El proceso de evaluación en su referente histórico- lógico. |
El
presente ensayo trata de la evolución del concepto de evaluación en los
marcos del pensamiento teórico, donde cada modalidad aporta elementos que
van constituyendo peldaños más generales y a partir de los mismos
retoman el camino de lo particular, pero desde un punto de vista más
abarcador, concepto que varía en dependencia no sólo del desarrollo de
la pedagogía, sino que a su vez va variando en ella en dependencia al
cambio y desarrollo del pensamiento filosófico al que se encuentra
vinculado. El análisis que a continuación realizaremos del presente
trabajo, se basa en un trabajo de Ralph Tyler, del estudio histórico lógico
de la evaluación de programas educativos. Abordaremos la evolución
experimentada por los modelos evaluativos, desde sus inicios hasta
desembocar en planteamientos y dificultades conducentes a la aparición de
formas evaluativas mejor fundamentadas para considerar con mayor amplitud
y perspectiva el efecto de los objetos evaluables. En
los primeros años de este siglo, aparecen los tests estandarizados, que
con el objetivo de demostrar la eficiencia de la educación para que un
gran número de estudiantes utilizara los recursos disponibles en las
escuelas. Durante
la década de los treinta, se propone el término de “Evaluación
Educacional”, por Ralph W. Tyler, quien publica una amplia y renovadora
visión del currículo y la evaluación. Durante quince años desarrolló
sus intuiciones hasta que llegó a conformar su método evaluativo, como
alternativa a otras perspectivas. Para Tayler lae valuación es: “El
proceso que tiene por objetivo, determinar en que medida se han logrado
unos objetivos previamente establecidos, lo cual supone un juicio de valor
sobre la información recogida que se emite al contrastar esta información
con los criterios que son los objetivos previamente establecidas en términos
de las conductas que el alumno debe exhibir para probar su adquisición.”[1] Tyler
refería que en la evaluación se debían establecer metas y objetivos
concretos en términos de comportamiento observables porque debía
fundamentarse en la comparación entre los propósitos, (objetivos), es
decir, lo que se pretende conseguir y lo que realmente se logra
(resultados) Como
consecuencia de esta definición los evaluadores debían ayudar a quiénes
elaboraban currículo a clasificar el rendimiento de los estudiantes o. El
resultado de estos objetivos referidos al rendimiento, proporcionaba las
bases para evaluar un currículo o un test de desarrollo. La
elaboración de este currículo dependía de los contenidos a aprenderse
por los estudiantes, mediante la evaluación del rendimiento. Los tests de
desarrollo servían de base para la elaboración de los tests relacionados
con los objetivos, con las diferencias individuales y con las normas
nacionales de estado. Consideramos
que este tipo de evaluación tiene posibilidades, ya que los objetivos
constituyen marcos de referencia en la dirección en el proceso de
evaluación, constituyendo los principios orientadores. Estos corrigen el
camino del proceso educativo real, en función de lo planificado hasta
llegar a discriminar resultados obtenidos por medio de un proceso de
comparación entre conductas deseadas y las reales. Sin embargo también
tiene sus limitaciones porque se trata de un proceso cerrado, que solo
permite evaluar aquello que se halla previsto antes, algo preestablecidos.
Esto atenta contra la originalidad y creatividad del propio proceso
educativo, que es capaz de generar por sí mismo, diversas acciones,
comportamientos y experiencias imprevistas que le otorgan riqueza y valor. En
este tipo de evaluación, los objetivos se proclaman como únicos
referenciales para la toma de decisiones, además, no todo comportamiento
es susceptible de una evaluación inmediata, de una forma rápida, ya que
deben definirse en conductas observables, algo complejo, porque existen
comportamientos que no se explicitan, pues no pueden ser observados
directamente en el proceso educativo, y no por eso deben ser eliminados,
considerando que muchas veces éstos no satisfacen la necesidad social. Se
necesita evaluar el proceso íntegro, global, evaluando no sólo los
objetivos, sino también el “contexto”, “proceso”,
“resultado”, “producto” hasta llegar al impacto[2]. A
finales de los años cuarenta y sobre la década de los cincuenta, los
profesores escribían sobre evaluación y sobre la recopilación de datos
más importantes, pero no traducían estos esfuerzos en mejorar los
servicios educativos y mucho menos los sociales. Durante esos años hubo
un desarrollo considerable de instrumentos y estrategias aplicables a lo
distintos métodos evaluativos tales como: tests, experimentos,
correspondencia entre objetivos y resultados. Como
consecuencia los educadores se dispusieron a crear nuevos servicios de
tests, nuevas formas de calificarlos, nuevos algoritmos para designar
objetivos, así como otros modelos experimentales. La evaluación dependía
del interés de los distritos escolares, las agencias estatales y
federales. No se utilizaba aún la evaluación de programas. A
finales de los años cincuenta y principio de los sesenta, las
evaluaciones de los proyectos, currículos, ya eran financiadas por las
agencias federales. A los educadores se les prohibía realizar las
evaluaciones por su cuenta, los futuros progresos de las metodologías
evaluativas debían estar relacionadas con los conceptos de utilidad y
relevancia (Cronbrach ). Esta
etapa marcó el final del período de complacencia y ayudó a emprender
profundos cambios en el campo evaluativo, guiados por el interés público,
lo que lo condujo que “(…) la evaluación se convirtiera en una
“industria” y en una “profesión”[3]
Al
producirse una campaña generalizada, se evidencia un movimiento crítico
integrado por: Cronbrach y Glaser, Eisner, Scriven, Stufflebeam y Stake,
Pohpam, y el Join Committe que proponen reconceptualizar el concepto de
evaluación, desarrollando nuevas propuestas y nuevos modelos evaluativos.
A continuación presentamos algunas de estas definiciones de estos
autores. “La
evaluación es el proceso de identificar, obtener y proporcionar información
útil y descriptiva acerca del valor y el mérito de los momentos de la
planificación, la realización y el impacto de un objeto determinado, con
el fin de servir para la toma de decisiones, solucionar los problemas de
responsabilidad y promover la compresión de los fenómenos implicados.”[4]
Esto
significa que la evaluación constituye un problema muy complejo y
multifactorial, que exige una visión filosófica de amplio espectro. “Una
evaluación formativa absolutamente implicada en el proceso educativo,
cuya misión principal consiste en ayudar a perfeccionar tanto los
programas como los resultados, por medio de la toma de decisiones, que
basados en las informaciones recogidas, interpretados y valorados, hacen
posible un continuo reajuste de todo el proceso.’’[5]
“La Evaluación es el enjuiciamiento sistemático de la valía o el mérito
de un objeto.”[6]
Pero no debe verse la evaluación como un simple proceso medidor de
objetivos, sino como todo un proceso valorativo de un ser complejo, y de
un proceso que posee infinitas aristas. Según
nuestros criterios estas tres definiciones nos permiten comprender los
puntos esenciales, suficientes y necesarios de toda evaluación: 1
- Recoger información de sus objetivos y frecuencias (recoger datos)
2
- Valorar una vez cuando se haya terminado de reunir la información. Ésta
se analiza con respecto algunas de las necesidades iniciales. 3
- Una vez comparado (utilizando el "normotipo") tomar una decisión.
Todo
lo anterior nos permite plantear que se hace evidente una doble concepción
de la evaluación. La primera vista en su carácter instrumental, sólo
como medición, búsqueda de
información de datos. Esta es la evaluación en su marco más estrecho y
la segunda concepción está matizada por su carácter procedimental o
procesal, donde lo valorativo posee un espíritu integrador. Ante
esta denominada oportunidad, se concibe a la Evaluación en su marco más
amplio como: el proceso de obtener información y de usarse para formular
juicios valorativos que a su vez se utilizarán para la toma de
decisiones. Arribar
a una toma de decisiones a partir de un juicio de valor, nos permite
reiterar que: emitir un juicio de valor, corresponde un juicio claro,
objetivo, riguroso, sobre el objeto evaluado e implica un tratamiento, una
pronunciación, interpretación de la información que se recoge.
Sólo así podemos conocer exactamente la situación que presenta:
el proceso, objeto, sujeto, desarrollo formativo, comportamiento de los
sujetos, sus actuaciones, los propósitos, los resultados y el impacto. Además
del enjuiciamiento de valor, como parte importante en el proceso de
evaluación, se presenta: el valor y mérito. Es precisa la implicación
que tiene el evaluador en el problema, cumpliendo con su responsabilidad,
máxime si ha llegado a un juicio de valor después de todo un proceso,
continuo, sistemático, riguroso de toda la información, llegando a
conclusiones fiables a partir de la claridad que tiene si el objeto del
diagnóstico es bueno o malo y en qué grado lo es. Para ello es necesario
que se fijen criterios previos para la interpretación de la información
recogida y en última instancia los juicios; pues desde la óptica técnica,
es posible que la determinación del; “bien o del mal” no se presente
con demasiados problemas éticos o morales, si de verdad cumple con los
principios de objetividad y de rigor. Sea
cual sea el nivel de discusión, debe intentarse que el juicio expresado
relacione al máximo lo valioso y lo meritorio, sin olvidar las características
del contexto y las necesidades del sujeto. El juicio emitido a
consecuencia de una buena evaluación deberá expresar claramente el valor
del objeto y la utilidad o mérito que para él represente en ese complejo
proceso perfeccionador. Finalmente
el carácter sistemático de la evaluación, depende de la complejización
de los problemas, la necesidad del mayor rigor científico y objetividad
en los juicios, requiere un modelo ordenado, holístico, criterial,
recurrente para la recogida sistemática y permanente de la información,
sin improvisaciones. Es preciso relacionar todos sus elementos y saber a qué
responder en todo momento. Se necesita cubrir todas las dimensiones y
posibilidades, removiendo todos los obstáculos y prever todos los
momentos. La sistematización en el tratamiento, recogida interpretación
y depuración de los datos, es tan importante que sin ella no podríamos
tener un juicio certero y global de lo que está sucediendo y del papel de
los distintos componentes del proceso. Durante
este proceso, surge una evaluación “formativa”, implicada cada vez más
en el proceso educativo, dirigida a perfeccionarlo, es decir, manifestada
por su carácter intrínseco, frente a una evaluación “sumativa”
orientada a valorar los resultados logrados, tratando de hallar su
congruencia, de acuerdo a los intereses de los clientes, manifestada por
su carácter extrínseco, aspectos éstos que comienzan a evidenciarse en
una segunda etapa del desarrollo. A
principios de los años sesenta del pasado siglo, algunos evaluadores
educacionales de reconocido prestigio en la temática, asumieron que sus
trabajos y conclusiones contribuían poco a quiénes elaboraban currículo
y no respondían a las preguntas que sobre los programas que planteaban
aquellos, que necesitaban comprobar su grado de efectividad. La comunidad
evaluativa educacional participó en estos esfuerzos, para evaluar los
nuevos currículos y aplicaba cuidadosamente la tecnología que se iba
desarrollando durante la pasada década. A pesar de todo este esfuerzo se
percataron que sus resultados no tenían éxitos. Cronbrach,
criticó fuertemente los conceptos en que se habían basado las
evaluaciones por su falta de “utilidad” y “relevancia” aconsejando
a los evaluadores a que desecharan aquellas posiciones y se dedicaran a
hacer evaluaciones, basadas en comparaciones de los resultados obtenidos
en los tests tipificados, realizados por los grupos de experimento y de
control. Y recomendaba que se debiera reconceptualizar la evaluación,
obviando posiciones de competidores, como un proceso consciente de recoger
y formalizar la información que pudiera servir de ayuda para quienes
elaboraban currículos. El
autor aludido anteriormente abogaba porque el análisis y la relación de
un test podrían ser consecuentemente de mayor utilidad para los
profesores, que informarles el promedio total de las calificaciones. Sus
hipótesis transformaban tanto el concepto como la dirección de la
evaluación. Durante
esos años se exigió que cada distrito escolar recibiera fondos, para que
se evaluara anualmente, y comprobar hasta qué punto se habían alcanzado
los objetivos. Para ello se utilizaron los datos de los tests
estandarizados. La utilización de encuestas y la valoración de
correspondencia entre resultados y objetivos, reflejaba la situación
educacional de aquella época. Los
instrumentos, estrategias y tests estandarizados elaborados, para
determinar el promedio del grado de conocimiento alcanzado por los
estudiantes no expresaban la realidad, y no permitían aprehender la
diversidad intrínseca existente en los sujetos de aprendizaje. Los
tests no evidenciaban diferencias entre escuelas y/o programas, sólo
identificaban en algunos de los casos, el grado de aprendizaje, concentrándose
casi en los mismos aspectos que los tests de aptitudes. Su
utilización proporcionó un nuevo problema, un método de evaluación
como éste se oponía al propuesto por Tyler, pues el reconocer
diferencias entre los objetivos de un lugar a otro, resultaba muy difícil
adaptar a todo el ámbito nacional sus programas de tests estandarizados. Como
resultado de todos los problemas en la evaluaciones el Phi Delta Kappa creó
el National Study Committee on Evaluation (Stufflebeam y otros 1971),
recomendando el desarrollo de nuevos programas para preparar a los
evaluadores. Así
surgen nuevas conceptualizaciones de evaluación: Provus (1971), Hammond
(1967), Eisner (1967), Metfesel Y Michael (1967), propusieron reformar el
modelo de Tyler. Glaser (1963), Tyler (1967) y Popham (1971), recomendaron
utilizar los tests basados en criterios como una alternativa a los tests
basados en normas. Cook (1966) utilizó el método de análisis sistemático
para evaluar los programas. Scriven (1967), Stufflebeam (1967, 1971) y
Stake (1967) crearon nuevos modelos de evaluación muy diferentes de los
anteriores. Estas
conceptualizaciones reconocían la necesidad de evaluar: “(…) las
metas, examinar las inversiones, analizar el perfeccionamiento, prestación
de servicios, determinar los resultados (esperados o no, previstos o no
previstos) del programa. Insistieron en la necesidad de enjuiciar el mérito
o el valor del objeto de evaluación.”[7]
En
1973 la “especialidad evaluativa” comienza a desarrollarse como una
“profesión” diferenciada de las demás. Empienzan a publicar libros,
monografías, intercambios profesionales con especialistas en esta temática.
Algunas
universidades comenzaron a ofrecer cursos de metodología evaluativa
diferenciándola de la metodología investigativa. Otras elaboraron
programas para formadores en evaluación. Se
fundaron centros de investigación y desarrollo de evaluación. De
forma creciente, “(…) la evaluación, está considerando la
“metaevaluación” como un medio de asegurar y comprobar la calidad de
las evaluaciones.”[8]
De tal, modo que se conozca perfectamente la solvencia de las propias técnicas
y procedimientos y hasta qué punto se han ajustado a las necesidades del
proceso. Se
crea el JOINT COMMITTEE, (1981) formado por doce organizaciones para
revisar las “normas” en programas educativos, proyectos y materiales.
publicándolas para facilitar su uso. Estas normas aún tienen vigencia y
son las de utilidad, de viabilidad, de honradez y transparencia y de
precisión: El
desarrollo “profesional” del proceso de evaluación, propició: la
Producción de conocimiento en el campo evaluativo: en sus teorías y en
sus metodologías, preparación y titulación de evaluadores, intercambio
y cooperación entre los profesionales y creación de nuevas
organizaciones y centros evaluativos A
pesar del creciente desarrollo, la búsqueda de nuevos métodos, mejor
comunicación, nuevas teorías, técnicas y la práctica evaluativa, la
evaluación es una actividad
en desarrollo y estará determinada por el entorno donde se aplique. El
estudio histórico desarrollado, nos permite generalizar que el desarrollo
del proceso de evaluación se presenta en dos etapas. La primera, con
limitados, parciales y fragmentarios objetivos evaluativos que y el propio
proceso incluso, considerando a los evaluados, muy poco regulado
institucionalmente y por ende muy susceptible de errores, generados por la
falta de precisión científica, profesionalidad de los evaluadores y por
la carencia de instituciones educativas. En este período naturalmente
proliferaban los modelos evaluativos y dominaba la anarquía, lo que
limitaba la calidad del proceso evaluativo. Una
segunda etapa es en la que
el proceso comienza a madurar institucionalmente, y a definirse
conceptualmente, a la vez que a considerar de manera más amplia la
repercusión que el objeto evaluable tenía sobre el contexto incluso el
entorno social. El desarrollo alcanzado en esta etapa por el método
evaluativo posibilita el incremento de los modelos y la extensión de
la práctica evaluativa, ello permitió tanto la maduración teórica
como la práctica. El
proceso evaluativo, animado de un afán perfeccionista, precisa sus
objetivos y a regula los métodos y la formación profesional de quiénes
lo aplicaban, llegando a concebirse la profesionalización de los
evaluadores. Esta etapa consecuentemente, contempla la aparición de lo
que hoy se denomina “metaevaluación” o sea evaluación de la propia
evaluación. Con ese objetivo se han creado instituciones y programas para
profesionalizar a los evaluadores e integrar adecuadamente programas
evaluativos y metaevaluativos. La evaluación de impacto, no es más que
la culminación de este proceso de maduración teórica y práctica. Hemos
considerado como tendencias del proceso de evaluación, fruto del estudio
histórico lógico, y del proceso de maduración del concepto, las
siguientes: ·
La
evaluación basada en objetivos previamente establecidos: evaluación
sumativa ·
La
evaluación basada en el criterio profesional para valorar sistemáticamente
los resultados. ·
La
evaluación a través de pruebas concretas de los resultados de desarrollo
del currículo. ·
La
evaluación basada en la integración del proceso, dirigida a todos los
componentes, perfeccionadora y decisoria (Evaluación Formativa). ·
Metodologías
evaluativas con nuevos conceptos de utilidad y relevancia. ·
Establecimiento
de la evaluación en calidad de “industria” y “profesión”. ·
Metodologías
y programas de formación de evaluadores. · Estas tendencias han tenido de una u otra forma su materialización en los distintos modelos evaluativos. Referencias: [1]
Rogert Amengual, B.
(1990). Evaluación Formativa. Edit. Cincel Madrid. p. 145 [2]
La evaluación contextual se centra en la manera en la que el
profesorado realiza sus intervenciones educativas, considerando todas
las circunstancias que inciden en su actuación. Mediante la evaluación
contextual de las actuaciones docentes se pueden identificar las
buenas prácticas. Para ello se tienen en cuenta aspectos como: el
diseño previo de la intervención educativa que ha realizado el
profesor, el análisis de la intervención educativa y los resultados
obtenidos (participación de los alumnos, logro de los objetivos...)La
evaluación contextual se realiza a partir de la observación de un
evaluador, la consulta de documentos y el uso de diversos
instrumentos. (EVALUACIÓN
CONTEXTUAL © Dr. Pere Marqués Graells, 2000 (última
revisión: 28/07/02 ) [3]
Montero, J. L.
(1995). Manual de consulta: Evaluación. Manual Operativo y de
Consulta. Cuaderno 4-1. Editorial Kastolin Elbartea. Madrid, España.
p.145 [4]
Blanco Prieto, F.
(1994). La Evaluación en la Educación Secundaria. Concepto Modelo.
Edit. Amerú. p. 36 [5]
Stufflebeam, D. L. y Shinkfield, A. J. (1987) Educación Sistémica,
Guía Teórica y Práctica. Editorial Paidos/México. Barcelona, España.
p. 82 [6]
Joint Comité on Standarsd for Educational. (1980) Evaluation en
Stufflebeam y Shinkfield: Educación Sistemática Guía Teórica y Práctica.
Paidos/Mec. Barcelona. España. p. 19 [7] Bravo, C. y Rebollo Catalán. (1993) Evaluación de programas. Una Guía práctica. Editorial Kronos. Sevilla. España. p. 34 [8] Rogert Amengual, B. (1990) Evaluación Formativa. Edit. Cincel Madrid. p. 32 |
por Dra. Marisel Oliva Calvo
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