La escalera
Cuento de Renato Peralta Chappell

Tienen siete minutos para evacuar el edificio. Una bomba en planta baja. Varias bombas en el subsuelo, volarán las columnas principales . El portero eléctrico de todos los departamentos sonó simultáneamente. Como si hubieran oprimido todos los botones a la vez. Todos los habitantes escucharon la misma voz. En la planta baja había una compañía norteamericana. Varias veces habían intentado incendiarla o le habían puesto bombas o petardos.

Era la hora de máxima ocupación del edificio. Los televisores estaban encendidos en casi todos los departamento.

Había unas quinientas personas en los 25 pisos.

Se asomó al palier.

Todas las puertas se abrieron simultáneamente.

— Van a volar el edificio...

Todos juntos eran una sola voz. Y corrieron a salvar lo más importante para cada uno de ellos.

— Los dólares...

— Los chicos...

— La perrita...

El televisor... No está terminado de pagar.

Mamá... Ayúdenme a bajar a mamá... Está recién operada...

En la valija, lo imprescindible... ¡Sombreros no, infeliz!

Los cuadros... Alguno, por lo menos.

Alguien cargó su colección de estampillas, de flores y mariposas. Una mujer. una bolsa con libros. Otra, la botella de whisky.

El revólver... Las balas, alcanzame las balas.

Bebés, por supuesto. Enormes diplomas con marcos dorados. Vajilla. Estatuas. Una alfombra persa enrollada, tres metros de largo... Guitarras eléctricas. Un contrabajo. Equipos de música con parlantes, bandejas, amplificadores...

A los tres minutos del aviso, se cortó la energía eléctrica. Los televisores enmudecieron. Y en la oscuridad mayor arrastraron hacia el palier los dólares, los chicos, los perros, los cuadros. Viejos, guitarras, alfombras... Los ascensores se detuvieron. Los que quedaron encerrados en ellos pedían auxilio.

La escalera se convirtió en una masa en movimiento. Una boa gigantesca de gente aterrada, que engrosaba en cada piso. Al principio en silencio. Después la histeria. Chicos que lloran. Hombres que insultan. Mujeres que chillan sin sencido. "¡Cállense!... Cállense, locos de mierda.

Gente que empuja, que atropella. Que no le importa de los otros, que solamente cuida sus cosas. Valijas que golpean. Alguien rueda. El escribano del piso 19 pregunta si la escalera resistirá el peso de tanta gente. La escalera es un caracol con peldaños que se angostan en el extremo.

— Dejen de tocarme de atrás...

Alguien se ríe. Alguien se escandaliza. Alguien agrega una grosería. La multitud es un amontonamiento de soledades egoístas. En algún momento, alguien distribuye velas. Paquetes con velas pasan de mano en mano. Las velas se suman a alguno que otro encendedor, alguna que otra linterna. Cientos de velas encendidas. Una extraña procesión desciende, lodos cargan algo. Con el resplandor vuelve el silencio. Algunas velas torcidas gotean sobre los que bajan adelante. Alguien se hace ayudar por alguien que precisa más ayuda. Alguna mujer salió casi desnuda. Nadie tiene nombre.

Desde abajo, una mujer intenta subir. Empuja, ruega, se agacha para pasar entre la masa cerrada de los que bajan. Lleva una enorme peluca de plástico y viste impermeable de celofán amarillo. Tiene que subir hasta su departamento. Como quien quisiera nadar contra la corriente en un río de sierra, desbordado. Habrá dejado algo muy importante para arriesgarse tanto.

Alguien arrima su vela para ver el rostro de la mujer. Y arde la peluca de plástico y el impermeable de celofán amarillo. La multitud egoísta se abre. La mujer se enrosca sobre si para apagar el fuego. Rueda por los escalones. Caída en un descanso de la escalera, la multitud pasa por encima. Algunos levantan las piernas para no pisarla. Muchos no la ven. Alguien la pisa ex profeso.

Los que primero llegaron a planta baja, por el terror y la oscuridad, en lugar de salir a la calle, continuaron bajando hacia el subsuelo. La escalera es la misma, que se continúa, incómoda y riesgosa como en los pisos altos. La multitud siguió bajando. Como una víbora que no puede detenerse siguieron detrás de una cabeza ciega. La masa humana crece. El sótano se encoge. Empujan, Los viejos y los chicos caen primero. Los más fuertes trepan sobre los caídos. Las velas llenan de humo el espacio sobre las cabezas y devoran el oxígeno. Alguna madre levanta sobre su cabeza, un bebé que parece de trapo. tosen, escupen, vomitan, lloran. El escribano del piso 19 advierte que sólo han cortado la llave general de la luz. Levanta la palanca. Y vuelven a moverse los ascensores.

 

Cuento de Renato Peralta Chappell

 

Publicado, originalmente, en: Acento. Pensamiento, Narración, Poesía AÑO 1 -Nº 2, mayo de 1982

La revista Acento. Pensamiento, Narración, Poesía apareció en Buenos Aires entre 1981 y 1982

Link del texto: https://ahira.com.ar/ejemplares/acento-no-2/ 

Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas que es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.

 

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