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La memoria del aire
 
 

Javier Corcuera cine para seguir siendo…peruanos
por Winston Orrillo
orrillowinston@gmail.com

 

Es, sin lugar a dudas, un hito en nuestra cinematografía ; y la mejor muestra de que, el cine, no tiene por qué ser solo objeto de diversión, simple juego de imágenes, suerte de ilustración de alguna novela o relato, o ejercicio más o menos exquisito y diletante..

“Sigo siendo”, Kachkaniraqmi (en quechua chanca) nos trae la imagen indeleble, polifónica, de nuestro inmortal José María Arguedas, cuya sombra fúlgida se puede percibir en cada imagen, en cada color, en cada palabra visual de este gran filme, que acaba de ganar el máximo galardón, en su categoría, en el reciente y muy bien ranqueado (enhorabuena) Festival de Cine de Lima, 2013.

Quizá habría que empezar por el cuestionamiento de aquello de encasillar a esta película en la categoría de “Documental”. Opinamos que le queda chico el cartabón: el trabajo del cineasta y de todo su equipo, trascienden el estrecho marco en el que se le sitúa.

Se trata de una gran obra de arte en la que, es cierto, los personajes no pertenecen al mundo de la ficción , sino que, todos, unimismados, dan una imagen, coherente y paradigmática de aquello que, el autor de “Los ríos profundos”, entendía por la patria universal, integérrima, que es el Perú, aún en trance de descubrirse: el de “Todas las sangres” que, precisamente, confluyen en el devenir de esta película: la Amazonía, el Ande, la Costa…..


Es cierto, pues, que aparecen, y se reconocen, las tres regiones de nuestro vasto y todavía inexplorado territorio, pero tanto aquélla, como éste, y, del mismo modo, la Costa –negra, mulata, criolla- se amalgaman en un todo para el que los rostros que son filmados, representan una suerte de fuerza telúrica, patente en el leit motiv del agua, con cuya espléndida imagen se abre (y se cierra) la película: la mujer nativa shipiba, Roni Wano (Madre del agua) de la Amazonía, con su voz excepcional y en idioma shipibo conibo, canta para denunciar el desastre ecológico ad portas, y lo hace con su navegar en un río, que no viene a ser otro que el de la propia vida.

Y, luego, la presencia entrañable de Máximo Damián Huamaní, el violinista que, a pedido de Arguedas, acompañara su tránsito en el camino de la inmortalidad: tocó en el entierro del gran poeta y narrador de Todas las sangres...

Porque, en el fondo, y la forma, la película de Javier Corcuera, quiere ser una sui generis interpretación del título de esta polémica novela, que encierra la imagen raigal de nuestra poliédrica nacionalidad.

Coproducida por La Mula y La Zanfoña (felicitaciones por el gran acierto del necesario auspicio) esta obra de espléndido arte viene a ser la coronación de la fúlgida carrera de artista de la cámara, de poeta –la raíz no le falta- de lo audiovisual que tiene el también autor de esa excepcional película que es “La espalda del mundo”.

En el filme participan rostros conocidos sobradamente, verdaderos íconos de la música peruana como el propio Máximo Damián, Raúl García Zárate, Jaime Guardia, el inmortal Carlos Hayre, Félix Casaverde, Susana Baca, los hermanos Valleumbrosio (en especial don Amador, maestro del zapateo y violinista negro de polendas), Laurita Pacheco, Consuelo Jerí, Magaly Solier, Rosa Guzmán, Sara Van (es estremecedora su versión de “Cardo o ceniza”, de Chabuca Granda, cuya presencia, igualmente, es como una sombra benéfica, en cuanto a música de la costa); Lalo Izquierdo y multitud de anónimos intérpretes de las melodías peruanas de todas las regiones. (amén de las evocaciones de Felipe Pinglo, Pablo Casas, Manuel Acosta Ojeda). Y el singular “bautizo” de Palomita, una muy joven danzante de tijera (su origen es puquiano) actividad que, hasta donde sabíamos, era –otrora- reservada para los hombres

“Es una deuda que tenía pendiente con el Perú”, acaba de declarar Javier Corcuera, y estamos de acuerdo en que ella ha empezado a ser pagada con creces, aunque nunca ninguna obra de arte podrá llegar a plasmar lo que es nuestro desmesurado país y sus múltiples avatares.

Si bien es cierto que no puede señalarse un “hilo argumental”, la obra tiene, como basamento, el curso del agua, que parte de los ríos de la selva –imágenes de antología- baja a la sierra y concluye en el mar:

“Nuestras vida son los ríos…”, escribió el clásico. Y eso es lo que se puede aprehender en este filme, destinado a abrir una brecha en la cerrazón de un mundo que, para muchos, ya estaba definitivamente perdido en la alienación.

Asimismo, es simbólico, como una suerte de “viaje a la semilla”. el retorno., paradigmático, de artistas como Máximo Damián, quien vuelve a su lar nativo, vernáculo: como quien necesita “cargar las baterías”: y esto no deja de ser sintomático.

De este modo, vemos que, aún, queda mucho por descubrir, y que, Arguedas, y ahora Javier Corcuera, interpretan en (con) ese “Sigo siendo” , una suerte de testimonio de que, malgrado el genocidio cultural -y del otro-, el Perú, nuestro Perú, y nosotros mismos, seguimos siendo.

De otro modo no nos explicaríamos la vitalidad de un filme que está destinado a perdurar, por (con) el camino de su música, del arte de los sonidos que trasciende territorios, compartimentos estancos, y se planta en el centro de la escena de una patria a la que aún no hemos descubierto del todo.

Esta película es, apenas, el comienzo: su lección parece decirnos que es necesario volver a las raíces entrañables, simbolizadas, verbi gratia, en los viajes hacia el origen, hacia su ayacuchana comunidad de Ishua, que emprende Máximo Damián Huamaní, quien no solo se desenvuelve en el Ande, sino, asimismo, participa en el homenaje –nada menos que en el cementerio de El Carmen- a don Amador Valleumbrosio, con su comunidad chinchana, en medio de los zapateos y el ritmo frenético del lado afro que, igualmente, tiene nuestro Perú de todas las sangres.

Ahora, así como ha triunfado en el reciente Festival de Cine de Lima, esperamos los justos galardones para “Sigo siendo”,en calificadas competencias como la de San Sebastián y, en general, en el Asia, o adonde sea llevada la imagen indeleble de la patria peruana a través de sus indelebles melodías.

Desde “La espalda del mundo” (año 2000), el autor ha inaugurado la presente centuria fílmica nacional, con pasos auspiciosos, que dignifican su prosapia de creador, con la poesía dilacerada de sus imágenes.que,dada su juventud, aún tiene mucho por regalarnos.

Winston Orrillo
orrillowinston@gmail.com

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