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Mi adiós a Horacio Semeraro Cristina
Pizarro |
Horacio Miguel Semeraro nació en la ciudad de Tucumán el 14 de septiembre de 1945. La noticia de su imprevista muerte acaecida el 25 de diciembre de 2014 no solo nubló mis ojos sino también me dio la oportunidad de trazar un recorrido de sus atributos personales a través de mis recuerdos: conversaciones telefónicas, charlas en los viajes de ida y regreso a los actos de la AALIJ. En todas ellas sobresalía, en primer plano, su amor y cuidado por su esposa y sus hijos, la preocupación por las cuestiones cotidianas para ayudar al otro, la relevancia a la dignidad así como también la tristeza por la indiferencia, el individualismo y la vanidad de la sociedad actual. Demostró su generosidad en dar su tiempo para acompañar a sus amigos escritores en diferentes actos y reuniones, en comentar libros cuyas reseñas se han publicado en prestigiosos diarios de nuestro país ( La Gaceta de Tucumán, El Pregón de Jujuy , entre otros) y revistas literarias, como Letras de Buenos Aires, Alba de América, El Grillo, etc. Su participación como jurado en numerosos concursos nos pone de manifiesto su entusiasmo y dedicación por la lectura de los demás. Muchas mañanas solía enviarle a su correo artículos literarios, filosóficos y de temas sobre espiritualidad, a los que respondía con sincera gratitud y agudeza lectora. Lo conocí a través de Victoria Pueyrredon, ya que colaboraba con las reseñas en la revista Letras de Buenos Aires. Asistió al acto de la presentación de mi libro Lirios prohibidos en mayo de 1998 por intermedio de Fernando Sánchez Sorondo, uno de los disertantes de aquella inolvidable noche en el auditorio del Centro Cultural Jorge Luis Borges. Tuvimos la oportunidad de compartir distintos encuentros en Gente de Letras y en la Sociedad Argentina de Escritores desde aquel entonces. Su graduación como ingeniero químico por la Universidad Tecnológica Nacional y su actividad profesional en ámbitos relacionados a su quehacer complementaron su vocación literaria tanto en la prosa cuanto en el verso. Prueba de ello lo constituyen no solo las reseñas literarias, sino también sus poemas y sus cuentos. |
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Fue en el verano del 2012, cuando lancé la convocatoria de la Academia Argentina de Literatura Infantil que recibí su adhesión para colaborar. De modo tal que, a partir de agosto de dicho año, comenzó su tarea en prensa como secretario de la entidad en su etapa fundacional. Permaneció en dicha función durante dos años recibiendo los materiales para la difusión y promoción pertinentes. Mantuvimos un diálogo franco y abierto para emprender las acciones de la entidad dentro del marco organizacional. Sus mensajes a los miembros se caracterizaron por un esmerado estilo, con corrección y afecto. A partir de marzo del 2014, accedió a la vicepresidencia, luego de la culminación de mi cargo como presidente de la AALIJ. El 5 de junio de 2014 tuvo la gentileza de enviar estas palabras de adhesión que fueron leídas en el acto de presentación que tuviera lugar en el Museo Larreta, lugar que Horacio apreciaba mucho porque vivió en el mismo barrio. Horacio escribió: “Quizás porque siete es un número cabalístico y este es su séptimo libro, Cristina Pizarro diagramó su esplendido poemario en siete partes. Las citas a William Blake, las frases bíblicas, o de Borges, adornan aún más esta obra que no necesita del maquillaje porque es intrínseca y naturalmente bella, porque en ella se advierte el reconocimiento de la finitud que irremediablemente nos persigue desde el inicio de la vida como un halo trágico aún en las horas felices, y que se advierte ya en su título No sabré el final del tiempo, desde la profundidad cosmogónica y filosófica del “no saber”. He perdido a mi madre siendo un adolescente y mis hermanos, niños. Mi vida ha sido errante por los cambios de residencia desde mi Tucumán natal. Me he formulado en ese lapso muchas veces, preguntas existenciales que encuentro en éste y otros libros de Cristina. Estos dos años como secretario de AALIJ y amigo personal de la autora, me han compensado en parte de los sufrimientos, la soledad, y el último y definitivo sentido de la vida. Porque mi refugio, fuera de la familia fue siempre para mí la gran familia literaria que integramos y Cristina me ha guiado como a un niño de la mano….”
Su amigo Javier Zarazaga, compañero de estudios en el Colegio Sagrado Corazón de Tucumán me ha expresado lo siguiente, que transcribo: “Todos los años se editaban los cuadernillos con la lista de alumnos de cada división y los premios obtenidos por cada uno. Encontré el del Año 1958, Primer Año B, donde figura Horacio con el Segundo Premio en Educación Democrática y el del año 1959, Segundo Año B donde Horacio figura con los Segundos Premios en Castellano, Latín y Educación Democrática. Como ves, ya se inclinaba por las humanísticas. Tengo un planito del aula de Quinto año, con la ubicación de cada uno de nosotros, me acuerdo que yo me sentaba atrás de Horacio en la fila frente al profesor, contra la pared, Horacio segundo y yo en el tercer lugar, no me acuerdo quien se sentaba primero, los pupitres eran individuales. Tengo idea que Horacio fue abanderado en Cuarto o Quinto, esto lo puedes saber por la familia. Te diría que Horacio era serio, fue muy buen alumno siempre y buen compañero. Vivíamos a unas tres cuadras, los dos sobre la avenida Mate de Luna, a unas 24 cuadras del centro. Si conoces Tucumán es la avenida que va al cerro San Javier. A veces nos llevaba al Colegio el padre, que tenía un Ford A con capota de lona, hoy sería un auto de colección. Otras veces íbamos en un micro escolar, el de Molina, pero era para más chicos y nosotros grandotes ya, tocábamos el techo y teníamos que ir todos agachados, pero tenía la ventaja que iba alguna chica, pero éramos tan tímidos que apenas si le decíamos hola. Nos juntábamos a estudiar en su casa o en la mía. Nos reencontramos en Buenos Aires en los ochenta y algo. Así supe que era ingeniero químico y que no había entrado en la Marina, como alguna vez pensó.” Un sentimiento de orfandad me ha invadido por su partida, el que comparten sin duda, muchos de los que lo hemos tratado todo este tiempo. Así me lo ha manifestado Sebastián Jorgi, quien lo ha conocido en otra época a través de María González Rouco, compañera de ruta de ambos, así como también Graciela Licciardi e Ida de Vincenzo. Lo extrañaremos, en todos los grupos de la SADE, a los que Él generosamente, no ha hesitado en brindarse. Siempre dispuesto. Sí: sentiremos su falta. Y mucho. Buenos Aires, 17 de mayo de 2015
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Cristina Pizarro
cristinapizarro@fibertel.com.ar
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