Diario interior de René Favaloro 
Carlos Penelas
Editorial Sudamericana.
Prosa - Buenos Aires, 2003.

Vuelco en el papel y hago público lo que generalmente sólo se dice en el secreto murmullo, a media voz, como las pequeñas naderías de la vida literaria, conocida por todos y al mismo tiempo censurada. Suspendo el vínculo de complacencia indulgente que entablan unos y otros, a título de revancha, y que constituye el fundamento ordinario de la vida social.

Escribir desde el otro, desde el fluir de los sueños y confidencias es arriesgarse a parecer grosero, indecente, que pretende reunir simples anécdotas malévolas en un discurso supuestamente digno y complejo o, lo que es peor, un entregador.

En términos más universales, Favaloro intentó por momentos, en la intimidad, denunciar a los dueños del monopolio de la objetivación pública. Revela el poder, y el abuso del poder, haciendo volver ese poder contra aquel que lo ejerce, simplemente por una estrategia de mostración. Enseña el poder científico enfrentándolo con el poder que la ciencia médica ejerce cotidianamente contra cada uno de nosotros. Detrás la industria que él necesitaba y maldecía, esa industria que posee el monopolio de la difamación legítima. Aliada a los políticos de turno, al periodismo de investigación y al otro. Una paradoja de base: profesiones poderosas compuestas por individuos frágiles. Mentecatos que se quiebran en sus carreras y también en sus conciencias. Y otra paradoja: se vuelven peligrosos, terminan transfiriendo su dolor hacia fuera, bajo la forma de la violencia o el menosprecio.

Uno de los emblemas de Favaloro es ofrecerse como una suerte de arquetipo, de manual del combatiente contra la dominación simbólica. Pero lo ejercía muy cercano al poder. Allí su lucha, su contradicción, su deseo de destrucción y de hacer, de acusar y de acción, de rodearse en el mismo poder, donde los hombres manipulan las estructuras cognitivas. No resulta nada fácil –en verdad es imposible– enseñar técnicas o normas o lecturas en el ámbito prostibulario. Quiso desenmascarar sin los espacios históricos necesarios. Por eso reúne la provocación para tornar visible aquello que sólo la intuición o el conocimiento permite presentir. Por eso queda solo. Sus allegados más próximos en los que él confiaba les interesaban el bienestar, el stablishment, el poder. Trágicamente construyeron lo contrario, las sumisiones y los conformismos ordinarios. Descubre entre sus allegados, sobre el final más que nunca, el oportunismo de cada uno de ellos. Siente que todo puede simularse –él no escapa a esta situación– incluso el vanguardismo y la trasgresión. Los científicos y médicos que René Favaloro parodia en sus breves y hondas confesiones son el conformismo del anticonformismo, el academicismo del antiacademicismo. Siente y mastica la astucia, la perversidad, la envidia. Detecta que introducen a sus espaldas trucos cínicos. Y entonces denuncia los beneficios intelectuales ligados a los mecanismos de la economía, del poder social, de la representación, de los intercambios. Pero él es eje de esa perspectiva dentro de un universo que se parece mucho a lo que desea destruir. Lo notable, ahora sí, lo dramático, es que es un médico a la antigua, formado a la antigua, que se siente amenazado por los nuevos tiempos, por la nueva corrupción e hipocresía cotidiana. Siente que sus colegas son la encarnación de la sumisión al mercado que él mismo impulsó. Por eso denosta a burócratas, presidentes de pacotilla, sellos de goma de institutos sumisos y entregados al negocio sucio y vil. En esa batalla descubre poco a poco que él mismo es parte de esa coyuntura histórica. Intentando revelar, develar y desenmascarar al otro se descubre en el espejo.

Nuestro problema es cultural y ético. Es el sistema el que no da más. Todo se agotó. La creatividad para enfrentar a la crisis. Siempre admiré en él su energía ejecutoria. Desconfiaba del despotismo burocrático, no tenía confianza en la gestión de los gobiernos. Buscaba hombres ideales, a su medida, a su esfuerzo. Por eso su afecto por los agricultores, los chacareros. No por los representantes de las sociedades que planifican el robo y el saqueo. A los seres humildes, desdichados. Recuerdo esta frase de Goethe: “Dos viajeros que parten de puntos alejados, se encaminan a igual destino y se encuentran a media jornada, suelen acompañarse mejor que si hubieran comenzado juntos el viaje.”

Teofrasto adquirió la maledicencia como una inclinación, como una enfermedad del alma. Siempre hay erostratismo en el maldiciente. La sencillez del doctor Favaloro nos llena de asombro. Cientos de ejemplos vienen a mi memoria. El trato, el saludo, sus hábitos de comida, sus gustos, todo, absolutamente todo elevaban su espíritu. Me gustaba observar su mirada ante ciertos caballeros normandos con sobretodos de piel de camello o damas devotas con vestidos de Versace.

Don Quijote aconsejaba a Sancho, que iba a gobernar la ínsula, que llevara las uñas cortas. Favaloro quiso introducir la asepsia en lo político, en lo social. Quería enseñar a sus pares y a los hombres públicos a que tuvieran manos limpias. Tengo sobre mi escritorio, en mi casa, un libro que en abril de 1997 retiró de su biblioteca y me lo dedicó. Es La creación del mundo moral, de Agustín García. La introducción está escrita por Joaquín V. González.

Mandar entraña el riesgo de tener que expiar por su mandato. Zaratustra se pregunta “qué es lo que induce a lo viviente a obedecer y a mandar”, pero en la última línea de la interrogación “y a ejercer obediencia incluso cuando manda”. J. Lorite Mena en Fundamentos de antropología filosófica (Alianza Editorial, Madrid, 1982) señala que “todas las negaciones de la diferencia tienen un origen común: el deseo de poder que se opone al principio de realidad”.
El juego de mandar y obedecer anida en el núcleo mismo de la vida que se supera a sí misma y que en esa superación “se inmola a sí misma ¡por el poder!”.

No eres tú, muerte grave, ave de plumas férreas,
la que el pobre heredero de las habitaciones
llevaba entre alimentos apresurados, bajo la piel vacía:
era algo, un pobre pétalo de cuerda exterminada:
un átomo del pecho que no vino al combate
o el áspero rocío que no cayó en la frente.
Era lo que no pudo renacer, un pedazo
de la pequeña muerte sin paz ni territorio:
un hueso, una campana que morían en él.
Yo levanté las vendas del yodo, hundí las manos
en los pobres dolores que mataban la muerte,
y no encontré en la herida sino una racha fría
que entraba por los vagos intersticios del alma.

Pablo Neruda

Podemos leer en Juana de Vietinghoff, en El tiempo gran escultor, de Marguerite Yourcenar: “Cree en la eficacia de la muerte de lo que tu deseas, para tomar parte en el triunfo de lo que debes ser. ¿Tan poca fe tenéis que no podéis vivir ni una hora sin religión, sin moral, sin filosofía?”

El doctor René Favaloro presentó al Consejo de Gobierno de la Fundación el 27 de febrero de 1989 una Declaración de Principios. El punto diez decía: “Solamente llegará a gozar de lo realizado cuando en su alma sienta, en esos silencios necesarios para la reflexión, que el único premio verdadero es el que proviene del placer espiritual, limpio y sereno del deber cumplido.”
Siempre reiteraba lo del deber cumplido y los silencios interiores. “Nuestro único rédito es la recompensa del deber cumplido.” Nicolás Repetto escribió: “Toda mi vida representa el ejercicio placentero de lo que yo he considerado mi deber.”

Casi todas las fotografías en donde aparece dialogando con alguien recuerdo que ese alguien era yo. Me sentaba, hablábamos y el fotógrafo tomaba las fotografías. “Lo que se enuncia en palabra no es jamás, ni en lengua alguna, lo que uno dice”, escribió Heidegger.

“Vengo de un barrio pobre, fui doce años médico rural. Llevo el olor a rancho para siempre. Es mezcla de mugre y humo”. Estoy en su despacho del Sanatorio Güemes. No me da lugar a observación alguna, apenas me atrevo a interrumpirle. Cuantas veces quise aproximarme había algo en él o en mí que lo impidieron.

“El trabajo es apetencia reprimida”, sostiene Hegel. Ya en Descartes la voluntad con su querer ilimitado es la “responsable” del error. Hablamos de la representación, del mundo como imagen y como objeto. La realidad y el deseo, escribirá Luis Cernuda. Aquello que yace frente al sujeto en el ámbito de la conciencia. El mundo como voluntad y representación, sintetiza Schopenhauer. “Una libertad que sigue manteniéndose dentro de la servidumbre”, escribió Hegel denominando a eso obstinación del hombre a la decisión de obrar por su cuenta. La voluntad no se pliega a lo universal, se aferra a lo singular. “...donde la libertad era la necesidad misma que jugaba bienaventuradamente con el aguijón de la libertad” definió desde lo poético Nietzsche.

Su voz en un sueño. La demencia se introduce en los intersticios. Debo trabajar. Todo en el fondo es una farsa, una aberración. El matrimonio, las entrevistas, esta tarea infernal, la hipocresía de los que me rodean, la adulación. Necesito creer en alguien. Y todo se vuelve día a día más obsceno. En una enajenación difícil de comprender. Mi vida es un infierno, para qué me metí en esto, rodeado de hijos de puta, de mediocres, de burócratas, de amanuenses. De esta vida me iré con mis silencios. Me harto de hablar de esta sociedad donde sólo vale el exitismo del dinero, de que los jóvenes no se comprometen ni en lo social ni en lo familiar. Hay una exaltación de lo material, de lo superficial, de lo chabacano. Estoy seguro que avanzamos hacia un mundo social y participativo. Tengo que dar explicaciones de mis actos, tengo que empezar todos los días de nuevo. Yo mismo preparo la comida, lavo los platos, le paso el lampazo al baño. Vivo una vida de locos. La gente es feliz en los pueblos, en esos pueblitos de Italia o de España. Aquí hay teatro, cine, restaurantes, pero la gente no es feliz. Los avances tecnológicos bien usados permiten una mejor salud, una mejor calidad de vida, pero se han perdido los valores esenciales. Aquél pobre diablo que vive de su huerta o sus gallinas es más feliz que yo. En el filo de la muerte no recordaremos nada material. Lo único que cuenta al final es la mujer amada, el amigo, la naturaleza...

Nadie más alejado que yo de la medicina. En mi familia se tenía por hábito no hablar de enfermedades ni de muerte. Sobre todo en las comidas. Podíamos tratar y discutir temas más crueles, pero no esos.

Mi formación fue a través de mis padres y hermanos. Ellos me guiaron con el afecto y la pasión hacia la búsqueda de la belleza y la rebeldía. He contado en más de una oportunidad que mi padre cuidaba cabras y ovejas de sus amos cuando apenas tenía seis años. Llevaba consigo una hogaza de pan en el morral que le dejaba su madre y la honda de Goliat que su padre le había enseñado a usar para defenderse de algún ladrón o cazador furtivo. Y de los lobos. Horas en el monte, solo, hasta que lo recogía mi abuelo Pedro, que venía cansado con su azada al hombro de otra finca vecina.

Mi padre al llegar aquí se formó con obreros anarquistas. Allí comprendió en verdad el exilio, el hambre, la injusticia social, los movimientos revolucionarios. Zola, Kropotkin y Shakespeare le ordenaron una nueva sensibilidad y una nueva visión de la vida. De mis hermanos, la música, el cine, la pintura, el teatro. De todos la necesidad de conocer, de formarse, de trabajar, de emular a los hombres de bien. Y de mi madre el amor a las plantas, al orden del hogar.

Cuando publiqué mi primer libro se me abrieron nuevos horizontes: González Tuñón, Juan L. Ortiz o Ricardo Molinari fueron hombres que respondieron con generosidad a aquellos primeros poemas. Pero fue la figura de Luis Franco la que orientó y cambió mi destino. Se transformó en mi juventud en un ser fundamental, no sólo por lo literario sino también por su trayectoria ética.

En 1978 publico Conversaciones con Luis Franco, libro que dos editoriales habían rechazado por temor a la dictadura militar. Luego de varias discusiones, decidimos editarlo por nuestra cuenta. Un grupo de amigos nos ayudó a financiarlo. Es allí cuando en un programa de televisión veo a un médico, a un cardiólogo, que afirma con énfasis que los jóvenes deben leer a dos escritores fundamentales de nuestro país: Ezequiel Martínez Estrada y Luis Franco. Días después le alcanzo mi libro. A los dos meses me llama su secretaria, Graciela Cordero, para decirme que el doctor deseaba conocerme personalmente. Después de esa primera entrevista, que duró casi dos horas, comenzó nuestra amistad.

“En la naturaleza el poder es la medida esencial del derecho. La naturaleza no soporta nada en su reino que no se soporte a sí mismo. Colócate en medio de la corriente del poder y de la sabiduría que anima a todos los que se mecen en ella para que sin esfuerzo te impela hacia la verdad, hacia el derecho y hacia una perfecta satisfacción.” (Ralph Waldo Emerson)

Carlos Penelas

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