Tutankamón, los pieles rojas y los cabecitas negras
Carlos Penelas

Cristina Fernández de Kichner sostuvo que era una noche "muy especial".  "Voy a cometer una infidencia. Hablé con el ministro de Cultura de Egipto para llevar la muestra de Tutankamón a la Argentina. Así tendríamos el altísimo honor de ser el primer país que se exponga este tesoro de la humanidad. Estoy segura que cumplirá con su palabra y tendremos a Tutankamón en Buenos Aires. Será para esta humilde Argentina algo impensado en mi vida", dijo con efusividad la Presidente.

 

Pocos grupos o comunidades han resultado tan atractivos para Hollywood y la literatura como los nativos norteamericanos; cubiertos de plumas, pieles y colores de pies a cabeza.  Al principio se les retrataba como salvajes a los que había que exterminar, para así poder establecerse los ingleses o descendientes de estos en las regiones más occidentales del país. Se ha descubierto que eran una cultura y que fueron abusados por los colonizadores.  Sí, fueron abusados -muy abusados- pero lo de la cultura y el lugar predominante que siempre han ocupado en comparación con otras culturas de América- en novelas y películas sigo sin entenderlo.

 

No conocían los nativos de éste país el procesamiento y uso de los metales, no poseían una escritura coherente, ni un modo de transmitir sus historias y leyendas como no fuera el de la tradición verbal que, por supuesto, se corrompía y desfiguraba con el tiempo.  No tenían ni idea de dónde estaban (en términos geográficos), apenas practicaban el cultivo y la cría de animales domésticos y, los pocos que lo hacían, no vacilaban en emigrar y abandonarlo todo ante cualquier amenaza climatológica, desastre natural o enfrentamiento con otras tribus.  Todo lo anterior los convertía en nómadas casi permanentes sus propios y vastos territorios, que habitaban como tribus o grupos de un mismo origen.  Vivían, básicamente, de la recolección y la caza usando flechas y lanzas con puntas de piedra o hueso.  Para atrapar a unos cuantos búfalos -de las decenas de millones que poblaban el norte de América en aquél entonces- tenían que valerse de la técnica del despeñadero; o sea, asustarlos para que cayeran a los abismos y murieran.  Lo anterior, para mí, es casi la Edad de Piedra.  En descubrimientos recientes se afirma que algunos de esos grupos que habitaban las zonas de lo que hoy conforman los estados de Arizona y Nuevo México practicaban la antropofagia (comían gente) pero a esa información se le ha colocado sordina. Estos son algunos de los conceptos (polémicos pero interesantes) del poeta y editor cubano, Guillermo López Borges (1952).

 

En 1961 Germán Rozenmacher (1936-1971) escribió un  cuento famoso: Cabecita Negra. Refleja con realismo las relaciones racistas que establecieron las clases medias de Buenos Aires con las nuevas clases trabajadores procedentes de las provincias.

 

El protagonista del cuento es el Señor Lanari, un comerciante de Buenos Aires que posee una ferretería, hijo de inmigrantes. Lanari sufre de insomnio y decide salir a la calle a la madrugada.Allí la vio: una cabecita negra sentada en el umbral del hotel que tenía el letrero luminoso Para Damas. Estaba en la puerta, despatarrada y borracha. Casi una niña, con las manos caídas sobre la falda. Vencida, sola, perdida.

 

Después de un episodio, un policía se acerca y pretende detener a Lanari por alterar el orden en la vía pública.El señor Lanari, perplejo, asustado, le sonrió con un gesto de complicidad. Mire estos negros, agente, se pasan la vida en curda y después se embroman y hacen barullo y no dejan dormir a la gente. Entonces se dio cuenta que el vigilante también era bastante morochito pero ya era tarde.

 

A partir de ese momento el Señor Lanari se sentirá invadido por los dos cabecitas negras. El cuento relatará su experiencia como si se tratara de una pesadilla en la noche.

 

Señalar a los otros con el dedo no nos eximía de nuestra vergüenza, escribió Bernhard Schlink. Por momentos tenemos una mirada perdida, infinitamente cansada. Vivimos el conformismo al que se entrega una nación. Una sociedad que tolera y acepta criminales, que tolera y acepta la corrupción, que tolera y acepta el robo de políticos, funcionarios y demás caballeros. El mundo está gobernado por canallas, hipócritas, parásitos e irresponsables. Gracias a Dios no hay más anarquistas.

 

No importa, querido lector, todo se desvanecerá. Por el momento,  mientras el mito derrote a la historia -como ocurre en La estrategia de la araña de Bernardo Bertolucci- el hijo continuará diciendo: El fascismo continuará, el fascismo ya está dentro de la gente.

Carlos Penelas  / Buenos Aires, noviembre de 2008

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