Cerraron el limbo ¿y qué?
Américo Ochoa

Quiero decirles que toco un tema de cristianismo no porque sea teólogo o cosa que se parezca; soy un simple perico de los palotes bautizado en cristiandad. Indio con raíces de cruz y espada mezclada con magia y sabiduría precolombina. Creo en el Cadejo, la Siguanaba y en los duendes que comen flor de Izote. Tengo amistad con Dios y mis antepasados buenos.

Como dije, no soy teólogo, pero tengo, una historia que contar: cuando mis clases de catecismo la iglesia del pueblo ya andaba mal físicamente, como viejita de noventa con dolores de rabadilla y lumbago, desvencijada, desdentada de la puerta de atrás y tuerta de un postigo. Renca de todas las bancas y con un bastón en los aleros. Tenía incontinencia en el tejado. Como ven, más parecía un cuento de Salarrué que un invento mío; pero era una viejita simpaticona. Lalo se encargaba de maquillarle los cachetes con cal y clara de huevo con una brocha hecha por él para las fiestas de la virgen. Yo envidiaba a Lalo porque era el único que se podía subir a tocar las campanas.

Pero la verdad,  la pasé bien en las clases de catecismos, tardes en que esperaba con ansias encontrarme con los amigos, y sobre todo, para ir a ver a esas muchachas que llegan de la ciudad a catequizar a los muchachitos pueblerinos como yo. Esas muchachas traslúcidas de tanta espiritualidad, con su piel blanca y sus narices agudas como agujas, condenadas a mantener su olor a virgen por el resto de sus vidas. Cuando caminan, uno no sabe si ponen los pies al suelo o no; uno no sabe si son monjas, sus ropas grises o blancas, del cuello a los tobillo huelen a incienso de púlpito y su pensamiento huele a arquidiócesis. Además, prenden candelas como por manía.

Recuerdo a una en especial; se llamaba Teresita y era linda como garza. Me dejó subir al campanario de la iglesia de El Carmen a anunciar la hora de la catequesis. Ese acto me quedó impregnado porque desde allí pude ver la plaza, la calle hacia la laguna como serpiente de piedra resoplándole polvo al carretero de allá al final. Los jaladores de leña parecían hormigas con hojas. Eso me gustó, me produjo asombro. Toqué las campanas hasta que el remolino de palomas y murciélagos se fue desenredando por los agujeros que echan luz. Bajé mudo de emoción; quería contratar a Teresita para que fuera mi ángel de la guarda para siempre, pero no se pudo, mis arcas del carisma no daban para tanto, era suficiente con haber subido al campanario.

Por esa razón y otras similares hice varias veces la primera comunión. A decir verdad, quien me enseñó los reales secretos de la oración y me presentó a Dios en persona fue mi madre. De las novicias aprendí el temor a Dios con estampas del diablo; realmente daba miedo. Quedé creyendo en el cielo, el infierno,  el paraíso y otras fincas celestiales. En el génesis; por supuesto, en Adán y Eva (¡nunca me hablaron de Lilit!).

Por Dios que fui a misa todos los domingos en mis primeros veinte años. Fui apóstol de jueves santo; algún cura me lavó los pies y me los besó y le besé los pies al Niño en navidades. Me gustaba ir a los velorios a rezar por las ánimas; porque los niños no quedaran en el limbo y fueran directo al cielo como mandaba la Santa Iglesia.

En estos días, los calderos del cristianismo se baten y desbaten.  En cada semana santa se habla de cosas como El código de Davinci (¡que libro más malo!), el evangelio de Judas, las tumbas de la sagrada familia. Antes se decía que JC era amante clandestino de María Magdalena, ahora resulta ser esposo con hijos; en fin, ¡solo Dios sabe! (Qué bueno Saramago en el encuentro de JC con la puta de Magdala en el Evangelio según Jesucristo, ¡eso es puta!, ¡eso es literatura!).

Por mucho tiempo tuve la certeza que mis parientes estaban unos en mi país y otros en el cielo o en el purgatorio. Ahora resulta que no es así; Karol Wojtyla cerró los portones del cielo y El papa Benedicto XVI resucita el infierno (titular de El País, 28/04/07). Las eternidades se abren y cierran con control desde Roma, como cerrar bancos en desfalco o cambiar de canal. Veamos algunos de los banderillazos papales al respecto:

La llamada de Benedicto XVI a la lucha ideológica contra el pluralismo moral y la modernidad incluye reponer el infierno, con mayúsculas. "El infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno" (...).

En su llamada a la intolerancia con el relativismo y la laicidad, Benedicto XVI ha decidido reponer las armas del catolicismo clásico. El Papa cree que la vida cristiana occidental es "una viña devastada por jabalíes". Para hacer frente a la crisis la fuerza de la Iglesia no está en el diálogo ni en la tolerancia, sino en la vuelta a los orígenes (...).

En presencia de cardenales, arzobispos y obispos de todo el mundo, el Papa, presidente durante décadas de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la antigua inquisición romana, retó a los reunidos a llegar al meollo de la crisis del cristianismo para que Dios, un "proscrito en Europa", según Benedicto XVI, vuelva a figurar en la agenda de una sociedad de bautizados que ya no hace caso a la religión.

La proclamación de que "el infierno existe y es eterno" es la continuación de esa estrategia papal. Lo curioso es que su antecesor, el polaco Juan Pablo II, muerto hace dos años, corrigió a fondo y en la dirección contraria el concepto tradicional del catolicismo sobre el infierno. Lo hizo en el verano de 1999, en cuatro audiencias consecutivas, cada una dedicada a desmontar la credulidad popular sobre el cielo, el purgatorio, el infierno e, incluso, el diablo. "El cielo", dijo entonces el pontífice polaco, no es "un lugar físico entre las nubes". El infierno tampoco es "un lugar", sino "la situación de quien se aparta de Dios". El Purgatorio es un estado provisional de "purificación" que nada tiene que ver con ubicaciones terrenales. Y Satanás "está vencido: Jesús nos ha liberado de su temor".

La homilía sobre el infierno la pronunció el papa Juan Pablo II en la audiencia del miércoles 28 de julio de 1999. Dijo: "Las imágenes de la Biblia deben ser rectamente interpretadas. Más que un lugar, el infierno es una situación de quien se aparta del modo libre y definitivo de Dios". (Juán G. Bedoya, El País, 28/04/07, o véase : http://www.elpais.com/articulo/sociedad/papa/Benedicto/XVI/resucita/infierno/

elpepusoc/20070423elpepisoc_5/Tes ).

Mientras tanto Juan Pablo II ha de andar para allá y para acá arriando ánimas; pobrecito, y él baliado y con Alzheimer !

Con el Edén en quiebra, Adán y Eva degradados a categoría de Pinocho y Caperucita, o el coyote y el correcaminos; aunque para mi gusto literario prefiero a Romeo y Julieta. Las noticias del cierre de la salvación van y vienen: La Nación (21 de abril 2007, pág. 22A) dice: Después de siglos, la iglesia católica entierra el limbo, donde iban los bebés muertos sin ser bautizados.

Imagino a esos millones de bebés indígenas de toda Latinoamérica, o los suburbios de nuestras ciudades, donde la mortalidad infantil ha sido espantosa y todos sin agua bendita ni para tomar. Nunca llegaron al cielo porque así lo decidieron los inmiscuidos en asuntos de Dios, los muy sabiondos, que deciden cuáles vestíbulos abrir o cerrar, quién entran y quién no, de la manera más excluyente como un hotel.

El documento de la Comisión Teológica Internacional dice –según la prensa–, que el limbo refleja una visión excesivamente restrictiva de la salvación ...  Continúa diciendo el periódico que los teólogos que aconsejan al Papa concluyeron que dado que Dios es misericordioso, “quiere que todos los seres humanos se salven”. (La Nación, Íb).

¿Cómo es la cosa, Dios antes no era misericordioso?

Para esto no hay abogado del diablo que nos indemnice por daños a la ingenuidad.

No, si el expediente se las trae, hasta es tema en las cantinas; y como dije, tenía una historia que contar, muy parecida a la de otros. Mientras tanto, conjuro para que no desaparezcan los bosques donde van los cipotes de barro “así en la vida como en la muerte” a jugar con nuestro hermano el Cipitío. Amén.

Américo Ochoa
Poeta y narrador salvadoreño residente en Costa Rica.

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