Sólo hasta el amanecer

Tania Pagés Palma

No era luz histérica de la electricidad
Si no ¿qué... ?
Era la luz extrañamente amable,
Singular y suave de una vela.

Ray Bradbury

Siempre  pensó que EL sería la vela. Su mundo simbólico estaba cargado de objetos y luces sin nombre pero en EL se había unido todo en un anhelo inesperado, la síntesis especial de un pensamiento moldeado: eso es. Tenía que ser la vela, lo era desde el otro tiempo, cuando todavía no podía cantar y menos aún inundar los deseos con su música sudorosa y excitante, mojada...

La vela que conoció fue algo más tenue, la llamita ondulante al suspiro tranquilo y aletargado de aquel monarca ancestral. Sin embargo en esta época se había hecho hombre, había aprendido a moverse, a pensar; sabía cantar  desbordando eretismos y en cada función cargaba el ambiente de gritos histéricos y voces desaforadas que coreaban su música, asfixiaban recesos y la mínima paz que pudiera respirarse en medio de aquel amasijo de pelos largos, contorsiones orgiásticas y toda la paranoia psicodélica repartidas entre los asientos y el furor de sus expresiones desgarrantes. EL era el ídolo, el dios. Así aparecía ante ellos: cabello revuelto, prepotente en sus gestos y un fuego horadante en los ojos. Sus ojos, la llamarada intensa de una vela...

El concierto subía. La gente bailaba, gritaba. EL bailaba aún más y más. Ojeadas inquisidoras se preguntaban que espíritu sensual había encarnado su cuerpo. ELLA reía sabía el por qué.

-Rey Sol... ¿De qué te servía llamarte así? –pensaba- veintidós años, casi veintitrés ya.

Fue el día que penetró en uno de los aposentos reales, nunca antes había viajado al siglo XVII pero no hubo problemas. Se sentía cómoda, además no había peligro de ser descubierta, físicamente no existía. El rey estaba allí, acababa de despedir a su última amante. Realmente su luz no abarcaba un gran espacio pero si el suficiente para alimentar su propio brillo y eso, claro, lo hacía sentirse bien.

Entonces descubrió la vela, estaba ensimismada en la expresión del monarca, tenía una manera extraña de alumbrar, titilaba continuamente, parecía escucharlo. El gran Rey  Sol y una vela minúscula. Dos buenos símbolos. El solecito regente y el pequeño sol enganchado a la cera. Había algo en esa vela que la impresionaba, la ponía inquieta. La deseaba, la robó. La trajo a este tiempo, dejó al vanidoso monarca entre sus forrados brillos y a ello la hizo humano, sería el nuevo Rey Sol, la luz que necesitaba la gente para vivir, lo llenaría de música y adoración: sería: EL.        

-EL, vamos –ELLA lo llamó.

EL la miró. Le recordaba un poco a sí mismo con su orgullo y  su prevalecer habitual aunque invariablemente se las arreglaba para mantenerlos escondidos, al menos delante de él. Quizás estuviera enamorada pero con ELLA nunca había mucha seguridad. Era insondable, demasiado.

Todo el tiempo juntos pero no demasiado unidos, hubiera querido intentar un acercamiento pero ELLA sabía escapar, se le perdía  en cuanto comenzaba a acariciarlo con sus uñas largas y afiladas. Luego no recordaba más sólo que empezaba a amanecer.

-Vamos –contestó.

Legaron a casa, bastante pequeña pero también tranquila y acogedora. Esta noche hablaron un poco más, recordaron las primeras cosas.

-EL, debes dormir, es tarde y mañana hay que cantar.

EL la obligó a sentarse en la cama, juntos, casi podía ver su respiración.

-ELLA, yo...

Fue sólo un gesto.

-¿Hacer el amor? Eso es demasiado humano. ¿Dónde lo aprendiste? No lo necesitas. Tienes el poder, yo te he dado ese poder.-Lo miró fijo y continuó- ÉL, hay que cuidarte. Hacer las cosas de los humanos sería conocer el dolor y tú no puedes sentir dolor. No eres humano.

EL pareció querer decir algo pero ELLA no lo dejó.

-EL, para mí siempre serás la vela que ilumine mis sueños. El sol no puede brillar de noche. Está demasiado lejos para prenderme con las fuerzas que necesito para llenar las insignias que me hicieron coronarte con las cosas que tienes. Existes para mí. YO SOY PORQUE TÚ ERES.

EL la contemplaba aturdido.

-Acércate, ven, vas a relajarte.

 EL cerró los ojos y se dejó desnudar plácidamente. Las uñas tocaban con suavidad su cuerpo descubierto; comenzaron a salir emociones, una sensación de paz lo llenó por completo. Después se durmió. Era la vela de costumbre.

ELLA puso la vela en la mesa de noche.

-EL... siempre queriendo acercarse a aquellos a los que debe dominar... No, EL. ¿No lo ves? Eres superior, es a ti a quien aclaman, eres más importante que el dios a quien dicen adorar. Es a ti a quien adoran. Tú eres lo máximo lo que cuelga en cada altar y en el corazón. ¡Y yo te he creado! ¡Eres perfecto! ¡Más perfecto que su dios!

Y rió, primero suave, luego histéricamente.

-¡Escuchen! –gritó en su locura- ¡Su dios no existe! ¡A Dios –señaló a EL- lo he creado yo!

-¿Estas segura?

Surgió una voz que sólo escuchó en su cabeza.

-Dime ¿estás segura?

-Yo... yo...

El pánico se echó a temblar en su cuerpo, en un impulso corrió hacia la vela e instintivamente la apartó de lo desconocido. Oscurecía el mundo ante sus ojos. No pudo ver más, sintió el arrebato de sus sensaciones.

La casa gritó su rabia. Paredes y agujeros acompañaban su voz entre heridas y miedos infaustos. Se agitaban cóleras. El humo y las furias danzaban la música de la desgracia y parecían reír sintiéndola centro de del infortunio. Fuego. El gran río de fuego subió y el piso arremolinó las llamas en su entorno. Miles de formas poblaron las brasas. Se veía terminada, despedazada entre los mismos que aclamaban a su ídolo. Sus últimos pedazos fueron llevados a la hoguera. Quemados. Crecieron ojos y espinas, huesos en todas partes y horror en todos lados. Desespero. El ritual de la muerte, vino a vivir, estaba allí. Fin.

ELLA cayó sacudida, un hilillo de sangre y lágrima manchaba su ropa. De nuevo el silencio de la voz.

-ELLA ¿Estás segura?

ELLA respondió sin saber a ciencia cierta a quien ó a qué.

-Yo, yo sólo quiero ser parte de él. Es lo único que quiero hacer en este mundo. Es eso no hay más.

La luz de las alturas rompió el techo del lugar. Un relámpago, luego la paz, el silencio conciliador y la tranquilidad de vuelta  a la habitación. De nuevo.

Un soberbio candelabro guarda la vela en la mesa de noche. Por unas horas, sólo hasta el amanecer.

Tania Pagés Palma

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