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Cien años de la Revolución Mexicana: Pancho Villa en la historia (Primera Nota)
por José Fernando Ocampo T.
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Artículos de José Fernando Ocampo T. editados en Rebanadas:

Rebanadas de Realidad - Bogotá, 12/04/12.- Pancho Villa y Emiliano Zapata son dos personajes emblemáticos de la Revolución Mexicana. Ambos se rebelaron contra el régimen de Porfirio Díaz de treinta y cinco años (1876-1911); iniciaron su lucha revolucionaria al mismo tiempo; defendieron propósitos fundamentales de la revolución; adelantaron planes de lucha conjuntos; persistieron sin descanso en el levantamiento por más de diez años; fueron asesinados de forma semejante; eran de origen campesino; al involucrarse en la revolución eran analfabetas; lograron organizar ejércitos o guerrillas de toda índole; y se convirtieron en símbolos de la Revolución Mexicana. Mientras Zapata concentró su lucha en el sur, Pancho circunscribió sus actividades en el norte. Zapata se hizo fuerte en el Estado de Morelia y Pancho en Chihuahua. Ninguno de los dos logró organizar un movimiento de carácter nacional. Pero ambos han pasado a la música popular de los corridos, a la novela, al cine, a la historia de México, a la crónica política, al mito. Zapata fue asesinado en 1920, Pancho Villa en 1923. De los presidentes del período revolucionario, mueren también asesinados los presidentes Francisco Madero (1912), Venustiano Carranza (1919) y Álvaro Obregón (1924).

Pancho Villa al frente de sus tropas

En medio de una de sus batallas, Villa le diría al New York Times en 1915: “No tiene caso. Por cinco años he luchado contra los enemigos de nuestra gran república y he perdido…he combatido contra tres dictadores y he derrotado a dos” (Taibo II, 589). En ese entonces todavía le quedaban por delante 7 años más de lucha. Se había enfrentado a la dictadura de Porfirio Díaz y a las presidencias de Victoriano Huerta y de Venustiano Carranza. Todavía le quedaba enfrentarse a Obregón. A Madero lo había estimado, a pesar de la profunda contradicción que con él había tenido su aliado Emiliano Zapata y, en el recuerdo, siguió siendo su partidario. Siempre lo defendió. Y eso que Madero no se le medía a la reforma agraria, hizo acuerdos con el porfirato y no tenía una definida posición anti gringa. Villa luchó sin descanso. Recorrió la mitad de México tres, cuatro, cinco veces. Utilizó caballos, trenes, automóviles y los primeros aviones que habían llegado al país. Formó no uno, sino varios ejércitos. Los organizaba y los licenciaba y los volvía a organizar. Tuvo tres, cuatro, cinco mujeres, nunca se supo de manera cierta, cuántas. Con su fama y su capacidad de liderazgo, llegó a ser la persona que bautizaba a los hijos de su gente, en el campo y en los pueblos y en las ciudades, aunque no tuviera ninguna fe religiosa. Le componían corridos y le adaptaban los más populares a sus campañas y a sus hazañas. Por eso sus subordinados lo llamaban “La Fiera”. Lo tenían por bandolero, hizo guerra de posiciones, llevó a cabo guerra de guerrillas, cambió el sentido de la guerra, desarrolló la táctica. Pero también gobernó en Chihuahua. No tenía ningún sistema de gobierno. Auxiliaba a los pobres, destituía a los corruptos, repartía las tierras, expropiaba a los ricos, acorralaba a los gringos dueños de las minas, le sacaba el dinero a los bancos para desarrollar su guerra, ejecutaba a los traidores, entraba a saco los pueblos en manos de sus enemigos. Por eso se convirtió en leyenda. El famoso corrido de Siete Leguas le hace honor a su yegua –así se llamaba—hubiera o no hubiera existido. Todo pasa por la leyenda.

Un día de la revolución con Zapata se tomaron Ciudad de México. Fue un momento estelar del movimiento. Y recorrieron allí los sitios emblemáticos del país. Al llegar a la casa presidencial se dieron cuenta que la silla presidencial había desaparecido. Consiguieron un reemplazo y Villa se sentó en ella, después de rogarle a Zapata que lo hiciera primero que él, pero ninguno de los dos quería convertirse en jefe de gobierno. Eran finales de 1914 y la revolución estaba en su pico más alto. La plaza estaba llena con el pueblo que los aclamaba. La manifestación la encabezaban ocho generales de la Revolución: uno que era campesino, uno maestro rural, uno estudiante, uno cuatrero, uno caballerango, uno bandolero, uno maquinista de tren y otro campesino. Estaban todos en una foto histórica de Cassola, el fotógrafo de la Revolución. “Nadie podrá explicarse la Revolución Mexicana”, explica uno de sus biógrafos, “si no se explica esta foto. Esa foto y sus ausencias, sobre todo la gran ausencia de la clase media ilustrada y radicalizada…A diferencia de otros procesos revolucionarios contemporáneos, campesinos y obreros no necesitaron aquí de intermediarios ni de traductores” (Taibo, 451). Al sentarse en la silla presidencial en Palacio, lo hicieron en forma simbólica. Tenían el poder en sus manos y lo eludieron. Los dos se equivocaron. En último término fue lo que les costó la vida y la frustración de su movimiento revolucionario.

Villa era el jefe de la llamada División del Norte. Había una del Sur, otra del Occidente y de los otros puntos cardinales. Nadie las unificó. Y, por eso, cada uno de los jefes que tomaba el mando nacional, era asesinado o tenía que salir del país. Así fue durante casi veinte años. Vendrían gobiernos de transición hasta el período presidencial de Cárdenas (1934-40) con reforma agraria y educativa de carácter radical y la creación del Partido Revolucionario Mexicano, transformado posteriormente en Partido Revolucionario Institucional en 1945. Pancho Villa nunca se arriesgó a competir por la dirección del país, porque era cierto que no se sentía preparado para la presidencia. A pesar de sus diferencias se la ofreció un día a Obregón: “Mire compañerito,” le diría, “si hubieras venido con tropas nos hubiéramos dado muchos balazos, pero como vienes solo, no tienes porqué desconfiar, Francisco Villa no será un traidor, los destinos de la patria estarán en tus manos y en las mías; unidos los dos en menos que la minuta dominaremos el país, y como yo soy un hombre oscuro, tú serás presidente”. Era lo mismo que había hecho con Zapata en su famosa entrevista de Ciudad de México. Con Zapata, los dos se pusieron contra Carranza, se unificaron en el programa agrario, en una lucha contra los ricos, en la unificación de los ejércitos del Sur y el Norte, y en cuatro puntos fundamentales de táctica: alianza militar, adopción del Plan de Ayala (sin el ataque a Madero), abastecimiento de armas por parte de Villa y un candidato civil a la presidencia de la república.

Pero Villa, con su lucha, con su trasegar incansable, con su capacidad de organización, con su atractivo personal, se iba convirtiendo en mito. Como dice uno de sus biógrafos: “De Villa se decía en aquella época que conocía de tal manera los caminos y las veredas, que había hecho a caballo Durango-Chihuahua en seis días. Se dice fácil, pero son cerca de 700 kilómetros. El propio Villa le contaría una vez a Silvestre Terrazas que conocía tan bien el terreno que podía conducir un grupo armado de Chihuahua a Mazatlán con los ojos vendados, de noche y sin que un solo día les faltara agua o comida. En esos momentos, en Chihuahua, Pancho Villa es un puro mito. Se decía de él que cuando tenía frío no temblaba y que sabía cuándo iba a llover…Lo que Villa estaba haciendo era reescribir la guerra de guerrillas a la mexicana sin conocer sus antecedentes históricos, y poco más tarde cuando tuvo un ejército, no abandonó los principios básicos que había aprendido, sino que los combinó con las nuevas posibilidades de la artillería y el ferrocarril” (Taibo, p. 192).

Villa nunca tuvo un programa político o económico propio. A medida que se fue desarrollando el proceso revolucionario, fue adhiriéndose a los planes que lo constituían, el Plan de San Luis, el Plan de Tacubaya y el Plan de Ayala. En un acuerdo con Zapata superó sus reservas con el Plan de Ayala y adhirió al programa que se constituiría en el más avanzado de la Revolución Mexicana. Fijaba la jornada laboral de ocho horas, destruía las tiendas de raya que explotaban a los trabajadores, repartía entre los campesinos la tierra expropiada a los latifundistas. En torno a su contenido se unieron todos los movimientos políticos del momento: magonistas marxistas, vazquistas, zapatistas, intelectuales radicales y oligarcas patriotas de Chihuahua. Zapata lo convertiría en su programa agrario y sería la base de la alianza estratégica Zapata-Villa, uno de los puntos culminantes de la Revolución Mexicana. El acuerdo se sellaría en la famosa Convención de Aguascalientes a finales de 1914, sobre la base del Plan de Ayala. Podría decirse que se trataba de un programa democrático semejante al que por la misma época impulsara Sun Yatsen en China, no importa que Zapata y Villa no siguieran en detalle los procesos que se desarrollaban al otro lado del planeta.

¿Qué intereses representaba Villa? Resulta fácil concluir que Emiliano Zapata representaba el campesinado mexicano o que Carranza y Obregón distintas tendencias de una burguesía comercial e industrial en camino de fortalecerse. Pero en la famosa División del Norte de Villa siempre hubo ferrocarrileros, panaderos, abigeos, vaqueros, carniceros, ex soldados, pequeños comerciantes de pueblo, bandoleros, maestros de escuela, arrieros, rancheros con poca tierra, peones sin tierra, mineros, albañiles, de muy poca estabilidad laboral y de intereses económicos poco definidos. Todos se hubieran podido unificar con principios mínimos de política o de programa económico. Pero nunca lo intentó. En ningún momento contó con el apoyo o la incorporación de los sindicatos obreros o mineros que se unieron al proceso revolucionario a lo largo y ancho del país. Sus enemigos era fácil identificarlos: la oligarquía agraria del Norte, los grandes terratenientes, la estructura militar porfiriana, los grandes comerciantes extranjeros y, sobre todo, el clero católico. Su contradicción con la Iglesia fue radical. Se opuso a la educación religiosa de los curas y al control que estos ejercían sobre la población campesina, lo cual le causó contradicciones radicales en su trasegar por la Revolución Mexicana. Villa actuaba sin descanso, Villa se enfrentaba a sus enemigos, Villa se aliaba para combatirlos, Villa quería la revolución sin identificar muy bien su rumbo. En los momentos cruciales de su enfrentamiento con Estados Unidos, comprometió al país, pero no supo convertirlo en un propósito nacional de defensa de la soberanía ni contra un imperialismo que empezaba a sacar sus uñas en el contexto mundial y latinoamericano. Lo veremos.

 

Bibliografía mínima:

Taibo II, Paco Ignacio. Pancho Villa, una biografía narrativa. Planeta, 2006.

Reed, John. México insurgente, la revolución de 1810. Sarpe, 1985.

Silva Herzog, Jesús. Breve historia de la revolución mexicana. Fondo de Cultura Económica, 2005.

Wilkie, James W. The Mexican Revolution. University of California Press, 1973.

Ross, Stanley R. Is de Mexican Revolution Dead? Columbia University, 1967.

Steinbeck, John. ¡Zapata! Editorial Sexto Piso, 2010.

Peláez Ramos, Gerardo. Revolución Mexicana: cronología documental (1910-1917)

Peláez Ramos, Gerardo. En el centenario de la Revolución Mexicana, el período de reformas estructurales (1934-1940)

Peláez Ramos, Gerardo. El plan de Ayala de 1911 y el del siglo XXI.

[1] Miembro de la dirección nacional del Polo Democrático Alternativo. Obtuvo su doctorado en Ciencia Política en Claremont Graduate School de California. Ha sido profesor de tiempo completo de las Universidades de Antioquia, Caldas, Nacional y Distrital de Bogotá. Fue miembro de la dirección de FECODE desde 1975 hasta 2000. Hizo parte de la elaboración y negociación de la Ley General de Educación. Participa en el Centro de Estudios e Investigaciones Docentes de FECODE. Colabora en las revistas /Deslinde/ y /Educación y Cultura /. Es miembro de la organización Unidad Panelera Nacional. Sus principales obras son: Colombia siglo XX: estudio histórico y antología política, 1886-1934; Ensayos sobre historia de Colombia; Reforma universitaria, 1960-1980; Dominio de clase en la ciudad colombiana; La educación colombiana: historia, realidades y retos. Es editor del libro Historia de las ideas políticas en Colombia.

 

Por José Fernando Ocampo T.

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