Carlos Gardel

70 años no es nada
Juan Pablo Neyret

 

El 24 de junio pasado se cumplieron siete décadas de la muerte en Medellín del mejor cantor de tango que, dijera Ray Bradbury, “fueiserá” en la historia del género. Ya todos los medios dijeron lo suyo, y no crean los tangueros que el cronista iba a omitir su opinión. Más bien, la va a emitir, aunque se trate de una empresa imposible por definición. La pregunta sin respuesta es: ¿por qué a 70 años de su deceso Gardel cada día canta mejor? 

Difícil, mucho más que difícil dar el propio parecer, barrunta el cronista, cuando otros ya lo han hecho antes y sin duda mejor. Esta cruel duda lo aqueja desde que vio Río místico, la monumental película de Clint Eastwood, y no podía despegársele de Eloísa (su única neurona, remember, así llamada en homenaje a don Enrique Jardiel Poncela) la crítica previa hecha en La Nación por Tomás Eloy Martínez, nada menos. Aquella vez la solución fue categórica:

comunicación con New Jersey, permiso otorgado por el autor de Santa Evita para reproducir su propio texto en el semanario al lado del pálido reflejo del del cronista y asunto acabado.

Pero ahora las papas queman y vuelan hacia el cielo como en la canción de Jacky Patruno, ya que incluso la idea primigenia del cronista de escribir un texto —texto imposible, desde ya, pero le gustan esos desafíos— sobre por qué Carlos Gardel cada día canta mejor, le fue usurpada (no adrede, estima, salvo caso de telepatía) por Clarín, medio que les formuló la misma pregunta a Dios y María Santísima, incluido el único argentino invencible a la hora de argumentar lúcidamente: Charly García, quien además, y como correspondía, mereció una columna aparte después de la cual cualquier cronista debería llamarse a respetuoso silencio en la noche. De todos modos, el cronista terminó encontrando una excusa banal nacida de su demasiado ego: como nadie del "gran diario argentino” vino a preguntarle a él, entonces aprovechará esta página para dar su propia respuesta, aunque sea a sí mismo (que, en otro orden, es lo único que el cronista sabe hacer). Repitamos, entonces, alumnos: ¿por qué Gardel cada día canta mejor? Se intentarán algunas aproximaciones, con Eloísa dando vueltas frenéticamente tratando de morderse el axón como los perros, la cola.

Gardel es un clásico. Borges —en el panteón del cronista, el argentino más lúcido antes de Charly— supo decir que cuando uno lee por primera vez un libro de los llamados clásicos, en realidad ya lo está releyendo. Esto no responde solamente al cúmulo de información acumulada sobre el texto, las veces que se lo ha oído nombrar, los comentarios incesantes que leyó sobre él. No: tiene que ver, pero no es la esencia. La esencia es lo que don Jorge Luis llama el “previo fervor” con que cualquiera se acerca a esos textos ya canonizados de antemano. En el año del cuarto centenario del Quijote, dice el cronista que podríamos decir que ya entramos no sólo con un conocimiento (potestad de lo que se suele llamar objetivo) sino también, y sobre todo, con ese “previo fervor”, ese entusiasmo subjetivo que hará que de sólo leer “En un lugar de la Mancha...” la frase, la prosa de Cervantes, el libro todo y su segunda parte ya nos gusten de antemano. Pues bien, no hace falta gastar demasiadas más palabras para afirmar que con Gardel, quien además ha sido elevado a la categoría de mito popular (“la muerte trágica infla”, dice García), es exactamente eso lo que pasa. Y, como ya se dijo, no depende de los testimonios más o menos inductivos de abuelos y abuelas, padres y madres, tangueros de toda laya y Julios Jorges Nélsones. A Gardel se llega con el “previo fervor” a la vez que con un temor reverencial, sensaciones que, en la grandísima mayoría de los casos, se resuelven inmediatamente a la primera nota que se le escucha entonar. Y entonces, sigue diciendo el cronista, uno se dice: es el mejor, es el genio. Es el clásico de los clásicos y no hay vuelta que darle.

The Gardelian turn. El cronista lo ha conversado en innúmeros mails con su maestro y amigo —y músico, y erudito en tango— David Lagmanovich: el tango tal como lo entendemos hoy empieza con la dupla Gardel/Le Pera. ¿Pero cómo?, bramará más de uno con su cuota de razón, ¿y antecesores como Celedonio Esteban Flores con su “Mano a mano”, o Pascual Contursi? Ocurre que el giro gardeliano es insoslayable. Con la mano, justamente, de su letrista brasileño a mano, fue Gardel —por ser el que canta, o sea, al decir de otra doctora amiga, Marcela Romano, el que queda en el inconsciente colectivo por encima de los compositores— quien produjo el giro hacia la poesía que define hoy al género. Curiosamente, esa poesía que a Borges le hizo abandonar el tango porque lo vio transformarse en melancólico y llorón, según sus palabras, contrariamente a las primeras manifestaciones, aún ligadas con la milonga, y que llevaban títulos intencionados como “El choclo” o “El fierrazo”. Pero éste ya es otro tema. El giro gardeliano, aún para aquellos que como el mismo cronista reverencian al Negro Cele, es indiscutible.

El cedazo Sosa. Le pasó al cronista en su infancia, y con su megalomanía característica sostiene que le debe de haber pasado a todo el mundo. Si existe un Boca-River del tango, ése es el de Gardel-Julio Sosa. El uruguayo también muerto trágicamente fue bautizado con toda inteligencia “El Varón del Tango”. Y si “el tango es macho” como dice su recitado (escrito por Celedonio, claro) de “El choclo”, ¿cómo no rendirse entonces ante el barítono Sosa y sentir como ajena al dos por cuatro la voz de tenor de Gardel? (Aunque, como muy bien dijo uno de los entrevistados de Clarín, el Zorzal fue mutando con los años de tenor a barítono en tonos altos.) Es cierto: no sólo sería absurdo desterrar a uno de los dos como si la pregunta fuera “¿a quién querés más, a tu papá o a tu mamá?”, sino que, sigue argumentando el cronista, Julio Sosa es la mejor manera de llegar a Gardel, si no se ha podido hacerlo directamente, por interpósita vía. Sosa brama, despeina hasta a los pelados, seduce a primera oída. Pero si alguien, como el cronista, alguna vez tuvo preferencia por él, inevitablemente con el tiempo irá volcándose hacia Gardel. Una vez que el ventarrón sosiano nos ha volado todos los cabellos, desde lejos empieza a oírse el arrullo gardeliano, que se impone inevitablemente. Palabra de cronista.

Charly dixit. Es ahora igual de inevitable remitirse a la brillantez de Charly García a la hora de juzgar a su casi homónimo (el cronista ya ha escrito un texto titulado “García es Gardel” en el que hace notar que, sólo para empezar, ambos se llaman Carlos y el apellido de los dos tiene seis letras y comienza con “Gar”). En su columna de Clarín, no sólo se refiere el máximo rockero de la Argentina a cómo Gardel supo unir Buenos Aires con Hollywood, inventar el videoclip o ser capaz de cantar tanto un tango como un foxtrot (“Rubias de New York”). También se refiere a los inusuales intervalos que utilizó como autor de sus músicas y da en la tecla justa (imagen obvia si se trata de Charly) cuando lo compara con The Beatles en el sentido de que su música, como la de John, Paul, George y Ringo, excede el género en el cual nació y es asequible a toda persona que sobre el mundo sea. El ejemplo que provee es inmejorable: “El día que me quieras”. Por supuesto, declara su fanatismo desde siempre por el Morocho aunque —como no podía ser de otra manera— elude la pregunta central del matutino, ya que califica como antojadizo o morboso que alguien pueda cantar mejor después de muerto. Charly no es tonto, y tanto él como el cronista así como el resto del mundo saben que se trata de una metáfora, por lo que corresponde tomar su interpretación supuestamente literal como la única boutade (que bien podría haber dicho Borges) de una columna escrita por demás en serio.

Gardel not dead. Pero vamos al grano, le dice el cronista a Eloísa: ¿por qué Gardel cada día canta mejor? Ya dijo que es un problema insoluble, una monstruosidad como un número primo, pero al menos intentará, recogiendo como Hansel y Gretel los argumentos anteriores, esbozar algo si no original, al menos sincero. Y dice: empecemos por Charly, que es quien por deformación generacional tiene más a mano. En efecto, Gardel es como los Beatles. Y, añade el cronista, es como todo género (porque The Beatles ya son en sí un género específico) que implique libertad en la música, entre los que se permite elegir el jazz (apuesta segura), el rock y, agarrate Catalina, yendo más atrás en el tiempo, la libertad creativa que impulsó románticamente Ludwig van Beethoven y que culminó con la ruptura de todos los cánones y la inclusión de la voz humana en la Novena, puerta de acceso a todas las libertades que llegaron después de él. El cronista, entonces, postula que ya se puede hablar del “género Gardel”, de alguien que puede escaparse de las genealogías como el cuarteto de Liverpool y ser a la vez fundador y epígono de un género. No se esgrimirán aquí razones de técnica vocal ni interpretativa (afinación, colocación, emisión, matices, etcétera) para sostener este juicio, aunque el Zorzal haya hecho empalidecer de admiración al mismísimo Enrico Caruso. Y, pecado de hybris total o tonta refutación de una mera broma, sí se le dirá a Charly García que un muerto puede cantar cada día mejor, por una nada simple pero auténtica razón: como en los paredones que recuerdan a Prodan diciendo en sus graffiti “Luca not dead”, de un modo análogo puede sostenerse que Gardel no está muerto. Sin por ello entrar en espiritismos ni fantasmagorías ni trastornos bipolares, cabe afirmar del Zorzal que dejó en cada grabación un legado que va más allá de la primera a la enésima escucha: no sólo el de ser rabiosa, casi inhumanamente original, sino el de haber conseguido —como sólo un genio puede hacerlo— que a cada escucha se descubra algo nuevo. Y esto, dicho para los que buscan soluciones fáciles u oídos sordos, ello no se debe a la distracción de quien escucha. No, qué va. Es algo mucho más profundo y acaso impenetrable, inmarcesible, indescifrable: el hecho de que, sin proponérselo, sólo por cantar como cantaba —y como canta, para decirlo con propiedad— sus interpretaciones sean una mina inacabable de sorpresas. Es, pensándolo desde este ángulo, o bien casi lo contrario o bien (más bien) el complemento justo para su cualidad y calidad de clásico que el cronista le asignó borgesianamente al principio: se llega a Gardel conociéndolo pero no se termina nunca de conocerlo. Se haya oído, por decir, “Golondrinas” una primera vez al pasar y mil con todas las antenas paradas, no hay manera de que la siguiente escucha no sea distinta. Con el agravante de que ello no depende de la capacidad de escucha, salvo para ser capaz de percibirlo, sino básicamente de lo que dejó Gardel allí. Sin saberlo, sin proponérselo, pues para eso los genios son genios, se frota la lámpara de un disco de pasta de 78 RPM o de un CD y de allí siempre sale algo inesperado, infinito y eterno. O, para decirlo con palabras gardelianas, un “rayo misterioso” que nos ilumina cada vez, ora tenuemente, ora encegueciéndonos, para demostrarnos que el goce sin fin es posible y que, también inevitablemente, desde 1935 siempre seguiremos muriéndonos primero nosotros antes que Gardel.

 

 

Carlos Gardel - "Haragán" - Tango - Cantando Tangos

 

Carlos Gardel Canta "Chorra" - Mas escenas de sus películas - Bandoneón Tango Adrian Dip

 

 

Carlos Gardel canta "Por una Cabeza" a todo color - Bandoneón Tango Adrian Dip

© Juan Pablo Neyret

 

 

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