Cuando el peligro toca a tu puerta
Ruth Pérez Aguirre

Cándido venía corriendo a cuanto daban sus patitas; su cuerpo desfallecía por el esfuerzo tan grande al tratar de librarse de las garras filosas de Rasputín que lo había correteado por toda la casa tratando de darle alcance en cualquier rincón. Por este motivo, Cándido siempre dejaba su puerta sin llave para poder entrar en un parpadeo que pudiera burlar los enormes ojos verdes de Rasputín; ese gato horroroso, amarillento, con rayas cafés y negras que le daban un aspecto de tigre y que lo hacían aparecer más fiero de lo que en verdad era.

En una ocasión en que Cándido salía desprevenido de su casa, se encontró de cara con Rasputín que estaba acostado a unos centímetros de la puerta, como era su costumbre. Fue tanto su asombro que Cándido se vio temblar reflejado en los tenebrosos ojos del gato, de manera tan real, como si fueran un par de espejos. Cada vez que Cándido recuerda ese suceso, su cuerpo se sacude de pies a cabeza llegando el temblor hasta la punta de su cola.

Esa vez entró a su casa con el corazón en la mano; sus fuerzas ya no daban para más, y sin parpadear siquiera, se vio en las garras de Rasputín, mejor dicho, dentro de sus fauces, que era lo último que pudiera sucederle antes de pasar a mejor vida. Ya no podía más, de veras, su situación lo mantenía en un estado de nervios insoportable que lo estaba haciendo enflaquecer, no podía dormir en paz ninguna noche; se levantaba con grandes ojeras y con el cuerpo en violentas sacudidas con escalofríos.

Antes de llegar Rasputín a la casa de los patrones Cándido vivía tranquilo y feliz, había suficiente comida en la cocina o en la basura y nunca carecía de nada. Pero un día, los señores lo vieron y quisieron darle alcance, pero al no poder hacer nada ante su rapidez, decidieron traer a Rasputín a la casa y dejarle la tarea a él; el paraíso de Cándido se convirtió en polvo. Desde el primer momento, el feo gato le declaró la guerra, y para que Cándido no lo dudara dormía a unos pasos de su frágil puerta.

En esta ocasión Cándido entró a su casita y cerró de inmediato con varios picaportes. ¡Por fin estaba a salvo! Rasputín no cabía por la puerta y jamás podría entrar ahí. El ratoncito fue hasta la cocina y tomó agua con azúcar para ayudar a que se le pasara el susto; mientras tanto, se preparaba un café con leche para leer el periódico, costumbre diaria que practicaba para estar al tanto de las noticias del barrio. Fue a sentarse a su poltrona favorita, encendió la lámpara y abrió el periódico mientras soplaba un poco el café que estaba aún muy caliente.

La primera noticia con la que se tropezó casi lo hace caerse de la silla:

ANOCHE, UNOS RATONES FUERON ATRAPADOS BAJO LAS GARRAS DE UNA BANDA DE GATOS QUE CUIDABA EL BARRIO. NO QUEDÓ NINGUNO A LA VISTA.

¡Qué repulsión! –Dijo Cándido temblándole la lengua entre sus dientes, y el periódico sacudiéndose entre los dedos-- ¡Cuánta violencia! Cada día es más y más peligroso vivir en este barrio. ¡No sé qué hacer! ¡Por todos los ratones del mundo!, necesito un buen consejo.

Se levantó de inmediato y fue a asomarse a la ventana. Comprobó que la calle estaba tranquila, sólo unas cucarachas, escarabajos y hormigas transitaban seguros; tal vez regresaban a sus casas después de un arduo día de trabajo. Sin embargo, cerró la cortina para que la luz de la lámpara no causara interés entre los que pasaban por la calle. Regresó a su poltrona y continuó con su lectura:

AYER POR LA TARDE, MIENTRAS UN RATÓN LLEGABA A SU CASA FUE ATRAPADO POR EL GATO DE UN VECINO. NADIE LO HA VUELTO A VER.

¡Pobre Cándido, temblaba como una hoja! Apuró su café y se puso alerta porque creyó escuchar un sonido, ya conocido, en el picaporte de la puerta. Con seguridad era Rasputín tratando de romperlo. Casi desmayándose se dirigió a la puerta y le puso una silla para sujetarla aún más. Con el estómago a la altura de la boca corrió hasta la ventana para respirar un poco de aire puro porque sentía que se ahogaba. Cuando todo volvió a la normalidad, regresó a leer el periódico.

--No más notas de la sección roja –dijo muy serio poniéndose de nuevo los lentes, y pasó a una más interesante: la sección cultural. Pero en ella encabezaba una noticia que le hizo parar los pelos y la cola:

EL ERUDITO GATO, DON SABIO SABIONDO, PRESENTARÁ MAÑANA SU LIBRO INTITULADO “TODO LO QUE USTED SIEMPRE QUISO SABER DE CÓMO ATRAPAR A UN SIMPLE RATÓN… PERO TEMÍA PREGUNTAR.”

Cándido comenzó a sudar frío. Su frente perlada de finas gatos, digo, gotas, no dejaba de escurrirle. Sus patitas se chocaban unas con otras aunque se encontraba sentado. Antes de decidirse a abandonar la lectura pasó a la sección de espectáculos, y así dejar de sufrir tanto. Pero oh decepción, el encabezado no podía ser más amenazador que los otros:

MAÑANA ARRIBARÁN DE UN BARRIO VECINO EL CORO “LOS GATOS FELICES” QUE CON SUS 100 INTEGRANTES DELEITARÁN A TODO EL PÚBLICO ASISTENTE. ¡ESTÁN TODOS INVITADOS! ENTRADA GRATUITA.

¡Cieeen gatos!, jamás he visto a tantos juntos --dijo en voz baja Cándido—. No, ya no es posible vivir más en este lugar, debo irme antes de que sea el desayuno de cualquiera de esos malhechores.

Se dirigió a su cama y sacó de abajo su veliz. Debía irse antes de que esos cien gatos llegaran al barrio. Empezó a mirar a su alrededor deteniéndose en cada objeto querido. Esa era la razón principal por la que no quería dejar su casa. Estaba llena de recuerdos y de hermosos muebles, estilo provenzal, que él había adquirido con gran esfuerzo, sacados de la casita de muñecas de las niñas de la casa. Dejarlo todo sería como perder su identidad.

Miró una foto que lo remontaba a mejores épocas, y una lágrima afloró a sus pequeños ojos: se la habían tomado a él y a toda su familia el día de la boda de su prima Teté con un ratón muy blanco que había huido de un laboratorio. Se había divertido tanto saludando a muchos de ellos que hacía tiempo que no los veía, y que hasta pensaba que estaban muertos, sin embargo todos ellos salieron en la foto sonriendo felices. Le quitó el portarretrato y la metió en la pequeña valija. Sacó del armario su abrigo y sus pantuflas de lana, y con ellos la terminó de llenar. No podía llevar más cosas, debía salir con el menor peso posible por si Rasputín trataba de darle alcance.

Fue hasta la mesa y revisó la correspondencia del día: sólo dos cartas de propaganda de centros comerciales, ninguna de su familia; hacía mucho que ya no le escribían, porque los perros que cuidaban a todas horas la entrada de la casa no dejaban que el cartero se acercara. Así que se iría sin saber si su familia lo estaba esperando.

A la mañana siguiente, calculando que Rasputín estuviera tomando leche en la cocina, salió Cándido sigilosamente. Con lágrimas en los ojos tomó el primer atajo que encontró en un túnel viejo que había excavado en otros tiempos, y en menos que canta un gallo se encontraba ya afuera de la casa principal, en plena calle, tal vez a merced  de alguno de los cien gatos cantores que ese día llegarían a actuar. Debía darse prisa por dirigir sus pasos a otro túnel que lo condujera adonde vivían sus familiares. Dio un último vistazo a lo que había sido hasta entonces su querido barrio. Sujetó con decisión la valija y se puso sus lentes de sol.

Ooooh… --dijo con dolor-- Será la última vez que veré este lugar que tanto he amado y que luce tan bonito en plena primavera.

Se secó un par de lágrimas que empezaban a resbalar por su carita y ya más animado, dijo en voz alta sin importarle quien lo escuchara:

¡Es un hermoso día para comenzar con una nueva vida!

Ruth Pérez Aguirre

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