Los ojos del antifaz o el baile de máscaras del príncipe próspero Alexander Obando (Los ojos del antifaz de Adriano Corrales Arias, segunda edición, EUNED, 2007) |
Del
mito, el cuento y el cuentazo: Al
país del príncipe Próspero llegó La Máscara de la Muerte Roja. El príncipe
se refugió en su fortaleza. Nada podía entrar o salir sin que él, o uno
de los suyos, lo supieran. Pero en lugar de admitir pobres y labriegos,
admitió nobles, bailarines y juglares. En lugar de semillas para el
futuro, exuberantes plantas, viandas y carnes a punto para la mesa. Y en
vez de médicos, albañiles y soldados, admitió payasos, chefs, pajes,
toda suerte de sirvientes. En palacio pululaban poetas, actores, músicos
y arlequines, para atacar el posible bostezo. Nada
se descuidó, excepto al pueblo. Afuera La Muerte Roja hacía estragos,
devastaba el paisaje. Entonces el príncipe ideó la salida perfecta: un
baile de disfraces para romper el miedo. Quería la fiesta perfecta. Pero
desconocía que, casi siempre, cuesta el trono. Así empezó el asalto
final a Managua en el primer semestre de 1979. Próspero
disfrutaba del festín y de los que hacían portentos con su arte. Fue una
maravilla hasta que La Muerte Roja ingresó con gasas y cintas manchadas
de sangre; es decir, disfrazada de La Muerte Roja. Los pocos
sobrevivientes pidieron al mismísimo príncipe desenmascararla. Lo hizo y
encontró el vacío más profundo: la muerte misma. Cayeron, uno tras
otro, encima de lo inevitable. Todo fue oscuridad en el reino de los prósperos. David
despierta David
abatió a Goliat, tenido como el mejor de su ejército. Pero lo que aquí
elucidamos no es la vida de un hebreo nacido mil antes de Cristo, sino la
de un criollo costarricense nacido a finales de los 50. Alguien de mente
despierta que veía, con cada retumbo del Arenal, la sangre y peste que Próspero
venía derramando al otro lado del río desde los años 30. Este
chico se debe educar en el San José de los 70, un mundo corrosivamente
morboso y desleal para quienes creíamos no tener nada en el asunto: yo
tenía expediente secreto en la izquierda por haber llegado recientemente
de EE.UU. y tener amigos tanto de izquierda como de derecha; también lo
tenía en la ultra derecha por lo mismo. ¿Cómo me enteré? Ambos bandos
de amigos me lo hicieron saber a su debido tiempo. David
supera su condición rural en un San José que por falta de información
adecuada se creía ciudad. Por tanto, nuestro muchacho debe enfrentarse al
choteo urbano-campesinoide. Su segunda prueba, o antifaz, ya matriculado
en la U, es la ideología. Debe aprender ideas nuevas y confrontarlas con
las propias, luego asumir una nueva dialéctica. Su tercer antifaz el de
la infancia. No un antifaz propiamente, sino una manera de ver el mundo
que lo ha de confortar en momentos graves. Como dijo alguna vez un poeta
italiano: la infancia también es una patria. Su
cuarto antifaz: ¿ir a la guerra o quedarse en casa para contarle a los
nietos cómo fue aquel “vergueio” contra Somoza?. El quinto la derrota
personal: detrás de cada Somoza, viene otro Próspero, por lo que Corramos
aquí— para parafrasear al maestro Donoso— un
delicado velo de pudor y no se diga más del tema. El sexto antifaz:
contraste entre un café en La Habana y un friísimo vodka a orillas del Neva, en San Petersburgo. El séptimo: el
reencuentro con un compa cercano del pasado y el balance de lo hecho. El
octavo, la pasión por mujeres cuyo nombre empiece con L: primero Laura, Luego Lucía,
personaje central de la ficción. Luego, en su novela “continuación”,
llamada Balalaika en clave de son,
aparecerá Lina. El hecho es que
el personaje debe escoger entre el arma de fuego (su hermosa compañera) y
la otra (la que quita la vida). La
novela que implosiona y se traga el Big Bang La
novela es originalmente anterior al Big Bang de nuestro amigo Carlos Cortés.
Tanto Cruz de olvido, como De todas
las selvas de Daniela Trottier, hacen, en alguna medida, historia de
la guerra en Nicaragua, pero se quedan de este lado del río. Son “periféricas”;
no porque no toquen lo más hondo de nuestra participación en la guerra
de Nicaragua, sino porque testigos y acción tienden a quedarse de este
lado, mientras que el joven protagonista de Los
ojos… estuvo, aunque no todo el tiempo, en el mismo frente de
combate. En
Los ojos del antifaz los personajes no son políticos ni tipos de
“altura”, por lo que cruzan la frontera constantemente. No están
tomando whisky en San José, o Liberia, mientras planean supuestas tretas
militares. Están en una guerra. Y allí es donde la Máscara de la Muerte
Roja los puede alcanzar. Porque sépase que el príncipe Próspero, el príncipe
Feliz, o el príncipe Daños Colaterales, siempre son los últimos en
poner la sangre. Pasado
lo peor, el personaje ya es otro,
y el mundo en que vivía, también. Por tanto, nos encontramos ante una bildungsroman,
es decir, una novela de aprendizaje, como El
joven Törless de Musil o Marcos
Ramírez de Calufa. Las tres novelas se refieren más a la pérdida de
la inocencia que a la pérdida de la identidad, pero ambas cosas suceden
un poco. El David pos-Próspero, lo mismo que el David pos-Goliat, no
tiene otra alternativa que la de un nuevo ser humano. La
genialidad de algunos compositores y su humildad Cuando
Anton Bruckner estrenó su cuarta sinfonía
el efecto fue tan negativo que varios de sus propios
amigos salieron de la sala antes de que acabase. Eso hizo que el
maestro siguiera corrigiéndola hasta su mismo lecho de muerte. Hoy la
Cuarta y Novena sinfonías de Bruckner son sus obras maestras. Beethoven
pasó un trance parecido. Solía despertar a su pajecillo a las dos de la
mañana ¡para que le consiguiera agua con hielo! Una vez logrado el
milagro de cumplir el encargo, en la Viena donde no existía ni
electricidad ni refrigeradoras, el maestro tomaba la jofaina de agua
helada y la vertía sobre la cabeza. ¿Propósito? Seguir trabajando,
mejor dicho, corrigiendo. Cuando falleció sus allegados encontraron más
de 200 versiones distintas para el final de la Novena Sinfonía. Igual
los fotógrafos que, obsesionados por un tema, sacan mil o más fotos
hasta lograr la imagen perfecta. O los pintores en sus series inacabables.
O los actores que en cada función refinan la puesta en escena. Entre los
escritores buenos (Honorato de Balzac, Reinaldo Arenas, Vicente Aleixandre)
ésa ha sido una práctica obsesiva. No en Costa Rica donde reescribir una
novela, o pedírselo a su autor, es un grave insulto. Pero hay quienes lo
asumen libremente. Ese fue el acto de humildad literaria de Adriano
Corrales Arias que más respeto. Corrigió la edición del 99 hasta
mostrarla como un trabajo de sensible calidad. Cierto que persisten
consignillas, obsesiones políticas del autor, pero no maltratan ni afean
la eficacia del conjunto. Entonces
no es solo la crónica histórica, algo que ahora está de moda para
defender a los malos escritores del olvido (salvo la brillante Tatiana
lobo), sino que es un trabajo escrito con madurez y seriedad artística.
La crónica histórica está muy bien y es muy necesaria, pero cuando se
especializa en encubrir un mal oficio, o mala escritura, sale sobrando. Buena suerte a una novela que no solo es una buena crónica sino también una buena obra literaria; porque en arte, si ambas cosas van juntas, mano a mano, entonces, obligadamente, son eso: un logro artístico. |
Alexander Obando
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