El juego de las letras.
Ruth Pérez Aguirre

El primer día de clases la maestra llegó al salón con una caja un tanto misteriosa; era de color rojo oscuro y parecía estar forrada de terciopelo pues se veía suave y mullida como si fuera uno de los muñecos de trapo de cualquier niño. De pronto sacó algo y se lo enseñó a los niños: era la A mayúscula, esa bella letra que parece una escalera de tijera por donde puede subirse uno con mucha confianza. La colocó sobre el pizarrón imantado para que todos la vieran muy bien.

--Y esta es la hermana pequeña de la A –dijo a su auditorio mostrando a una cosita tan graciosa que parecía que era sólo una panza que se había comido todas las galletas de la alacena.

Los niños rieron al ver a la pequeña “a” minúscula y esta se sintió cohibida, por lo que corrió a resguardarse junto a su hermana quien le tomó cariñosamente la mano. A Clarita le gustó mucho esa letra, en especial esa simpática “a” puesto que su nombre la contenía dos veces. La maestra, para hacer que la pequeña letra se sintiera cómoda frente a los niños, invitó a las dos hermanas a que formaran el nombre de Ana junto a la letra “n”. Los niños les aplaudieron fuertemente al ver asombrados lo útil que era la “a” aun siendo tan pequeña. Arreglado ya el pequeño inconveniente, la maestra se apresuró a sacar la letra B y a su hermanita. De nuevo los chicos aplaudieron al ver lo hermosas que eran.

Todos los días la maestra les presentaba una letra mayúscula y a su compañera. Así los niños llegaron a conocer muchas: las hermanas “C, c”, las “D, d”, las “E, e”, etc. Los alumnos estaban encantados con el juego y cada mañana que entraban al salón de clases corrían a ver a las letras que seguían ahí, fijas, en el pizarrón imantado, luciendo sus colores tan alegres, y aguardando a que ellos llegaran para comenzar a jugar con alguna otra nueva que la maestra sacara esa mañana de la caja aterciopelada.

A los niños les encantaba descubrir cómo había algunas letras que se parecían tanto a las hermanas que parecían ser gemelas; lo único que las diferenciaba era el tamaño, como las “c”, las “k”, las “o”, las “s”, las “u”, las “x”, las “y” y las “z”. Cada día la maestra escribía nombres propios de personas y palabras comunes usando esas simpáticas letras que aguardaban ansiosas a que llegara su turno para participar. Las minúsculas eran las más desesperadas, siendo muy inquietas, y sabían que con ellas se formaban casi todas las palabras, por eso desesperaban porque las llamaran a escena; en cambio sus hermanas, tal vez por ser mayores, eran más concientes y aguardaban tranquilas en la parte baja del tablero imantado a que surgiera un nombre propio que las necesitara.

--A ver –decía la maestra— ahora escribiremos la palabra “cuentos”. Las letras mayúsculas se cruzaban de brazos y aguardaban pacientemente su turno sin estorbar a sus pequeñas hermanas que saldrían corriendo a tropel para que la maestra las ordenara perfectamente y se pudiera leer la nueva palabra. Las minúsculas “c, u, e, n, t, o, s” se atropellaban unas a otras por ser las primeras en ocupar su lugar.

La maestra les llamaba la atención porque siempre les decía que no por correr ocuparían los primeros lugares; era un juego serio que llevaba un orden. Pero parecía que era imposible contener la algarabía de esas pequeñas cuando iban a participar. Los niños reían divertidos viendo como la maestra desesperaba por hacer que se comportaran como debían; y cuando ella le pedía a los niños que pasaran al pizarrón, veía que estos actuaba de la misma manera que las impacientes letras minúsculas, se levantaban de sus sillas para pasar al frente y jugar con las letras queriendo ser los primeros. 

Pero llegó un día que sucedió algo extraño en ese juego. La maestra sacó misteriosamente la letra de esa clase y les presentó a las hermanas “Y, y”. A Clarita no les gustó ni una por grande ni la otra por pequeña.

--Maestra, ¿para qué pueden servirnos esas letras tan extrañas como la “w, x”, y ahora esta tan fea con la que no podremos escribir muchas palabras? –le preguntó Clarita con cara compungida.

La maestra quedó desconcertada con las palabras de su alumna, porque ella se había afanado en que los niños le tomaran mucho cariño a cada una de las letras y comprendieran que si alguna dejara de existir en nuestro alfabeto, sería una verdadera tragedia porque muchas palabras quedarían sin poderse escribir pudiendo llegar a morir lamentablemente.

--Clarita –le dijo la maestra— me extraña que te expreses así de estas letras tan simpáticas que parecen gemelas con sus hermanitas, en especial de esta “y” que es una de las nuevas y últimas del alfabeto. Ciertamente ellas no pueden jugar tanto como las otras pero no por eso son feas e inservibles. Mira la carita que han puesto cuando escucharon tus palabras, se han entristecido porque ellas quisieran participar más de lo que el idioma se los permite, y cuando han jugado lo han hecho muy gustosas. ¿Te acuerdas cuando conocimos la palabra: “yacaré”? Nadie sabía que era el nombre de un caimán y con ella enriquecieron su vocabulario. ¿Y qué me dices de las palabras: yacimiento, yarda, yate, yegua, yema, y otras muchas más que sin ellas no podrías nombrar a los objetos que llevan ese nombre?

Clarita se quedó pensativa. Sus compañeros la miraban con curiosidad sintiéndose también apenados porque cada vez que las letras “w, x, y” jugaban, ellos no les aplaudían porque les parecían muy difíciles. Estaban de acuerdo con Clarita, esas letras no les eran simpáticas ni aun porque parecían gemelas de sus hermanas.

La maestra también estaba triste, nunca pensó que los niños reaccionaran de esa manera puesto que se habían divertido todo el año jugando con esas letras de colores tan brillantes que estaban ansiosas de participar en la algarabía escolar. Al siguiente día les presentó, con el mismo ánimo de siempre, a la última letra del juego: la “z”, y a su hermana gemela. Las nuevas hermanas se incorporaron de inmediato al tablero donde fueron recibidas con mucha alegría por sus compañeras que estaban ansiosas de protegerlas del desánimo de los niños.

--A ver –dijo la profesora— todas las letras y los niños pongan mucha atención porque no sabemos cuáles compañeras participarán de las nuevas palabras; hoy presentamos a la palabra: zacatal.

La letra “z” minúscula fue a formarse en el primer lugar observada por los ojos cariñosos de su hermana mayor. Las minúsculas “a, c, t, l” gritaron de júbilo, y como siempre, corriendo en tropel, contrario a las indicaciones de la maestra, se hacían bola por ocupar los primeros lugares aunque la palabra no quedara correctamente escrita.

--Y ahora, todos listos para ver cómo se forma la palabra: zafarrancho –dijo de nuevo la profesora contagiada con la alegría de las letras.

De la misma manera escribieron: zafiro, zafra, zaguán… zapato, zarzamora, etc. Habían muchas más para jugar que con la “w, x, y”. Clarita y sus compañeros estaban muy divertidos, pero seguían con la idea de que la letra “y” no les gustaba, en especial para escribir nombres de personas.

--Yo no sé que hubiera hecho si tuviera por nombre alguno que llevara esa letra –rezongaba la niña camino a casa.

Llegó el último día de clases y la maestra les tenía reservada una sorpresa más. Cuando los niños ya estaban a punto de despedirse les fue dando un pequeño regalo. Les pidió que no lo desenvolvieran hasta que llegaran a casa; pero también les dijo que lo conservaran con mucho cariño y que la recordaran siempre.

Cuando Clarita llegó a su casa estaba ansiosa por abrir ese regalo tan misterioso que su querida maestra le había dado con tanto cariño. Grande fue su sorpresa cuando vio que se trataba de un par de letras imantadas, y estas eran nada más y nada menos que la letra “Y” y su hermana minúscula.

Aun con el paso del tiempo Clarita sigue extrañada por el suceso. La maestra llevaba las letras envueltas en pequeños regalos forrados con papel grueso y no se transparentaban  en absoluto, y sin escoger ninguno en especial los iba dando a cada alumno. Entonces, ¿cómo es que a ella le tocó la letra que menos quería?

No fue necesario que transcurriera mucho para que Clarita se encariñara con su nueva amiga. En su infancia pasó agradables momentos jugando con la “Y” y su pequeña hermana; llegó a quererlas tanto como a la “C, l, a, r, i, t” y a todas las demás.    

Ruth Pérez Aguirre

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