Tango judío
Del ghetto a la milonga

Libro de Julio Nudler

(Prólogo)

La pregunta que más frecuentemente me han hecho a propósito de este libro mientras lo gestaba es por qué se me ocurrió escribirlo, lo que ya parecía implicar un juicio de valor. Sin amilanarme, buscaba responder de modo convincente, pero sólo atinaba a contestar una obviedad: porque soy judío y porque quiero fervientemente al tango, en ese orden o al revés. Por alguna razón esta explicación no resultaba muy satisfactoria. A los argentinos nos han pasado tantas cosas extrañas con nuestra identidad cultural que haber nacido en Buenos Aires, como es mi caso, y amar el tango no son hechos entre los cuales la gente advierta una sencilla relación causal. Ser “fanguero” devino una cualidad diferenciada, y hasta opuesta, de ser porteño o rioplatense en general.

Lo que definitivamente no podría discernir es si este libro lo escribí primordialmente desde mi condición judaica o desde mi amor por el tango. Lo cierto es que así como me mantuve siempre casi por completo ajeno a las instituciones de la comunidad hebrea, a ninguna de las cuales recurrí ni siquiera durante esta investigación, tampoco me había relacionado nunca, o casi nunca, con el ambiente del tango. Por haber nacido a fines de 1941 —es decir, algo tarde para estas cosas— no tuve siquiera ocasión de frecuentar los cafés donde actuaban las orquestas ni entreverarme en los bailes, y mucho menos conocer cabarets y piringundines. Cuando alcancé la adolescencia el tango estaba en franco retroceso, y en el ambiente de chicos de clase media que yo frecuentaba se lo oía cada vez menos y no se lo bailaba.

El tango me había llegado desde la infancia a través de la radio, mezclado con folklore, boleros, música española, italiana y judía, jazz y música clásica y ligera. Cuando en 1949 comencé a formar una modesta discoteca, bajo la influencia de mi hermano mayor, el tango y la música clásica fueron casi excluyentes. Y, dentro del tango, fui atravesando las lógicas etapas de elaboración del gusto, yendo en un enriquecedor viaje desde Juan D’Arienzo hacia Astor Piazzolla, aunque sin abandonar nunca lo más simple por el hecho de haber alcanzado la capacidad de disfrutar de las propuestas más complejas. Las buenas letras de tango, que abundan más de lo que se cree, constituyeron a su vez mi introducción a la literatura.

Si ser judío implicaba una fuente de sufrimiento, una desventaja a remontar y la amenaza de ser discriminado o agraviado en cualquier momento, directa o indirectamente, ser tanguero tampoco resultó sencillo. Desde fines de los ’50 y hasta hace pocos años, gustar del tango lo volvía a uno antiguo, machista y ridículamente pintoresco. Se nota que en algún momento estos dos problemas existenciales me sugirieron, desde el trasfondo de los deseos, la idea de dedicarles una obra en la que quedaran ambos refundidos, tal vez con la esperanza de superar los dos traumas de un golpe, rindiendo tributo a ese gran ejemplo de fecunda integración judía a la cultura popular de este país. Fue en 1994 cuando inicié la larga serie de entrevistas, lecturas y búsquedas que han desembocado en este texto.


Quizá por ser periodista, mi método de trabajo se definió solo: entrevistar a los protagonistas, y si éstos ya habían desaparecido, hablar con sus deudos y con quienes mejor los conocieron. El grueso del material del que está hecho este libro proviene, así, de charlas, grabador de por medio, o apuntadas en un cuaderno. Pero preferí no transcribir directamente los diálogos sino reelaborar y reordenar la información, con lo que lograba integrar datos y referencias de diferentes interlocutores, más documentación ya existente que extraje de libros y publicaciones varias. Ésta es, sin embargo, muy escasa y por lo común poco útil. Cuando me fue posible conversar con los protagonistas en persona traté de reproducir sus mismas expresiones, sus giros, su elocuencia, para que no se perdiese esa riqueza testimonial. Por eso no han de sorprender ciertas mudanzas estilísticas que saldrán al encuentro del lector a medida que gire este caleidoscopio. También se hallará con afirmaciones contrapuestas, debidas simplemente a que cada cual ha visto y vivido la realidad a su manera.

Mi intención en cada caso fue brindar la historia de vida del personaje. Algo que fuera más allá de su trayectoria en el tango y ofreciese un retrato de su personalidad, y que reconstruyese las circunstancias familiares y sociales que lo rodearon. No siempre me fue posible plasmar ese propósito en igual grado porque no todas las personas ofrecen el mismo interés biográfico ni es siempre obtenible toda la información deseada. De cualquier forma, así encarada, esta indagación permite armar, como en un rompecabezas múltiple, varias historias al mismo tiempo: la del tango, la de la inmigración judía y la de la integración de los judíos a la vida social argentina, con sus valores morales, sus prejuicios y su decisivo trasfondo político. En estas páginas intenté realizar tanto un inventario del aporte judío al tango, como de lo que el tango les aportó a los judíos al acogerlos y brindarles un vehículo de integración y desarrollo personal. En todo caso, a medida que van desfilando los actores de esta epopeya popular, como protagonista central queda el tango. Él es el dueño último de este libro.

Corresponde aclarar que muchas de las entrevistas fueron efectuadas a músicos o especialistas no judíos, y que en casi todos los casos encontré gran disposición a colaborar. Por empezar, a mí mismo no me resultaba fácil plantear la cuestión. Era embarazoso encarar a alguien con un interés que podía sonar inversamente discriminatorio. Por fortuna, casi siempre la reacción del interpelado deshizo mi aprensión. Luego debía lograr que me contara lo que verdaderamente sentía por aquellos judíos de los que hablábamos, sin embellecer las cosas por temor a que cualquier juicio crítico fuera malinterpretado como antisemitismo. En algunos pocos casos los prejuicios raciales se pusieron muy en evidencia, aunque sin ostentación. También arduos eran los casos de dudosa identidad, cuando debía preguntarle a alguien si era o no judío, sabiendo además que una negativa podía sólo encerrar el intento de ocultar la verdad, o expresar el deseo de no asumirla. En más de una ocasión mis sospechas se confirmaron.

Aunque no rehuya los juicios de valor, no pretendo en este libro evaluar a los protagonistas por la calidad de su arte o de su contribución. La intención no es critica sino recuperatoria, pero no siempre he podido ceñirme a este propósito. Finalmente sabemos que al tango le hizo mucho daño la carencia de una auténtica crítica. La extensión concedida a cada protagonista responde ante todo al interés del personaje y a la información que sobre él pude obtener. En cada caso la anécdota más interesante o el episodio más revelador pueden surgir inesperadamente por entre los pliegues de un relato más o menos semejante a otros. Aunque se piense que la vida de un violinista debe de parecerse mucho a la de otro violinista y correr tan paralelamente como las líneas del pentagrama, la verdad es otra.

Además de consignar datos y de exponer hechos y percepciones, intento una reflexión sobre este asunto tan rico en matices como es la estrecha relación entre los judíos y el tango, y una conceptualización que ayude a integrar lo que de otro modo parecería ser apenas un montón de sucesos sueltos. El libro comienza por dar, en la “Introducción”, un panorama general bajo el título de Tango que me hiciste goi, juego de palabras que alude al tango como medio de integración o asimilación de los judíos. El mismo proceso que podía ser visto favorablemente por unos, asociándolo a un valor positivo como la integración, era rechazado por otros como una amenaza de disolución de la identidad judía, de asimilación.

Se suceden luego cinco secciones con temas específicos. En la primera. El común enemigo, centrada en la figura de Gustavo Martínez Zuviría, o Hugo Wast, se advierte cómo los mismos sectores reaccionarios atacaban a los judíos y al tango, aliándolos en el hostigamiento. En El antisemitismo, a escena se exponen los casos de conocidos autores de tangos que escribieron obras teatrales antijudías, y en qué medida pueden o no hallarse en el propio tango estos contenidos. A continuación, Tango déla muerte aborda la presencia del tango en el indecible horror del Holocausto. En la siguiente sección se cuenta la increíble historia de “Judía”, un tango que Osvaldo Pugliese compuso con un novel letrista. Por último, un vistazo al valesko, aquel cocoliche de los inmigrantes judíos en el que llegaron a editarse publicaciones rufianescas.

Dejados atrás estos diferentes planos, los héroes de esta historia comienzan a sucederse de manera ordenada en las páginas siguientes, agrupados según el papel que les tocó jugar: directores de orquesta, cantantes, instrumentistas o autores. Las semblanzas individuales son precedidas por una introducción correspondiente a cada grupo, que busca facilitar la comprensión del contexto en el que actuaron. Como gran parte de estos hombres de tango cumplieron más de una función —Raúl Kaplún, por ejemplo, dirigió su propia orquesta, fue violinista en otras y también compuso—, debí optar en cada caso por ubicarlos en una de ellas, aunque abarcando todos sus aspectos. Respecto de los hermanos Rubistein y los hermanos Lipesker creí mejor referirme a ellos conjuntamente bajo el común denominador de Clanes por el entrelazamiento de sus vidas y sus carreras. Detrás de los artistas y los creadores asoman los empresarios y los difusores del tango, dos actividades en las que los judíos tuvieron una presencia decisiva. Los Rubistein fueron muy importantes en ambas, pero como ya expliqué preferí dedicarles una sección particular. En páginas ulteriores el protagonismo pasa a otros personajes, que encontraron diferentes maneras de vinculación con el tango. Unos son los actores, de Elías Alippi a Marcos Zucker. Otro, Nicolás Lefcovich, que pasó años compilando interminables discografías en miles de páginas minuciosas y obsesivas, como la obra del cartógrafo en un territorio inmenso y accidentado. Luego el milonguero Rubén Terbalca, bailando y pensando el tango de pies a cabeza. Sigue La Gardeliana, entidad presidida durante veinte años por el juez Víctor Sasson, y la Esquina Manoblanca, ese museo de la Pompeya de Homero Manzi creado por Gregorio Plotnicki, los filetes de León Untroib y el piano tanguero de la ingeniera Jana Altschuler, viuda del escritor Bernardo Verbitsky, como una muestra de esa imbricación cultural que en definitiva confiere su razón de ser a este libro.

Antes del cierre son presentados en Tango de la vida los jóvenes judíos que cultivan actualmente el género, formando parte de un movimiento que busca cauces pese a la adversidad, sin apoyo oficial y ante la hostilidad de los medios audiovisuales masivos. Al menos puede sostenerse hoy, con humor negro, que terminar con el tango es tan difícil como terminar con los judíos, dicho sea sin dramatismo. Para el Epílogo dejé los cabos sueltos de esta larga exploración, los rastros que quizá termine de descubrir para una futura reedición y algunas ideas demoradas que no quise desdeñar.

Debo gratitud a todos los que me ayudaron en la larga tarea de este libro. En primer lugar a Néstor Pinsón y Oscar Zucchi, tan generosos con sus conocimientos. A Héctor Lorenzo Lucci, Oscar Himschoot, Bruno Cespi, Nélida Rouchetto y Osvaldo Firpo, siempre dispuestos a dar y Responder. A Leopoldo Federico, José Votti, Gabriel Clausi, Armando Ziella, Osvaldo Montes, Pascual Mamone y otros hombres de tango que me abrieron sus recuerdos y sus juicios. A Nardo Zalko, con sus aportes y su estímulo desde París. A Eduardo Rovner y a Aldo Delhor, conocedor cabal del arte en general y del tango en particular.

 

por Julio Nudler
Editorial Sudamericana

1998 ISBN 950-07-1498- 1

 

Julio Nudler en Letras Uruguay 

 

Agradezco el obsequio de este valioso libro a la Sra. Hilda Cabrera, esposa del autor.

 

Digitalizado el día 10 de abril de 2016 por mi, editor de Letras Uruguay

 

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