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El folletín argentino
por Juan Ollier

 
 

Todo género literario, sea cual fuere, forma el acervo de la inquietud y del sentir humanos. La vida anímica del ser, por lógica gravitación, es la espina dorsal, dentro de un mayor o menor valor, de la trama. De ahí que cualquier reflejo de un momento histórico o, simplemente, que baraja esa suma de valores eternos que lleva por la vida el hombre, -sea expuesto con fluidez idiomática o con la sutileza del más profundo filósofo, sea por la pluma liviana del comentarista local-, ocupe su lugar, dando fin y principio. Fin, porque ha ido a eclosionar, después de forjarse en el alambique de la vida, en la mente del escritor, y de ésta, al papel. Principio, porque una expresión es embrión de futuras formas.

Por lo expuesto, cada etapa, dentro del campo de la literatura, es trascendente y necesaria. Prodúcese por la suma de características que prevalecen en un momento dado. Así el folletín.

Catalogado como literatura en tono menor -efectivamente lo es-, el folletín plasma lo popular con una fuerza que, por sí sola, es compendio de la idiosincrasia de un medio y de una época. Ese trazo fugaz, aparentemente sin valor, que el escritor va dejando en sus largos relatos, suele ser la base de una futura etapa literaria. En pleno auge a mediados del siglo pasado, llevado hasta principios del nuestro, puede decirse que sus fuentes están en los basamentos del teatro griego, en la folklórica manifestación teatral de Lope de Rueda.

Eduardo Gutiérrez

Catalogado como literatura en tono menor -efectivamente lo es-, el folletín plasma lo popular con una fuerza que, por sí sola, es compendio de la idiosincrasia de un medio y de una época. Ese trazo fugaz, aparentemente sin valor, que el escritor va dejando en sus largos relatos, suele ser la base de una futura etapa literaria. En pleno auge a mediados del siglo pasado, llevado hasta principios del nuestro, puede decirse que sus fuentes están en los basamentos del teatro griego, en la folklórica manifestación teatral de Lope de Rueda.

El teatro, en sus orígenes, fue folletín. Cuando adquiere perfección y se eleva en su continente y contenido, la literatura toma la senda iniciada por él y canta lo popular con más plenitud y más fuerza. Cervantes, con la pintura vivida de su pueblo, no es más que folletín. Dumas, Balzac, Dickens, caen, igualmente, dentro de ese género. Luego, si, ya los asalariados de la pluma plasman el auténtico folletín. Condenados a subsistir a fuerza de escribir interminables relatos, van dejando un tendal de interjecciones, de frases hechas; pero el valor de su trabajo no debe buscarse en su estilo, sino en los héroes que plasma del vivir cotidiano, y en el modio donde desarrollan su acción.

Si nuestra evolución literaria pasó por todas las etapas en pocos siglos, si se ha forjado una literatura nacional, ha sido gracias a que, igual que en otras latitudes, hemos pulsado todos los géneros, entre ellos el folletín. Su iniciador, Eduardo Gutiérrez, escribió copiosamente, obligado por el oficio, dejando una producción falta de valor, llena de repeticiones. donde todo es calco de lo anterior, en que varían los personajes, algo el paisaje y nada la trama. Tomando cualquier trabajo, tenemos ya el patrón en que están cortados los demás. Efectivamente, no puede hacerse el panegírico de su estilo, ni de su trama, ni de su valor como escritor, pero si que él llenó ese hueco que era necesario llenar, y que su obra fue a forjar los cimientos de nuestro teatro nacional al escenificar su Juan Moreira.

Gutiérrez, integrante de una familia de periodistas, nació en 1853, y siendo todavía un muchacho da sus primeros pasos en la profesión en "La Nación Argentina", fundada por sus hermanos. No sigue el camino, de éstos, que se forjaron en las disciplinas universitarias dando una obra inferior en todos los aspectos a la suya, y a partir de 1879 empieza su trabajo como folletinista. Se escalonan sus personajes, los impone a la imaginación popular con fuerza, no con pulcritud, ya lo hemos dicho; escribe sin preocuparse del estilo, no corrige las pruebas, y da a la imprenta su esfuerzo con la determinación de no volver sobre el. Aún así, tiene algunos aciertos, pobres, sin valor, que lo llevan a Juan Moreira. En este folletín puede resumirse su obra.

Moreira es la apología del gaucho. No de un gaucho auténtico, veraz, más bien un personaje de arrabal, que no usa los modismos de la campaña, el habla gauchesca, sino de los aledaños de la ciudad. Y es que Gutiérrez conocía nuestra pampa y sus reminiscencias idiomáticas y folklóricas nada más que a través de sus breves campañas en la frontera como soldado. Pero que sus héroes tuvieron eco, lo prueba la gran difusión que alcanzaron sus escritos. Buscaba sus personajes en su mente y en los que veía a diario. Sus protagonistas no saben de traición ni de cobardía. El desamparo desgarrante en que vivía la población de extramuros, las policías bravas, la ley del Talión, el techo de estrellas y el aliento del pingo como refugio, ya magistralmente dado en el "Martín Fierro", cobraron vivencia en sus relatos. Va hilando las hazañas del forajido generoso, siempre condenado a huir por culpa de la arbitrariedad de los que gobernaban, idénticas a las que usa Diego Corrientes, un Gasparone, pero con distinto decorado. Y ahí, en ese cambio de escenario, al ser intérprete de un pasado tan nuestro, entra ya en lo precursor. Se hace eco del sentir de la época, del sentir popular, que abominaba de un estado de cosas nada halagüeño, y entroniza sus héroes, los hace vivir la rebeldía de los que marcan el camino de la protesta. Sugiere un sentido de liberación y superación equivocados en el proceder, y limitado en los resultados.

Su Juan Moreira hace de clarín alentador, y sus aventuras, seguidas con avidez, marcan la conciencia del valor del hombre como ente individual, de su fuerza social. Enseñar, es enseñanza, a la superación del yo, a perder ese tinte desvaído del sometimiento colectivo a lo fatalmente establecido. Ese gaucho perseguido, que huye siempre, obligado a combatir por su libertad, trenzándose en duelos donde pone de manifiesto su vaquía en el manejo de las armas, habilidad tan cara en ellos, no es nada más ni nada menos que el grito desgarrante del hombre subyugado y hundido en la oscuridad del medio. Ese es el valor del folletín, de éste y de cualquiera.

Ahora bien, la parte negativa, el primer paso que es el folletín camino de la novela policial, de un género moderno que tergiversa los valores sociales y nos da como fruto una trama y unos personajes irreales, desclasados, es la herencia irremediable de los pros y los contras. Pero los beneficios que se derivan del folletín argentino son más que los perjuicios, ya que si en nuestra literatura no ha florecido ni arraigado el género policial, en cambio tenemos que él fue el iniciador del teatro nacional, del teatro gauchesco. Toda la trama de los folletines de Gutiérrez, sus personajes centrales. Hormiga Negra, Santos Vega, Juan Moreira, caigan en lo policial o lo folklórico, nada dejan en el campo literario como enseñanza, como escuela. Sólo tienen el valor de pertenecer a una etapa de la evolución literaria argentina. Etapa vivida en otros medios, con más fuerza, con más calidad, pero que no tuvo la trascendencia empírica que representó la obra de Eduardo Gutiérrez: el folletín argentino.

Juan Ollier
Originalmente publicado en Gaceta Literaria (Buenos Aires), Año I, nº 1, febrero 1956

Versión pdf, como imagen, en Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales. Digitalizado y editado con formato htm por Carlos Echinope @echinope , editor de Letras Uruguay, el 6 de mayo de 2015.

Gentileza de Razón y Revolución - Organización Cultural
http://www.razonyrevolucion.org

 

Link  http://www.razonyrevolucion.org/ceics/GACETA1/gaceta/GL1.pdf

La versión en pdf fue procesada, y editada, como htm, por Carlos Echinope, editor de Letras Uruguay @echinope

 

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