Poetas del Jardín de Acracia
Carlos Penelas

¡No el deber ante todo, sino la vida ante todo!.
Stig Dagerman

Nos conmueve la poesía y el sueño de la libertad. Nos conmueve la dignidad, lo solidario, la fraternidad. La desnudez de la mujer, el mar, los bosques. La utopía de ser en otra sociedad, en otra relación humana. No renunciar al hedonismo, expandirse en la generosidad. Descreer de la infalibilidad del Papa y de la infalibilidad de la ciencia. Desde la voluntad del hombre libre contra la burocracia. Prohibido prohibir.  Saber, por ejemplo, que un abeto de Noruega es el árbol más viejo de la Tierra; tiene 9950 años. Nos llena de esplendor, de felicidad, de milagro terrenal. Como los ojos de un niño o la evocación de una aldea. Crecemos desde la insurrección del poema hasta la pasión por el cosmos. Somos parte del universo, somos partículas libres, complejas. Rebeldes. Sin duda sabemos también que en Japón venden tumbas que se conectan a celulares con videoclip del viajero hacia la nada. Por ese motivo -según la empresa- el muerto es receptor de saludos, de  recuerdos, de  cariños. Vivir con plenitud no es un don, es un adiestramiento. Lo saben los jóvenes, los enamorados, los hombres libres. Como Marcos Ana, que estuvo veintitrés años preso en las cárceles franquistas. Y no guarda rencor. Hace unos días conversé con él, lo escuché con admiración, conmovido por su vitalidad, su espíritu, su pasión por lo libertario. Aprender a vivir y a ser libre supone un esfuerzo, comprender que hay por delante un camino abierto a la vida, al mundo que transcurre y cambia. Eso significa sublevación, belleza, creatividad.

La cultura capitalista actúa de manera irreflexiva. No llega a comprender qué le atrae o qué repele; se mueve hacia la fuga, qué desea de verdad o a qué le teme. Lo vemos cotidianamente. No creo en las estadísticas, creo en lo cotidiano, en lo que vivimos, en cómo nos movemos. En esta sociedad se interrumpe todo; conceptos, imágenes, cuestionamientos. No a la revolución con corbata. Se mueve entre penalidades y recompensas. Se habla de rendimientos, consumismo,  estratificaciones. Alienta una forma de vida donde todo debe ser práctico, por lo tanto plausible. Una sociedad en el que el individuo se amolda. (“La rebelión de 1968 quería el poder de su propia vida”) Y aparecen simbologías peligrosas, himnos, líderes, vocabulario, técnicas de exhibición. Patrias y antipatrias, cielos e infiernos. Somos productores, soldados de un sistema que se cae a pedazos. Necesitamos guerras, apego a las normas, sometimiento a la rutina. Nos hacemos sumisos a la monotonía. El campo de batalla o la fábrica, el uniforme o la telefonía celular. Desde la más tierna infancia nos educan a obedecer, a estar entrenados, coercionados por un partido o una religión, por el matrimonio o el grado académico. De allí las adicciones: compras, drogas, dogmatismo.

Diseñan su espacio en torno al poder, a la humillación y la obsecuencia. Se creen libres, se creen felices. La opulencia oculta el letargo, el tedio. Seamos realistas, pidamos lo imposible. No reconocen, no aceptan diferencias, no toleran. Cotidianamente se bombardea desde los medios, desde la educación, para fomentar imbéciles. No quiero morir imbécil. De esta manera son aptos en la sociedad, se reintegran a las filas del mercado, del mundo consumista. Lo contrario es el fracaso, la invalidez social, el desamparo. El hombre, de esta manera, es un producto; él es un producto. La sociedad hace de uno mismo un producto, una mercancía, un objeto. Y se siente atrapado por miedos, por enfermedades, por hecatombes, por huelgas o desocupados. Por los extranjeros, por los otros, por los “deshechos humanos”. Le imponen gusto, moral, códigos: la superación depende exclusivamente de su voluntad, del esfuerzo individual. Se piensa que hay ideologías cuando en verdad lo que existen son organizaciones de poder, clamores en nombre de la esperanza, del futuro o de la revolución. La imaginación al poder.

Hay pocos poetas en este jardín. Al menos por ahora. Sueñan, hacen el amor,  meditan. Se actúa contra la represión. Las computadoras trabajan solas mientras hombres y mujeres caminan por bosques y calles. Los niños van desnudos, carecen de ritos, de santuarios. Nadie da órdenes, nadie esta obligado a recobrar las nubes. Cambian, se modifican. Necesitan poco, casi nada. Hablan de Mayo del 68, hablan del hundimiento de una mitología de la felicidad. La vida en este jardín se rige sin autoridad, sin gobierno. No existe matrimonio ni religión ni ejército. No hay propiedad. Hay necesidades y voluntades, coincidentes o contrastantes. Dialogan con árboles y con  aparecidos; resisten amando veletas y puertos. Gustan de las posadas, de la luna, de la insurrección. Sienten revueltas anárquicas y exuberantes, imaginativas. Algunos llevan el inconformismo obsesivo de los locos. Discuten, blasfeman, critican. Ríen o lloran con facilidad. Son enérgicos, severos, dignos. Suelen escribir  muros, suelen odiar o amar sin disimulo. Viven pocos poetas en este jardín. Algunos escriben, otros hacen artesanías o se ponen máscaras griegas o plantan flores para los adolescentes. Todos dibujan las imágenes del sueño o miran los pájaros escapando de sus alas. No les resulta fácil, están solos y lo saben. No tienen banderas ni patrias ni dioses. Corre, camarada, el viejo mundo está detrás de ti.

Carlos Penelas

Buenos Aires, mayo de 2008

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