Mujeres intangibles[1]

por Ricardo Pérez Quitt

(Universidad de las Américas)

Mujer intangible, es decir que no se debe o puede tocarse; abstracta como el amor o la virtud. Mujeres que se sienten pero no con el tacto. Quizás como la poesía misma que al tratar de descifrarla encuentra demasiados giros como el del poeta Saúl Ibargoyen que clama “Soy el resultado de muchas mujeres”, y que por cierto, una de las piezas, La edad de nunca jamás, del volumen Mujeres intangibles, está dedicada al compañero de Mariluz Suárez Herrera, la autora en cuestión. A Mariluz le preocupa la mujer, contraria a Eurípides, el poeta griego, que sentenciaba muy macho: “Los dioses nos han dado remedios contra el veneno de la serpiente; pero no nos dieron remedios contra la mujer…”. Contraria a Eurípides, decía, Mariluz Suarez nos revela en sus cinco obras del citado volumen las debilidades y los seis sentidos del género femenino sin caer para nada en el feminismo.

Abre el telón con Acracia, un monólogo con voz en off de su mamá que seguramente tendrá sus cien años, porque Acracia es una anciana de 75 años en bata y pantuflas que busca desesperada las arras de su matrimonio;  mientras avanza la obra irá rejuveneciendo incluso hasta el momento de nacer donde, al romper con la realidad y la lógica, es parida por una vagina de tres paredes. En este paso de cangrejo, Acracia -curiosamente significa doctrina en donde se niega la autoridad política, es decir, democracia-: Esta mujer no sólo reniega la autoridad de la figura materna que constantemente hace dependencias con las hijas, vía el chantaje y el “yo te di la vida”, sino que se encierra en su cuarto cuando adolescente desafiando la autoridad del cordón umbilical para casarse con un casado, un divorciado o un “huevos de oro” como su padre. Harta de ser nena, de ser endilgada a misa, decide seguir a Leo hasta la frontera norte y aceptarlo con una hija. Acracia, bajo esa nueva ley del marido está dispuesta a abrirle piernas, brazos y casa. Pero Acracia ya anciana y a pesar suyo, sigue atada a Leo en las arras del matrimonio, rito cada vez más en desuso en las mujeres de punta. Consumida en los recuerdos del marido muerto por cáncer de próstata, Acracia se arroja por la ventana al vacío de su propia vida porque de nuevo es ingobernable.

Plato de sopa, la siguiente pieza, es un diálogo entre Macrina y Valentín, éste puede ser indio o negro, sugiere la autora, pero ¿por qué?, pregunto y respondo yo: ¿por qué no ser además de Valentín, que es el nombre enfático en el amor, un Oscar Wilde o un Alejandro Dumas junior?, quienes misóginos dictaron en sus obras: “Las mujeres son cuadros, los hombres problemas, si quieres conocer a una mujer, contémplala, no la escuches” y el otro arremetiendo: “Las mujeres nos inspiran grandes cosas y nos impiden realizarlas”. Pero éstas sólo son citas de médico o político de frases célebres porque el caso es que Valentín en aquel “plate de jour”, es un tipo de 22 años que contempla y escucha a Macrina de 73 en un restaurante. Valentín es el silencio y Macrina la voz que le echa los perros, abajito del agua, mientras se da consejas médicas a ella misma y se revive al festejar ese día su cumpleaños con un vestido emperijoyado. Final cómico como ridículo, si comprobamos en ambos términos a la comedia. Macrina come de su propia sopa al creer al “indio” un ladrón de su bolso, Alzheimer crónico, el bolso está en el respaldo de la silla.

Si de tangibles hablamos, pasamos con Acidez y agruras, título y nombre de las protagonistas de esta obra; mujeres en el esplendor de 19 y 39 años, añadiendo aquí a Emilio de 48. Personajes intangibles o abstractos como señala Lajos Egri en sus apuntes de dramaturgia, en donde se puede personificar a una banca, a un corazón, al viento o hasta una taza de water. Acidez y Agruras trapean y cocinan. En tono cómico, discuten incluso con prejuicio religioso, el cómo son se portan, o comen. En el peor peyorativo de “marías” pueblo, se expresan rayos de la alcohólica patrona y del abusador patrón (Emilio) que embaraza como muchos patrones a su sirvienta Acidez. A Emilio le cae mal la ácida noticia, la manda al carajo con unos billetes, dejándola en la calle. Agruras, su compañera de batallas se queda al lado de Acidez, pegada a ella como la espuma y el agua, al fin y al cabo son dos corazones de acero (y cómo no), tal y como la canta La Sonora Santanera. Creo que es la pieza más intangible no de Mariluz sino de muchas otras obras de repertorio; esto no significa no poder ser representada si hasta el Directorio Telefónico pudiera ser llevado a escena en quince minutos.

La edad de nunca jamás (la dedicada a Saúl), es una farsa onírica, porque es la tendencia de la autora desbaratar la verdad convencional para mostrarnos el psique femenino y el comportamiento freudiano de la mujer, y proponernos en esa desconfiguración la realidad neta del eterno femenino; incluyendo estados de histeria. La propia autora nos dice: “Los seis personajes serán lo más diferente posible. Se exagerará con gestos, movimientos: el cansancio, la agresión, la alegría, el enojo…” Los personajes, todos femeninos, son una escalera de dades desde el feto hasta la juventud y la ancianidad. La mujer de 37 años se la pasa maquillándose toda la obra, la Niña baila y canta en toda la obra, La abuela siempre tejerá, La madre vomitará y vomitará, La anciana se moverá más ágil que las demás y el feto juega que jugará con su cordón umbilical. Hay sombra de influencia, esto lo apunto yo,  de El hogar sólido de Elena Garro, que además tiene muchas zonas oníricas, por lo tanto poéticas en su estructura dramática. Es una obra compleja como los sueños y pesadillas con reflexiones del pasado, el presente y pretérito indefinido, o sea, que expresa que lo que se afirma sucede en un tiempo anterior sin precisar si la acción está o no terminada. Complejo como interesante ¿no? No tiene una estructura de seguimiento anecdótico, rompe con los tiempos y a pesar de ello lo hace en presente. Las mujeres se aquejan de la menopausia, el sangrado, el amor, el “cuerno” de la infidelidad, la soledad, la viudez, la belleza, las arrugas, el placer, los achaques, en fin, todo el doctorado femenino.

Baja el telón del volumen con A través del ojal, cuatro mujeres cuarentonas, en la verdadera edad de la plenitud, si descartamos la propuesta por el INAPAM (Instituto Nacional para las Personas Adultas Mayores).  La única excepción es el púber Paulino de 18 años, hijo de Naila, diseñadora de alta costura que es solicitada en sus servicios por las tres hermanas Ludi, Romi y Nati; mujeres lagartonas, picudas y de dinero, que le solicitan a Naila un vestido especial para su viaje al extranjero en donde se codean con la crema y nata debido al prestigio de su padre. Las tres no paran de hablar, quizás porque visitar a la modista es el espacio propicio para el chisme y la mentira de sus vidas llenas de comodidad y frustración de la mano. Las tres hablan, parlotean, como en cazuela de los teatros antiguos durante el intermedio: Presumir y burlarse de las familias, aún de Naila la diseñadora que estoica más que reservada es acometida en el cuestionario de su vida. Especialmente, Nati que le echa el ojal al joven y bello Paulino que ya está en edad de conocer a su padre y de liberarse de la madre, la cual lo ve con el trauma del noviazgo y recuerdo del padre. Madre soltera que va desembuchando el paradero del padre de Paulino. Nati poco a poco va seduciéndola para “comparar” con comodidades y promesas al joven que se siente extraño de usar smoking. Naila a pesar de su dignidad va cayendo en la transferencia de la conducta de las tres lagartonas al grado de hacerse el mismo diseño no sólo de vestido, sino de vida. Entrar en el aro por el joven y rentable Paulino y también por ella misma, cual telenovela de sueños cumplidos mediante años de sacrificio.

Es cierto, en Mujeres intangibles de Mariluz Suárez Herrera, nos confirma que la mujer es diferente del hombre; nosotros no parimos, no amamantamos, no sangramos. En estas obras predominan las mujeres que alcanzan la mal llamada tercera edad y se casan con los recuerdos y la soledad. Este teatro de Suárez Herrera no es un teatro dedicado propiamente a las mujeres, sino también a los hombres que mucho habríamos de cavilar. Sus personajes femeninos no son capricho, son fuertemente criticados por la autora a partir de sus acciones mismas sin caer en lo maniqueo. Mujeres señaladas con fuerte postura que uno podría pensar que Adán no la parió de su costilla, sino como señala Saúl Ibargoyen: “Soy el resultado de muchas mujeres”. Yo añado “o cuando menos de una: la madre”. El hombre negado por la ola feminista finalmente también es nacido de mujer, es decir, la antítesis de Adán.

[1] Mariluz Suárez Herrera, Mujeres intangibles, Conarte de Nuevo León, Monterrey, 2008, 151 pp.

Ricardo Pérez Quitt

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