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El circo
Poema de Alfredo Pérez Alencart
alen@usal.es

 

a Lázaro Álvarez

 
 

Abierto el circo para la función incancelable,
la multitud se inflama bajo el carpa
en cuya arena el anfitrión
anuncia el comienzo de las payasadas.

Me sobra dolor para reír felicidades inventadas.

Basta raspar cualquier tosco maquillaje
para comprender que los payasos
están a punto de llorar, que el griterío agota
sus paciencias, que hay desastres vitalicios
transitando la humedad de sus miradas...

En las gradas galopa la desmesura
pues hay olvido de las desesperadas lontananzas,
del mundo que da aletazos de despedida,
de las ejecuciones por partida triple.
Hay una desmemoria colectiva que sale a relucir
exhalando el veneno de sus propias leyes
sobre los vitrales donde se revelan las ausencias.
Más allá de los aplausos el anfitrión ansía coronarse
como el más visible de los cruzados,
como el más obsequioso de los parlanchines,
como el prócer que guiña a la masa y ésta admira.

Lanzo una piedra y acallo el parloteo inexplicable
que sale de su bocaza.

La culpa no es de los infelices payasos contratados
para una falsa comedia ante los súbitos ciegos
que dicen clamar por dignidad y justicia.
Hay grosera embriaguez amartillada,
repentinos palos de ciego, moho, moho, moho
en la corona y en la caperuza del inamistoso anfitrión
que ahora gesticula como un orate, araña el aire
con negros dedales, lo contamina con sus gases.

Miro y creo que es un espantapájaros
cuyo sastre empeoró su villana figura.

Trato de decir que cumplo horas de guardia.

En las gradas corean flagelaciones
contra quien lanzó la piedra para hacer añicos
el paraíso que prometiera por el anfitrión.

Me pongo a dormir
y sueño que los vociferantes serán devorados
por el gran ojo de su propia ceguera.

Y ruego que no pasen hambre
los pobres payasos contratados para la farsa.

Trato de decir que cumplo horas de guardia
cuando vuelven las madrugadas amarillas
y depositan desmayados silencios irrefutables
que saben despertar de la creación entera,
del sobrentendido sitio enraizado
al espíritu inmemorial
cuyo lenguaje no pasa de largo.

Y porque me conozco nunca amputo la vida
ni cierro su paso denodado hacia la moldeada giba
de una blanquinegra muerte de absurdos hábitos.

Auge de lo vivo que gana más instantes
y deja el hoyo al descubierto y la lápida envuelta

por Alfredo Pérez Alencart
alen@usal.es

 

Enviado por el autor e ingresado a Letras Uruguay el 21 de mayo de 2013.

 

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