El casamiento del árbol.
Ruth Pérez Aguirre

Tili era una ranita feliz que vivía en un estanque rodeado de frondosos árboles y flores en abundancia. Le gustaba mucho la música y cantaba muy bien, por eso fue electa como directora del coro de ranas. En las noches de luna llena ofrecían melodiosos conciertos en su honor adonde iban los animalitos que vivían por los alrededores. Tili era muy popular y tenía grandes amigos.

Pepe, un frondoso árbol que disfrutaba en mecer entre sus ramas a los nidos de los pájaros que buscaban su cobijo, cariñoso como siempre, le apetecía estar cargado de ellos, escuchar sus trinos y los gorjeos de los polluelos recién nacidos. Así mismo le complacía la amistad de los animalitos que jugaban bajo su sombra.

Un día, al árbol favorito de Tili, Pepe, llegó una abeja reina con su numeroso séquito de obreras, ya que ofrecía un lugar perfecto para que una soberana de tal categoría llegara a sentar sus dominios. Reinaldina era la dulce reina que iba a la cabeza; se hizo construir su panal en el lugar que antes ocuparon algunos pájaros para guardar ramitas, reservadas para hacer otros nidos.

El agujero era bastante amplio y se encontraba en la parte alta del tronco. Reinaldina venía precedida por sus guardias ricamente ataviados, tocando sus doradas trompetas que anunciaban la presencia de Su Majestad. La soberana llegó y la acomodaron en su trono, entonces las abejas obreras iniciaron la elaboración del nuevo reino lleno de celdillas brillantes como el sol donde trabajarían fabricando la dorada miel que necesitaba para vivir siempre sana y bella.

Se escuchaba un movimiento continuo y afanoso, apenas interrumpido por los cantos de los pájaros situados en las ramas aledañas, asomados tímidamente de vez en cuando a la puerta del reino para ver cómo iba formándose semejante castillo reluciente y oloroso. Las abejas obreras salían y entraban trayendo flores de variados colores, las que utilizaban para procesar su producto.

Reinaldina se encontraba feliz y tranquila, venían huyendo de otro árbol donde sostuvieron una batalla campal contra una abeja reina africana que se apoderó de sus propiedades y había matado sin piedad a muchas de sus trabajadoras, a las cuales quería tanto. Logró salvarse un zángano y la mitad de su ejército de valerosas obreras. Ahora recuperaban la paz en ese nuevo dominio alejado de aquellas asesinas.

Tili miraba encantada el movimiento de las abejas desde una hoja de loto donde se encontraba reposando con unas amigas, intrigadas de lo que estaría sucediendo allá adentro. Al llegar la tarde vieron cómo salía del agujero una luz suave en tono dorado, muy cálido, como aquellas de las ventanas de los hogares del poblado donde Tili llegaba a cantar algunas noches cuando decidía aventurarse lejos del suyo. Las ranitas platicaron de los nuevos huéspedes pensando golosas en la rica miel que podrían probar.

En esos días habría luna llena, y por tal motivo harían algún festival al cual Reinaldina con seguridad iba a asistir como invitada de honor. Tili, contagiada de esa actividad que ocurría a unos pasos de su casa, comenzó con los ensayos pues en esta ocasión quería lucirse como la directora que era de tan famoso coro.

Llamó también a los animalitos que participaban en los eventos de mayor importancia, para que en esta vez también lucieran sus dotes artísticas. Conejos y ardillas llegaron con sus panderos, gatos maulladores con sus voces afinadas estaban listos para ensayar por horas si fuera necesario; los perros no se quisieron quedar atrás y llegaron dispuestos a hacer las voces bajas; las tortugas del estanque prestarían sus caparazones para los sonidos de percusión. Los violines, trompetas y platillos no faltarían, por eso, el dueño de cada uno de ellos estaría ocupado en practicar sus notas para esa noche que sería la bienvenida de la abeja reina.

Las arañas tejieron el telón de fondo que decoraba el escenario y, llegado el momento, con los reflejos de las estrellas lucieron chispas de diferentes colores. La iluminación teatral estaría a cargo de las luciérnagas y de las libélulas que, volando de un lado a otro, supervisaban que todos los personajes estuvieran en sus respectivos lugares.

Llegó el día de esa noche especial, la luna lucía como nunca y, contenta, los miraba desde el firmamento. Los animalitos se sentaron para ocupar sus puestos, unos como músicos, los otros como espectadores. Poco a poco comenzaron a descender las abejas como si fueran nubes, que al moverse, hacían figuras de flores. Al terminar formaron la figura de la corona de su reina quien bajó acompañada por un zángano que le sostenía su capa transparente como ala de mosca.

Reinaldina, con toda su elegancia y belleza tan naturales, hizo acto de presencia sentándose en un palco de honor decorado para ella sobre una flor de loto. Tili, también se veía encantadora luciendo un moño de gasa blanca en el cuello sobre un saco negro de terciopelo; como una verdadera directora de orquesta. El concierto tocó y cantó sus mejores melodías. La reina y sus súbditos estuvieron encantados con la recepción tan acogedora de Tili y sus amigos y finalizaron la fiesta repartiendo sus pequeños regalos de caramelos de miel para cada uno. A partir de entonces la compañía de las abejas fue recibida con mucha alegría por la comunidad entera con los trinos de las aves que eran sus vecinas.

Todo marchaba en paz, hasta que un mañana Tili se enteró de una mala noticia. Un loro había escuchado algo terrible y se lo comunicó a unos ratones, los que corrieron a decírselo a los conejos y estos a su vez a las ardillas que, apresuradas, llegaron al estanque a decírselo a las ranas: iba a haber un casamiento entre dos árboles y Pepe era el escogido.

Gritaron horrorizadas pensando en el daño que iban a sufrir a consecuencia de que se llevaran ese árbol de ahí. Tili lamentaba la pérdida de su amigo y del estrado que ella utilizaba sobre una de sus raíces altas desde donde dirigía los conciertos. Sin Pepe el paisaje quedaría triste, los pajaritos tendrían que huir lo antes posible de sus nidos, y todos perderían la sombra y el cobijo que tanto disfrutaban, y donde por años jugaron perezosos con las ranas; pero en especial, lo más lamentable era afectar a Reinaldina y a sus amables cortesanos.

Cuando Pepe supo que sería llevado a otra aldea, en lo primero que pensó fue en esas criaturas a las que tanto amaba y con las cuales se regocijaba en sus mejores momentos. Preocupado, se lo comentó a Tili; él no quería alejarse de ella y sus amigos, pues se divertía con sus cantos y travesuras.

Los pajaritos corrieron a avisarle a las abejas acompañados de las mariposas con sus aleteos nerviosos, pero las obreras estaban tan ocupadas en trabajar que no se dieron cuenta de nada. Además, la reina se encontraba dormida en su cámara real en un tratamiento de belleza que duraba varios días. Tili, desesperada, daba saltos y más saltos tratando de llegar al agujero para entrar a ese reino y solicitar una audiencia; pero no lo alcanzó.

Nerviosa, llamó a las ardillas con el mismo mensaje y tampoco pudieron hacer nada, había tanto trabajo en ese panal que tenía una espesa capa de cera tapando la puerta. Las criaturas del árbol no encontraron la manera de entrar y no se atrevieron a roerla. Los pájaros carpinteros antes de marcharse estuvieron picando la corteza del árbol para despertar a Reinaldina, pero sus esfuerzos fueron inútiles.

Tili se encontraba muy preocupada por el destino de sus compañeras de allá arriba pero no podía hacer nada más. A la mañana siguiente llegaron unos leñadores y comenzaron a cavar, sin estropear las raíces del árbol destinado a casarse. La gente de la comarca llegó alegre con vestidos de fiesta, zapatos especiales para largas caminatas y las comidas para la celebración del casamiento de los árboles.

Lo llevaron cargando. Tili se subió en él preocupada por lo que estuviera ocurriendo en el interior del castillo de Reinaldina y sus afanadas trabajadoras, ahora puesto casi de cabeza. Decidió acompañarlas hasta su destino final porque quería ver adónde se irían a vivir ahora.

La gente iba feliz cantando, los niños jugaban, tocaban el árbol, y entre ratos brincaron para subirse a él y ahorrarse algunos pasos del camino. En el poblado vecino ocurría exactamente lo mismo, la gente llevaba el otro árbol y se dirigían al lugar donde se efectuaría el casamiento. Cuando por fin llegaron al mismo sitio, entre risas y cantos, se dispusieron a cavar el hoyo donde sembrarían los dos árboles juntos y así realizar la ceremonia.

Cuando terminaron comenzó el baile y la fiesta; chicos y grandes hicieron rondas o corrían contagiados de la alegría. Comieron sentados sobre la hierba las apetitosas viandas que llevaron. Tili observaba curiosa cada momento pues nunca había asistido a un casamiento de árboles; lo que más le preocupaba era saber el destino de la reina y si se sentiría sola en esos nuevos parajes.

De pronto, la gruesa capa de cera que cubría la puerta del reino se empezó a derretir y vieron asomarse a unas mareadas abejas que miraban lo que sucedía. Tili pudo hablar con ellas y le contaron que todo estaba en calma en el interior, la reina apenas se estaba despertando de su sueño de belleza y no se había dado cuenta de nada. Lo importante para ellas era vivir cerca de algún lugar con muchas flores y desde esa altura habían descubierto uno cerca de su nuevo hogar. Tili, ya más tranquila, se despidió invitándolas a que los visitaran cuando hubiera luna llena y dieran sus conciertos; las estarían esperando siempre con los brazos abiertos.

Feliz, Tili regresó a su casa junto con los aldeanos que venían cantando por el camino cansados de tan larga fiesta. Ella, dando brincos y más brincos jamás se agotaba, llegó tan fresca como salió en la mañana. Venía muy contenta porque lo más importante para ella era conservar las amistades.

A la mañana siguiente, mientras tomaba su baño dándose un chapuzón tras otro, escuchó de pronto la algarabía de sus compañeras y fue a ver lo que ocurría. De un gran salto llegó adonde se encontraban mirando con júbilo a un retoño que estaba empezando a asomarse en el lugar donde había estado su inolvidable árbol; unas a otras se abrazaron contentas saltando y haciendo un círculo alrededor del brote.

Después de celebrar el nacimiento del hijo de Pepe, las ranitas se convencieron de que ése sería un nuevo árbol que llegaría a ser el compañero de otros animalitos unos años después, porque ellas, junto con sus amigos, se iban adonde ahora estaba Pepe, y se quedarían a vivir con él, pues los estaba esperando.

Ruth Pérez Aguirre

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