Con Jorge Edwards

Aquella persona non grata
Inés Pardal

Novelista y narrador de cuentos, biógrafo y memorialista. Jorge Edwards (Chile, 1931) ha adquirido renombre con libros que relatan sus propias experiencias, pero con su reciente Fantasmas de carne y hueso (Editorial Sudamericana) ha sido posible reencontrar al cuentista.

¿Cómo retorna al cuento con Fantasmas de carne y hueso, después de una pausa de veinticinco años desde su última incursión en el género?

—Con estos ocho relatos largos vuelvo a un género que en realidad nunca abandoné, porque siempre tuve entre manos proyectos o notas para cuentos. Algunos de esos proyectos se transformaron en novela, por ejemplo El museo de cera (1981). Siempre he sido fiel a ese género, y actualmente dicto un curso sobre el relato latinoamericano en el que incluyo a Borges, Cortázar y muchos otros rioplatenses, como Felisberto Hernández, un cuentista uruguayo tal vez menos conocido pero, para mi gusto, apasionante.

En Fantasmas de carne y hueso, ¿podría decirse que el personaje femenino es, en todos ellos, un elemento unificador?

—A mí me gustaría decir que es un libro de relatos con una unidad temática y atmosférica.

Hay dos temas centrales como elemento unificador el tiempo y el amor. Si me apura un poco, le diría que el tiempo es el principal. El paso del tiempo, que hace que los personajes del pasado se conviertan en esos "fantasmas", que se reencarnan en algún momento y con quienes se produce un reencuentro.

En "Mi nombre es Ingrid Larsen" estamos ante una mujer que representa una mirada de afuera, la de una periodista sueca que llega a un país latinoamericano donde hay una dictadura, en este caso. Chile por la época del plebiscito previo al retorno a la democracia. Pero en el cuento hay una doble mirada: la de Ingrid, que parece exagerarlos miedos, y la del narrador chileno. Jorge, que se ríe un poco de todas esas aprensiones. ¿Ella tenía razón, finalmente?

 

—Ingrid ve una situación subterránea muy siniestra, y el narrador es un hombre confiado, optimista, que por casualidad se llama Jorge Edwards pero que es una invención mía. Comienza pensando que la sueca exagera, que tiene prejuicios en su mirada de la realidad; pero finalmente se ve introducido él mismo en una situación amenazante, en la que surgen sus propios miedos. Eso le hace sentir que la sueca no se equivocaba del todo: en el país todavía había una violencia y un entorno siniestro con el que de pronto se encuentra él. Sin embargo, Ingrid estaba errada en un punto fundamental: creía que era imposible ganar ese plebiscito en favor de la democracia. Ambos tenían parte de razón, y las razones de los dos son las que interesan, porque son las que completan el cuadro. Se ganó el plebiscito, pero la violencia continuó, y hubo cosas subterráneas terribles.

 

Otra mujer es la Eliana de "In Memoriam". Hay un reencuentro entre esta mujer de la alta burguesía chilena, pinochetista y casada con un hombre del régimen, y un exiliado de la izquierda que, con la democracia, vuelve a Chile. ¿Realmente es posible ese reencuentro?

 

—Es posible, y se está produciendo a cada rato. La gente ha vuelto del exilio, y alguien que fue del MIR, o del partido comunista, puede en su juventud haber estado enamorado de otra persona que luego estuvo en el pinochetismo, en Patria y Libertad: eso ocurre. Situaciones tales son las que han llevado a imaginar este relato. Se trata de una situación que yo no he vivido de cerca, directamente, pero pensé en un esquema así a partir de cosas que suceden, y llevan a una suerte de reconciliación final, con ese encuentro erótico entre ambos. Una reconciliación un poco agridulce; no es total, porque hay una cierta reserva, y eso es lo que me agrada.

 

En el relato titulado "Creaciones imperfectas " usted enfoca el tema del doble a través de su personaje central, Cristina Montero, que a veces puede ser ella, o ser otra mujer. Trae a la memoria Ese oscuro objeto del deseo, la película de Luis Buñuel. ¿Es coincidencia ?

 

—Se trata de un cuento fantástico y hay en él, efectivamente, esas obsesiones de Buñuel, con personajes que se desdoblan... A propósito, en un congreso realizado en Washington sobre la obra de Felisberto Hernández, dije: "A mí me llama la atención que la forma de narrar de Felisberto sea parecida a la que tiene Buñuel en cine". A mí me gusta mucho la forma de narrar de Buñuel: ahora bien, cuando escribí este cuento, no pensé para nada en Ese oscuro objeto de deseo, pero después también alguien me lo mencionó, y es una buen acotación, porque se trata del tema del doble. Este es uno de los grandes temas de la literatura fantástica, uno de los temas clásicos. También hay en mi cuento una atmósfera española, con muchos elementos religiosos, y todo es muy buñuelesco: pero sucede que el cuento transcurre en España.

JUNTO A NERUDA. —Algunos personajes son llamados por su propio nombre, como el Pablo Neruda de "La noche de Montparnasse". Pero usted dice que no es el Neruda real. ¿ Por qué?

 

—Porque desde el momento en que se escribe una ficción, como ocurre con el Jorge Edwards de "Mi nombres es Ingrid Larsen", el personaje es una invención: en este caso, un Neruda inventado por otro personaje, el de Alvaro de Rivas, tal como es visto por éste. Y Alvaro de Rivas plantea toda su aventura estética en ser la antípoda de ese Neruda. Porque Neruda era una presencia agobiante: entonces era comente que los artistas chilenos se definieran como incondicionalmente a favor de Neruda, o como anti-Neruda. Incluso la idea de Rivas de hacer anti-poesía surgía porque Neruda era la poesía.

 

¿Neruda lo ayudó a usted a descubrirse como narrador, y a dejar de lado la poesía?

 

—Yo escribía algo de poesía, pero conocía a Neruda a raíz de haber publicado mi primer libro de cuentos. El patio. En esa ocasión le leí un poema, y fue cómica su reacción, porque se quedó callado un buen rato. Entonces le dije: "Pablo, dime, ¿qué te pareció el poema?" Y repuso: "Me pareció que eres muy buen prosista". Bastante lapidario. Creo que Neruda me orientó mucho hacia la narrativa en cierto aspecto, porque cada vez que yo le contaba alguna historia, como solía hacer, él me decía: "Eso es un cuento, escríbelo". Así pasó muchas veces. Pero por lo demás, no creo que Neruda haya tenido una gran influencia literaria en mí.

 

¿Puede nombrar algunos autores que sí hayan ejercido influencia o estén entre sus favoritos?

 

—Me fascina el James Joyce de los cuentos, Dublineses, y el de la primera novela. Retrato del artista adolescente, al igual que algunas páginas del Ulises; pero por sobre todo, el de aquellos relatos. Me gusta mucho también la literatura alemana fantástica, especialmente E.T.A. Hoffmann. Y también Borges, el primer escritor no chileno a quien le envié mi primer libro. Y hay un cuentista y novelista brasileño del siglo XIX que me interesa sobre todo como cuentista. Machado de Assís. Fui proustiano en un tiempo: ya no lo soy más. Y me gusta mucho como memorialista Stendhal, en la cuerda mía de la no ficción. Un crítico francés, Max Gallo, describió a Persona non grata como "un Stendhal en La Habana": un título stendhaliano, me dije, y eso me dejó tranquilo.

 

Al igual que Stendhal, usted ha combinado la diplomacia y ciarte de escribir. ¿Cómo fueron sus años con Neruda, junto a quien desarrolló parte de su propia carrera diplomática en París?

 

—Yo tenía veintiún años cuando conocí a Neruda. Con El Patio hice tres paquetes: uno se lo envié a Gabriela Mistral; otro a Jorge Luis Borges, con la dirección de la revista Sur en Buenos Aires, y llegó; y otro a Neruda. Como a los tres meses, Neruda me mandó llamar. Por aquel entonces yo era muy flaco y muy pálido; y él me presentó a los escritores reunidos en su jardín con un chiste: "Este es el escritor más flaco y más joven de todo Chile". A pañir de ahí comencé a frecuentar esa casa, y al final de su vida terminé siendo ministro consejero en la Embajada de Chile en París, donde él era embajador. Ya estaba enfermo; era una situación patética. El tenía mucha lucidez política, y veía que las cosas en el Chile de la época de Allende iban mal, había problemas por todos lados, con la deuda externa, por ejemplo. Se dieron situaciones fantásticas: cuando se produjo la primera crisis de la deuda chilena en el año 71, hubo que ir a negociar en el Ministerio de Finanzas en París, y fuimos Neruda y yo: los franceses no lo podían creer, decían: "¡Un poeta y un novelista negociando la deuda externa chilena!" Yo creo que la negociamos mejor que los técnicos, que enredaron todo. Neruda vivía muy nervioso; se levantaba todos los días a las siete de la mañana, para preguntarme cómo andaban las cosas. Yo conocí muchos aspectos de Neruda allí: viajábamos en su automóvil a ceremonias oficiales, con tremendos atascamientos de tráfico en París, y fíjese que durante el viaje escribía poemas: así que yo veía su misma génesis. Y de allí surgieron algunos de sus mejores poemas. Lo que ocurre es que Neruda había tenido una época en su vida de militancia política exaltada, y la militancia política exaltada lleva a producir cosas en política, pero no siempre en literatura. Tuvo toda esa época de acento épico, con Odas al viento y Canto general. Pero hacia el final de su vida había recuperado la poesía, había vuelto a sus cauces, y se advertía en él que lo importante en su personalidad era el hecho de ser poeta, no el de ser político ni embajador. Entonces leíamos Poemas en la lluvia sentados en el coche, mientras esperábamos, y era muy interesante su visión poética del mundo. Por esa época descubrió una casa en Normandía, de madera, rodeada por un canal y un bosque: una verdadera casa como las de Temuco en Chile, así que Neruda recuperó el paisaje de su infancia. Por otra parte, a raíz de esa casa en Normandía ocurrió algo gracioso: en el Senado de Chile comenzaron a decir que Neruda se había comprado un castillo en Francia, y al enteramos decidimos jugarle una broma al ministro chileno de Relaciones Exteriores: cuando éste iba a venir de visita a la casa de Normandía, Neruda consiguió que le abrieran las verjas de un castillo de la zona, y me dijo: "Cuando llegues con él, te introduces directamente en el castillo, sin ningún comentario". Era un castillo renacentista maravilloso, con un espejo de agua al frente y unas magníficas alamedas, y pabellones de caza. El ministro, que venía hablando durante el viaje con gran animación, quedó totalmente mudo. Se exageraba mucho con esto de las casas de Neruda, y sus colecciones de objetos. Por lo demás, Neruda era un bromista permanente, yo me entendía muy bien con él por eso: por el humor. Cuando me conoció, además de decir que yo era el escritor más flaco de Chile, también me dijo: "En Chile ser escritor y llamarse Edwards es muy difícil". Yo le respondí: "Imagino que sí", porque los Edwards son una familia muy grande y muy antigua en Chile...

 

¿En qué época llegaron los primeros?

 

—El primero en llegar a Chile se llamaba George Edwards; había nacido en Londres y sus padres eran también de allí, pero no se sabe mucho más; me imagino que procedían de Gales, porque el apellido es gales. Este George Edwards llegó a Chile en un barco, seguramente contrabandista, en 1806. Era la época de la colonia, y se tenía mucho comercio con Inglaterra por la vía del contrabando: esto era bien visto, porque rompía el monopolio español en América. Este Edwards era médico, o al menos ejercía la medicina; se radicó en el Norte de Chile, se casó con una chilena, y tuvo muchos hijos: uno de los cuales fue un minero afortunado y especulador, que hizo una gran fortuna con el cobre, y luego compró El Mercurio, diario que ya existía en Valparaíso, propiedad de un español, y lo instaló en Santiago. Pero yo no soy de esa rama, aunque todos descendemos del mismo George Edwards. En mi rama hay un escritor, Joaquín Edwards Bello, muy conocido en Chile: sucede que este Edwards, en vez de dedicarse como otros a ser banquero, abogado o arquitecto, se había dedicado a escribir, y entonces cada vez que en casa de mi abuelo se hablaba de él, se decía: "el inútil de Joaquín".

 

¿Y de usted, qué se dijo?

 

—Y, "otro inútil". Tenía razón Neruda, es muy difícil ser escritor y llamarse Edwards. Neruda les explicaba a los franceses: "Nacer en Chile y llamarse Edwards, es como en Francia llamarse Rothschild".

EL EPISODIO CUBANO.—El apellido Edwards al parecer jugó en su contra cuando viajó a Cuba como encargado de negocios para reabrir la Embajada de Chile en época de Salvador Allende, según refiere en su famoso libro Persona non grata.

 

—Jugó en mi contra, cosa que a nadie se le había ocurrido en Chile, porque están acostumbrados a ese apellido. Pero en Cuba me dijeron: "Cómo es esto, nos mandan a alguien con el apellido de una familia propietaria de un diario reaccionario, que ataca todo el tiempo a la Revolución Cubana..." Y había algo que no tuvimos en cuenta, ni la gente del Ministerio en Chile, ni yo, ni nadie: que el último embajador chileno en la Cuba de Batista, el del viejo régimen que había roto relaciones con la Revolución Cubana, se llamaba Emilio Edwards, hermano de Joaquín, el escritor. Emilio era un aviador, muy aficionado a las calles y los bares cubanos, y se fue llorando, porque lo que más le gustaba en la tierra era la vida en La Habana. Entonces en Cuba decían: "El último embajador chileno antes de la Revolución se llamaba Edwards, el que viene a abrir la embajada ahora es Edwards... ¿Qué pasa? ¿Entonces esta familia es inmortal?"

 

También molestaron en Cuba sus reuniones con escritores que ya comenzaban a manifestarse como disidentes...

 

—Esa fue la molestia principal. Ocurre que yo soy un diplomático de carrera, y por eso fui asignado a Cuba; pero al mismo tiempo soy un escritor. Como representante de Chile, entonces, me veía con todos los miembros del gobierno cubano; y como escritor, con la otra cara de la medalla: Heberto Padilla, Lezama Lima... Y dina que no eran escritores que comenzaban a disentir, sino que ya se mostraban francamente disidentes, tenían críticas muy serias que formular, y de un modo u otro habían sido tratados mal por el régimen. Esto me creó un conflicto: yo en el fondo simpatizaba con los escritores, eso se veía, no podía ocultar mi simpatía, así que la cosa comenzó a ponerse muy complicada.

 

¿También a ellos los perjudicó, quizá, frecuentar a un Edwards?

 

—Claro. Fue un error, y yo en determinado momento le dije a Padilla: "No conviene que te aparezcas tanto por la representación chilena". Y así fue, terminaron por arrestarlo.

 

¿A él lo llevaron preso por la situación general que estaba viviendo, o específicamente por el libro que por ese entonces escribía, En mi jardín pastan los héroes?

 

—Todo se junta. En mi jardín pastan los héroes es un factor; también el hecho de que su anterior libro de poesía, Fuera de juego, hubiera sido criticado por la Revolución. Y asimismo, se lo acusa de darme una visión negativa de la Revolución Cubana a mí, representante de Chile en ese momento. Todo eso se va sumando. Además, creo que Fidel Castro vivía una situación conflictiva con la literatura: experimenta una obsesión por las letras; por un lado, se acerca a los escritores, sigue un poco sus cosas; y por otro lado también les tiene antipatía, por lo menos a muchos. Yo lo advertí muchas veces: por Neruda experimentaba una franca antipatía, por ejemplo; por Nicanor Parra también; creo que tampoco simpatizaba con Vargas Llosa. Posiblemente Fidel tuviera una vocación literaria frustrada. Y además los dictadores, para decir las cosas por su nombre, quieren manipularlo todo, y el escritor por naturaleza es una persona que no permite ser manipulado, al menos en su obra de creación, su pensamiento. Había allí un conflicto latente continuo.

 

¿Usted ya se había marchado de Cuba cuando lo arrestaron a Padilla?

 

—No, todavía estaba allí, y todo estuvo estrictamente relacionado. A Padilla lo llevan preso, y a mí me obligan a salir de la isla prácticamente en el mismo momento. A él lo arrestan tres días antes de mi salida, y Fidel le pide al gobierno chileno que me retire. En esos días me tienen paseando por la isla; antes de mi salida Castro me llama, y sostenemos una discusión que dura como cinco horas: todo fue muy dramático hacia el final.

 

A usted le habrá dolido, luego, la carta de autocrítica de Padilla.

 

—Bueno, esa carta demostraba cómo estaba de presionado: con ella Padilla compró su libertad.

 

¿Y qué ocurrió luego con él? En su momento se habló mucho del "Caso Padilla ", pero luego prácticamente se deja de tener noticias de él...

 

—Padilla hace su autocrítica, y eso le permite salir en libertad, pero no sé mucho más. Finalmente consigue salir de la isla, en momentos en que se entabla alguna relación de Cuba con el gobierno de Jimmy Cárter. Quien presiona para lograr su salida es el senador Edward Kennedy, y también lo ayuda Gabriel García Márquez. Padilla llega a Estados Unidos, pero prácticamente lo boicotean en los ámbitos culturales, porque la izquierda es muy fuerte en las universidades norteamericanas. También Padilla estaba un poco desquiciado por todo lo que le ocurrió, su situación es complicada, y es casi como si estuviera muerto: pero no lo está. Es un tipo inteligente, que üene cosas que decir; y se gana mal la vida escribiendo artículos para algunos diarios de habla española de Estados Unidos, y también alguno que otro de habla inglesa en Miami.

 

¿Y Lezama Lima... ?

 

—Lezama se quedó en Cuba. Recibió invitaciones para visitar diversos países —España, Italia, Polonia—, pero no lo dejaban salir, aunque Lezama estaba loco por hacerlo; no le daban la visa, el pasaporte... Finalmente muere, creo que en 1977, y le hacen exequias oficiales: claro, había muerto en la isla, era un escritor famoso... pero estaba totalmente agobiado, había visto cosas terribles. Cuando yo publiqué la primera versión de Persona nongrata en diciembre de 1973, no podía referir todo lo que Lezama me había contado, porque todavía estaba vivo,y dentro de la isla. Pero he incluido todo ese material en posteriores versiones, y en la que sale ahora publicada en Estados Unidos en idioma inglés, por la editorial Paragon House.

 

¿Neruda le había dicho que esperase antes de publicar ese libro?

 

—Sí, Neruda era muy miedoso, muy asustadizo; quería que escribiera el libro, pero me decía: "No lo vayas a publicar todavía". Decidí finalmente publicarlo, pero sin mostrárselo, porque pensé que se iba a asustar demasiado.

CENSURA EN CHILE. —Con Persona non grata parece usted serlo para la izquierda pro-cubana, pero al mismo tiempo también para el pinochetismo en Chile, por agregar el capítulo titulado "Epílogo parisino" sobre el golpe de Estado chileno y la consiguiente represión. ¿Sin ese "Epílogo..." usted habría sido adoptado por la derecha, tal vez?

 

—En primer lugar, yo no quería ser adoptado por la derecha. Además, si hablaba de la represión cultural en Cuba, tema central de la obra, ¿cómo no decir que en el Chile de Pinochet había censura y estaban quemando libros en la calle? Cuando finalmente regresé a Chile en 1978, después de varios años de vivir en España, integré, con colegas escritores y periodistas, el Comité de Defensa de la Libertad de Expresión. No hubo de entrada una intervención mía directa: la Sociedad de Escritores de Chile pensó que había que hacer algo, formar un comité. Yo me interesé mucho, y comencé a asistir a las sesiones. Después de un tiempo me eligieron presidente del Comité; además de la Sociedad de Escritores, integraba el Colegio de Periodistas de Chile. Primero debimos crear conciencia en el país de que había censura, porque bajo la dictadura están torturando en la pieza de al lado y la gente no lo cree: así que hacíamos conferencias de prensa y mostrábamos cómo había censura y cómo se torturaba, llevábamos estadísticas. Después tomamos contacto con organizaciones internacionales de lucha contra la censura, como el Pen Club, y la revista Index on Censorship en Londres. Cada vez que se censuraba un libro, nosotros hacíamos llegar cartas por centenares al ministro del Interior. En Chile no se les ocurrió nada mejor entonces que comenzar a censurar cuanto yo hiciera. Por ejemplo, debí dictar una conferencia sobre "La ciudad de Santiago en la literatura chilena" y me llamaron para decir que había un problema de sala, por lo cual no tenía dónde hablar: cosas de ese tipo. Después llegó desde España una partida de Persona non grata en la versión definitiva, y la pararon en la Aduana del aeropuerto de Santiago. En ese caso el proceder era ilegal, incluso dentro de la "legalidad" del régimen, porque no podían actuar vía Aduana, debían hacerlo a través del Ministerio del Interior. Interpuse un "recurso de protección" como la ayuda de grandes amigos míos y del Comité, y llegamos hasta la Corte Suprema de Justicia. Así fuimos creando un movimiento muy fuerte, y eso nos sirvió mucho. Finalmente el gobierno cambió el sistema de censura y en la práctica lo suavizó mucho. Gracias a ello, a partir de 1983 se empiezan a leer en Chile una cantidad de libros antes prohibidos: sobre todo libros chilenos, acerca de situaciones de derechos humanos y temas afines.

 

Ambigüedad latente

FANTASMAS DE CARNE Y HUESO, de Jorge Edwards, Tusquets, Barcelona, marzo de 1993. Distribuye Trecho. 239 páginas.

NACIDO EN Chile en 1931, Jorge Edwards alternó su vocación por la literatura con la carrera diplomática, que lo llevó a Cuba durante el gobierno de Allende en 1971 y luego a París, junto a Pablo Neruda, hasta que el golpe militar de Pinochet lo alejó de la diplomacia. Autor de cinco novelas y otros cinco volúmenes de cuentos, su obra alcanzó notoriedad internacional con su testimonio biográfico Persona non grata.

Este libro de relatos reúne ocho historias que apuestan a la recreación ficcionada de experiencias y memorias del pasado, vinculadas temáticamente por claves nostálgicas y eróticas. Si los dos primeros relatos, "La sombra de Huelquinur" y "El pie de Irene" narran el despertar sexual del adolescente en pueblos de provincia, con sus amores prostibularios y sus excitaciones domésticas, los seis textos restantes se sumergen en las experiencias de un hombre maduro, a veces ingenuo, otras patético en el trato con las mujeres. Cruzan esos relatos algunos personajes vitales o decadentes, dentro de un clima errante de relaciones azarosas, en España, en Francia y en Chile, recogidas de los avalares de la vida diplomática y política.

Cada relato se halla precedido por un texto que explica innecesariamente motivos, intenciones o las desfiguraciones del origen real de las historias. Se trata de un libro opacado por una propuesta que, queriendo ser fiel a la experiencia y a la ficción al mismo tiempo, impide a los relatos despegar con vuelo propio a la autenticidad de la imaginación o refrendarse en la sinceridad del testimonio.

Los dos primeros cuentos son los más logrados. Sus tramas recrean con seducción y habilidad el clima cerrado y asfixiante de la moral tradicional chilena, con sus invitaciones a la vida sexual clandestina, a las impiedades sentimentales, a la ambición o a la renuncia. Con una prosa ajustada y profesional, las historias se suceden luego con desparejo interés, obligando al lector a sumergirse en los intersticios de una memoria que evoca y describe situaciones antes que mundos, personas más que personajes. 

 

Bibliografía 

El patio (cuentos) -1952
Gente de la ciudad (cuentos) -1961
El peso de la noche (novela) -1965
Las máscaras (cuentos) -1967
Persona non grata (testimonios) -1973
Los convidados de piedra (novela) -1978
El museo de cera (novela) -1981
La mujer imaginaria (novela) -1985
El anfitrión (novela) -1987
Adiós, poeta... (biografía de Pablo Neruda) -1990
Fantasmas de carne y hueso (cuentos) -1992

Inés Pardal - desde Buenos Aires
El País Cultural Nº 230
30 marzo de 1994

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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