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Prólogo de Cuentos Urgentes, de Rubén Lucero
por Ruben Padula

Este libro llega por peso propio, sobrellevando el natural temor del primerizo. Atrincherado en las eternas dudas del escritor,  Rubén ha desgranado en suplementos  y espacios de periódicos o apartados de un blog sus relatos y cuentos, sus aguafuertes ciudadanas, sus estampas cotidianas.

Lucero no tiene pretensiones universales. Pinta su aldea con un lenguaje literario cercano a la sencillez, con trazos poéticos y filosóficos. Nos pasea por lugares conocidos, metaforiza personas de carne y hueso en la criba de su imaginación, con el hondo conocimiento del espíritu de la ciudad.

Es un agudo observador. El hilo conductor de sus relatos  está cruzado por personajes queribles: el soñador empedernido, el fracasado, el solitario, el charlatán, recreados en las mesas de café donde se arman y desarman los mundos previsibles. Y la mujer ideal, retratada en Emma, que lo entiende, le reprocha y lo redime.

No se da aires de poeta, no dificulta el trazo: busca limpiar el texto para que llegue claro y distinto al centro de su destinatario, y lo logra con  un lenguaje fresco  que atrae e identifica. Le busca la vuelta de tuerca para extraerles las rebabas, para dejarnos pensando. Es ahí donde su prosa fluye, al compás de las urgencias o las morosidades.

Su lejano oficio periodístico y su cercano quehacer en la noche de la ciudad, lo han dotado de una de las mejores armas de un escritor: vivencias innumerables, conocedor de los secretos murmullos de la ciudad, secretos bien guardados y no revelados en el apetecible plato amarillo del lenguaraz. Alistado con los sufrientes de soledad, de hambre y de sueños, no juzga, invita; no discursea, muestra. No nos sirve la mesa: deja que acomodemos los utensilios como nos plazca.

La mirada ácida de su voz ficcional sobre la cotidianeidad del poder contrasta con la ternura cuando prepara el plato con que homenajeará a Emma, esa mujer invisible que lo complementa.

  La amistad anda con Juan Manuel, con el mozo del habitual café, el político que le pasa el dato de la precisa; con Andrés, que vendrá a cuestionarle, a quien escuchará, tratará de hacerle caso y, como disculpándose, volverá a su refugio imaginario a  retrabajar, virtud de quien no deja las cosas como están .

No faltará un buen escocés en su mano (en la del escritor y en la del narrador), ni un sillón de pana verde para  dejarse acariciar por Clapton o para jugar con el gato.

Y entre lo bueno de Rubén está el encuentro diario con la palabra, casi como una obsesión, una necesidad vital, un impulso irrefrenable, mientras su ojo perspicaz y entrenado va recolectando los ingredientes para sus próximos cuentos y relatos. La realidad se le presenta en su desnudez para que la tome, la recree, la fructifique, le haga parir el texto. Para que hable por nosotros, por él, por el otro.

Si el escritor no se adscribe a ninguna candidatura, si difícilmente se ponga una camiseta, si reniega de las cosas como son y suele embargarlo la desesperanza, su narrador juega a contradecirlo, a reemplazarlo. A veces, a darle la razón.

Textos de hondura poética, o de doloroso realismo, de absurdos, de ironía como último recurso.

Para esta presentación formal,  como partes de un cuerpo hecho libro, los textos han sufrido el estilete de la corrección. Un texto, sabemos, es inacabable: demanda suturas y apósitos, afeites y extensiones. Aunque, en algún momento, hay que girar la llave y salir a la calle, porque la intrínseca urgencia de esta narrativa apura el tiempo de la edición.

Y aquí está, trascendiendo el rubor del escritor Rubén Lucero.

Rubén Padula
Cuentos Urgentes, de Rubén Lucero

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