, había desaparecido. Yo, en ese momento, no me di cuenta, pero después él me lo contó: la 'W i.i/ón por la que venía hacia mi siempre a última hora era que esperaba que la otra reapareciera. Volvió conmigo a mi cuarto, yo todavía no sabía de la otra, pero ya me sentía insegura y, claro, eso hacía que el me gustase mucho más. Se quedó a dormir toda la noche porque mi compañera tenía ocupación por su lado. No debe de haber sido tan satisfactoria la ocupación, puesto que no le curó el dolor de garganta pescado junto al mar.

“Él se fue ese día a San Diego porque ya tenía que volver a trabajar. Yo, al día siguiente, estaba en Nueva York de regreso. Eso fue el domingo. Volví con la sensación de estar enamorada y de que él era un ser lleno de atractivo. Y ayer, jueves, me llamó desde el aeropuerto. Desde el aeropuerto de Nueva York. Había tenido que venir por negocios. Casi me desmayo. Vino a casa al rato".

Somos un sueño imposible que busca la noche, somos dos gotas de llanto en una canción. Mi amiga J. se tomó el trabajo de ir hasta Acapulco para darle la razón a Mario Clavel

 

cuento de Manuel Puig

 

Publicado, originalmente en La Torre de Papel. Revista libro-bimestral de literatura, ciencia, arte y filosofía. Año I, Nº 1, Junio/Julio 1980

Link: https://ahira.com.ar/ejemplares/la-torre-de-papel-no-1/

Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación, que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.

 

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