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Nuncios, favela y carnaval
Carlos Penelas
penelascarlos@yahoo.com.ar

 
 
 

Estamos con el populismo hasta la coronilla. Es la fe, la irracionalidad, la pata de conejo. En el desayuno, en el tren, en el baño, entre las sábanas, en las plazas, en los asesinatos, en los robos, junto a la silla de ruedas de la abuela, en los museos, debajo del pan, en el escalafón de los oficinistas públicos, en la popular y nacional mirada del comentarista de fútbol. Todo es interminable y confuso. Y allí, en esos fragmentos, en esos intersticios, el latrocinio, el engaño, la mentira, la tercera posición, el alineamiento, la enajenación, el embuste desembozado, lo desconcertante, el bonapartismo. Y dale con el bombo, con el llanto, con el chori chori pan. Idiosincrasia, cepas, virus, contagios, borrachera. Guiso y dale otra vuelta. Y puede ser un porro y puede ser la birra. Prebendas, banderines, gorros, vinchas. Se recrea la historia, las fotos,

las inundaciones, las villas, las proclamas, los barra bravas. Departamentos en Puerto Madero, no en Recoleta. Bueno, a veces sí. Y llegan los que mandan, los que obedecen, los héroes, los mártires, los apósteles. Iras y resentimiento. Y los intelectuales que explican lo inexplicable balbuceando, citando a Marx, a Chayanne o a Angelus Silesius. Huelen a lumpen, a racistas. En el fondo odian el conocimiento, odian a los judíos, a los europeos, a los filatelistas, a los rubios y a los senegaleses. Y dale que te dale y dale que te doy. Y llega la eternidad, la visión, lo infinito. Nos embalsamamos, nos amamos, nos hablamos para siempre. Y somos burros y viva la Santa Federación. Y el chori chori chori y el chori chori pan. Y dale con la Revolución cubana. Lo vengo advirtiendo desde hace décadas. Llegó la hora de desconfiar del hombre que se lustra los zapatos antes de ir al Parlamento o a la Casa de Gobierno o a Tribunales. Desconfiar de la señora que va a la peluquería, a la iglesia o al camposanto. Desconfiar de ministros, de diputados, de senadores. Y del presidente del consorcio. (Y, si fuera poco, el Santo Padre renunció al llamado del Espíritu Santo). Desconfiar del secretario que es oficialista y ahora tiene dos automóviles, un country, tres casas, un avión y una avioneta, tres amantes y dos sobrinos. Que se separó de su mujer que tiene un velero, un yate y un ovejero alemán a su nombre. Desconfiar de aquellos que no vieron Buenas noches, y buena suerte de George Clooney, desconfiar de los que la vieron.

Desconfiar de los ex guerrilleros, de los ex obispos, de los ex amantes, de los ex gobernadores, de los ex militantes que decían carajo y de los ex militantes que decían patria si, colonia no. De los leones herbívoros y de los otros. De los populistas de derecha y de los populistas de izquierda. De los que dicen que “el tránsito es anárquico” y no dicen que “el tránsito es liberal o neo liberal o conservador o marxista-leninista”. Desconfiar de los manifestantes que hablan de revolución. De academias, de médicos que se vinculan con laboratorios, de científicos que investigan en centros privados, de los privados que educan a hijos subnormales, de los que niegan las dictaduras, las torturas, los crímenes, los robos de niños, los fusilamientos, las vejaciones. De los que vieron y callaron, de los que se hicieron los distraídos, de los distraídos, de los muditos, de los cieguitos. De los que robaron en nombre de los derechos humanos y de los otros. De aquellos que se hicieron revolucionarios de la noche a la mañana. De los pederastas de la Santísima Iglesia del Aborto de los Siete Suspiros y de los militantes de la vida. Un apotegma: todos los argentinos son peronistas.

Desconfiar de mí, de los abogados, de los jueces, de los medios. De aquellos que los defienden y de aquellos que los atacan. Debe desconfiar de la chiquita de la mini falda y del papá de la chiquita. Debe desconfiar de la modelo top y de la mamita de la modelito. De la actriz porno y de la otra, de los supuestos intelectuales y de los barrenderos, de los honorables caballeros del club y de las putas de barrio norte. De las putas finas y de las otras.

Todo se ha mezclado: populistas y liberales, estalinistas y pedófilos, víctimas y verdugos, retratos, mausoleos, frentes y contrafrentes. Todos viven juntos en el mismo country. Hay un banquero que es comunista y un comunista que se hizo empresario. Forman parte de este caldero. Desconfiar de la comedia gringa y de la tragedia, del hambre y de la comercialización del hambre, de los sindicalistas y de los empresarios, de la contraofensiva nacional y popular y de los verdugos del ejército sanmartiniano, de las honras fúnebres y de las otras. En fin, damas y caballeros de la corte, hombres de buenas costumbres, profesionales correctos, usureros desvergonzados y burócratas, esta suerte de Armada Brancaleone, digo. De bombos para el lumpen de la plaza, de los dueños de media Patagonia y los mitos de la patria liberada. Y recuerde, además, la frase que Thomas Jefferson escribió a John Adams: "…Creo sinceramente, como usted, que los establecimientos bancarios son más peligrosos que los ejércitos tradicionales…” Desconfíe, querido lector, desconfíe. Mi padre -un gallego que cursó hasta segundo grado en su aldea, que leyó al príncipe Kropotkin y a Stirner- me lo advirtió cuando era niño.

 

Carlos Penelas  / Buenos Aires, marzo de 2013

 

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