El espejo y la nada de Rosario Castellanos

ensayo de Federico Patán

Universidad Nacional Autónoma de México

Hay una Rosario Castellanos narradora y, desde luego, tenemos a la poeta. Una y otra se complementan de manera tan delicada, tan profunda, que separarlas es provocar una catástrofe: aquella de la imagen deficiente. Pero ocurre asimismo que Castellanos fue periodista, un oficio acaso humilde si visto desde alturas literarias mayores; oficio, sin embargo, creador de textos que nos iluminan cuando quien escribe lo hace desde una inteligencia alimentada en lecturas y meditaciones. No sumar a la narradora y a la poeta esa carga menor de la ensayista provoca una incomposición, una pérdida de nitidez que se traduce en pérdida de totalidad.

De Castellanos se ha dicho, con plena razón, que lo autobiográfico es “una suerte de juego de espejos entre los géneros, y dentro de la obra de ficción estrictamente hablando, como una afirmación de la fuente autobiográfica y su simultánea negación, disfraz, desplazamiento o aplazamiento”[1], Pero lo exclusivamente autobiográfico mala vestidura es de una escritora si no hay otros acompañamientos. Más allá de la inmersión en las vivencias propias, en un folklorismo demasiado subrayado por la crítica, en la patente obsesión con la muerte, está el modo de narrar, la capacidad de dar voz a la naturaleza que el indígena suele escamotearnos y la capacidad de darse voz en una prosa de nítidas sutilezas y en poemas de pasmosa precisión. Escuchémosla en “Desamor”: “Y entonces supe: yo no estaba allí / ni en ninguna otra parte / ni había estado nunca ni estaría[2]”.

Aparte de la ironía de signo amargo que da tono al poema, clara es la referencia a una invisibilidad creada por el otro, por el compañero insensible. Una invi-sibilidad de naturaleza igual a la que destroza la existencia del negro que protagoniza El hombre invisible (1952), de Ralph Ellison. Esa invisibilidad que hemos impuesto a las minorías étnicas en nuestro país: si no te veo no tienes realidad. De aquí que se dé tanta congruencia entre las novelas y los poemas de Castellanos. Proponen, una y otra vez, la busca de la identidad verdadera, se trate de esas minorías, se trate de las mujeres, se trate de la propia Castellanos.

Por eso, en ocasiones es difícil entender ciertos comentarios y el lector termina preguntándose en qué terreno se han situado algunos ensayistas cuando expresan sus opiniones. ¿Desde dónde nos están hablando? Porque, tomemos como ejemplo a J.M.Cohén, es difícil comprender la barse de sus afirmaciones. Si leo de él que la obra de Castellanos “fue al principio insustancial y femenina para alcanzar más tarde peso y densidad en Poemas, 1953-55 (1957) donde consigue manejar temas objetivos”[3], me es obligatorio llamarme a escándalo. Y lo hago. Insustancial y femenina de ninguna manera son términos que debamos aceptar como calificativos no digamos de índole similar, pero ni siquiera próxima. Es desaconsejable utilizar el segundo como, en sí, de carga negativa cuando hablamos de literatura. Insustancial procede una vez que, hecho el análisis del texto correspondiente, probemos que insustancial es la calidad del escrito sujeto a examen. Pero ¿femenina? ¿Por qué habrá de ser lo femenino un motivo de descalificación? En todo casb, descalifíquese el mal uso de lo femenino. Término que, por otro lado, es difícil establecer. Además, es una ironía de mal gusto el empleo de esa objeción tratándose de Rosario Castellanos, quien hizo de su lucha en defensa de la mujer una empresa cumplida con finura e inteligencia, lucha en la cual la ironía y el buen humor no fueron las armas de menor peso. Inteligencia suficiente para no hacer de tal empeño un machismo a la inversa, sino la busca muy sencilla y justificada de igualdad social entre hombre y mujer (o en otro terreno, entre indígena y mestizo).

Si pruebas de lo anterior se quieren, pruebas existen: la poesía, la narrativa, el ensayo, los artículos periodísticos. Un buen grupo de estos últimos eran de parentesco tan notable, que sin esfuerzo alguno terminaron por componer un libro: Mujer que sabe latín, publicado por vez primera en 1973. Y empecemos, ya que de ironías va el cuento, con el título. Es fragmento de un refrán que refleja, idea antigua y avejentada tenemos aquí, la opinión que una mujer dedicada a empresas intelectuales le merece al común de la gente. Citemos en totalidad: Mujer que sabe latín, ni tiene marido ni tiene buen fin. Primera deducción por hacer: huele mal una fémina con pretenciones de cultura. Y huele mal porque su lugar está en la cocina, cuando no atendiendo a los hijos o mimando al esposo. Aires de patriarcado soplan por este refrán. A él, ya lo sabemos, se opuso Rosario Castellanos. Segunda deducción: la cultura se pelea con la posibilidad de un buen matrimonio cuando la cónyuge aumenta sus haberes espirituales.

El segundo punto merece consideración adicional. Nos hemos educado en la sospecha de que el crecimiento intelectual puede significar, debiera significar, aumento del espíritu crítico. Y quien acrece el espíritu en la capacidad crítica no acepta con facilidad las injusticias. Es tema considerablemente añejo, según nos los recuerda la Biblia. Mujer con latines es mujer de peligro, por cuestionadora. Allí está la razón del problema que vengo abordando. Por tanto, sor Juana elige una soltería que trae consigo la libertad de educarse. Por tanto, la hermana de Shakespeare ideada por Virginia Woolf desaparece en los repliegues más oscuros de la historia. Por tanto, Rosario Castellanos nos recuerda que a lo largo de tal historia se ha elaborado “una moral muy rigurosa y muy compleja para preservar a la ignorancia femenina de cualquier posible contaminación”[4]. Puesta a elegir vivencias, la autora se fue en busca de contaminaciones. Varias de éstas han quedado expresadas en el libro citado.

Esas contaminaciones aparecen, a menudo, descritas por un nombre. Cito algunos tomados al azar: Simone Weil, Doris Lessing, Clarise Lispector, María Luisa Bombal. Y tantas otras, que el convencimiento queda en nosotros de que Castellanos era una lectora ávida, puesta al día e inteligente. Ávida, lo prueba el número de obras manejado en Mujer que sabe latín y en los dos tomos de Juicios sumarios aparecidos en 1984. Con base en una lectura primero y en un examen después de lo expresado por esas autoras, Rosario Castellanos plantea una muy sólida defensa de la mujer como intelectual. Por no separarme de los refranes, la narradora era “mujer de digo y hago” en estas cuestiones. Y así, mediante el decir respecto a esas autoras y el hacer al dedicarles ensayos notables, reafirma en nosotros un convencimiento: lo intelectual no surge de esta o aquella combinación de cromosomas x o y, sino meramente de una cierta capacidad y de una cierta preparación. Y, ¿querremos ignorarlo acaso?, hubo en las mujeres del pasado capacidad, pero demasiadas veces se les negó la preparación.

Ahora bien, una prueba adicional de la inteligencia que acompañó a Rosario Castellanos es que no limitaba sus ensayos a un tema central. Como sucede con los escritores de miga, aprovechaba ese tema central para tocar de refilón o con alguna atención mayor cuestiones de orden subordinado. De esta manera, una vez que hemos transitado, con paradas ocasionales en párrafos especialmente provechosos, con retrocesos indispensables para unir lo aquí leído con lo atrás meditado, salimos de la lectura enriquecidos y, gusto adicional, acompañados de varias Rosarios Castellanos.

Comienzo por la lectora. Leer todos leemos: si no los recibos que el correo trae con precisión absoluta, sí la prensa más cercana a nuestros intereses, la revista comercial más próxima a nuestra ignorancia y, en una minoría de la población, libros. En el caso de Rosario Castellanos, la índole de esos libros expresa ya una preparación intelectual fuera de lo común, a más de un interés en autores y en autoras a los que llamaré difíciles. Si en Juicios sumarios aparecen sor Juana, santa Teresa, Lessing, Brecht, Mann (Thomas) entre varios otros, en Mujer que sabe latín el catálogo se aboca exclusivamente a narradoras. Que se conozca a Simone de Beauvoir o a Virginia Wolff entra en los parámetros de las lecturas supuestas, pues ambas autoras forman parte de lo que cabe reconocer como nuestra cultura si no del diario sí de oídas. Menos usual es que Castellanos haya transitado geografías de acceso un tanto más problemático: Natalia Ginzburg, Isaak Dinesen, Clarice Linspector o Ivy Compton-Burnett Sin embargo, allí está Rosario Castellanos en pleno diálogo con ellas.

Pleno en el sentido de que el abordaje hecho de esas narradoras hurga con amoroso empeño en lo íntimo de la escritura, dándonos quintaesenciado uno de los significados que lo leído tiene. Agatha Christie y el crimen como posibilidad de democracia, puesto que de base a todos nos está permitido. Basta la intención de cometerlo y el tener a mano la oportunidad y el instrumento propicios. Curiosa deducción, nada ajena a la ironía que Castellanos solía ejercer. En Patricia Highsmith la conciencia de sus criaturas “no admite como huéspedes las nociones del bien y del mal, nociones inoperantes, ambiguas, intercambiables en el terreno de la experiencia, que es el que pisamos, y en el campo de los hechos, que es en el que nos movemos”.[5]. Queda fuera de consideración la justicia como bien disponible para el ser común y corriente, poniéndosela en el estante de las abstracciones propicias a ensayos más o menos sesudos. Aparte de que tropezamos aquí con un descreimiento en los sistemas legales, digno es de mencionar que Castellanos, como un buen número de narradores sobresalientes, tiende a crearse una zona de actividad donde la ambigüedad o el relativismo dejan huella en la obra escrita. ¿Será coincidencia el que dos autores mexicanos —Castellanos y Pitol— gusten de la novela policíaca escrita por Highsmith?

Sospecho que no. Por otro lado, el que Castellanos aprecie la lectura de lo policiaco señala que no solía guiarse por las meras recomendaciones de la crítica académica.

Sin duda ninguna casualidad es, asimismo, que al introducirse Castellanos en los mundos literarios de Mary McCarthy y de Flannery O’Connor subraye la presencia en ambas escritoras de una conciencia moral, bien que sea de distinto signo. Por no separarme mucho de lo expresado en el párrafo anterior, paso a esta consideración en torno a la sureña O’Connor: “Porque aun la maldad parece más que un extravío de ánimo una insuficiencia del juicio racional. Se parte de un punto equivocado, se continúa la secuencia lógica y se desemboca en el horror y en el absurdo”.[6]  La católica McCarthy y la cristiana

O’Connor permiten a la narradora mexicana interrogarse en cuanto a las vías de consuelo que la religión ofrece, tema muy arraigado en la propia obra de la chiapaneca. Se da, en las tres autoras, un cuestionamiento en profundidad sobre las virtudes de dicho consuelo. Basta acercarse a la poesía de Castellanos para encontrar con frecuencia pasmosa las señales de la preocupación por el catolicismo, sea en la temática de ciertos poemas, sea en la utilización simbólica de la imaginería cristiana con propósitos de expresión muy, pero muy humana.

En un punto anterior hice un señalamiento, pues dije “un significado de lo leído”. Idea, en los tiempos que vivimos, ya muy visitada por la crítica. Nadie se asusta de tropezarse con ella. Incluso parte de nuestro orgullo de lectores es el establecimiento de un abordaje particular de la obra que traigamos entre manos. Castellanos no fue ajena a tal situación. Déjenlo ver estas palabras: “Cada lector es una respuesta particular y cada lector es diferente ante cada libro”[7]. Por tanto, cada lector dará a la prosa de Castellanos una respuesta particular tras leer las respuestas particulares que ella, a su vez, da a las escritoras comentadas. El profundo feminismo de Castellanos es piedra de toque en todo esto. Aparece con frecuencia suficiente para merecer nuestra atención.

Aparece, sobre todo, en una de las variantes nucleares en la cuestión feminista: el tema de la identidad propia. No tanto en el sentido de poseer un humor, que dirían los antiguos, o un carácter precisado con singularidad. A fin de cuentas, el ser más anodino presenta algunos rasgos que lo vuelven único. Castellanos lo resume con propiedad al decirnos que, en el caso de las mujeres, se trata de una hazaña: la de “convertirse en lo que se es”[8]. Traduzcámoslo como la busca voluntariosa y muy consciente de un destino que nos parece el ineludiblemente nuestro. En el caso de Rosario Castellanos, y según confesión a Margarita García Flores, “el descubrimiento de una vocación intelectual, más concretamente, de una vocación literaria”[9]. Fue de tal grado la entrega a esa vocación, que hubo la escritora de pagar con intereses excesivos el afán de atender a una esencia con cierto descuido de otras. O como lo expresara a su manera, la vida “lo que da al arte se lo merma a la especie”[10]. Sin embargo, afirmación muy cierta en algún grado, como lo prueba la existencia de Castellanos.

Procedo a examinar el punto: la sociedad prefería en grado mayoritario y prefiere en grado un tanto menor una mujer de la casa, dispuesta a probar en la maternidad las mieles de la creación y en el cuidado del hogar sus diversas habilidades. Cuando una, algunas, varias, muchas, muchísimas mujeres optaron por dividir sus intereses entre la casa y su propia elevación como personas, hubo protestas. Que, afortunadamente, nada lograron. Pero la doble actividad resultaba a menudo abrumadora para cumplirla con atingencia. De aquí en las mujeres la decisión ocasional de la soltería o del divorcio en ciertos momentos de nuestro desarrollo social. A eso, pienso, se refiere la narradora: forzada a elegir entré dos mundos, opta por el literario cuando la vocación es definitiva. Vamos aprendiendo, y es justo, que esa elección es improcedente por impuesta.

Es por ello que el oficio de escritora aparece una y otra vez en Mujer que sabe latín, examinado desde distintos ángulos. Escritoras son las mujeres cuya obra se analiza y de escritoras los problemas abordados. Poco a poco, la suma de retratos conforma ante nosotros una imagen de ese intranquilo oficio que es el de narrar. Nos dice Castellanos que todo libro es una solución provisional a una urgencia expresiva, idea no sólo acertada sino profunda, pues llega al fondo de la motivación creadora. El adjetivo empleado, provisional, me parece un hallazgo. Obra que alcanza la perfección alcanza un grado de la muerte, al no quedar por delante ninguna conquista. Así pues, un escritor avanza de obra provisional en obra provisional, buscando una meta que tal vez no le convenga lograr. Esta obra se compone de una visión del mundo y, en narrativa, de distintos sucesos mediante los cuales definir esa visión. Sucesos, afirma Castellanos, hay muchos pero sólo con ayuda de la forma llegan a la condición de arte, con lo cual se refuerza algo ya afirmado por la autora: en arte, la “propaganda no será de ninguna manera eficaz sino se subordina a las exigencias estéticas”. Y se pone al lado de Alfonso Reyes cuando, en plena coincidencia de actitud, hace ver que la literatura no es una hipótesis de trabajo, sino una praxis cotidiana, con ayuda de la cual escribir viene a ser una traducción de lo azaroso en legítimo. Me atrae de inmediato el volver a una idea propuesta anteriormente: si la obligación está en recibir la vida para hacerla, escribir es un modo de cumplir esa tarea. Por tanto, no es que ciertas escritoras renuncien a la maternidad sino que eligen expresarla con ayuda del lenguaje. De esta manera, vida y oficio serán una manera de dar orden a dos caos: el interior y el de fuera, antigua y siempre hermosa opinión, que en Rosario Castellanos encuentra otra de sus máscaras personales.

No me alejo de la cuestión central: escribir. Apoyándome en Castellanos, la abordo desde otro ángulo, en una oferta de explicación acaso originada en santa Teresa y con expresión reciente en Valéry: “Del mayor rigor nace la mayor libertad”[11]. Quien no entienda tan paradójica suposición, poco tiene que hacer en la literatura (o en el arte en general). Uno tal idea, por ser pertinente en nuestro andar por estos problemas, a la ya comentada en el párrafo anterior: la literatura cóma praxis cotidiana. Al quedar sumadas, hacen clara la posición de Rosario Castellanos: crear es un oficio lleno de exigencias que no siempre se transmutan en el oro de las satisfacciones externas, -como se empeñan en suponer algunos espíritus ingenuos que buscan dedicarse a escribir. Porque las obras1 literarias suelen tener una vida azarosa e incluso arbitraria, y en hundirlas o llevarlas al pináculo de la fama participan demasiados elementos ajenos al autor y a la calidad intrínseca de dichas obras. Nuestra autora lo sabe y llegado el momento señala algunos de los más prosaicos y, no obstante ello, más definidores de lo que ocurre con un libro: la oportunidad con que aparezca o se lo lance al mercado, la astucia de la propaganda, la portada, el tamaño, el precio y su colocación estratégica en la librería. Por fortuna, a la buena literatura siempre le pertenece el futuro. Además, Castellanos aclara el punto enseguida: lo anterior toca al libro cuando ya se ha desprendido del autor, quien probablemente está en trámites de amistad con la siguiente obra. Un autor crea y, tarde o temprano, verá en sus manos “un objeto que, de alguna manera, cumple con las condiciones que se le habían exigido en un plano ideal”[12]. A la clara inteligencia de Castellanos no escapa esa comprensión última: nunca habrá coincidencia plena entre el libro mental y aquel cumplido físicamente en un volumen impreso.

Confesaba Rosario Castellanos que tenía ante los objetos una posición antes racional e intelectual que emotiva. Me parece que dicho esfuerzo por controlar lo emotivo fue una constante en su obra, se hable de la narrativa, del ensayo o de la poesía última. Tal empeño era la máscara elegida para no mostrar el daño que el ir viviendo suele encajarnos. Así, Castellanos procuraba relacionarse con nosotros mediante un diálogo de inteligencias, lo cual no significa que la descripción de emociones sea materia ausente en su literatura. Me refiero, desde luego, a tono y atmósfera. Justo por ello, la máscara adquiere invisibilidad por momentos, y entonces nos vemos ante un ser frágil y dolorido. Mujer que sabe latín tiene, pues, sus aspectos de literatura intimista: cuando la autora examina la circunstancia de la mujer en nuestras sociedades, cuando por las rendijas del texto aparece el cansancio de luchar por crearse una vida intelectual digna, cuando la ironía se aproxima demasiado a la crispación de un gesto duro apenas controlado.

Luego, en los capítulos finales, una autora plenamente entregada a la confesión. Primero en las páginas tituladas “Lecturas tempranas”. Y en relación con esto, es necesario recordar, de su libro AI pie de la letra (1959), dos versos: “Desde hace años, lectura, / tu lento arado se hunde en mis entrañas”,[13] porque en ese capítulo la escritora se pregunta el porqué de la lectura, y hace lista muy parcial de los personajes o libros que entonces, cuando niña, la sacudieron. Hay una relación de simpatía muy próxima entre la posición de lectora, primero asombrada y más tarde analítica, y sus comentarios a libros. En Castellanos todo embona felizmente.

Sucede así que Castellanos cubre el itinerario que va de la palabra leída a la escrita. Si primero buscó encontrarse en lo creado por otros, más tarde confiesa lo siguiente: “Escribo porque yo, un día, adolescente, / me incliné ante un espejo y no había nadie” y agrega, sabia ya en cuestiones literarias, “descubrí / que la palabra tiene una virtud: / si es exacta es letal / como lo es un guante envenenado”[14]. Esto nos lleva de la mano, con guante suave, de regreso a uno de los temas constantes en la autora: la obligación de convertirse en lo que se es. Y, según confesión hecha una y otra vez por nuestra literata, escribir fue su elección consciente y cabal, pero cumplida a partir de un impulso irrefrenable, porque “la literatura tiene que ser admitida primero como una costumbre. Tomada, en serio, después, como una forma de vida y practicada con todas las consecuencias que implica una vocación [...]”'[15]  Rosario Castellanos es dicha forma de vida, mas controlada por una inteligencia diáfana.

Digo, para concluir, que Rosario Castellanos no es novelista, ni poeta, ni cuentista, ni dramaturga, ni ensayista y sí todo ello combinado en un quehacer diario, para volverse “mujer, pues, de palabra. No, de palabra no. Pero sí de palabras, muchas, contradictorias (...]”[16]. Y con ellas, paráfrasis con que cierro mi texto, gastar los años componiendo este rompecabezas sin sentido que es el mundo.

Bibliografía

BradÚ, Fabienne, Señas particulares: escritora. México, FCE, 1987. (Serie Vida y pensamiento de México)

Castellanos, Rosario, Juicios sumarios I y II. México, FCE, 1984. (Biblioteca Joven.)

Castellanos, Rosario, Mujer que sabe latín. México, sep/ FCE, 1984. (Lecturas Mexicanas, 32)

Notas:

[1] Fabienne Bradú, Señas particulares: escritora, p. 87.

 

[2] Rosario Castellanos, Poesía no eres tú, p. 284.

 

[3] Ibid„ 313.

.

[4] Rosario Castellanos, Mujer que sabe latín, p. 13.

 

[5] Ibid„ 76

 

[6] Ibid„ 117

 

[7] Ibid., p. 49.

 

[8] Ibid., p. 20.

 

[9] Ibid., p. 172.

 

[10] Ibid., p. 43.

 

[11] Ibid., p. 42.

.

[12] Ibid., p. 48.

 

[13]  R. Castellanos, Poesía no eres tú. p. 101.

 

[14]  Ibid., p. 293.

 

[15]  R. Castellanos, Mujer que sabe latín, p. 47

 

[16] R. Castellanos, Poesía no eres tú, p. 325.

www.canal22.org.mx Twitter: @Canal22 https://www.facebook.com/Canal22Mexico/ Instagram: canal22oficial

Rosario Castellanos

25 may. 2016
www.canal22.org.mx Twitter: @Canal22 https://www.facebook.com/Canal22Mexico/ Instagram: canal22oficial

ensayo de Federico Patán
Universidad Nacional Autónoma de México

 

Publicado, originalmente, en La Experiencia Literaria. Núm. 6-7, marzo 1997.

México: Facultad de Filosofía y Letras, Colegio de Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.

Link del texto: http://ru.ffyl.unam.mx/handle/10391/2140

Rosario Castellanos en Letras Uruguay

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Federico Patán

Ir a página inicio

Ir a índice de autores