La señal
Enrique Novick

iMe trajo aquí a propósito, para que me pasara esto! Lo sabía, lo sabe todo. Y ahora sabe que yo también sé...
El vino del estío - Ray Bradbury

Un breve encogimiento de hombros, contribuyó a subrayar su indiferencia ante la decisión asumida. Ya la vida no guardaba sentido para él. Hasta llegó a dudar que alguna vez lo hubiese tenido. Se libera al fin de todo pensamiento sombrío. Concluyendo por arrojarle fuera como sí fuese un atado de ropa vieja. En torno, un grupo de vías férreas huía presuroso en busca de su destino irrenunciable. Eligió al azar un par de ellas, y se tendió encima con la resignada, beatífica actitud de un mártir en el circo romano. Un vagabundo que atina a pasar por allí, se detiene junto a él y le observa en silencio. 

-¿Qué esperas?- Le disparó nuestro suicida en cierne desde el suelo - ¿A qué me mate un tren para robarte luego mis zapatillas? Mejor las aprovechas ahora, antes de que aquél las destroce junto con mi pellejo. Dicho esto, las puso en sus manos y retornó a su puesto de penitente por elección.

-Si lo que deseas es tomar sol, no encontrarás lugar más tranquilo que este para hacerlo - Le dijo el vagabundo tras una sonrisa errante -Pero si lo que buscas es adelantar la hora de tu muerte, me temo que vas a tener que esperar un poco. Precisamente hoy, los ferroviarios acaban de declarar un paro de actividades por tiempo indeterminados. 

Él aspiró ruidosamente el aire por su boca. La sangre tornaba a correr por sus venas en forma tumultuosa y desordenada; el color a teñir suavemente sus mejillas»

-¡Esta es una señal divina!- divagó en voz baja- iNo me ha llegado aún esa ultima hora! Por un momento, olvidé que la vida es un don sagrado y precioso al que no se debe ni puede renunciar. Por el contrario, es menester protegerlo... -Se irguió y abrazando al vagabundo, le reintegró las zapatillas que aquél se había apresurado a devolverle.

-¡Te las ganaste! - Le dijo al tiempo de marcharse

Más tarde, un oficioso testigo declararía ante la prensa, que ese hombre descalzo que yacía tendido en medio de la calle, la había cruzado sonriente, hacia unos instantes apenas, sin advertir que la señal del semáforo se encontraba aún en rojo.

Enrique Novick

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