Amor y anarquía
Carlos Penelas

El misterio es el placer, el gozo, la emoción de la mirada. El misterio es la vida, el tacto, el ensueño que nos lleva a mirar la luna y las estrellas. Sin otro fin que admirar la belleza y el infinito. No hay programa anarquista. No se habla de la destrucción de las instituciones de manera irracional. Se habla, se habló siempre de otra cosa. No se lee, no se entiende, todo es superficial. Por eso los dogmáticos se dejan llevar por supuestas lecturas, por preconceptos, por la ignorancia. Entre los jóvenes y no tan jóvenes se desconoce quién es el subcomandante Marcos. ¿Qué podemos pretender del resto? Tal vez como auto-justificación escribimos poemas, artículos o libros. Para no morir del todo vamos al cine, trabajamos sobre ciertos hechos históricos o sociales. Nos conmovemos ante una obra de pintura o ante una obra de teatro. Sentimos, junto a otros, la ilusión, el afecto, la vibración que nos hace amar, comprender, desear lo imposible. Sin esperanzas pero sin resentimiento. La chatura del sistema lo invade todo, desde la cuna. No hay respiro. Por eso resistimos.

Los viejos anarquistas se oponían a la llamada familia patriarcal, a la unión conyugal sea por  civil o por iglesia, al matrimonio en una palabra. Luchaban contra la doble moral. Y proponían una nueva relación de pareja: el amor libre. Muchos no lo entendieron, otros se hicieron los distraídos, los más lo negaron. En esta nueva pareja sin garantía de durabilidad se valoraba (además del amor, la sexualidad, la solidaridad, el afecto, la comprensión, la división de tareas, el compromiso social e individual) la fidelidad. En 1895 se podía leer en Buenos Aires un periódico que se llamaba La Questione Sociale. Veamos que decía entre otras cosas: cuando dos seres se aman la sociedad no tiene nada que ver en ello, la unión del hombre y la mujer no es indisoluble, el amor es más poderoso que todas la leyes. Discutible, sin duda, pero inquietante.

Discutieron mucho sobre si este tipo de relación se podía llevar a la práctica en una sociedad enferma de egoísmo, de imbecilidad, de injusticia social, de sectarismos religiosos y de los otros, de guerras, de oprobio cotidiano. Vale la pena recordar por un instante que François Noël Babeuf (1760-1797) escribió en El Tribuno del Pueblo el 9 Frimario del año IV (para ser más claros el 30 de noviembre de 1795) lo siguiente: Maldito aquel que a la vista de este desastroso espectáculo, permanece frío y predica paciencia. -que todas nuestras instituciones civiles, nuestras transacciones recíprocas no son más que los actos de un perpetuo bandidaje, autorizado por absurdas y bárbaras leyes, a la sombra de las cuales no nos hemos ocupado más que de despojarnos- -que la educación es una monstruosidad-, en fin, el Manifiesto de los plebeyos es largo e insurgente.

No es un concepto individualista burgués el que plantea el anarquismo en torno del amor. Es definitivamente revolucionario. Las opiniones de Mijail Bakunin o las de Luigi Fabbri, aunque pueden aparentar ser encontradas, corresponden a circunstancias históricas diferentes. Además se estaba planteando algo fundamental por primera vez en la historia, nos referimos, claro está, a la discusión en torno a la emancipación femenina, el cuestionamiento del matrimonio religioso o civil, la maduración de la mujer para ser madre, que el matrimonio y el amor no tienen nada en común como afirmó Emma Goldman, que el amor no necesita protección alguna, que los celos se relacionan con el tema del capitalismo (propiedad privada, caro lector), que la mujer no es un objeto del marido, la cuestión de la propiedad del cuerpo, que la mujer logrará su plena emancipación cuando logre la económica. No son pocas ausencias para empezar.

Sin duda plantean incertidumbres -la falta de coraje para afrontar las posibles miserias de una unión libre que puede concluir con el abandono y con el hambre para ella y sus hijos. Para muchos pensadores libertarios del siglo XIX el amor es imposible si no existe la libertad absoluta. ¿Todos sostenían, tenían la claridad de que las cosas eran de este modo? No, desde ya. Estamos hablando de posiciones, de miradas inéditas, de giros, de tentativas que oscilan de polo a polo. ¿Existe la libertad absoluta en el individuo? ¿Puede existir? ¿En el amor, la libertad es posesión o algo que se bambolea entre lo complejo y lo contradictorio? ¿Qué relación habita entre el amor y la libertad? ¿Qué es lo que nos lleva a amar, qué significa siempre, cuáles son los límites de la individualidad? Sí, tal vez no analizaron la neurosis, la histeria, el hastío, las interneuronas, la menopausia o la testosterona. Recuerde, descreído lector, que como escribió Fabio Luz el anarquismo no decreta leyes ni hace profecías.

La cooperación humana está implícita en el sentimiento anarquista. Es eje de su visión, de su tolerancia, de su amor. Y vieron en el amor -claro que vieron-  la influencia del sistema social, las luchas del proletariado, el capitalismo, los enjuagues económicos y políticos, la explotación, la educación distorsionada. ¿Qué duda cabe? Y más aún: la liberación de la mujer es de orden sexual. Desde Adán y Eva se discute lo indiscutible. El amor es carencia, es necesidad, búsqueda. Duda y certeza. El amor es vidente y es ciego, como la libertad. El amor -al decir de Errico Malatesta- es una pasión que engendra por sí misma tragedias.

Hace tres mil quinientos años un poeta egipcio escribía: Mi bien amada / qué dulce / bajar / a bañarse en el estanque / ante tus ojos / y dejarte ver cómo / mi túnica de lino empapada / y la belleza de mi cuerpo / se casan. / Ven, mírame.

Carlos Penelas

Buenos Aires, febrero de 2008

Ir a índice de América

Ir a índice de Penelas, Carlos

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio