Identidad, Emancipación y Cultura

Dr. Milvio Alexis Novoa Pérez.

La defensa de una cultura identitaria es una necesidad ante la globalización neoliberal, que destruye las identidades y con ello el ser esencial de los pueblos en nuevos escenarios. Estos escenarios se caracterizan por: “La expansión y desterritorialización de las industrias culturales, la concentración y privatización de los medios de comunicación, la expansión y homogeneización de las redes de información, el debilitamiento del sentido de lo público y lo privado, son condiciones necesarias para la eficiencia de la globalización capitalista, pero, son además causas del escepticismo político, la apatía social, y el descrédito de los significados mas progresistas en la historia humana”[1]. Los pueblos sufren así la alienación identitaria y su aprehensión cultural resulta enajenada, quimérica por la conversión del consumismo en fetiche.

En este punto, es pertinente antes de detenernos en las relaciones entre identidad, emancipación y cultura de los sujetos, referirnos a la oposición dialéctica entre enajenación y aprehensión cultural. Asumimos aquí, el concepto de enajenación, que la designa, como proceso social transitorio, caracterizado por la conversión de la actividad humana y sus resultados en fuerzas hostiles a los propios sujetos, tengan o no conciencia de ello[2]. La actividad resulta enajenada, al ser reducida a un simple medio para alcanzar fines enajenados: el tener como disfrute privado, o sea la posesión o el consumo de mercancías. Todo y todos son valorados desde el punto de vista de su utilidad. Por lo anterior, la actividad humana es la totalidad que explica las relaciones contradictorias entre enajenación y aprehensión cultural en el capitalismo. Esta  encarna la inversión de la relación entre medios y fin, entre vida pública y vida privada y sus reflejos en la conciencia. La actividad enajenada no solo provoca la conciencia enajenada, si no la conciencia de estar enajenado. Ambas condicionan la necesidad de superar la enajenación, a través de la propia actividad social de los sujetos.

La aprehensión cultural es comprendida aquí, en el sentido activo que le confiere la concepción marxista de cultura, como totalidad dinámica y contradictoria. Ámbito donde se expresan sintéticamente todas las formas de la actividad humana de los sujetos históricos. En esta concepción humanista de cultura, en tanto ser esencial del hombre y medida de su ascensión, la teoría de la praxis es el principio estructurador de la totalidad social, donde deben ser estudiadas las relaciones entre la aprehensión cultural y su antítesis: la enajenación humana.

Este fundamento teórico permite superar el carácter pasivo, que la tradición escolástica le ha otorgado, al término aprehensión[3], y descubrir nuevos espacios donde puede ser revertida la enajenación en y mediante la actividad identitaria de los sujetos de cultura. Nos referimos a la aprehensión cultural como proceso comunicativo, inmanente a la condición humana, a través del cual los sujetos al producir los valores culturales, se autoproducen como sujetos libres. Se trata de la riqueza en el sentido de humanidad del hombre. Del ser humano rico y la rica necesidad de que hablaba Marx, de su sensibilidad para captar la realidad con ojos humanos y de crear por una necesidad interior y no solo consumir pasivamente. Un hombre que produzca sin la compulsión externa de vender sus capacidades, para satisfacer otras necesidades, como una mercancía más[4].  Pero la aprehensión cultural auténtica no debe buscarse en el reino de las abstracciones, ella solo es irrealizable a través del disfrute humano individual, en la actividad real de los sujetos. Ella es viable, solo cuando el sujeto individual construye las condiciones para realizar la integración de los opuestos: “vida pública-vida privada; medios-fines” en el proceso de la revolución. Ernesto Guevara lo resumía así, “Esto se traducirá concretamente en la reapropiación de su naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión de su propia condición humana a través de la cultura y el arte. Para que se desarrolle en la primera, el trabajo debe adquirir una condición nueva; la mercancía hombre cesa de existir y se instala un sistema que otorga una cuota por el cumplimiento del deber social. Los medios de producción pertenecen a la sociedad y la máquina es sólo la trinchera donde se cumple el deber. El hombre comienza a liberar su pensamiento de hecho enojoso que suponía la necesidad de satisfacer sus necesidades animales mediante el trabajo. Empieza a verse retratado en su obra y a comprender su magnitud humana a través del objeto creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendida, que no le pertenece más, sino que significa una emanación de sí mismo, un aporte a la vida común en que se refleja; el cumplimiento de su deber social. Hacemos todo lo posible por darle al trabajo esta nueva categoría de deber social y unirlo al desarrollo de la técnica, por un lado, lo que dará condiciones para una mayor libertad, y al trabajo voluntario por otro, basados en la apreciación marxista de que el hombre realmente alcanza su plena condición humana cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía”[5]. Este pasaje expresa el carácter creador del pensamiento filosófico que inspira a el Che como parte del liderzazo de la Revolución Cubana.

En cambio, el intercambio de actividades y productos enajenados en el capitalismo como expresión de la lógica del mercado, cancela el carácter auténtico de la aprehensión cultural en los individuos, reducidos a simples consumidores. Hombres-mercancías atrapados por el discurso apologizador del mercado que limita su atención a la simple utilidad de las creaciones culturales en su vida privada y sufren así un empobrecimiento de sus sentidos humanos y el alejamiento respecto a las tradiciones culturales, y por tanto de su identidad grupal e individual.

“Asi como la enajenación no es un acto único, su opuesto, la superación de la actividad enajenada a través de una empresa autoconsciente, solo se puede concebir como complejo proceso de interacción que produce cambios estructurales en todas partes de la totalidad humana”[6]. Esto es el carácter procesal complejo que reviste la emancipación en la interpretación de Meszarov.

En América Latina donde el neoliberalismo ha generado niveles de desigualdad y exclusión insoportables, también va creciendo, en los actores sociales la oposición a la continuidad dicho modelo y con ello la concientización de la necesidad de cambio en la misma medida en que son excluidos de las grandes riquezas que ha creado la humanidad. Ello posibilita el reordenamiento de sujetos sociales ya existentes y la conformación de nuevos actores, cuya capacidad depende de la reconstrucción de sus identidades, esto es consolidación de los elementos de resistencia, y superación de los hegemónicos en sus identidades. Por ello es necesario ahora detenernos en las concepciones acerca de la identidad en correspondencia con el objetivo de esta tesis: contribuir a revertir el proceso de destrucción de las identidades de los sujetos provocados por la globalización en nuestros pueblos de América Latina a partir de una praxis de resistencia y lucha.

La identidad como categoría filosófica ha tenido varias acepciones[7] en la historia de la filosofía, destacándose las siguientes:

  • La identidad concebida como unidad de sustancia.

  • La identidad como propiedad de algunos objetos de ser sustituidos (sustituibilidad).

  • La identidad como convención.

La concepción de la identidad como unidad de la sustancia, expuesta por Aristóteles, es continuada por Hegel y desarrollada hasta presentar la esencia como identidad consigo mismo, y la identidad como coincidencia o unidad de la esencia consigo misma. Pero una identidad que presupone la diferencia en tanto le es intrínseca a ella misma en su mediación.

Hegel opone a la concepción de la identidad abstracta y unilateral su intelección de la identidad concreta, en tanto unidad de la identidad y la diferencia. De lo contrario la esencia, la realidad, carecería de fundamento. La realidad en su esencialidad incluye la semejanza, la diferencia y su devenir recíproco, como transición de una determinación a otra. Esta concepción que Hegel desarrolla en la Ciencia de la Lógica y la Enciclopedia es asumida y desarrollada por Marx, Engels y Lenin.

La realidad, en su naturaleza sistémica, en su esencialidad en despliegue no es estática. Es una totalidad mediada por múltiples transiciones, determinaciones y conexiones recíprocas que llevan a cada momento a su contrario dentro del todo y respecto de él.

Concebir la identidad pura, absoluta, fuera de la totalidad y del contexto en que transcurre un fenómeno o proceso conduce inexorablemente al error. No es posible poner la realidad, tanto lo material como lo pensado entre paréntesis, y olvidar las conexiones reales en que deviene el todo y sus vínculos y transiciones recíprocas. Lo idéntico, es único, existe porque existe lo diferente, lo diverso. Se trata de la realidad, y ella opera como esencia contradictoria que presupone en su interior tendencias contrarias.

Este principio teórico-metodológico, resaltado por Rigoberto Pupo[8], acerca de la identidad en la diversidad es muy necesario en el análisis de las problemáticas vinculadas con la identidad cultural latinoamericana que se abordan en esta tesis.

La identidad, tanto en su expresión filosófica general, como en sus determinaciones, requiere ser considerada en su dinámica real y contradictoria. En su expresión sociofilosófica y cultural, cuando se refiere a procesos sociales, resulta necesario abordar la identidad en los marcos de la dialéctica de lo general, lo particular y lo singular. De lo contrario el análisis pierde sustantividad y no reproduce objetivamente el fenómeno o proceso en su devenir real.

Es importante pensar el problema de la identidad a partir de una concepción sistémica que reproduzca lo más aproximadamente posible la realidad en su dinámica contextual, espacial y temporal. Pensar la realidad social, y su contenido cultural, requiere de un enfoque que incluya las transiciones y condicionamientos en que transcurre el fenómeno o proceso, lo que equivale a revelar su movimiento real.

Esta perspectiva de análisis permite asumir la historia y la cultura de modo concreto, así como explicar con sólidos fundamentos la identidad nacional en su dinámica específica, sobre la base de la dialéctica de lo general y lo singular en sus formas originarias y en su proceso de desarrollo y enriquecimiento de la cultura.

Los estudios acerca de la identidad no han escapado al paradigma simplificador con que ha sido abordada la cultura, En los últimos tiempos, la categoría identidad en su connotación socio-filosófica y cultural, como identidad nacional ha adquirido gran importancia. Constantemente aparecen artículos especializados, donde de una forma u otra se aborda. En algunos casos se vincula con la cultura, en otros con la conciencia nacional o algún aspecto relacionado con la nación, su existencia y el modo como se piensa su ser esencial. En algunas ocasiones se define el concepto y se determina su expresión real. Es característico encontrar una absolutización tal de lo común en la identidad, que no deja lugar a lo diverso, presentándose su devenir de modo lineal y abstracto, al margen del proceso vital mismo.

Tampoco hay consenso en torno a la utilidad metodológica del concepto identidad. Las distintas posiciones autorales pueden agruparse así: algunos autores lo consideran errático y confuso[9], otros absolutizan tanto las posibilidades de "manipulación ideológica de su entidad conceptual, que la definen como doctrina nacionalista[10].Todas estas posiciones tienen una limitación en común, abordar la esencia de la categoría identidad nacional al margen de un contexto histórico-concreto, inhabilitando sus posibilidades teórico-metodológicas.

Otra posición al respecto, es la de aquellos autores que reconocen junto al carácter histórico del concepto también su valor metodológico y práctico para el abordaje de las realidades nacionales concretas. Entre estos autores encontramos a Saúl Rivas, quien considera que no hay identidad nacional sin identidad cultural[11], vinculando la identidad a un sujeto histórico actuante pues "de nada vale una identidad si el pueblo que la tiene no es el sujeto histórico de su gestión y autodeterminación”[12].

Esteban E. Mosonyi, por su parte, defina la identidad nacional, como "...el conjunto dialéctico de especificidades, tanto objetivas como subjetivas, actuantes dentro de una sociedad, por pequeña que ella sea y por menores que sean sus diferencias aparentes respecto de otras colectividades“[13]. En sus determinaciones conceptuales, al asumir la dialéctica de la identidad nacional el autor trata de vincular estrechamente los aspectos objetivos y subjetivos de dicha entidad, así como aclarar y perfilar algunos problemas de enfoques:

1) Es falso que un pueblo -refiere a Venezuela- carezca de identidad.

2) Es falso que al hablar de identidad e identificación nos remita a la noción de lo uniforme y de lo inmutable.

3) La identidad nacional no tiene por qué privilegiar a cualquiera de sus componentes étnicos.

4) Pese a la importancia extraordinaria del mestizaje, la identidad nacional no se agota en ese proceso.

5) Es falso e inoperante situar la identidad nacional en el plano del presente con prescindencia del pasado.

6) Es incierto que la afirmación de la identidad constituya, de por sí un planteamiento patriotero o chauvinista.

7) No es verdad que la identidad nacional sea un concepto políticamente limitante. Por el contrario, asumirla plenamente es una exigencia impostergable de nuestro porvenir como pueblo[14].

El tratamiento del problema de la identidad nacional por este autor venezolano, pone de manifiesto la existencia de un estudio sistematizado, sobre tan importante objeto, a partir de una visión historicista que nos permite superar la “sordera histórica” del pensamiento postmoderno, que desvaloriza la historia como referente principal de la identidad nacional de los pueblos.

La asunción de la identidad nacional en todas sus facetas y determinaciones, pone de manifiesto la riqueza que encierra dicha categoría filosófico-cultural, así como las posibilidades teórico-metodológicas para explicar con fundamentos sólidos la existencia de nuestros pueblos[15] y proyectar su ser existencial hacia la búsqueda de todo lo que nos une a lo latinoamericano, así como rechazar con fuerza todo lo que nos divide y aliena frente al enemigo común, pues, "La capacidad latinoamericana y de cada uno de sus pueblos para determinar su propio destino depende de su identidad, es decir, de la comprensión de las tres dimensiones de nuestro ser concreto dentro del continuo: pasado-presente-porvenir. La identidad es lo que confiere al cambio la esencia de continuidad, autodeterminación y razón del sujeto, mientras el cambio le permite a ello la permanencia de su esencia"[16]. En esta cita, no es posible distinguir las diferencias entre identidad nacional e identidad cultural.

En otra perspectiva de análisis, encontramos autores que señalan la necesidad de repensar identidad cultural junto a conceptos asociados a él, como región, nación y cultura a la luz de los cambios que ha venido generando la globalización. Es destacado el contenido cultural dinámico de estos conceptos, Carrión Castro, señala “La expresión identidad cultural resulta bastante ambigua para explicar la complejidad de sentimientos y manifestaciones de un pueblo o de una región particular”[17]. En particular, región y nación constituyen reflejos de una compleja realidad simbólica y hacen alusión a supuestos requisitos de homogeneidad y semejanza en las múltiples configuraciones históricas que tienen lugar en determinados territorios en distintos momentos histórico. La región pues, es una construcción teórica de carácter cultural. Los procesos de desterritorialización que impulsa la globalización económica y comunicacional determinan la necesidad de desarrollar investigaciones acerca de las manifestaciones y tendencias de la identidad cultural en nuestra región como parte del proceso global.

El tratamiento concreto de la identidad cultural latinoamericana, en la actualidad, debe superar la búsqueda de la homogeneidad absoluta y revelar el entretejido de heterogeneidad y diversidad, evitar la imitación y los mitos heredados acerca de la superioridad del faro intelectual euroamericano que tanto ha condicionado nuestra vida política y que nos mantiene en el atraso y pobreza permanentes.

Tampoco el problema de la identidad nacional, su contenido, estructura, y funciones ha sido objeto de una investigación profunda[18], sólo se ha transitado en determinados aspectos en forma de aproximaciones, que aunque siempre valiosas, resultan parciales.

Sin embargo, el concepto aparece en variadas publicaciones de una forma tan categórica y "convincente", que da la impresión que es un problema definido y resuelto. Lo peor de todo es que no siempre refiere al mismo contenido. ¿Es que estamos en presencia de una categoría polisémica? ¿O se trata de un vago conocimiento, aún carente de entidad conceptual propia? ¿O equivale al concepto de cultura nacional?[19]

La categoría identidad nacional, designa el sistema de rasgos comunes que definen un grupo social, comunidad o pueblo, devenido determinación fundamental de su ser esencial y fuente auténtica de creación social. Es una unidad, que fijando la comunidad, presupone la diversidad, la diferencia y sus vínculos recíprocos, como modo dinámico de constante enriquecimiento y proyección hacia la universalidad[20].

La identidad nacional integra en su expresión sintética la comunidad de aspectos socioculturales, étnicos lingüísticos, económicos, territoriales, etc., así como la conciencia histórica en que se piensa su ser esencial en tanto tal, incluyendo su auténtica realización humana, y las posibilidades de originalidad y creación. Es, en su realidad concreta, un proceso y resultado de la actividad humana en su historia particular, como vía de acceso a la universalidad de su ser esencial. Proceso que transcurre como afirmación y reafirmación del ser histórico, singular, en tanto condición imprescindible para participar de la universalidad. Resultado que encarna y despliega en síntesis lo singular auténtico, enriquecido, expresado ya como universal concreto. "Por ello -escribe Alejandro Serrano Caldera-, el latinoamericano se plantea la identidad como problema previo, y su filosofía, en lugar de constituirse sobre la reflexión de los universales tradicionalmente aceptados como sujetos del empeño filosófico, se ha iniciado en la búsqueda de la especificidad de lo latinoamericano que es la condición de la universalidad de su ser… en nuestra circunstancia la tarea principal de la filosofía consiste en plantearse y resolver el más humano de nuestros problemas que es el de la identidad de nuestro ser"[21].

Esta tesis, en función de la identidad latinoamericana, es común en cuanto a su esencia a la identidad cubana. Además resulta impensable e imposible concebir lo latinoamericano al margen de las naciones y grupos que lo integran y concretan. Sencillamente lo específico y propio de lo cubano y lo latinoamericano, determinan y encarnan la dialéctica de lo singular y lo particular, en un proceso de síntesis hacia lo universal concreto. Es precisamente en esta dinámica donde se despliega y toma cuerpo la cultura cubana y latinoamericana con vocación de universalidad. Sencillamente "lo universal está contenido en lo particular; éste es denso precipitado de la universalidad. La búsqueda de nuestra particularidad como latinoamericano es condición de la búsqueda de nuestra universalidad como seres humanos; ser latinoamericano es el principio que nos aproxima al ser..."[22].

En este punto se impone esclarecer la relación entre los conceptos de identidad regional, nacional y el de identidad cultural con el objetivo de evitar reduccionismos, no obstante su estrecha vinculación y enriquecimiento mutuo a lo largo del desarrollo histórico. Se trata de la identidad de los pueblos latinoamericanos forjada en el crisol de múltiples culturas y razas enriquecidas con lo indio, africano, asiático y europeo. En palabras de Leopoldo Zea “razas que no es raza en sentido biológico, sino capacidad para reconocer en los otros, en su diversidad, a un semejante y por lo mismo a un igual…, en el sentido de raza cósmica…como en Latinoamérica la soñaron los Bolívar, Vasconcelos“[23]. Es común, el uso del concepto identidad cultural para designar los rasgos comunes a un grupo que a la vez lo diferencian. En mi opinión este enfoque no obstante su aproximación al contenido del proceso real que analizamos, tiene dos limitaciones, la primera es que no deja aclarada la diferencia con el de identidad nacional o regional, que es más amplio. La segunda consiste en que no capta la dinámica esencial interna del proceso de construcción simbólica que permanentemente lleva a cabo el grupo identitario, donde se dan la continuidad y el cambio a la vez.

En este sentido constituyen aportaciones los enfoques que desarrollan Mato y Mosonyi: “la identidad cultural implica una construcción y no un legado pasivamente heredado La identidad cultural, definida en cualquier esfera (nacional, regional, local, étnica, etc.) constituye un principio de organización interna que imprime unidad, coherencia y continuidad; una pluralidad de identidades, cada una con igual validez y en un proceso constante de elaboración creadora”[24]. Aquí apreciamos el carácter no acabado y de permanente elaboración subjetiva de lo esencial e interno a la identidad cultural. Por su parte Mosonyi destaca, “una suerte de rotulación transcategorial, una cobertura simbólica que abarca, no sin dejar residuos, un agrupamiento humano reductible a la unidad en cuanto colectivo, sobre la base de una o varias características pertinentes, normalmente heterogéneas unas respecto de otras”[25]. Entre las ventajas de este enfoque, podemos señalar que el capta la unidad de lo común y lo diverso hacia dentro del grupo y no solo sus diferencias con otros grupos y el énfasis en su contenido simbólico que es lo que hace que el grupo se reconozca como lo que es y se proyecte en el futuro.

La identidad no se reduce a la cultura, a la identidad cultural. Es un concepto más amplio, donde la cultura nacional, regional constituye su contenido fundamental, su núcleo integrador sin agotar toda la estructura de la identidad nacional. Las distinciones son aquí muy importantes: “Desde el punto de vista lógico, se incurre en graves problemas metodológicos cuando el núcleo o contenido esencial de una totalidad orgánica -en este caso la identidad cultural- se identifica con dicha totalidad, es decir, con la identidad nacional, pues entonces se marginan y soslayan otros aspectos que no pertenecen a la cultura, o se hace tan extensible el concepto de la cultura que deviene entidad conceptual vaga y por tanto propicia a la manipulación subjetivista[26].

La identidad cultural debe ser referida siempre a un sujeto histórico actuante que recociendo sus diferencias se reconoce como perteneciente a una cultura regional, nacional, que es el núcleo integrador de la totalidad -identidad . La cultura en su sentido humanista es fuente de valores y ámbito en el que se desarrollan los hombres concretos en su búsqueda de la emancipación, Entiéndase la cultura como toda producción humana en su proceso, resultado y síntesis del ser esencial del hombre y que se concreta en la historia, el arte, la literatura, la ética, la filosofía, la economía, el derecho, la ciencia, etc. Cultura es realidad material y espiritual humana, conocimiento, sensibilidad, valor, praxis y comunicación.

La tarea de construcción de la identidad cultural es fundamentalmente un proceso permanente y en buena medida inconsciente, realizado por universos sociales que involucran a diversos actores y fuerzas sociales, a veces en términos conflictivos, capaces de imponer categorías ideológicas sobre una población, cuyo producto se constituye con la superposición de innumerables dimensiones. Este proceso no es único e individualizado pero su conformación involucra identidades individuales y concepciones de identidad grupal que conforman uno o más procesos de identificación social[27]. Esta definición supera las principales limitaciones de las concepciones estructuralistas acerca de la identidad, en particular la identidad cultural consistentes en la omisión o relegación aun segundo plano del sujeto.

El esclarecimiento de la interdependencia entre identidad cultural y el sujeto es de gran importancia para la continuidad del presente análisis, y en este sentido, es necesario encontrar un modelo teórico que permita aprehender holísticamente el caráter dinámico de la actividad identitaria. Entre la variedad de aproximaciones teóricas válidas encontradas, asumimos el modelo de dos investigadoras del Centro de Investigaciones de la Cultura Cubana “Juan Marinello”, nos referimos a Maritza García Alonso y Cristina Baeza Martín quienes lo denominaron “Modelo teórico para la identidad cultural” (1996). Mi elección se fundamenta en una concepción dialéctica de cultura e identidad cultural que revela sus vínculos al mismo tiempo que las distingue en su vínculo esencial con sujeto geográfica e históricamente determinado.

 Este modelo se apoya además en las siguientes premisas:

Asunción holística del fenómeno de la identidad, a partir de una apreciación total del mismo, donde se tiene en cuenta, no sólo los objetos producidos por una cultura, sino otros elementos como: el alter y el sujeto con el que se comunica, la herencia cultural de éste y la actividad de la cual los objetos son resultado.

Considerar la identidad cultural como un proceso sociopsicológico, donde se tengan en cuenta la mismidad, la otredad y la relación entre ambas, en la conformación y expresión de la identidad cultural.

La apreciación de la identidad en distintos niveles, desde un grupo primario hasta una región supranacional, etc.

Al representar la identidad cultural un coeficiente de comunicación entre formas de cultura, la misma caracteriza el tipo de comunicación que se deriva de los sistemas sociales en que dichas formas se manifiestan.

La identidad cultural hace patente el derecho a la existencia, coexistencia y desarrollo de distintas formas de cultura, en las que los grupos humanos asumen sus proyectos de vida y actúan generando respuestas y valores retroalimentadores de la cultura.

Sobre esta base las autoras proponen las siguientes definiciones:

La identidad cultural de un grupo social determinado (o de un sujeto determinado de la cultura) es: “la producción de respuestas y valores que, como heredero y trasmisor, actor y autor de su cultura, éste realiza en un contexto histórico dado como consecuencia del principio sociopsicológico de diferenciación–identificación en relación con otro (s) grupo (s) o sujeto (s) culturalmente definido (s)”[28].

El concepto de cultura en el modelo objeto de análisis, constituye el fundamento teórico básico “un sistema vivo que incluye a un sujeto socialmente definido que, actuando de manera determinada en una situación histórica y geográfica específica, produce objetos materiales y espirituales que los distinguen. La cultura en este sentido amplio surge (se forma) conjuntamente con el sujeto actuante e incluye su actividad y los productos de ésta”[29].

En opinión de las propias autoras, “el concepto de identidad cultural pudiera ser considerado como de intención axiológica sin que la escala de valores que ello conlleva tenga obligatoriamente una connotación ética, ya que puede referirse a otros ámbitos de la ideología, la espiritualidad y la conciencia de los grupos humanos” [30].

En esencia, el modelo teórico de la identidad cultural de García y Baeza se estructura sobre la base relacional y funcional de seis componentes:

1. Sujeto de la cultura. 2. Otro significativo. 3. Sujeto de identidad.

4. Actividad identitaria.  5. Objetos de la cultura. 6. Objetos de identidad.

La relación y funcionalidad de los anteriores componentes, en torno al proceso de formación y desarrollo de la identidad cultural, se expresan a partir de la interacción comunicativa entre un sujeto de cultura (grupo humano, socialmente organizado en cualquier nivel de resolución sociológica, que se comporta como heredero, autor, actor y trasmisor de una cultura geográfica e históricamente condicionada) y el otro significativo (otro sujeto de cultura), que al actuar como alter en el proceso comunicacional y generar los procesos de diferenciación-identificación propicia el desarrollo de la actividad identitaria (un complejo proceso de acciones materiales y espirituales, que lleva a cabo el sujeto de cultura en el proceso de comunicación con otros sujetos de cultura).

La actividad identitaria conduce a la transformación del sujeto de cultura en sujeto de identidad (sujeto de cultura que, en el proceso de comunicación con el otro significativo, se ha diferenciado de éste y ha reconocido como sujeto actuante su identidad cultural), el cual se cimienta en los valores culturales que evidencian y definen su identidad. Estos valores se distinguen de los objetos de cultura (son todas las producciones materiales y espirituales que el sujeto de cultura elabora) y se denominan valores u objetos de identidad (son producciones materiales y espirituales del sujeto de identidad objetivadas). Por todos estos procesos, gracias a la influencia de la memoria histórica, se conservan el conjunto de valores culturales identitarios que refrendan, sustentan y estructuran la identidad[31].

Entre las ventajas de este enfoque podemos resaltar que revela la naturaleza relacional del concepto identidad cultural, no solamente en el sentido que distingue a una cultura de otras sino en el de comunicación con otras culturas diferentes y entre sus subculturas internas. “La unidad de lo pluri o multicultural, al presentarse en un mismo país o nación, conforma identidades nacionales; al igual que identidades de áreas determinadas constituyen la relación de identidades particulares, plurales, múltiples y semejantes, o sea, la identidad es unidad cultural significativa de la diversidad social de expresiones y manifestaciones afines, próximas y comunes, compartidas. De ahí que la identidad se constituya de procesos, modos y formas culturales; por lo que los aspectos socioeconómicos y políticos constituyen elementos medulares en el sustento y la determinación de las identidades”[32].

Este modelo como concreción del enfoque holístico de la identidad cultural resulta válido para los propósitos en esta tesis: explicar la posibilidad de conformación de los nuevos actores sociales en América Latina sobre la base del afianzamiento y construcción de identidades que se resistan a la fragmentación que les impone la globalización neoliberal. Identidades basadas en las tradiciones y la memoria histórica que se concreta en la praxis de los sujetos y su imaginario social. Construcción de identidades que superen el sentido común moldeado por la hegemonía del capital, esto es la racionalidad del mercado con su seductora libertad contractual.

La tradición es un componente importante de la cultura y la identidad humana, nacional, y universal. Es la historia o momentos de ella que se enraíza, estabiliza y sucede de generación en generación. Es el propio devenir del hombre y la sociedad que se construye por los sujetos históricos sobre la base de necesidades, intereses, fines, medios y condiciones de realización efectiva.

La tradición, en la medida que expresa el ser esencial del hombre en un momento histórico concreto, se inserta a la cultura y se mueve siguiendo sus propios cauces (culturales) y es pensada u actualizada por la praxis y el imaginario social en que se conforma y despliega la memoria histórica.

La memoria histórica, las tradiciones, la psicología social y las expresiones ideológicas de su contenido político-cultural en tanto componentes de la identidad cultural son procesos dinámicos, requieren de una permanente actualización por parte de los sujetos para contribuir al cambio social.

Estos enfoques incorporan el elemento ideológico conflictivo y el carácter creador de la producción simbólica que tiene lugar en el devenir de las identidades culturales. Ambos elementos son imprescindibles para abordar la problemática de la resistencia en América Latina como tradición histórica frente a la dominación colonial y neocolonial y su necesaria actualización en la actualidad. Al respecto señala Mely González, “La identidad cultural es el principio dinámico en virtud del cual una sociedad, apoyándose en el pasado y acogiendo selectivamente los aportes externos, prosigue el proceso incesante de su propia creación”[33].

En la América Latina de hoy, estamos viviendo una creciente resistencia de los pueblos al modelo neoliberal, como fundamento de la tendencia histórica hacia la izquierda expresada en la acción articulada de los actores sociales que han hecho caer gobiernos corruptos y han apoyado el triunfo electoral de gobiernos comprometidos con el cambio social a favor de los desposeídos. La identidad cultural latinoamericana encuentra espacio propicio e impulsos en el proceso de integración que impulsa el ALBA junto a otros esfuerzos integracionistas desde el sur, como la amplia colaboración lidereada por Cuba y Venezuela en salud y educación, el proyecto mediático desalienador Telesur, los acuerdos energéticos y la conformación del Banco del Sur como alternativas realistas y viables frente al proyecto neocolonizador de los Tratados de Libre Comercio favorables a Norteamérica.

 Pero nuestra identidad se encuentra descuartizada, nuestra memoria está quebrada y hay que buscar la unidad de los fragmentos, como señala Eduardo Galeano[34]. Y este es un resultado histórico de largos siglos de dominación, reforzada en las últimas décadas por el neoliberalismo salvaje.

Compartimos el punto de vista que los pilares de la identidad cultural son: conocer la historia propia, nuestros valores, practicar la autoestima y la dignidad[35]. El papel creciente de los valores como componentes esenciales en la producción y autoproducción cultural de los sujetos esta relacionado con los diversos procesos de crisis que tiene lugar en el mundo actual.

En esto se fundamenta el lugar relevante de la cultura, así como el valor teórico-metodológico de su intelección, para asumir de modo científico el devenir y condicionamiento de la identidad nacional y regional. Es que la cultura en toda su expresión y determinaciones aparece como proceso y resultado de la actividad humana, y con ello genio del pueblo, que condiciona la orientación fundamental del desarrollo. De ahí que para asegurar un desarrollo auténtico es necesario restituir la identidad cultural de los pueblos en la plenitud de sus componentes más representativos, más profundos y auténticos.

La cultura, en tanto ser esencial y medida del desarrollo alcanzado por el hombre en su quehacer práctico-espiritual, representa una categoría clave para revelar la esencia de la identidad nacional y sus mecanismos de desarrollo. Su valor teórico-metodológico es evidente, pues con su ayuda "se pueden determinar las peculiaridades cualitativas de las formas histórico-concretas de la vida social de la actividad de los diferentes grupos sociales, el grado de perfeccionamiento que ha tenido su producción material y espiritual, de los aspectos originales y propios de ese conglomerado social[36], así como sus dominios universal y específico en que se expresa.

La cultura como proceso y resultado de la actividad práctico-espiritual, deviene así grado cualitativo de universalización del hombre y de su obra, a tal punto que lo reproduce en calidad de sujeto humanizando la naturaleza y haciendo historia. Todo enmarcado en un proceso contíinuo de producción, reproducción, creación e intercambio de la obra humana en sus múltiples manifestaciones. Es un proceso donde el hombre encarna su ser esencial y con ello mira el pasado, afianza el presente y proyecta el futuro, a partir, del reconocimiento de las posibilidades y los límites en que se despliega su energía creadora en un marco histórico concreto.

Al margen de la cultura es imposible revelar la dialéctica de lo general y lo particular, lo autóctono y lo foráneo, lo auténtico y lo inauténtico de un país o sociedad concreta. Su función integradora dimana del hecho de que "la producción social, siendo la producción de las condiciones materiales de vida de los hombres, de sus relaciones y su conciencia es, al mismo tiempo, la producción por ellos de sí mismos, su autoproducción, lo que existe no como rama independiente y aislada de la actividad humana, sino como forma de la propia producción material y espiritual"[37].

Cada cultura en su proceso dinámico de desarrollo y en la encarnación real de sus resultados, concreta en síntesis múltiples determinaciones y mediaciones en que tiene lugar su existencia como tal. La cultura nacional que sirve de núcleo integrador a la identidad de un país, resulta de la conjunción dinámica de muchos aspectos y productos sociales, humanos, de índole universal, particular y singular, engendrados en la historia como proceso de asimilación y creación, donde cada país, en función de sus condiciones histórico-concretas y los hombres que participan en calidad de sujetos históricos, obtienen un determinado resultado que avala su existencia, y la razón de su ser esencial. Un producto nacional, que en la medida que expresa y compendia una historia real concreta, resulta original y auténtico a tal punto que se objetiva y traduce en una base o fundamento de sustentación de la existencia, y en una fuerza generadora de sentimientos y conciencia históricas que sustentan la identidad cultural como unidad en la diversidad de sus componentes étnicos, clasistas, raciales entre otros.

La forma, tal vez, más evidente en que se muestra la identificación de los individuos con una cultura es en la aceptación de los valores éticos y morales que actúan como soportes y referentes para preservar el orden de la sociedad[38]. Su aceptación y cumplimiento hacen más soportable las tareas que los individuos deben cumplir y, a la vez que conserva a los individuos en el grupo, limita la acción del indiferente y el peligro de los disidentes. En este sentido, se dice que los valores expresan la tensión entre el deseo (del individuo) y lo realizable (en lo social). Tal tensión es productiva mientras los individuos puedan representarse su propia existencia y darse una imagen estable y duradera de sí mismos, lo que es posible con una memoria atenta que reactualice e integre de manera permanente los acontecimientos fundantes de su propia identidad y los proyecte como orientación hacia acciones futuras responsables y creativas.

Esta tensión es inmanente a todo imaginario social, ya que las tradiciones heredadas del pasado y las iniciativas de cambio del presente se expresan en ellos.

La estructura simbólica de la memoria social se encuentra representada en las ideologías. Estas son las que difunden los acontecimientos constitutivos de la identidad de las comunidades, de lo que se desprende su carácter preservante, legitimante e integrador.

En el caso de América Latina, se trata de la necesidad que tienen los nuevos sujetos y actores sociales históricos de reactualizar de manera urgente los elementos constitutivos de su identidad para encausar proyectos de resistencia a la globalización neoliberal que se empeña en estandarizar los diferentes ámbitos de sus culturas como medio de dominación. Las trasnacionales de la información han difundido las ventajas de la idea de estandarización de las culturas sustentada en una concepción falsamente neutral de multiculturalidad consistente en aceptar que a fuerza de ser diferentes ya no valen la pena las diferencias[39] es decir la diferencia indiferenciada.

De ahí la importancia de la reorganización de los actores sociales y su conformación en sujetos históricos dentro de la praxis cultural en el sentido gramsciano de crítica, la cual implica la reconstrucción de sus identidades, la actualización de sus conciencias, la superación de sus identidades hegemonizadas por el mercado y su correspondiente sentido común, que reproduce la lógica contractual de compra-venta, porque “Sin sujetos no hay transformación posible y no hay sujetos sin sus subjetividades, sin sus conciencias, sus identidades, sus aspiraciones, sus modos vivenciales de asumir (internalizar, subjetivizar, asimilar, cuestionar o rechazar) las imposiciones inerciales del medio sociales el que viven”[40].

Estamos hablando de la aprehensión de sujetos históricamente contextualizados, que devienen sujetos de su identidad en la lucha contra la enajenación.

Referencias:

[1] Alfonso, G. ¿Y vendrán tiempos mejores?  El sentido y el valor de la emancipación en los finales del siglo XX en Las trampas de la globalización. Galfisa. Ed. José Martí, 1999.

[2] Novoa, Milvio. “La enajenación del sujeto y sus repercusiones en la salud. En la Revista COCMED Vol.3 .2003.

[3] Aprehensión (del latín apprehensio, acción de captar, conocimiento) Término procedente del latín medieval y que se aplica tanto al proceso de captación intelectual de un objeto, a la actividad mental de comprender algo, como al resultado de este mismo proceso, esto es, al concepto. La idea de aprehensión corresponde a una teoría del conocimiento que la Escolástica desarrolla fundamentada en la de Aristóteles, según la cual el objeto conocido debe ser «asimilado», hasta cierto punto pasivamente, por el sujeto que conoce; la única asimilación posible, en este caso, es la captación, no de la naturaleza individual del objeto tal como es, sino de su esencia o especie, que se aprehende o capta, mediante la abstracción. La aprehensión comienza así por la experiencia y se refiere a ella. Una manera distinta de conocer es el juicio y la argumentación.

En psicología, es la percepción consciente, a veces también llamada apercepción, entendida como proceso o como acto. Tomado de Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.

[4] Ahora bien, el proceso de trabajo que discurre como proceso de consumo de la fuerza de trabajo por el capitalista, muestra dos fenómenos particulares. El trabajador trabaja bajo el control del capitalista al que pertenece su trabajo. Pero, en segundo lugar, el producto es propiedad del capitalista, no del productor directo, el trabajador. El capitalista paga, por ejemplo, el valor diario de la fuerza de trabajo. Su uso, como el de cualquier otra mercancía que haya alquilado por un día -un caballo, por ejemplo-, le pertenece, pues, por todo el día. El uso de la mercancía pertenece al comprador de la mercancía, y de hecho el poseedor de la fuerza de trabajo, al dar su trabajo, no da más que el valor de uso que ha vendido. Desde el momento en que entró en el taller del capitalista, perteneció al capitalista el valor de uso de su fuerza de trabajo, o sea, su uso, el trabajo. Mediante la compra de la fuerza de trabajo, el capitalista ha incorporado el trabajo mismo, levadura viva, o los inertes elementos formadores del producto, que también le pertenecen a él. Desde su punto de vista, el proceso de trabajo no es sino el consumo de la mercancía tuerza de trabajo que él ha comprado, pero que no puede consumir más que añadiéndose medios de producción. El proceso de trabajo es un proceso entre cosas que el capitalista ha comprado, entre cosas que le pertenecen. Por eso, el producto de ese proceso le pertenece exactamente igual que el producto del proceso de fermentación que discurre en su bodega. (C. Marx. El Capital, edición citada .tomo I, vol. 2, p. 201).

[5] Guevara, E. El Socialismo y el hombre en Cuba. Escritos y discursos. Tomo 8. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977.Pag:57.

[6] Meszarov, I. La teoría de la enajenación en Marx. Editorial de Ciencias sociales, La Habana, 2005. Pag:198.

[7] Ver Pupo, R. Identidad, emancipación, y nación cubana. Editora Política, 2005, p:11.La primera definición corresponde a Aristóteles, para el cual "en sentido esencial, las cosas son idénticas del mismo modo en que son unidad, ya que son idénticas cuando es una sola su materia (en espacio o en número) o cuando su sustancia es una.  Es, por lo tanto evidente que la identidad de cualquier modo es una unidad, ya sea que la unidad se refiera a pluralidad de cosas, ya sea que se refiera a una única cosa, considerada como dos, como resulta cuando se dice que la cosa es idéntica a si misma".

En Aristóteles la identidad esencial presupone la unidad de la sustancia o su definición en tanto tal. La segunda definición encuentra su determinación en Leibniz, el cual la aproxima al concepto de igualdad, es decir, la identidad entre las cosas está dada en el hecho que pueden sustituirse unas por otras.  Esta concepción la continúa Wolff, en el sentido de que son idénticas las cosas que pueden sustituirse una a la otra, permaneciendo a salvo cualquiera de sus predicados.

Esta concepción ha sido asumida en general por la lógica contemporánea.

En la tercera concepción de la identidad, se parte del criterio de convencionalidad.  "Según esta concepción no se puede afirmar de una vez por todas el significado de la identidad o el criterio para reconocerla, pero se puede, en el ámbito de un determinado sistema lingüístico, determinar de modo convencional, pero apropiado, tal criterio (...) Desde el punto de vista de esta concepción, lo importante es declarar, cuando se habla de identidad, el criterio que se adopta o al que se hace referencia."

[8] Ibídem, p: 14.

[9]Ver Guadalupe Ruiz Giménez. El problema de la identidad en las sociedades iberoamericanas.  Cuadernos americanos 2. UNAM, México, 1987, pág. 81.

[10] "Nombrada y proclamada constantemente la cuestión de la identidad no deja de ser una doctrina nacionalista. Como credo sobreentendido y sectario, como ideología prefijada y predestinada en que la nación viene a ocupar el lugar de Dios supremo, llega a cosificar al hombre y sus capacidades sometidas a ese valor único." (Teresa Waisman. ¿Identidad nacionalista o conciencia nacional? En Cuadernos Americanos. UNAM, México No. 1, 1985, pág.122..

[11] Ver Prólogo de Saúl Rivas al libro de Esteban Emilio Mosonyi: "Identidad nacional y culturas populares" Edit. La Enseñanza Viva, Caracas. Venezuela, 1981, pág. 10.

[12] Ibidem.

[13] Ibidem.p.277.

[14] Esteban E. Mosonyi. "Dialéctica de la identidad nacional".  En O. Cit. págs. 227-285.

[15] "...No existe sujeto individual o colectivo -sea persona, clase social, pueblo o nación- que no tenga identidad propia, debido a que esta es la visión del mundo o Weltanschau que le es necesario para conducirse en su quehacer.  Es la brújula que lo guía a través de los constantes cambios de la realidad en que vive". (Heinz Dietrich: Emancipación e Identidad de América Latina: 1492 -1992.  En nuestra América frente al V Centenario. Edit. Joaquín Mortiz/Planeta, México, 1989, pág. 46.

[16] Ibídem. pág. 45.

[17] Carrión, J. Reflexiones sobre identidad cultural regional. Centro cultura Universidad de Tolima. Tomado de monografias.com. F. Consulta: marzo /2007.

[18] Pupo,R.(2005), obra citada. p:14.

[19] Sobre esto, ver de Esteban Emilio Mosonyi: Identidad nacional y cultura populares. Edit. La Enseñanza viva. Caracas. Venezuela, 1981, pág. 10

[20] Pupo, R.(2005), obra citada, p:16.

[21] Alejandro Serrano C. Prolegómenos a una teoría del ser latinoamericano.  En Anuario de Estudios Latinoamericanos, No. 17 UNAM. México, 1985, pág. 20.

[22] Ibídem, pág. 18.

[23] Zea, L. Palabras en la inauguración del V Congreso de la Solar, en Cuadernos Americanos, Nueva Época. Año X, Vol.6, 1996.pag.14.

[24] Mato, D. 1993. Construcción de identidades pannacionales y transnacionales en tiempos de globalización: consideraciones teóricas y sobre el caso de América Latina. En: Daniel Mato (coord.). Diversidad cultural y construcción de identidades: estudios sobre Venezuela, América Latina y el Caribe. Fondo Editorial Tropikos. pp. 211-231.

[25] Mosonyi, E. E. 1995. Identidades espontáneas e inducidas. Su repercusión en el caso venezolano. Dirección de Coordinación de Extensión. Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. Universidad Central de Venezuela. Caracas.

[26] Pupo, R.(2005), obra citada, p:16.

[27] Velázquez, R. Venezuela pluriétnica: el otro y la diferencia, el mito y las identidades. En: Daniel Mato (coord.) Diversidad cultural y construcción de identidades: estudios sobre Venezuela, América Latina y el Caribe, Fondo Editorial ,1993.p:88.

[28] García Alonso, María y Cristina Baeza Martín: Modelo teórico para la identidad cultural. Centro de investigación  y desarrollo de la cultura cubana "Juan Marinello". La Habana, 1996.Pág.:17.

[29] Ibidem.pag:18.

[30] Ibidem.

[31] Laurencio,  Identidad cultural y Educación: una relación necesaria.2004 en monografias.com.

[32] Ibídem.

[33] González, M. “La cultura de la resistencia en el proceso de la identidad latinoamericana” en Despojados de todo fetiche. Autenticidad del pensamiento marxista en América Latina. ED. Universidad INCCA de Colombia, Bogotá-Universidad Central de las Villas, Santa Clara, Cuba, 1999. 459 p.23.

[34] Galeano, E. Ser como somos. En Revista Plural. No.2, 1993.Ibagué.

[35] Pralong, C. La globalización y sus efectos. Tomado de http://www.gestiopolis.com/recusrsos.  f.c: junio 2007.

[36] Guadarrama, P. , Nicolai P. Lo universal y lo específico en la cultura.  Edit. C. Sociales, La Habana, 1990, pág.65.

[37] V. Mezhviev.  La cultura y la historia.  Edit. Progreso, Moscú, 1980, pág. 116.

[38] "La función de la ideología -dice Paul Ricoeur- es la de servir como posta a la memoria colectiva con el fin de que el valor inaugural de los acontecimientos fundadores se convierta en objeto de la creencia de todo el grupo. La ideología tiene como contracara la utopía, cuya naturaleza cuestionadora denuncia el carácter distorsionador y encubridor de las ideologías triunfantes. Es la expresión de todas las potencialidades de un grupo que se encuentra reprimido por un orden existente; es un ejercicio de la imaginación para pensar de otra manera la manera de ser del ser social.

El resultado es un ataque deliberado a la diversidad, el silenciamiento de los discursos diferentes con la enunciación ideológica de conceptos pseudouniversales para legitimarse como autoridad, domesticando el recuerdo, creando estereotipos si faltaran y justificando el accionar de la autoridad como garantía de permanencia y continuidad de los valores. Ante la eventualidad de la pérdida del sentido del actuar, la eficacia de la retórica de la ideología es abrumadora porque, como dice Ricoeur, si una sociedad no puede mantenerse sin normas, tampoco puede hacerlo sin un discurso público persuasivo que codifique toda realidad. Aun siendo tan diferente el accionar de una y otra, lo cierto es que la ideología y la utopía se complementan porque parten del mismo suelo referencial de la identidad cultural, realidad dinámica y no dogmática, por cierto. Tomado de Amor, G. y García, D. en su trabajo” Cambio cultural y crisis de identidad, http://monografias.com/trabajos11/mcrisis . F. Consulta: agosto 2006.

[39] En el foro virtual “Caliban ante la globalización” auspiciado  por la Casa de La s Américas el 12 de octubre del 2007, Julio César Guanche señala que la noción al uso de multiculturalidad defiende la  diferencia indiferenciada. Guanche Considera como necesario defender la autenticidad en la diversidad y plantea “no creo que se trate de defender ni la estandarización ni la diferencia asi considerada, sino apostar por una comprensión de la diversidad que defienda al mismo tiempo las ideas de la comunidad y de la autenticidad. Julio Cesar Guanche.

[40] Rauber, I. América Latina, movimientos sociales y representación política.Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 2004. Pág.44.

Dr. Milvio Alexis Novoa Pérez

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

Facebook: https://www.facebook.com/letrasuruguay/  o   https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

Círculos Google: https://plus.google.com/u/0/+CarlosEchinopeLetrasUruguay

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Milvio Alexis Novoa Pérez

Ir a página inicio

Ir a índice de autores