De Marcel Proust cito: “Para escribir un
libro esencial, el único libro verdadero, un gran escritor no tiene, en
el sentido corriente, que inventarlo, porque ya existe en el sentido de
cada uno de nosotros, sino traducirlo. El deber y la tarea de un
escritor son los de un traductor”.
Me ha inquietado mucho toda la vida el personaje central del tomo que
esta semana comparto con vosotros. De hecho, en mi biblioteca, en una
particular estantería, tengo los libros que no reposan sino que
participan activamente en muchas de mis lecturas. Se trata de la obra de
escritores e investigadores que han hurgado en la vida de Jesús. Esto,
con la recta intención de aportar datos que sumen para completar la
misteriosa trayectoria de un ser que ha influido, como ningún otro, para
bien o para mal, según el cristal con que se mire, en la humanidad.
Dicho lo dicho, propongo la lectura de ‘La verdad soy yo’, de Horst
Moeller, filósofo que tal cual consta en la obra intenta “explicarnos a
uno de los personajes más controversiales de la historia, Jesús. Más
allá del mito y la fabricación, lo que subyace en el fondo, casi
olvidado, es un hombre como cualquier otro, y es momento de que su
humanidad sea reconocida”. Esta obra es publicada por Novel Editores.
De mis lecturas, concuerdo con Moeller y me decanto por el Jesús hombre,
por el Jesús histórico, y creo que las preguntas que plantea el pensador
siguen sin completa respuesta, de todas algo queda por cerrar. ¿Quién
era Jesús desde un punto de vista histórico? ¿Fue un reformador
religioso? ¿Un activista político? ¿Simplemente un maestro? ¿Un curador
pueblerino? ¿Un candidato a profeta? ¿O una mezcla de todo esto? Estas
son algunas de las interrogantes.
Otros autores coinciden en cuestionamientos similares: ¿Quién fue Jesús
y qué le paso? Un eminente investigador como Harold Bloom, reflexiona:
"Hemos visto que los datos del Jesús histórico son escasos, dudosos y,
en ocasiones difíciles de distinguir de las mentiras propaladas por sus
propagandistas. La figura del Cristo histórico el sanador y el
predicador Galileo crucificado por los romanos”.
Más reflexiones surgen en textos como ‘Carta de Jesús al Papa’ de
Fernando Sánchez Dragó: “Nunca fundé una iglesia, nunca investí a nadie
de autoridad alguna, nunca tuve en mi poder las llaves del Reino, nunca
dije a Simón Pedro, pescador de daga pronta y de talante bronco, que se
erigiese en Sumo Pontífice y Gran Rabino de la sinagoga de mi doctrina.
Todo eso fue invención de un compatriota mío al que llamaban Saulo.
Luego mudó su nombre. Yo no alcancé a conocerlo. Él, en cambio, presumía
de lo contrario”.
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