Juicios críticos sobre la obra de 
Cristina Pizarro

"En un primer libro siempre hay señales de tanteo, de la busca, y aquí, en los Poemas de agua y fuego de Cristina Pizarro nos hallamos ante una poesía madura, una belleza que se anuncia desde el primer poema." Ester de Izaguirre (Presentación de Poemas de agua y fuego , Sociedad Argentina de Escritores, 1993)

"las palabras son como delicados trazos, la frase más que "enunciada" se insinúa completando el verso, y más que "cosas" los versos, son habitados por presencias inmateriales: sombras, reflejos, fantasmas, luces, colores evanescentes. Luego aparece el amor con toda esa tensión que ha sido reprimida y el poema libera. (...)

Cada final de un poema, es un paso adelante que da el conjunto. Marca una diferencia e incita a seguir. Entrelaza. Va desarrollando un significado. (...)

Es la poesía de la mujer, de esta generación del noventa que ya impone su voz que-en vez de alertar-recuerda al hombre los valores perennes del sentimiento, los pequeños mundos que se descubren en la infancia y que, fatalmente, se reniegan o se reviven.

Para la autora   revivir es vivir y muy profundamente." Gustavo Soler (Presentación de La voz viene de lejos, Sociedad Argentina de Escritores, 1995)

"En la poesía de Cristina Pizarro hay una fascinación melancólica y una visualización de la nostalgia”. Atilio Jorge Castelpoggi (Presentación de La voz viene de lejos , 1995)

“Es indudable la fuerza creadora que guía su poesía, de indiscutible voz propia. No hay escisiones; sí advierto el recorrido de un camino ascendente que estructura y relaciona a un libro con el siguiente. Hay un sentido exacto de aquello que debe enunciarse, nombrarse, y del silencio elocuente que le debe seguir, espacio donde la palabra debe desaparecer.

Sus temas alcanzan a rozar -por tanto lo intangible e inefable en la medida justa que les permite vivir en la recepción del lector y desde allí proyectarse, sin separarse por ello del contexto de origen."

María Adela Renard (carta a la autora, 1995)

“Sus poemas dicen con voz no estridente porque desentonaría con el clima de sugerencia y misterio logrado -y abonado por referencias a lo mágico, estelar, quimérico, metamórfico, alquímico- y callan al advertir con Alfredo de Vigny que sólo el silencio es grande.   Ni secretean ni se quedan sin aliento.

Más bien adelantan sugestivamente el argumento recurrente del volumen: la espiritualidad como una forma de paradojal afianzamiento en el mundo de la vida para perfeccionarlo y hacerlo trascendente.   Si en rigor el influjo de Oriente –y de sus cosmovisiones místicas- parece constituir la materia prima de su obra, halló también una actitud abierta y un eclecticismo religioso enriquecedor en sus páginas.   Mitos y misterios, o tal vez mitos como representación de los misterios más hondos, son convocados por usted, no para resguardarse entre alegorías sino para aventurarse a las inquietudes ancestrales del hombre por el camino de los símbolos.   Con un lenguaje apropiado, por poético y metafórico, con raíz en los eternos libros sapienciales, aborda cada tormentoso; cada “vexata quaestio” y, si no lo resuelve con logicismo, en cambio los ennoblece con su fantasía.”   Carlos María Romero Sosa (carta a la autora, 1998)

“Cristina Pizarro no permanece como mera espectadora sino que acciona y se compromete: “como un mortero, mis palabras amasarán el   pan para la comunión de nuestro pueblo”. Al igual que sus “poemas destruyen las formas del barniz”, dejan de lado lo superfluo, las envolturas, los brillos de la literatura facilista.   Todo grito nace de las entrañas que es de dónde debe nacer la buena poesía; engendrada, como dice la poeta en el “Ahora” que es el deseo todavía”. Marcela Predieri (Presentación de Jacarandaes en celo, Mar del Plata, 2003)

“…si tuviéramos que buscarle una imagen plástica, con quedaríamos con la de una mujer de frágil desnudez en medio del bosque. Sí, así es, porque estos poemas están   surcados de alta sensualidad y de todo lo que contribuye a enaltecerla: flores, frutos, pájaros y piedras preciosas, esplendores y tinieblas.

En el ritual de la plegaria o de la contemplación (siempre presente en Cristina) los atributos de su poesía alcanzan, de pronto, una cierta religiosidad donde nuestros límites se cuestionan y agonizan. Ya Cristina había expresado en Lirios prohibidos: "Duele tanto la materia/ hasta que se transforma en éxtasis". Y en el mismo libro también dijo, en uno de sus más bellos versos: "Busco en el cuerpo de Dios/ la palabra perdida".

Héctor Miguel Angeli (Presentación de Jacarandaes en celo , Centro Cultural General San Martín, octubre de 2003)

“..y usted me pide que hable sobre sus poemas y haciéndolo, en cada uno de ellos, la veo a usted con su risa contagiosa y cantarina, vestida con extrañas telas de la India y collares que le cuelgan gloriosos como a la dama del Elche, y se me antoja entonces que usted es una sacerdotisa de un oráculo que rige su mundo, usted, forjadora de palabras y músicas distintas, habitante de una tierra en donde la creación del mundo justo acaba de concluir, pitonisa de la palabra exacta, que expande la música del poema, y usted, con un cesto de flores, recogiéndolas, acomodándolas sobre la tierra yerma, llenando los desiertos de calor y alegría.

Usted, Cristina, posee la mítica llave que abre la puerta del poema.   Nos brinda en su libro una sabiduría distinta que nos conduce a descifrar la clave del futuro, allí donde vive el poema. Sus jacarandaes apuntan hacia arriba, por donde, como quería nuestro querido Marechal, se llega al fin del laberinto, se llega a la verdad.

En este día iluminado por su estatura de poeta, le hago llegar mi alegría y mi gratitud por tanta belleza, por tanto amor, por tanta pura poesía. “ Rubén Vela (Presentación de Jacarandaes en celo, Centro Cultural San Martín, 2003)

“T us poemas me hablaron de un ámbito sagrado, permeable al ritual mágico de la creación, cultivado, venerado y custodiado por la autora. Me hablaron de búsquedas en el espacio y en el tiempo; me hablaron de una comunión esencial con el cosmos y la naturaleza; nombraron persistentemente a un amor que se intuye cimiento y pilar en la vivencia de la poeta...

Todo transfigurado por un lenguaje poético que jamás se abandona a la facilidad, que se sostiene en metáforas arriesgadas y en figuras e imágenes felizmente audaces.

Ya desde el principio adivinamos a la artista cuyo cincel no tiembla ante esa materia prima que es el lenguaje, y que, con actitud creadora-transgresora, funde en su nombradía, los mundos vegetal y animal para reflejar el espectáculo, la vivencia, la emoción, el símbolo y todas las connotaciones que sugieren sus versos."

Marcela Mercado Luna (Presentación de Jacarandaes en celo, Biblioteca Mariano Moreno   de la ciudad de La Rioja, 2004)

“Me arriesgo a decirte que te inscribes en una poesía de pensamiento. Me arriesgo a decirte que por esos andariveles te puedes sentir muy cómoda y halagada para producir y reproducir las resonancias del "otro". Querida Cristina, espero que sigas escribiendo,   desde el umbral del desgarro.”

Luis María Sobrón (carta a la autora, 2004)

“…me encuentro con poemas que además de hablar de la soledad y el mundo, o de viajes   hacia lo sensible, con una escritura del cuerpo desde las vísceras, donde hay un constante juego de seducción.

El cuerpo escritural, el cuerpo amante, el cuerpo que por momentos se esfuma, se ofrenda, es mordido, ensombrecido, un cuerpo nombrado por algún dios.   Cristina Pizarro, despliega toda   la sensualidad y erotismo escritural donde todas las palabras están al servicio del placer y a la vez del dolor, del desgarro, de la petit mort que significa darlo todo, entregarse”.

“…Cristina en el personaje de Gertrudis nos enfrenta a la cruda existencia, desde el hueso desgarrador de la realidad y comienza a enumerar las diferentes elecciones a las que constantemente debemos asistir, entre labios y bocas, el cuerpo y las palabras, el silencio o el verbo, el amar o el ser amado o ambas cosas, preguntas que van ondulando en nuestra voluntad y pensamiento, desde la raíz del ser o no ser….”

Graciela Licciardi

“Jacarandaes en celo   es extrañísima y notable muestra de una humanidad apremiante e invasora, de una devoción que halla altares dignos de sí, de una entrega simétrica a una conmovedora toma de posesión. De una poesía, en fin, que tras haber hecho un extenso camino literario, arriba a lo preliterario, donde la índole personal se confunde con la de todos y la emoción osa presentarse como emoción universal. Se entiende, pues, que esa relevancia alabada no es de formas y de equilibrios, sino de naturaleza humana. Siempre nos pareció tautológico aquello de “Poemas humanos”, título que César Vallejo dio a uno de sus libros, pero éste es el caso y hay que rendirse a la evidencia.

Cristina Pizarro ha vivido en el mundo de las letras por lo que distan de ser inesperados sus logros de construcción siempre adheridos a un expresionismo romántico más o menos canónico en los poetas de su generación. Las asociaciones místicas, el juego ceremonioso de intercambiar vocablos, el laberinto armado y desarmado a voluntad, son recursos usuales y seguramente adecuados a la sensibilidad presente. Sólo que en esta ocasión, la riqueza vital del trance que manifiestan estos poemas anega esos predios y el agua se expande mucho más lejos: lo novedoso es, aquí, un recurrente exotismo, una nostalgia de paisajes raros, como si lo cotidiano no fuera suficiente y el entusiasmo sobrevenido requiriese vestiduras lujosas y solemnes para celebrar su boda   con esa inteligencia superior que debe habitar los textos verdaderamente importantes.

Obra de ruptura, de asunción de lo físico, de confesión, de intimidad, su horizonte no está puesto en ninguno de estos aspectos y tampoco en el desenvolvimiento cadencioso

De los versos escalonados, sino más bien allá, en una zona en que lo personal quiere transmutarse en ajeno. Me asusta un poco formular estas referencias porque pareciera que estuviese hablando de la verdadera poesía, de esa infrecuente y tan retaceada, a la que no es Admisible nombrar en vano. Sin embargo asumo el riesgo y lo digo: creo que este libro está poblado por una auténtica sustancia poética, creo que valen de vea sus figuras, sus símbolos y sus silencios, creo que no es literatura sino fulgor. Creo, asimismo, que Cristina Pizarro ha pagado, ya del todo y con buena moneda, el óbolo exigido.” Fernando Sánchez Zinny. (Letras de Buenos Aires, julio de 2004)

“Es la suya una poesía de generosa hondura y reflexión filosófica. Transcurre dentro de un sensible y estético lirismo que transparenta la función comunicativa de la palabra, esencial reguladora el estremecimiento intimista.

Los textos, con indulgente vibración, testimonia la actitud de una auténtica poética, dueña de esa claridad expresiva y expositiva que suele recrear el universo humanista en relación con la naturaleza viva y vivaz.

El tiempo-“esa medida y ese peso”, como alguna vez me atreviera a escribir-es la armonía de la atmósfera que presta su irrenunciable escenografía a la contemplación de la aventura vital, no pocas veces autobiográfica. Ello se complementa con un lenguaje económico pero resplandeciente, sin artilugios y con la dignidad y el valor de la escritura, más la riqueza de la lengua.”

Luis Ricardo Furlan (carta a la autora, 2005)

“La musa   lírica asume la omnisciencia de una exaltada Deidad que, partícipe de un profuso sensorio visual, imbue su verso de un psiquismo rico en fragmentos alegóricos en tanto va en busca de un equilibrio restorativo entre la vida y la muerte. En tal sentido, emblemáticamente iluminada, la poeta intuirá que la muerte es sólo uno de los tramos hacia la ruta celestial porque todo vuelve a renacer.

Desde esos vuelos empíreos-Deidad, vidente, ninfa, o mariposa –mujer-Pizarro conjuga versos que caen en ritmos prolongados o cortos, aunque siempre pródigos en sortilegio metafórico y arpegios líricos; en las configuraciones simbólicas; a veces herméticas, y sólo comprensibles en el imaginario cosmogónico; y en la embriaguez de los sentidos estimulados por un erotismo de gozosas vibraciones.” Nélida Norris (reseña para Alba de América, 2005)

En este libro de poemas de Cristina Pizarro encontramos los símbolos y elementos en del cual   el ser humano jamás puede despojarse; tan profundos y vitales, tan puros como la existencia misma; el agua, el fuego, la tierra y el aire están presentes en cada una de las palabras y permite al lector   penetrar en lo más profundo del ser.

El perfume de las flores de durazno, de ciruelos, de crisantemos nos transporta a tierras lejanas y a flores del pasado de jardines frescos y ancestrales que no podemos evitar sentir y logra envolver al lector en una siempre posibilidad de renacer   con la frescura y color de la naturaleza.

Lo femenino de estos poemas, reflejados por la serpiente, símbolo de protección en oriente para la mujer, símbolo de la búsqueda constante de toda mujer y de serpentear por los caminos sinuosos de la vida. Ana Maria Siri. (carta a la autora,Teherán, febrero 2006) .

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