Quizá por ser periodista, mi método de trabajo se definió solo:
entrevistar a los protagonistas, y si éstos ya habían desaparecido,
hablar con sus deudos y con quienes mejor los conocieron. El grueso del
material del que está hecho este libro proviene, así, de charlas,
grabador de por medio, o apuntadas en un cuaderno. Pero preferí no
transcribir directamente los diálogos sino reelaborar y reordenar la
información, con lo que lograba integrar datos y referencias de
diferentes interlocutores, más documentación ya existente que extraje de
libros y publicaciones varias. Ésta es, sin embargo, muy escasa y por lo
común poco útil. Cuando me fue posible conversar con los protagonistas
en persona traté de reproducir sus mismas expresiones, sus giros, su
elocuencia, para que no se perdiese esa riqueza testimonial. Por eso no
han de sorprender ciertas mudanzas estilísticas que saldrán al encuentro
del lector a medida que gire este caleidoscopio. También se hallará con
afirmaciones contrapuestas, debidas simplemente a que cada cual ha visto
y vivido la realidad a su manera.
Mi intención en cada caso fue brindar la historia de vida del personaje.
Algo que fuera más allá de su trayectoria en el tango y ofreciese un
retrato de su personalidad, y que reconstruyese las circunstancias
familiares y sociales que lo rodearon. No siempre me fue posible plasmar
ese propósito en igual grado porque no todas las personas ofrecen el
mismo interés biográfico ni es siempre obtenible toda la información
deseada. De cualquier forma, así encarada, esta indagación permite
armar, como en un rompecabezas múltiple, varias historias al mismo
tiempo: la del tango, la de la inmigración judía y la de la integración
de los judíos a la vida social argentina, con sus valores morales, sus
prejuicios y su decisivo trasfondo político. En estas páginas intenté
realizar tanto un inventario del aporte judío al tango, como de lo que
el tango les aportó a los judíos al acogerlos y brindarles un vehículo
de integración y desarrollo personal. En todo caso, a medida que van
desfilando los actores de esta epopeya popular, como protagonista
central queda el tango. Él es el dueño último de este libro.
Corresponde aclarar que muchas de las entrevistas fueron efectuadas a
músicos o especialistas no judíos, y que en casi todos los casos
encontré gran disposición a colaborar. Por empezar, a mí mismo no me
resultaba fácil plantear la cuestión. Era embarazoso encarar a alguien
con un interés que podía sonar inversamente discriminatorio. Por
fortuna, casi siempre la reacción del interpelado deshizo mi aprensión.
Luego debía lograr que me contara lo que verdaderamente sentía por
aquellos judíos de los que hablábamos, sin embellecer las cosas por
temor a que cualquier juicio crítico fuera malinterpretado como
antisemitismo. En algunos pocos casos los prejuicios raciales se
pusieron muy en evidencia, aunque sin ostentación. También arduos eran
los casos de dudosa identidad, cuando debía preguntarle a alguien si era
o no judío, sabiendo además que una negativa podía sólo encerrar el
intento de ocultar la verdad, o expresar el deseo de no asumirla. En más
de una ocasión mis sospechas se confirmaron.
Aunque no rehuya los juicios de valor, no pretendo en este libro evaluar
a los protagonistas por la calidad de su arte o de su contribución. La
intención no es critica sino recuperatoria, pero no siempre he podido
ceñirme a este propósito. Finalmente sabemos que al tango le hizo mucho
daño la carencia de una auténtica crítica. La extensión concedida a cada
protagonista responde ante todo al interés del personaje y a la
información que sobre él pude obtener. En cada caso la anécdota más
interesante o el episodio más revelador pueden surgir inesperadamente
por entre los pliegues de un relato más o menos semejante a otros.
Aunque se piense que la vida de un violinista debe de parecerse mucho a
la de otro violinista y correr tan paralelamente como las líneas del
pentagrama, la verdad es otra.
Además de consignar datos y de exponer hechos y percepciones, intento
una reflexión sobre este asunto tan rico en matices como es la estrecha
relación entre los judíos y el tango, y una conceptualización que ayude
a integrar lo que de otro modo parecería ser apenas un montón de sucesos
sueltos. El libro comienza por dar, en la “Introducción”, un panorama
general bajo el título de Tango que me hiciste goi, juego de palabras
que alude al tango como medio de integración o asimilación de los
judíos. El mismo proceso que podía ser visto favorablemente por unos,
asociándolo a un valor positivo como la integración, era rechazado por
otros como una amenaza de disolución de la identidad judía, de
asimilación.
Se suceden luego cinco secciones con temas específicos. En la primera.
El común enemigo, centrada en la figura de Gustavo Martínez Zuviría, o
Hugo Wast, se advierte cómo los mismos sectores reaccionarios atacaban a
los judíos y al tango, aliándolos en el hostigamiento. En El
antisemitismo, a escena se exponen los casos de conocidos autores de
tangos que escribieron obras teatrales antijudías, y en qué medida
pueden o no hallarse en el propio tango estos contenidos. A
continuación, Tango déla muerte aborda la presencia del tango en el
indecible horror del Holocausto. En la siguiente sección se cuenta la
increíble historia de “Judía”, un tango que Osvaldo Pugliese compuso con
un novel letrista. Por último, un vistazo al valesko, aquel cocoliche de
los inmigrantes judíos en el que llegaron a editarse publicaciones
rufianescas.
Dejados atrás estos diferentes planos, los héroes de esta historia
comienzan a sucederse de manera ordenada en las páginas siguientes,
agrupados según el papel que les tocó jugar: directores de orquesta,
cantantes, instrumentistas o autores. Las semblanzas individuales son
precedidas por una introducción correspondiente a cada grupo, que busca
facilitar la comprensión del contexto en el que actuaron. Como gran
parte de estos hombres de tango cumplieron más de una función —Raúl
Kaplún, por ejemplo, dirigió su propia orquesta, fue violinista en otras
y también compuso—, debí optar en cada caso por ubicarlos en una de
ellas, aunque abarcando todos sus aspectos. Respecto de los hermanos
Rubistein y los hermanos Lipesker creí mejor referirme a ellos
conjuntamente bajo el común denominador de Clanes por el
entrelazamiento de sus vidas y sus carreras. Detrás de los artistas y
los creadores asoman los empresarios y los difusores del tango, dos
actividades en las que los judíos tuvieron una presencia decisiva. Los
Rubistein fueron muy importantes en ambas, pero como ya expliqué preferí
dedicarles una sección particular. En páginas ulteriores el protagonismo
pasa a otros personajes, que encontraron diferentes maneras de
vinculación con el tango. Unos son los actores, de Elías Alippi a Marcos
Zucker. Otro, Nicolás Lefcovich, que pasó años compilando interminables
discografías en miles de páginas minuciosas y obsesivas, como la obra
del cartógrafo en un territorio inmenso y accidentado. Luego el
milonguero Rubén Terbalca, bailando y pensando el tango de pies a
cabeza. Sigue La Gardeliana, entidad presidida durante veinte años por
el juez Víctor Sasson, y la Esquina Manoblanca, ese museo de la Pompeya
de Homero Manzi creado por Gregorio Plotnicki, los filetes de León
Untroib y el piano tanguero de la ingeniera Jana Altschuler, viuda del
escritor Bernardo Verbitsky, como una muestra de esa imbricación
cultural que en definitiva confiere su razón de ser a este libro.
Antes del cierre son presentados en Tango de la vida los jóvenes
judíos que cultivan actualmente el género, formando parte de un
movimiento que busca cauces pese a la adversidad, sin apoyo oficial y
ante la hostilidad de los medios audiovisuales masivos. Al menos puede
sostenerse hoy, con humor negro, que terminar con el tango es tan
difícil como terminar con los judíos, dicho sea sin dramatismo. Para el
Epílogo dejé los cabos sueltos de esta larga exploración, los rastros
que quizá termine de descubrir para una futura reedición y algunas ideas
demoradas que no quise desdeñar.
Debo gratitud a todos los que me ayudaron en la larga tarea de este
libro. En primer lugar a Néstor Pinsón y Oscar Zucchi, tan generosos con
sus conocimientos. A Héctor Lorenzo Lucci, Oscar Himschoot, Bruno Cespi,
Nélida Rouchetto y Osvaldo Firpo, siempre dispuestos a dar y Responder.
A Leopoldo Federico, José Votti, Gabriel Clausi, Armando Ziella, Osvaldo
Montes, Pascual Mamone y otros hombres de tango que me abrieron sus
recuerdos y sus juicios. A Nardo Zalko, con sus aportes y su estímulo
desde París. A Eduardo Rovner y a Aldo Delhor, conocedor cabal del arte
en general y del tango en particular. |