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El toro fiel [1]  ¿Sólo otro relato infantil hemingwayano? (Notas para una traducción)
por Carlos A. Peón Casas
pastoralc@arzcamaguey.co.cu

 
 

Hemingway escribió este breve relato, junto a El Buen León en 1950. Estaba de viaje por Italia, y Carlos Baker[2] ubica con más propiedad su emergencia en los días en que recorría Venecia junto a Mary, por supuesto, pero marcado interiormente con el hierro insoportable del amor desatado  por la condesita  Adriana Ivancich.[3]

 

El texto pertenece a la hornada creativa que aglutina al conjunto de sus creaciones que vieron la luz en libros o revistas a posteriori de  The Firts Forty nine, el libro de sus relatos cortos más emblemáticos, o al menos los más conocidos. Este, junto a El Buen León , vio la luz en  la revista norteamericana Holiday  en su edición de marzo de 1951.[4]

 

La traducción de este relato  que ya hemos acometido, y ahora comentamos para el lector cubano, (no conocemos ni hemos hallado  entre nosotros ninguna anterior),  está marcada por el ineludible deseo de poder dar acceso al lector, a esos espacios todavía oscuros, por ausencia en la lengua de llegada, de la benevolente traducción, y que quedan pues sólo disponibles a los que tienen la posibilidad y la suerte de leerlos en el original Inglés.

 

Al acercarnos al texto de origen lo hemos hecho con la convicción de que no se trata, como pudiera parecer a primera vista, de una historia pensada para sólo para niños, a pesar de que fue ciertamente, junto a El Buen León,  dedicado a dos infantes como ya hemos acotado antes.

 

El lenguaje  por su aparente simplicidad, parece pensado definitivamente para los más pequeños, al menos así se siente el relato en un plano estilísticamente neutro,  aunque Hemingway en verdad trabaja su obra total un nivel léxico muy comprensible y sin rebuscamientos, a diferencia de Faulkner, como bien se sabe.

 

La profundidad del texto hemingwayano no pasa necesariamente por ese entresijo sustancial  sino que  como sabemos, tiene conexiones más profundas, como capas sucesivas de un entramado que se arma quizás desde el mismo tema, buscando aristas de mayor envergadura en el discurrir de la trama.

 

El personaje del toro, que es el protagonista, y que acaso resulte en la apertura palatal de la historia encarnación de la fuerza bruta, nada dado, al  parecer, a los asuntos signados por la emotividad (detesta las flores); se trasunta en un minuto, gracias  a  la magia discursiva hemingwayana en la imagen que personifica  otros  asuntos  más vitales en el logos del autor :  el valor bien entendido, la entereza y el ánimo parejo a la hora enfrentar la muerte.

 

Lo que parece una simple fábula, se nos vuelve entre las manos en una lectura más adulta. Allí subyacen otras coordenadas que un niño no es capaza de discernir.  Emerge entonces el  para Hermingway  siempre escabroso tema de la  fidelidad en el amor de pareja, en un minuto como vimos más arriba en que  el hombre, olvidemos por un minuto al narrador, vive coordenadas signadas por un súbito devaneo con una jovencísima  mujer  que bien puede ser su hija (la que no tuvo y siempre anheló tener), más allá del eufemismo que el usaba para llamar a las féminas que se ponían  a tiro, o con las que mantenía alguna especial  relación, y a las que fácilmente  les doblaba o triplicaba la edad.

 

Es por esta misma época, en que declara sin ningún remordimiento, lo que Baker nos transcribe:

 

“(…)Dijo que no había pecado en amar a Mary y a Adriana, sino que se trataba de una suerte dura. Los beneficios literarios eran obvios. La verdadera creatividad, como él la sentía, se hacía realidad sólo cuando se estaba enamorado. Aparte de su nostalgia continúo comportándose  de acuerdo a sus inclinaciones. El diez de junio (1950) se fue a la Habana y se ligó con un par de conocidas prostitutas(…)”[5]

 

Como se sabe, la relación con Mary pasaría por momentos álgidos, pero a pesar de los pesares, habría siempre y finalmente  reconciliación.

 

La propia Mary aludió a algunos de tales “desencuentros”[6] en carta a Scribner.

 

Lo de la Ivancich, tendría sus propias coordenadas, incluyendo una anécdota muy sugerente a bordo del Pilar, cuando la frágil condesita se hiriera la mano con una aleta de un pez, y un Hemingway muy amoroso había corrido a sus pies: ”para succionar con su propia boca la sangre, y  Mary, asqueada, había vuelto la cara y se había marchado a otra parte del barco”[7]

 

Lo singular en el personaje del toro  fiel en la breve fábula aludida, es que había descubierto (nuevamente) el amor, y se negaría a cumplir con el que parece ser su sino primario de semental bien provisto.

 

Lo suyo será, a partir de ese minuto en que ha sido flechado, dedicarse en cuerpo y alma a su amada, sin hacer concesiones. Tal desempeño, le acarreará  la muerte, que le darán en una plaza de toros.

 

Pero Hemingway, el hombre otra vez, cumpliendo claro está  con las exigencias del narrador, no tendría que arriesgar tanto en su vida real, bastaría con enunciar  la metáfora del sacrificio como otro guiño interesante en el final de este  pequeño relato, y  no precisamente, como ya venimos acotando, para lectores imberbes.

 

Notas:

 

[1] The Complete Short Stories of Ernest Hemingway. The Finca Vigía Edition. 1991.  p.485. Acompañamos este texto con nuestra personal traducción

 

[2] Dedicado junto al Buen León a dos pequeños: Gerrardo Scapinelli, sobrino de la Ivancich; y para la hija de Carlo Di Robillant. Citado por Baker en:   Ernest Hemingway. A Life Story. Scribner’s and Sons. New York. 1969. p.492

 

[3] “El dia antes que los Hemingway partieran de Paris para el Havre, Ernest y Adriana dieron un paseo muy sugerente por Paris que los llevó a lo largo del Boulevard Saint Germain. En algún momento, sentados en una mesa del café Les Deux Magots: un rubicundo Hemingway le había hecho una torpe declaración de su amor. Tras muchos rodeos, incluso le habría planteado el tema del matrimonio: -Te amo con mi corazón y no puedo hacer nada para remediarlo.Pero tú tienes a Mary, le dijo Adriana , sintiéndose paralizada.-Ah, si Mary. Ella es buena claro, y sólida y valiente.”  En Hemingway’s Boat.  Paul Hendrickson. Vintage Books. London. 2012. p.452

 

[4] Ernest Hemingway. A Life Story. Op cit. p.492

 

[5] Ibíd. p.484

 

[6] “En la mesa  su favorita y más frecuente manera de protestar una palabra, una mirada, un gesto, o alguna comida que le disgusta es poner su recién servido plato en el suelo. El otro día me vació el plato del pan y las galletas sobre el mío” En Hemingway’s Boat. op cit. p.448

 

[7] Ibíd. p. 454.  La anécdota aparece también  contada por la propia Mary en su libro How it Was aparecido en 1976

 

por Lic. Carlos A. Peón Casas
pastoralc@arzcamaguey.co.cu

 

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